y es el ultimo en marcharse». Asi se hablaba de Kovchenko. Pero un nuevo director es aun mas respetado por sus subordinados cuando se dice de el: «Hace dos semanas quefue nombrado y solo ha venido un dia media horita. No se le ve el pelo». Esa es la prueba de que el director dicta las nuevas leyes y que frecuenta las altas esferas gubernamentales.
Asi se hablaba al principio del academico Shishakov.
En cuanto a Chepizhin, se habia ido a trabajar a su dacha o, como el decia, a su granja-laboratorio. El profesor Feinhard, un famoso cardiologo, le habia aconsejado no realizar movimientos bruscos ni levantar peso. Sin embargo, Chepizhin cortaba lena, cavaba zanjas y se sentia en plena forma. Escribio al profesor Feinhard que el estricto regimen de vida le estaba resultando de gran ayuda.
En el Moscu azotado por el hambre y el frio el instituto parecia un oasis de calor y lujo. Cuando los miembros del personal entraban a trabajar sentian un enorme placer al calentarse las manos junto a los caldeados radiadores despues de haberse congelado durante la noche en sus humedos apartamentos.
A los empleados del instituto les gustaba en particular la nueva cantina instalada en el sotano. Disponia de un bufe donde se podia tomar yogur, cafe dulce y salchichon. Y al servir la comida, la mujer de detras del mostrador no cortaba los cupones de la carne y la grasa de las cartillas de racionamiento, gesto que era muy apreciado entre el personal del instituto.
La cantina ofrecia seis tipos de menu: para los doctores en ciencias, para los jeies de investigacion, para los jovenes investigadores, para los ayudantes de laboratorio, para el personal tecnico y para el de servicio.
Las pasiones mas desbordantes se desataban alrededor de las comidas de las dos categorias superiores, que se distinguian por constar de un postre: compota de frutos secos o jalea en polvo. Tambien suscitaban emocion los paquetes de comida que se entregaban a domicilio a los doctores y los responsables de las secciones. Savostianov solia bromear diciendo que probablemente la teoria copernicana habia generado muchos menos comentarios que aquellos paquetes de comida.
A veces parecia que la elaboracion de las normas referentes a la asignacion de las raciones no dependiera solo de la direccion y del comite del Partido, sino que en ella participaran fuerzas mas elevadas y misteriosas.
Una noche Liudmila Nikolayevna dijo:
– Es extrano, ?sabes? Hoy he recibido tu paquete. A Svechin, esa nulidad en el campo cientifico, le han dado dos decenas de huevos mientras que a ti, por alguna razon, solo te han tocado quince. Incluso he comprobado la lista. A Sokolov y a ti os corresponden quince.
Shtrum pronuncio un discurso sarcastico:
– ?Dios mio! ?Que querra decir eso? Todo el mundo sabe que a los cientificos se les clasifica segun diferentes categorias: supremos, grandes, ilustres, eminentes, notables, experimentados, calificados y, por ultimo, viejos.
Dado que los supremos y los grandes no se encuentran entre los vivos, no hace falta darles huevos.
Todos los demas reciben col, semola y huevos en funcion de su peso cientifico. Pero entre nosotros todo se embrolla con otras cuestiones: se tiene en cuenta si uno es activo socialmente, si se dirige un seminario de marxismo, si se esta proximo a la direccion. El resultado es un absoluto disparate. El encargado del garaje de la Academia es colocado al mismo nivel que Zelinski: recibe veinticinco huevos. Ayer en el laboratorio de Svechin una mujer encantadora incluso se echo a llorar de la humillacion y se nego a ingerir alimentos, como Gandhi.
Nadia, escuchando a su padre, se desternillaba de risa.
– Sabes, papa, es increible que no te averguences de zamparte tus costillas delante de las mujeres de la limpieza. La abuela nunca habria hecho eso.
– A cada uno segun su trabajo -dijo Liudmila Nikolayevna-. ?Lo entiendes? Ese es el principio del socialismo.
– Pamplinas. En la cantina no huele demasiado a socialismo -exclamo Shtrum, y anadio-: De todos modos, me importa un bledo toda esta historia. ?Sabeis lo que me ha contado hoy Markov? El personal de nuestro instituto y tambien los del Instituto de Matematicas copian a maquina mi obra y se la pasan de mano en mano.
– ?Como los poemas de Mandelshtam? -pregunto Nadia.
– No te burles -dijo Shtrum-. Los estudiantes de los ultimos cursos han solicitado una conferencia especial sobre el tema.
– ?Vaya! -replico Nadia-. A ver si tenia razon Alka Postoyeva cuando decia: «Tu papa es todo un genio».
– Bueno -rectifico Viktor-. Estoy lejos de ser un genio.
Se marcho a su habitacion, pero no tardo en volver y decirle a su mujer:
– No me saco esa tonteria de la cabeza. ?Darle dos decenas de huevos a Svechin! ?Que formas mas sorprendentes que tienen de humillar a la gente!
Era vergonzoso, pero a Shtrum le dolia que hubieran colocado a Sokolov en la misma categoria que a el. «Tendrian que haber reconocido mi superioridad, aunque solo hubiera sido con un huevo adicional. Podrian haber dado catorce a Sokolov, hacer una distincion simbolica».
Intentaba reirse de si mismo, pero su penosa irritacion no se templaba: estar equiparado a Sokolov en la distribucion de viveres le ofendia mas que la supremacia de Svechin. En el caso de Svechin todo estaba claro: el era miembro del buro del Partido, su ventaja obedecia a cuestiones de orden politico. Y eso no le daba ni frio ni calor.
Pero con Sokolov entraba en juego la capacidad cientifica, sus meritos como investigador. Y a eso si que no era indiferente. Una sensacion de exasperacion que nacia en lo mas profundo de su alma se apodero de el. ?Que forma tan ridicula y deplorable habian encontrado para valorar a las personas! Pero ?que podia hacer si el hombre no era siempre noble y tenia sus momentos de ruindad?
Mientras se acostaba, Shtrum recordo su reciente conversacion con Sokolov acerca de Chepizhin y dijo en voz alta, fuera de si por la ira:
– ?Homo laqueus!
– ?De quien hablas? -pregunto Liudmila Nikolayevna, que estaba leyendo un libro en la cama.
– De Sokolov -dijo Shtrum-. Es un lacayo.
Liudmila puso un dedo en el libro para marcar la pagina donde se habia quedado y sin girar la cabeza hacia su marido dijo:
– Terminaran por echarte del instituto, y todo por tus discursitos ingeniosos. Eres irritante, aleccionas a todo el mundo… Te has enemistado con todos y ya veo que ahora quieres hacer tres cuartos de lo mismo con Sokolov. Pronto nadie pondra los pies en nuestra casa.
– No, Liuda, querida -se defendio Shtrum-, no te pongas asi. ?Como puedo explicartelo? Hay el mismo miedo que antes de la guerra, el miedo ante cada palabra que se pronuncia, la misma impotencia. ?Chepizhin! Ese si que es un gran hombre, Liuda. Pense que el instituto seria pura ebullicion, pero la unica persona que hizo un comentario compasivo hacia el fue el viejo vigilante. Y luego lo que Postoyev le dijo a Sokolov: «Lo mas importante es que usted y yo somos rusos». ?A que venia eso?
Deseaba hablar un largo rato con Liudmila, hacerla participe de sus pensamientos. Le avergonzaba preocuparse, muy a su pesar, de todas esas historias de la distribucion de comida. ?Por que? ?Por que en Moscu tenia la impresion de haberse vuelto viejo, apagado? ?Por que todas esas menudencias del dia a dia, intereses pequenoburgueses e historias del servicio se habian vuelto de repente tan importantes? ?Por que su vida espiritual en Kazan era mas profunda, mas pura, mas rica? ?Por que incluso su trabajo cientifico, su alegria, se veia empanado por pensamientos ambiciosos y mezquinos?
– Todo es muy dificil; no me encuentro bien. Liuda, ?por que no dices nada? Eh, ?Liuda? ?Comprendes lo que te digo?
Liudmila Nikolayevna no contesto. Se habia quedado dormida.
Viktor se rio en voz baja. Le parecia comico que de las dos mujeres que conocian sus problemas una se hubiera dormido y la otra no pegara ojo. Despues imagino el rostro delgado de Maria Ivanovna y le repitio las mismas palabras que hace un momento le habia dicho a su mujer:
– ?Me comprendes, Masha?
«Caramba, que disparates se me pasan por la cabeza», penso mientras se dormia.
En efecto, por la cabeza se le habia pasado un verdadero disparate.
Shtrum era un inepto para cualquier actividad manual. En casa, cuando la plancha electrica se quemaba o saltaba la luz por un cortocircuito, era Liudmila Nikolayevna quien se ocupaba de las reparaciones.
Durante los primeros anos de vida en comun con Viktor, a Liudmila le enternecia su torpeza. Pero en los