lugar. Si, Einstein sera judio pero, disculpe por lo que voy a decir, es un genio. No hay poder en el mundo que pueda ayudarles a ocupar su lugar. Reflexione. ?Vale la pena gastar tantas fuerzas en eliminar a aquellos cuyos sitios quedaran vacios por siempre? Si su insuficiencia les impide recorrer el camino abierto por Hitler, la culpa es solo suya, y no la tome con gente valida. ?Con el metodo del odio policial en el campo de la cultura no se puede obtener nada! ?No ve que bien comprenden Hitler y Goebbels este punto? Deberia aprender de ellos. Mire con que amor, con que tacto y tolerancia cuidan la ciencia, la pintura, la literatura alemanas. Siga su ejemplo. Tome el camino de la consolidacion, no siembre la discordia en nuestra causa comun.»

Despues de pronunciar aquel discurso imaginario, Bach volvio a abrir los ojos. Sus vecinos estaban acostados bajo las mantas.

– Mirad, camaradas -les llamo Fresser, y con el gesto de un prestidigitador saco de debajo de la almohada una botella de conac italiano Tres Valets.

Una suerte de sonido gutural salio de la boca de Gerne; solo un autentico borracho, y ademas campesino, puede contemplar una botella con semejante mirada.

«No es mal tipo, salta a la vista que no lo es», penso Bach, sintiendose avergonzado por su histerico discurso.

Fresser salto sobre una sola pierna y empezo a servir el conac en los vasos que habia sobre las mesitas de noche.

– ?Es usted una fiera! -sonrio Krapp. -He aqui un verdadero soldado -dijo Gerne.

Fresser se puso a explicar:

– Uno de los medicuchos vio mi botella y me pregunto:

«?Que lleva ahi envuelto en el periodico?». Y yo le replique: «Las cartas de mi madre; nunca me separo de ellas».

– Y levanto el vaso.

– Pues con saludos del frente, ?a su salud, teniente Fresser!

Todos bebieron.

Gerne, que al instante sintio deseos de vaciar otro vaso, dijo:

– Maldita sea, hay que dejar algo para el Portero.

– Al diablo con el Portero, ?verdad, teniente? -pregunto Krapp.

– Deja que cumpla su deber con la patria; a nosotros nos basta con beber -dijo Fresser-. Despues de todo, nos merecemos un poco de diversion.

– Mi trasero esta volviendo a la vida -dijo Krapp-.

Ahora solo me falta una dama entradita en carnes.

Reinaba un ambiente alegre y distendido.

– Bueno, alla vamos -dijo Gerne alzando su vaso.

De nuevo bebieron todos.

– ?Que bien que hayamos ido a parar a la misma habitacion!

– Nada mas veros lo comprendi. «Estos son hombres de pelo en pecho, curtidos en el frente», me dije.

– Yo, para ser sincero, tuve mis dudas respecto a Bach -dijo Gerne-. Pense: «Bah, este debe de ser del Partido».

– No, nunca me afilie.

Estaban acostados, con las colchas apartadas a un lado porque habian empezado a tener calor. Se pusieron a hablar del frente.

Fresser habia combatido en el flanco izquierdo, cerca de Okatovka.

– El demonio sabra por que -dijo-, pero estos rusos no saben avanzar. Aunque estamos ya a comienzos de noviembre y nosotros tampoco nos hemos movido. ?Se acuerda de la cantidad de vodka que nos bebimos en agosto? Brindabamos todo el rato por lo mismo: «Que no se pierda nuestra amistad despues de la guerra; hay que crear una asociacion de veteranos de Stalingrado».

– Puede que no sepan como lanzar un ataque -dijo Krapp, que habia combatido en el distrito fabril-. Sin duda no saben defender las posiciones conquistadas. Te expulsan de un edificio y al rato se echan a dormir o comen hasta hartarse, mientras los comandantes se emborrachan.

– No son mas que salvajes -sentencio Fresser, guinando un ojo-. Hemos gastado mas hierro con estos salvajes de Stalingrado que en todo el resto de Europa.

– No solo hierro -objeto Bach-. En nuestro regimiento hay algunos que lloran sin razon y cantan como gallos.

– Si la cosa no se decide antes del invierno -advirtio Gerne-, esto sera una guerra china. Si, un barullo sin sentido.

– ?Sabeis que se esta preparando una ofensiva en el distrito fabril y que se ha concentrado alli una cantidad de fuerzas nunca vista antes? -dijo Krapp a media voz-. Estallara cualquier dia de estos. El veinte de noviembre dormiremos con las chicas de Saratov.

Detras de las ventanas cubiertas con cortinas se oia el majestuoso y grave fragor de la artilleria, el zumbido de los bombarderos nocturnos.

– Ahi van los cucus [78] rusos -dijo Bach-. A esta hora es cuando bombardean. Algunos los llaman los «sierra nervios»

– Nosotros, en el Estado Mayor, los llamamos los suboficiales de servicio.

– ?Silencio! -dijo Krapp, levantando un dedo-. ?Escuchad! ?Es la artilleria pesada!

– Y nosotros poniendonos finos en la sala de heridos leves.

Por tercera vez en aquel dia se sintieron alegres.

Hablaron de las mujeres rusas; todos tenian alguna historia que contar. A Bach no le gustaba ese tipo de conversaciones, pero de repente, aquella noche se encontro hablandoles de Zina, la chica que vivia en el sotano de una casa semiderruida. Y hablo con tanto atrevimiento que hizo reir a todos.

Entro el enfermero. Despues de haber escudrinado aquellas caras alegres, empezo a recoger las sabanas de la cama del Portero.

– ?Es que le habeis dado el alta al defensor de la patria por fingirse enfermo? -pregunto Fresser.

– ?Por que no responde, enfermero? -insistio Gerne-. Aqui todos somos hombres. Si ha ocurrido algo, puede decirnoslo.

– Ha muerto -dijo el enfermero-. Un paro cardiaco. -Mirad adonde conducen los discursos patrioticos -dijo Gerne.

– No se debe hablar en esos terminos de un muerto -replico Bach-. No nos mintio, no tenia motivos para hacerlo. Por tanto, fue sincero. No, camaradas, no esta bien.

– Ay -suspiro Gerne-, ya me parecia a mi que el teniente nos vendria con los discursos del Partido. Enseguida comprendi que pertenecia a la nueva raza ideologica.

12

Aquella noche Bach no pudo conciliar el sueno, estaba demasiado comodo. Le resultaba extrano recordar el bunker, a los camaradas, la llegada de Lenard; con el contemplaba la puesta de sol a traves de la puerta abierta del refugio, bebian cafe del termo, fumaban.

El dia antes, mientras se acomodaba en el furgon sanitario, habia pasado su brazo sano alrededor del hombro de Lenard, y al mirarse a los ojos, ambos se habian echado a reir.

?Como podria haber imaginado que algun dia beberia en compania de un SS en un bunker de Stalingrado, que caminaria hacia su amante rusa entre las ruinas iluminadas por el resplandor de los incendios?

Habia experimentado un cambio sorprendente. Durante largos anos habia odiado a Hitler. Cuando escuchaba las palabras impudicas de canosos profesores que declaraban que Faraday, Darwin y Edison no eran mas que un hatajo de ladrones que habian usurpado las ideas de los cientificos alemanes, que Hitler era el sabio mas grande de todos los tiempos y todos los pueblos, pensaba con alegria maliciosa: «Tarde o temprano este disparate acabara saltando por los aires». La misma sensacion suscitaban en el las novelas donde, con sorprendente desfachatez, se describia a gente sin ningun defecto, la felicidad de obreros y campesinos ideales, o el sabio trabajo educativo

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