actuado con poco tacto.
Unos dias mas tarde, despues de revisar los informes y los documentos, esta vez dispuestos segun el orden habitual, Paulus sonrio y dijo a su ayudante de campo:
– Senor innovador, parece que es usted un hombre dotado de espiritu de observacion.
Aquella apacible tarde de otono, el general Schmidt se dirigio a presentar un informe a Paulus en un estado de animo bastante festivo.
Schmidt anduvo por una calle amplia que atravesaba el pueblo, directo a casa del comandante; aspiraba con placer el aire frio que le aclaraba la garganta impregnada del tabaco fumado por la noche, y miraba el cielo de la estepa, coloreado por las tonalidades oscuras del ocaso. Su corazon estaba sereno; pensaba en la pintura, y el ardor de estomago habia cesado de importunarle.
Caminaba por la calle vacia y silenciosa, y en su cabeza, bajo su gorra en forma de pico, se desarrollaban los planes de lo que ocurriria en la ofensiva mas cruel lanzada en Stalingrado. Lo dijo precisamente asi, cuando el comandante le invito a tomar asiento y se dispuso a escucharle.
– Sin duda la historia militar alemana ha conocido ofensivas en las que se han movilizado cantidades mucho mas elevadas de hombres y equipamientos. Pero por lo que a mi respecta nunca he recibido instrucciones de organizar una concentracion tan densa, tanto por tierra como por aire, en un sector del frente tan reducido.
Mientras escuchaba al jefe del Estado Mayor, Paulus permanecia sentado, con la espalda curvada, en una pose que no era digna de un verdadero general, y movia la cabeza deprisa y con gesto sumiso, siguiendo los dedos de Schmidt que senalaban diferentes columnas de los graficos y sectores del mapa. Era Paulus quien habia concebido aquella ofensiva. Era Paulus quien habia definido las directrices basicas. Pero ahora, mientras escuchaba a Schmidt, el jefe de Estado Mayor mas brillante con el que habia tenido ocasion de trabajar, no reconocia sus propias ideas en la detallada elaboracion de la operacion inminente.
Paulus tenia la impresion de que Schmidt, en lugar de exponer las concepciones que el habia enunciado en el programa tactico, le estaba imponiendo su voluntad, preparando la infanteria, los tanques y los batallones de ingenieros para la ofensiva contra su propia voluntad.
– Si, si -dijo Paulus-, esa densidad llama aun mas la atencion cuando se compara con el vacio de nuestro flanco izquierdo.
– No hay nada que hacer -replico Schmidt-. En direccion este hay demasiada tierra y muy pocos soldados.
– No soy el unico al que le preocupa. Von Weichs me ha dicho: «No hemos dado con el puno, solo hemos asestado una bofetada con los dedos abiertos por el infinito espacio oriental». Otros aparte de Weichs tambien se preocupan. El unico que no se preocupa es…
No termino la frase.
Todo iba como debia ir, y en cierta forma nada iba como deberia.
En las imprecisiones debidas al azar y en los funestos detalles de las ultimas semanas de combate parecia que estaba a punto de desentranarse la verdadera esencia de la guerra, una esencia tetrica y desesperada.
El servicio de inteligencia continuaba informando con insistencia sobre la concentracion de tropas sovieticas al noroeste. Los bombardeos aereos parecian incapaces de impedirlo. Weichs no tenia reservas alemanas para cubrir los flancos del ejercito de Paulus, y trataba de confundir a los rusos instalando estaciones de radio alemanas en las unidades rumanas.
La campana en Africa, que al principio parecia victoriosa, y la brillante represion contra los ingleses en Dunkerque, en Noruega y en Grecia no habian sido coronadas con el exito en las islas Britanicas. Habian cosechado victorias rotundas en el este, habian marchado miles de kilometros en direccion al Volga, pero no habian conseguido aplastar al ejercito sovietico. Siempre parecia que habian logrado lo mas importante, que si la accion no se habia llevado hasta el fin era debido a un contratiempo fortuito, una demora sin importancia.
?Que importancia tenian aquellos pocos cientos de metros que le separaban del Volga, con fabricas semidestruidas, casas reducidas a armazones, devoradas por las llamas, en comparacion con los vastos espacios conquistados durante la ofensiva del verano? Pero tambien a Rommel le separaban del oasis egipcio unos pocos kilometros de desierto. Y en Dunkerque, solo por pocas horas y pocos kilometros no habian triunfado sobre Francia… Siempre eran esos mismos pocos kilometros los que los separaban de la derrota completa del enemigo; siempre faltaban reservas y un vacio abismal se abria en la retaguardia y en los flancos de las tropas victoriosas.
?Aquel verano de 1942! Probablemente cualquier hombre solo tiene una oportunidad en la vida para experimentar lo que el habia vivido aquellos dias. Habia sentido contra su rostro la respiracion de la India. En aquel periodo habia sentido lo mismo que sentiria una avalancha si tuviera sentimientos al barrer bosques y desbordar rios.
De pronto se le ocurrio que el oido aleman se habia familiarizado con el nombre de Friedrich; una idea ridicula, es cierto, petulante, pero le habia venido a la mente. Sin embargo era en aquellos dias cuando rugosos y asperos granos de arena rechinaban, bien bajo sus pies, bien contra sus dientes. En el cuartel general reinaba la exultacion del triunfo. De los comandantes de las unidades recibia informes escritos, orales, radiofonicos o telefonicos. Daba la impresion de que el trabajo militar ya no era algo duro, sino la expresion simbolica del triunfo aleman…
Pero un dia sono el telefono. Paulus descolgo el auricular.
«Herr comandante…» Reconocio la voz que le hablaba: era la entonacion de la vida prosaica de la guerra, que desarmonizaba con los repiqueteos de triunfo que llenaban el aire. Weller, comandante de una division, le comunicaba que en su sector los rusos habian pasado al ataque. Un destacamento de infanteria, equivalente en tamano a un batallon reforzado, habia logrado abrirse paso por el oeste y hacerse con la estacion de Stalingrado.
A aquel acontecimiento en apariencia insignificante estaba ligada la primera punzada de angustia que habia sentido Paulus.
Schmidt leyo el plan de operaciones en voz alta, enderezo ligeramente la espalda y levanto la barbilla, senal de que se daba cuenta del caracter oficial del momento, si bien el comandante y el mantenian unas relaciones excelentes.
E inesperadamente, en voz baja y en un tono que poco tenia que ver con el de un militar y menos aun con el de un general, Paulus pronuncio unas palabras extranas que dejaron a Schmidt contrariado:
– Confio en el exito. Pero ?sabe una cosa? Nuestra lucha en esta ciudad es absurda e innecesaria.
– Es una afirmacion un tanto inesperada viniendo del comandante de las tropas de Stalingrado -dijo Schmidt.
– ?La considera inesperada? Stalingrado ha dejado de ser el centro de las comunicaciones o de la industria pesada. ?Que hacemos aqui ahora? Podemos cubrir el flanco nordeste del ejercito del Caucaso a lo largo de la linea Astrajan-Kalach. Para eso, Stalingrado no nos hace ninguna falta. Estoy seguro de la victoria, Schmidt, tomaremos la fabrica de tractores. Pero eso no nos ayudara a cubrir nuestro flanco. Von Weichs no tiene duda de que los rusos van a atacar. Una jugada de farol no les va a detener.
– El curso de los acontecimientos puede cambiar de sentido -repuso Schmidt-, pero el Fuhrer nunca se ha batido en retirada sin lograr su objetivo.
Paulus creia que era una lastima que las victorias mas brillantes no hubieran dado los frutos esperados por no haber sido llevadas con decision y obstinacion hasta el final. Pero al mismo tiempo creia que la verdadera fuerza de un comandante se demostraba en la capacidad de abandonar un objetivo cuando este habia perdido su sentido.
Miro los ojos insistentes y perspicaces del general Schmidt, y dijo:
– No se espera de nosotros que impongamos nuestra voluntad en una gran estrategia.
Cogio de la mesa la orden de ataque y la firmo. -Haga solo cuatro copias; es estrictamente confidencial -dijo Schmidt.
14
Despues de la visita al Estado Mayor del ejercito de la estepa, Darenski se dirigio a una unidad desplegada en el flanco sureste del frente de Stalingrado, entre las aridas arenas del mar Caspio. Las estepas, con sus pequenos rios y sus lagos, eran una especie de tierra prometida: por alli crecia la hierba, algun arbol ocasional, relinchaban