– Alli la cosa esta que arde, ?no es asi, teniente?

– Mas para los rusos que para nosotros -respondio Bach, deseando agradar al radiologo y recibir un buen diagnostico que hiciera la operacion rapida e indolora.

Entro el cirujano. Los dos medicos observaron las radiografias; sin duda debian de ver la venenosa disidencia que en los ultimos anos se habia ido acumulando en su caja toracica.

El cirujano cogio el brazo de Bach y se puso a manipularlo, ora acercandolo a la pantalla, ora alejandolo. Solo le interesaba la herida; el hecho de que esta estuviera unida a un hombre con estudios superiores era una circunstancia del todo casual.

Los dos medicos comenzaron a hablar mezclando latinismos con burlones tacos en aleman, y Bach comprendio que su herida no era tan grave: no perderia el brazo.

– Prepare al teniente para la intervencion -dijo el cirujano-. Entretanto ire a examinar esa herida de craneo. Es un caso dificil.

El enfermero despojo a Bach de la bata y la ayudante del cirujano le mando sentarse en un taburete.

– Maldita sea -exclamo Bach con una sonrisa lastimosa, avergonzado por su desnudez-. Deberian haber calentado la silla, Fraulein, antes de hacer posar el trasero desnudo a un combatiente de la batalla de Stalingrado.

La mujer le respondio sin esbozar siquiera una sonrisa.

– Eso no forma parte de nuestras obligaciones.

Luego comenzo a sacar de un pequeno armario de cristal instrumentos que causaron pavor al teniente Bach.

Sin embargo, la extraccion del casco de metralla resulto rapida y facil. Bach incluso se sintio ofendido con el cirujano, cuyo desprecio hacia aquella operacion insignificante parecia hacerse extensible al herido.

La enfermera le pregunto a Bach si necesitaba que le acompanara a su habitacion.

– No, ire yo solo -respondio.

– No tendra que permanecer mucho tiempo en el hospital -anadio ella con voz reconfortante.

– Bien, ya comenzaba a aburrirme.

La mujer sonrio.

Evidentemente, la enfermera se habia formado su propia opinion de los heridos a partir de los articulos que habia leido en la prensa, donde escritores y periodistas relataban historias de soldados convalecientes que huian a hurtadillas de los hospitales para reincorporarse a sus queridos batallones y regimientos, movidos por un deseo imperioso de disparar contra el enemigo; de lo contrario, su vida no tenia sentido.

Es posible que los periodistas se encontraran con gente asi en los hospitales, pero Bach, por su parte, sintio una vergonzosa felicidad cuando pudo tumbarse en una cama cubierta de sabanas limpias, comer un plato de arroz y, dando una calada a su cigarrillo (pese a que en las habitaciones del hospital estaba estrictamente prohibido fumar), entablar conversacion con sus vecinos.

En la sala habia cuatro heridos: tres eran oficiales que servian en el frente y el cuarto, un funcionario con el pecho hundido y el vientre hinchado que, enviado en comision de servicio desde la retaguardia, habia sufrido un accidente automovilistico en la region de Gumrak. Cuando se tumbaba boca arriba, con las manos apoyadas sobre el estomago, parecia que al viejo esmirriado le hubieran metido debajo de la colcha, a guisa de broma, una pelota de futbol.

Sin duda este era el motivo por el que le habian colgado el apodo de portero.

El Portero era el unico que se quejaba de que la herida lo hubiera puesto fuera de combate. Hablaba en tono exaltado del deber, el ejercito, la patria, y del orgullo que constituia para el haber sido herido en Stalingrado.

Los oficiales del frente, que habian vertido su sangre por el pueblo, se mostraban sarcasticos respecto a su patriotismo. Uno de ellos, echado boca abajo a consecuencia de una herida en las nalgas, era el comandante Krapp, que estaba al mando de un destacamento de exploradores. Tenia la tez palida y los labios tan prominentes como sus ojos marrones.

– Por lo visto usted es de ese tipo de porteros que no hacen ascos a meter un gol -dijo Krapp-. No se contenta con detener la pelota.

Krapp estaba obsesionado con el sexo. Era su principal tema de conversacion.

El Portero, ansioso de pagar con la misma moneda a su ofensor, le pregunto:

– ?Por que esta tan palido? Supongo que trabaja en algun despacho.

Pero Krapp no trabajaba en las oficinas.

– Yo -dijo- soy un ave nocturna. Me lanzo a la caza por la noche. Con las mujeres, a diferencia de usted, me acuesto durante el dia.

En la sala juzgaban con acritud a los burocratas que todas las noches cogian los automoviles y se escapaban de Berlin a sus casas de campo; insultaban tambien a los intendentes mas veteranos que eran condecorados antes que los soldados del frente; hablaban de las penurias que soportaban sus familias, cuyas casas habian sido destruidas por las bombas; maldecian a los donjuanes de la retaguardia que aprovechaban su situacion para conquistar a las mujeres de los soldados; vituperaban las tiendas del frente donde solo se vendia agua de colonia y cuchillas de afeitar.

Al lado de Bach estaba el teniente Gerne. Al principio aquel creyo que se trataba de un aristocrata, pero luego supo que era uno de esos campesinos promovidos por el nacionalsocialismo. Era subjefe del Estado Mayor del regimiento y habia resultado herido por un casco de bomba durante un ataque aereo nocturno.

Cuando el Portero fue conducido a la sala de operaciones, el teniente Fresser, un hombre mas bien vulgar cuya cama estaba situada en la esquina, dijo:

– Llevan disparandome desde el 39, y nunca he proclamado mi patriotismo. Me dan de comer y de beber, me visten, y yo combato. Sin filosofias.

– No es del todo cierto -replico Bach-. Cuando los oficiales del frente hablan de la hipocresia de hombres como el portero, eso ya es una filosofia.

– Exacto -dijo Gerne-. ?Nos puede decir de que clase de filosofia se trata?

Por la expresion hostil en la mirada de Gerne, Bach intuyo que era uno de esos hombres que odiaban a la clase intelectual anterior a Hitler. Bach habia leido y escuchado multitud de discursos en los que se atacaba a la vieja clase intelectual por su afinidad con la plutocracia americana, sus simpatias ocultas por el talmudismo y las teorias hebraicas, por el estilo judaizante en la pintura y la literatura. La rabia se apodero de el. Ahora que estaba dispuesto a inclinarse ante la fuerza bruta de los hombres nuevos, ?por que lo miraban con gesto lugubre, felino? ?Acaso no le habian comido tambien a el los piojos? ?Es que no le habia devorado el frio igual que a ellos? ?A el, un oficial de primera linea, no le consideraban aleman! Bach cerro los ojos y se volvio hacia la pared…

– ?A que viene ese veneno en su pregunta? -farfullo, resentido.

Gerne replico con una sonrisa de despreciativa superioridad:

– ?De verdad no lo entiende?

– Acabo de decirselo, no lo entiendo -respondio Bach en tono airado, y anadio-: Pero me lo imagino.

Gerne, por supuesto, se echo a reir.

– ?Me acusa de duplicidad? -grito Bach.

– Eso es. De duplicidad -dijo Gerne.

– ?Impotencia moral?

En ese instante Fresser se echo a reir, y Krapp, levantandose sobre los codos, miro a Bach con insolencia.

– Degenerados -dijo Bach con voz atronadora-. Estos dos se encuentran fuera de los limites del pensamiento humano, pero usted, Gerne, se halla a medio camino entre el simio y el hombre… Hay que ser serio.

Entumecido por el odio, apreto con fuerza los ojos cerrados.

«Basta con que haya escrito un miserable opusculo sobre la cuestion mas trivial para pensar que eso le da derecho a odiar a los que sentaron las bases y levantaron los muros de la ciencia alemana. Solo tiene que publicar una novela anodina para poder escupir sobre la gloria de la literatura alemana. Usted cree que la ciencia y el arte son una especie de ministerios: lugares donde los empleados de la vieja generacion no le dan la oportunidad de hacer carrera. A usted y a su librito les falta espacio, y Koch, Nernst, Planck y Kellerman le estorban… La ciencia y el arte no son cosa de burocratas; el monte Parnaso esta bajo el cielo infinito, donde siempre, a lo largo de la historia de la humanidad, ha habido espacio para todos los talentos. Si no hay sitio para usted y sus esteriles frutos, no es por falta de espacio; simplemente no es ese su lugar. Os esforzais por abriros hueco, pero vuestros globos escualidos y medio inflados no se elevaran de la tierra ni un metro. Expulsareis a Einstein, pero no ocupareis su

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