los caballos.
Miles de hombres acostumbrados al aire humedo, al rocio matutino y al susurro del heno estaban instalados en la desierta llanura de arena. Una arena que les azotaba la piel, se les metia por las orejas, rechinaba cuando masticaban el pan y el mijo; habia arena en la sal, en los obturadores de los fusiles, en los mecanismos de los relojes, en los suenos de los soldados… Para un cuerpo humano, para la garganta, la nariz, las pantorrillas, la vida es dura aqui. En estas latitudes, el cuerpo vive como un carro que se desviara de una carretera y fuera obligado a rodar por un camino intransitable.
Darenski paso el dia recorriendo las posiciones de la artilleria. Hablo con los hombres, tomo notas, hizo esquemas, reviso las armas de la dotacion y los depositos de municiones. Al anochecer estaba agotado; la cabeza le zumbaba y le dolian las piernas, poco acostumbradas a andar por aquellas aridas arenas movedizas.
Hacia tiempo que se habia dado cuenta de que, cuando el ejercito se bate en retirada, los generales se muestran particularmente atentos con las necesidades de sus subordinados, mientras que los comandantes y los miembros del Consejo Militar dan amplias muestras de autocritica, escepticismo y modestia.
Nunca un ejercito parece disponer de tantos hombres inteligentes y comprensivos como durante una retirada desesperada, cuando el enemigo avanza y el cuartel general busca a los culpables del fracaso para desatar su ira contra ellos.
Pero alli, en el desierto, los hombres se hallaban bajo el influjo de una sonolienta apatia. Los comandantes del Estado Mayor y los soldados de la unidad se comportaban como si estuvieran convencidos de que en aquel mundo no hubiera nada que mereciera su interes, que todo daba igual porque manana, pasado manana y al cabo de un ano seria exactamente igual; solo habria arena.
A Darenski le invito a pasar la noche en su casa el jefe del Estado Mayor del regimiento de artilleria, el teniente coronel Bova. Pese a su epico nombre [79], Bova era un hombre encorvado, calvo y sordo de un oido. En cierta ocasion lo llamaron del Estado Mayor de la artilleria y dejo sorprendidos a todos por su prodigiosa memoria. Daba la impresion de que su cabeza calva, asentada sobre unos hombros estrechos y encorvados, no pudiera contener otra cosa que cifras, numeros de baterias y divisiones, nombres de poblaciones, apellidos de comandantes, indicaciones de niveles.
Bova vivia en un cuchitril hecho de tablas con las paredes revestidas de arcilla y estiercol, y el suelo cubierto de papeles alquitranados rotos. Su casucha no se diferenciaba en nada de las otras chabolas de los oficiales diseminadas por la planicie de arena.
– ?Hola! -dijo Bova, estrechando energicamente la mano a Darenski-. Bonito, ?verdad? -y senalo las paredes-. Aqui invernaremos, en esta perrera embadurnada de mierda.
– ?Si, las viviendas dejan bastante que desear! -dijo Darenski, sorprendido por la transformacion que habia sufrido el apacible Bova.
El anfitrion le ofrecio asiento en una caja vacia de conservas americanas, le sirvio vodka en un vaso tallado cuyo borde estaba manchado de polvos dentifricos secos y le ofrecio un tomate verde macerado sobre un trozo de periodico humedo.
– Sientase como en casa, camarada teniente coronel. Aqui tiene, ?vino y fruta! -exclamo.
Darenski se mojo los labios con cautela, como hacen todos los que no estan habituados a beber, poso el vaso bastante lejos de el y comenzo a interrogar a Bova sobre la situacion del ejercito. Pero Bova no tenia ganas de hablar de trabajo.
– Camarada teniente coronel -dijo-, trabajo he tenido mas que suficiente; no me he tomado un respiro ni cuando estabamos en Ucrania, con todas esas mujeres esplendidas, y no digamos en Kuban, Dios mio… Y se entregaban de buena gana, creame, bastaba con que les guinaras un ojo. Pero yo, tonto de mi, todo el rato con el culo pegado a la silla en la seccion de operaciones; me di cuenta demasiado tarde, cuando ya estaba en el desierto.
Darenski, en un principio molesto porque Bova no deseaba discutir sobre el promedio de densidad de tropas por kilometro de frente, o sobre la superioridad de los morteros respecto a la artilleria en zonas deserticas, acabo interesan dose por el nuevo giro que habia tomado la conversacion
– ?Ya lo creo! -dijo-. En Ucrania hay mujeres magnifi cas. En 1941, cuando nuestro Estado Mayor se instalo en Kiev, solia visitar a una autentica belleza, la mujer de un funcionario de la fiscalia. En cuanto a Kuban, no pienso rebatirselo. Por lo que a estas cuestiones se refiere, puede situarse entre los primeros puestos, con un porcentaje de bellezas tan elevado que es digno de mencion.
Las palabras de Darenski causaron una gran impresion en Bova, que blasfemo y grito con voz lastimera:
– ?Y ahora las calmucas!
– No diga eso -le interrumpio Darenski y pronuncio un discurso armonioso sobre el atractivo de aquellas mujeres de tez morena y pomulos salientes que olian a ajenjo y al humo de la estepa. Se acordo de Alla Sergueyevna, del Estado Mayor del ejercito de la estepa, y concluyo su perorata-: Usted esta equivocado. En todas partes hay mujeres. Puede que no haya agua en el desierto, pero mujeres siempre hay.
Bova no le respondio. En aquel momento Darenski se dio cuenta de que se habia quedado dormido. Solo entonces comprendio que su anfitrion estaba borracho como una cuba. Roncaba tanto que sus resoplidos parecian los gemidos de un moribundo, y la cabeza le colgaba de la cama.
Darenski, con esa paciencia y suma bondad que siente un ruso ante un borracho, coloco bajo la cabeza de Bova una almohada, le puso un periodico bajo los pies y le limpio la saliva que le asomaba por la boca.
Luego extendio en el suelo el capote de su anfitrion, cubriendolo seguidamente con el suyo, y en el lugar de la cabeza coloco su mochila a modo de almohada. Cuando estaba en mision, la mochila le servia tanto de oficina como de almacen de viveres y de neceser.
Salio al exterior, aspiro el aire frio de la noche y jadeo mientras contemplaba las llamas sobrenaturales en el negro cielo asiatico; hizo una pequena necesidad sin dejar de mirar las estrellas, pensando: «Si, el cosmos», y se fue a dormir.
Se tumbo sobre el capote de su anfitrion y se tapo con el suyo. En lugar de cerrar los ojos, fijo la vista en la oscuridad, golpeado por un pensamiento triste.
?Que pobreza tan lugubre! Acostado en el suelo miraba las sobras de los tomates macerados y una maleta de carton donde probablemente habia una toalla raquitica con una marca impresa grande y negra, cuellos sucios, una funda vacia, una jabonera desportillada.
La isba de Verjne-Pogromnoe donde habia dormido durante aquel otono le parecia, en comparacion, todo un palacio. Y tal vez dentro de un ano aquel tugurio le pareceria lujoso, se acordaria de el con nostalgia desde algun agujero donde ya no tendria navaja de afeitar ni mochila ni polainas harapientas.
Darenski habia cambiado en el curso de los meses que habia servido en el Estado Mayor de artilleria. Habia satisfecho su necesidad de trabajar, que se habia manifestado con una exigencia tan fuerte como la necesidad de comer. Ahora ya no se sentia feliz cuando trabajaba, al igual que no se siente feliz un hombre que siempre esta saciado.
Darenski trabajaba bien y era muy apreciado por sus superiores. Al principio esa estima le habia causado una gran alegria; no estaba acostumbrado a que le consideraran irreemplazable, pues durante largos anos se habia habituado justo a lo contrario.
No se preguntaba por que el sentido de superioridad respecto a sus colegas no habia provocado tambien una especie de condescendencia hacia sus camaradas, rasgo habitual en las personas verdaderamente fuertes. Pero, por lo visto, el no era fuerte.
A menudo se irritaba, gritaba e insultaba; despues miraba con aire afligido a quienes habia ofendido, pero nunca pedia perdon. Aunque se enfadaban con el, no le consideraban un mal hombre. En el Estado Mayor del frente de Stalingrado tenian muy buen concepto de el, mejor incluso que el que, en su tiempo, tuvieron de Novikov en el Estado Mayor del sureste. Corria el rumor de que paginas enteras de sus informes eran transcritas literalmente en los informes que gente importante dirigia a gente todavia mas importante en Moscu. En una epoca critica, su trabajo e inteligencia resultaban utiles y de vital importancia. Pero cinco anos antes de la guerra, su mujer le habia abandonado porque le consideraba un enemigo del pueblo que habia sido capaz de esconder mediante engano la flacidez e hipocresia que anidaban en su alma. Con frecuencia sus origenes familiares, tanto por linea materna como paterna, habian sido un obstaculo a la hora de encontrar trabajo. Al principio se ofendia al enterarse de que el puesto que a el le habian negado habia sido asignado a un hombre que se distinguia por su estupidez o su ignorancia. Al final acabo creyendo que en realidad no merecia que se le confiaran puestos de responsabilidad. Tras la temporada que habia pasado en el campo se habia convencido por completo de su ineptitud.