llevado a cabo por el Partido. ?Ay, que poemas tan deplorables se publicaban en las revistas! Eso era quiza lo que mas le mortificaba: cuando iba al colegio, el tambien habia escrito versos.
Y ahora alli, en Stalingrado, estaba deseando ingresar en el Partido. De nino, cuando discutia con su padre, se tapaba los oidos por miedo a cambiar de opinion, y gritaba: «No quiero escucharte, no quiero, no quiero». Bueno, ahora si que habia escuchado. El mundo estaba del reves.
Al igual que antes, las obras teatrales y las peliculas mediocres le hastiaban. Quien sabe, tal vez el pueblo deberia pasar sin poesia durante varios anos, una decada incluso. Sin embargo, hoy mismo era posible escribir la verdad. ?Que gran verdad puede albergar el alma alemana, esa alma que da sentido al mundo! Los maestros del Renacimiento habian sabido expresar en sus obras, creadas por encargo de principes y obispos, el valor supremo del alma…
El explorador Krapp combatia incluso cuando estaba dormido; vociferaba tan fuerte que sus gritos, probablemente, llegaban hasta la calle: «?Lanzale una granada, si, una granada!». Quiso avanzar a rastras, se giro torpemente, lanzo un grito de dolor y luego se volvio a dormir entre ronquidos.
A pesar del estremecimiento que le producia la aniquilacion de los judios, ahora se le presentaba bajo una nueva luz. Cierto, si en aquel momento hubiera detentado el poder habria interrumpido de inmediato la masacre. «Pero digamoslo con franqueza», penso para sus adentros; aunque tenia amigos judios, no podia dejar de reconocer que existia un caracter aleman, un alma alemana y, por tanto, un caracter y un alma judios.
El marxismo habia fracasado. Eso era algo dificil de admitir para un hombre cuyos padres habian sido socialdemocratas.
Marx no era mas que un fisico que habia basado su teoria de la estructura de la materia sobre fuerzas centrifugas sin tener en cuenta la atraccion gravitacional. Habia formulado la definicion de las fuerzas centrifugas entre las diferentes clases sociales y habia demostrado mejor que nadie como habian funcionado a lo largo de la historia de la humanidad. Pero, como a menudo ocurre con los artifices de grandes descubrimientos, Marx se habia endiosado hasta el punto de creer que las fuerzas definidas por el como lucha de clases determinarian por si solas el desarrollo de la sociedad y el curso de la historia. No vio las potentes fuerzas que mantienen unida una nacion al margen de las clases, y su fisica social construida sobre el desprecio a la ley universal de la atraccion nacional era un disparate.
El Estado no es una consecuencia, ?es la causa!
La ley que determina el nacimiento de un Estado-nacion es maravillosa, un misterio. El Estado es una unidad viva, la unica que puede expresar lo que millones de hombres consideran mas precioso, inmortal: el caracter aleman, el hogar aleman, la voluntad alemana, el espiritu de sacrificio aleman.
Bach permanecio tumbado durante algun tiempo con los ojos cerrados. Para adormecerse se puso a contar ovejas: una blanca, una negra, de nuevo una blanca, una negra, y luego otra blanca, otra negra…
A la manana siguiente, despues de tomar el desayuno, empezo a escribir una carta a su madre. Arrugaba la frente, suspiraba: no le gustaria lo que estaba escribiendo. Pero precisamente a ella debia confesarle lo que ahora sentia. No le habia contado nada durante su ultimo permiso, pero ella se habia dado cuenta de su irritabilidad, de su falta de interes en los interminables recuerdos sobre el padre: siempre la misma cantinela.
Ella lo considero un apostata de la fe del padre. Pero no era asi. El rechazaba ser un renegado.
Los enfermos, cansados por las curas matinales, yacian en silencio. Durante la noche habian asignado a un herido grave la cama vacia del Portero. Todavia estaba inconsciente y no sabian a que unidad pertenecia.
?Como podria explicar a su madre que los hombres de la nueva Alemania le eran mas cercanos que los amigos de la infancia?
El enfermero entro y dijo en tono interrogativo:
– ?El teniente Bach?
– Soy yo -respondio el, tapando con una mano la carta que habia comenzado.
– Senor teniente, le busca una rusa.
– ?A mi? -dijo asombrado Bach, y al instante entendio que se trataba de Zina, su amiga de Stalingrado.
?Como habia averiguado donde se encontraba? Enseguida intuyo que se lo habia dicho el conductor del furgon sanitario. Se alegro, conmovido en lo mas intimo: debia de haber salido en plena noche, se habria subido a cualquier coche de paso y luego caminado siete u ocho kilometros. Se imagino su cara palida de ojos grandes, su estilizado cuello y el panuelo gris cubriendole la cabeza.
En la sala se armo un alboroto.
– ?Caramba, teniente Bach! -exclamo Gerne-. ?Esto si que es trabajar con la poblacion local!
Fresser agito los brazos en el aire, como si se estuviera sacudiendo gotas de agua de los dedos, y dijo:
– Enfermero, hagala pasar. La cama del teniente es bastante ancha. Vamos a casarlos ahora mismo.
– Las mujeres son como los perros -dijo Krapp-. Siempre van detras del hombre.
De repente Bach se indigno. ?Que tenia en la cabeza? ?Como se habia atrevido a presentarse en el hospital? A los oficiales alemanes les estaba prohibido mantener relaciones con mujeres rusas.?Y si en el hospital hubiera estado trabajando algun miembro de su familia o cualquier conocido de la familia Forster? Despues de una relacion tan insignificante, ni siquiera una alemana se habria atrevido a ir a visitarlo.
Hasta el herido grave que yacia inconsciente parecia reirse con repugnancia.
– Digale a esa mujer que no puedo salir a verla -dijo con aire sombrio, y para evitar participar en el jolgorio de la conversacion volvio a coger el lapiz y releyo lo que llevaba escrito.
«… Lo mas sorprendente es que durante muchos anos crei que el Estado me oprimia. Pero ahora he comprendido que es el precisamente el que expresa mi alma… No quiero un destino facil. Si es necesario, rompere con mis viejos amigos. Me doy cuenta de que aquellos a los que volvere no me consideraran uno de los suyos. Pero estoy preparado para sufrir en aras de la creencia mas importante que hay en mi…»
El bullicio en la sala no se habia apaciguado.
– Silencio, no le molesteis. Esta escribiendo una carta a su novia -dijo Gerne.
Bach se echo a reir. Durante algunos segundos, la risa contenida parecio un sollozo; se dio cuenta de que de la misma manera que se estaba riendo, habria podido llorar.
13
Los generales y oficiales que no veian con asiduidad a Friedrich Paulus, el comandante del 6° Ejercito, juzgaban que no se habia producido ningun cambio en las ideas o el estado de animo del general. Su forma de comportarse, el estilo de sus ordenes, la sonrisa con la que escuchaba tanto las conversaciones personales como los informes importantes testimoniaban que, como de costumbre, el general sometia a su propia autoridad los avatares (le la guerra.
Solo dos hombres estrechamente ligados al comandante, su ayudante de campo, el coronel Adam, y el general Schmidt, jefe del Estado Mayor del ejercito, comprendian hasta que punto Paulus habia cambiado en el curso de los combates de Stalingrado.
Como antes, podia mostrarse arrogante, condescendiente, encantadoramente ingenioso, o amistoso y participe en los acontecimientos de la vida de los oficiales. Como antes, tenia el poder de guiar en combate a regimientos y divisiones, podia ascender o degradar a sus hombres, otorgar condecoraciones. Como antes, seguia fumando los mismos cigarrillos de siempre… Pero lo mas importante, el fondo secreto de su alma, cambiaba dia tras dia, y se preparaba para mutar definitivamente.
El general Paulus estaba perdiendo la sensacion de estar al mando de las circunstancias y del tiempo. Aun en fecha reciente su mirada tranquila recorria los informes del servicio de inteligencia del Estado Mayor del ejercito: ?a el que mas le daba lo que pensaran los rusos o los movimientos de sus reservas?
Ahora Adam habia observado que entre los diferentes informes y documentos guardados en la carpeta que cada manana le dejaba sobre la mesa al comandante, Paulus examinaba en primer lugar los datos referentes a los movimientos que las tropas rusas habian efectuado por la noche.
Un dia Adam invirtio el orden segun el cual estaban dispuestos los documentos y antepuso los informes del servicio de inteligencia. Paulus abrio la carpeta y estudio el primer folio. Enarco sus largas cejas y la cerro bruscamente.
Sorprendido por la mirada fulminante y mas bien patetica del general, el coronel Adam comprendio que habia