direccion del campo. A Mostovskoi le habia divertido que el general Gudz seenfadara porque Osipov habia sido interrogado por el propio Liss, mientras que a el le habian enviado con uno de sus subalternos. Gudz lo habia interpretado como una falta de consideracion. Osipov contaba que Liss le habia interrogado sin interprete: Liss era un aleman de Riga con un buen dominio del ruso. Un joven oficial salio al pasillo, le dijo unas pocas palabras al guardia e hizo entrar a Mijail Sidorovich en el despacho, dejando la puerta abierta.
El despacho estaba vacio. Tenia el suelo cubierto por una alfombra, flores en un jarron y un cuadro colgado de la pared, en el que podia verse la linde de un bosque y los tejados rojos de las casas campesinas. Mostovskoi penso que era como estar en el despacho del director de un matadero: alrededor, el estertor de las bestias moribundas, las visceras humeantes, los hombres manchados de sangre, mientras que en el despacho del director todo estaba tranquilo y solo los telefonos negros sobre la mesa evocaban la comunicacion existente entre el matadero y el despacho.
?Enemigo! Que palabra tan clara y sencilla. Volvio a pensar en Chernetsov, en su miserable destino durante esa epoca de Sturm und Drang. Pero con guantes de hilo… Mostovskoi se miro las manos, los dedos.
Una puerta se abrio al fondo del despacho y a continuacion la puerta que daba al pasillo se cerro con un chirrido; el guardia debia de haberla cerrado cuando vio entrar a Liss.
Mostovskoi aguardaba de pie, con el ceno fruncido.
– Buenos dias -dijo en voz baja un hombre no demasiado alto con el emblema de las SS en la manga de su uniforme gris.
En el rostro de Liss no habia nada repulsivo, y por esa razon a Mijail le daba miedo mirarlo: su nariz aguilena, sus ojos vigilantes de un gris oscuro, la frente alta, las mejillas palidas y demacradas… todo conferia a su rostro una expresion ascetica.
Liss espero a que Mostovskoi acabara de toser y luego dijo:
– Deseo hablar con usted.
– Yo, en cambio, no lo deseo -le respondio Mostovskoi mientras miraba de reojo al rincon del despacho donde esperaba ver aparecer a los ayudantes de Liss: los torturadores que le molerian a golpes.
– Le comprendo perfectamente -dijo Liss-. Sientese. Ofrecio asiento a Mostovskoi en un sillon y se sento a su lado.
Liss hablaba un ruso descarnado, esa lengua con regusto a cenizas frias de la que se nutren los folletos de divulgacion cientifica.
– ?Se encuentra mal?
Mostovskoi se encogio de hombros, sin decir nada.
– Si, si, lo se. He enviado a un medico que me ha informado. Le he molestado en mitad de la noche. Pero tenia muchas ganas de hablar con usted.
«Si, si, claro», penso Mostovskoi, y dijo:
– Me han traido aqui para interrogarme. Usted y yo no tenemos nada de que hablar.
– ?Por que? -pregunto Liss-. Todo lo que ve es mi uniforme; pero no naci dentro de el. El Fuhrer, el Partido disponen, y nosotros, los soldados del Partido, obedecemos. Yo siempre he sido un teorico, me interesan las cuestiones filosoficas, la historia, pero soy un miembro del Partido. ?Es que acaso a todos los agentes del NKVD les gusta su trabajo?
Mostovskoi observo el rostro de Liss con detenimiento y penso que aquella cara palida de frente alta deberia estar dibujada en la raiz del arbol de la evolucion, que la evolucion partia de el y daba origen al hombre peludo de Neanderthal.
– Si el Comite Central le hubiera ordenado que apoyara el trabajo de la Cheka, ?habria podido negarse? No, habria apartado a Hegel a un lado y se habria puesto a trabajar. Es lo que yo he hecho.
Mijail Sidorovich volvio la mirada hacia su interlocutor: el nombre de Hegel, pronunciado por aquellos labios inmundos, sonaba extrano, sacrilego…
Si en un tranvia abarrotado se le hubiera acercado un ladron peligroso, experto, y hubiera entablado conversacion con el, no le habria escuchado; se habria limitado a seguir con la mirada sus manos, esperando ver de un momento a otro centellear la navaja de afeitar y dispuesto a golpearle en los ojos.
Liss levanto las palmas de sus manos, las miro y dijo:
– Nuestras manos son como las vuestras: aman el trabajo duro, no tienen miedo de ensuciarse.
En el rostro de Mijail Sidorovich aparecio una mueca; le resultaba insoportable reconocer en aquel hombre sus propios gestos, sus palabras.
Liss comenzo a hablar deprisa, animadamente, como si ya hubiera charlado antes con Mostovskoi y ahora se alegrara de tener la oportunidad de concluir la conversacion interrumpida.
– Bastan veinte horas de vuelo para que pueda sentarse en el sillon de su despacho en la ciudad sovietica de Magadan. Para nosotros usted esta en su casa, pero no ha tenido suerte. Me apena cuando su propaganda hace coro a la propaganda de la plutocracia y habla de justicia partidista.
Liss meneo la cabeza. Y las palabras que siguieron fueron todavia mas turbadoras, inesperadas, espantosas y disparatadas:
Cuando nos miramos el uno al otro, no solo vemos un rostro que odiamos, contemplamos un espejo. Esa es la tragedia de nuestra epoca. ?Acaso no se reconocen a ustedes mismos, su voluntad, en nosotros? ?Acaso para ustedes el mundo no es su voluntad? ?Hay algo que pueda hacerles titubear o detenerse?
Liss aproximo su rostro al de Mostovskoi:
– ?Me comprende? No domino el ruso a la perfeccion, pero deseo tanto que me comprenda… Ustedes creen que nos odian, pero es solo una apariencia: se odian a ustedes mismos en nosotros. Terrible, ?no es cierto? ?Me comprende?
Mijail Sidorovich decidio guardar silencio; no dejaria que Liss le arrastrara a aquella conversacion.
Pero por un instante le dio la impresion de que el hombre que le miraba a los ojos no trataba de enganarle, que se esforzaba de verdad y escogia con tino las palabras. Parecia lamentarse, pidiendole ayuda para encontrar el sentido a algo que le atormentaba.
Mostovskoi se sentia mal. Tenia la sensacion de que una aguja le estaba atravesando el corazon.
– ?Me comprende? -repitio enseguida Liss, demasiado excitado ya para ver a Mostovskoi-. Cuando damos un golpe a su ejercito lo infligimos contra nosotros mismos. Nuestros tanques no solo han roto sus defensas, han quebrado tambien las nuestras; las orugas de nuestros tanques aplastan al nacionalsocialismo. Es horrible, es una especie de suicidio cometido en un sueno. Para nosotros puede acabar de manera tragica. ?Lo comprende? Si ganamos, nosotros, los vencedores, nos quedaremos sin ustedes, solos contra un mundo que nos es extrano, que nos odia.
Habria sido facil refutar las palabras de aquel hombre. Pero sus ojos se acercaron aun mas a Mostovskoi. Sin embargo habia algo todavia mas repugnante y peligroso que las palabras de aquel astuto provocateur de las SS, y es que, a veces, ya fuera con timidez o con malicia, Liss rasgunaba el corazon y el cerebro de Mostovskoi. Eran dudas abominables y sucias que Mostovskoi no encontraba en las palabras del otro, sino en su propia alma.
Como un hombre que tiene miedo a la enfermedad, que teme sufrir un tumor maligno, pero en lugar de ir al medico, finge no sentir malestar y trata de evitar las conversaciones sobre enfermedades con sus allegados. Y de repente, un dia alguien le dice: «Oiga, usted siente estos dolores, ?verdad? Especialmente por las mananas, despues de… si, si…».
– ?Me comprende, maestro? -pregunto Liss-. Un pensador aleman, seguro que usted conoce sus brillantes estudios, dijo que la tragedia de Napoleon consistia en que expresaba el alma de Inglaterra, y precisamente en Inglaterra tenia a su enemigo mortal.
«Ay, seria mejor que me molieran a golpes», penso Mijail Sidorovich. Y luego: «Ah, se refiere a Spengler».
Liss encendio un cigarrillo y alargo su pitillera a Mostovskoi.
– No quiero -dijo Mijail Sidorovich con la voz entrecortada.
Se sintio mas tranquilo cuando reparo en que todos los policias del mundo, ya fueran los que le habian interrogado cuarenta anos atras, ya fuera este que hablaba de Hegel y Spengler, utilizaban la misma estupida tecnica: ofrecer un cigarrillo al prisionero. Claro, es cierto, la desorientacion se produce a causa del agotamiento nervioso, de la sorpresa: el esperaba recibir una paliza, y de repente se enfrentaba a aquella conversacion repulsiva y absurda. Pero incluso la policia zarista entendia un poco de cuestiones politicas, y entre sus filas habia personas verdaderamente cultas; uno incluso habia leido El capital. Sin embargo lo mas interesante seria saber si a aquel