«Pero ?que es esto? -penso-. ?Habre escrito una denuncia? Aunque no sea mentira, no deja de ser una denuncia… No hay nada que hacer, camarada, eres un miembro del Parado, debes cumplir con tu deber.» Por la manana, Krimov entrego su informe en el departamento politico del frente de Stalingrado.

Al cabo de dos dias fue llamado por el director de la seccion de agitacion y propaganda del frente, el comisario de regimiento Oguibalov, que sustituia al jefe del departamento politico. Toscheyev no podia recibir a Krimov porque estaba ocupado con un comisario de un cuerpo de tanques que venia del frente.

El comisario Oguibalov, un hombre metodico y reflexivo cuya gran nariz resaltaba sobre su rostro macilento, dijo a Krimov:

– En pocos dias le mandaremos de vuelta a la orilla derecha, camarada Krimov, pero esta vez se le destinara al 64° Ejercito de Shumilov. A proposito, un coche nuestro le llevara al puesto de mando del obkom del Partido. Desde alli se dirigira hasta el lugar donde se encuentra Shumilov. Los secretarios del obkom iran a Beketovka para la celebracion de la Revolucion de Octubre.

Sin apresurarse dicto a Krimov las instrucciones. Las tareas que le habian asignado eran insignificantes, hasta tal punto carentes de interes que resultaban humillantes. Consistian en recoger documentos administrativos en modo alguno trascendentes desde el punto de vista de la accion.

– ?Que hay de mi conferencia? -pregunto Krimov-. He preparado, tal como ordeno, la conferencia para la celebracion de Octubre, y deseaba leerla en varias unidades.

– Prescindiremos de ella por el momento -respondio Oguibalov, y se puso a explicarle el motivo.

Cuando Krimov se disponia a marcharse, el comisado le dijo:

– Con relacion a su informe, el jefe de la seccion politica me ha puesto al corriente.

A Krimov le dio un vuelco el corazon: probablemente el caso de Grekov ya habia sido abierto. El comisario del regimiento le dijo:

– Su guerrero Grekov ha estado de suerte: ayer el jefe de la seccion politica del 62° Ejercito nos comunico que habia muerto en la ofensiva alemana contra la fabrica de tractores, junto con todo su destacamento.

Y para consolar a Krimov, anadio:

– El comandante del ejercito le habia propuesto para ser nombrado a titulo postumo heroe de la Union Sovietica. Esta claro que dicha propuesta no prosperara.

– Krimov se encogio de hombros, como diciendo: «Bueno, ha tenido un golpe de suerte. Que no se hable mas».

Bajando la voz, Oguibalov le confeso:

– El jefe de la seccion especial cree que podria estar vivo. Que se ha podido pasar al bando enemigo.

En casa, Krimov encontro una nota: le pedian que pasara por la seccion especial. Por lo visto, el asunto Grekov no estaba concluido.

Krimov decidio posponer aquella desagradable conversacion para cuando volviera. Despues de todo, un caso postumo no presentaba una urgencia apremiante.

38

El obkom del Partido habia decidido celebrar el 25° aniversario de la Revolucion con una sesion solemne en la fabrica Sudoverf, en la aldea de Beketovka, situada al sur de Stalingrado.

El 6 de noviembre por la manana, temprano, los responsables regionales del Partido se reunieron en el puesto de mando subterraneo del obkom de Stalingrado, que se hallaba en un robledo de la orilla occidental del Volga.

El primer secretario del obkom, los secretarios, de seccion y los miembros de la oficina del buro del obkom tomaron un exquisito desayuno caliente y salieron del robledo en diversos coches en direccion a la carretera que conducia al Volga.

Era la misma carretera que utilizaban por la noche las unidades de tanques y artilleria que se dirigian al cruce de Tumansk. La estepa, roturada por la guerra, salpicada de terrones congelados que desprendian un barro sucio de color parduzco y cuya superficie cubierta de charcos helados parecia soldada con estano, presentaba un aspecto desolador, triste.

A una decena de kilometros de la orilla se oia el crujido del hielo que flotaba en el Volga. Un fuerte viento soplaba rio abajo; la travesia del Volga a bordo de una barcaza de hierro descubierta se podia calificar de todo menos de divertida.

Los soldados que esperaban a ser trasladados a la otra orilla, protegidos con unos capotes zarandeados por el viento glacial del Volga, se apinaban y trataban de evitar el contacto con el hierro helado. Los hombres producian un triste taconeo, doblaban las piernas; pero cuando sintieron el empuje de las gelidas rafagas de Astrajan no tuvieron ya fuerzas para soplarse las puntas de los dedos, ni para darse palmadas en los costados, ni siquiera para limpiarse la nariz: estaban entumecidos por el frio. Por encima de las aguas del Volga se expandian los jirones de humo que emanaba la chimenea del barco. Sobre el fondo del hielo el humo parecia particularmente negro, y el hielo tambien parecia mas blanco bajo la sutil cortina de humo. Daba la impresion de que el hielo traia la guerra de las orillas de Stalingrado.

Un cuervo con la cabeza grande se habia posado sobre un bloque de hielo y estaba absorto en sus reflexiones. Por supuesto, tenia material de sobra para reflexionar. Sobre el bloque de al lado yacia un trozo de capote quemado; sobre otro se levantaba una bota de fieltro dura como una piedra y sobresalia una carabina cuyo canon torcido estaba encastrado en el hielo. Los coches del obkom subieron a la barcaza. Los secretarios y los miembros del buro salieron de los coches y observaron, junto a la borda, los bancos de hielo que se deslizaban lentamente, crujiendo.

Un viejo de labios azulados tocado con un gorro del Ejercito Rojo y ataviado con una corta pelliza negra, a todas luces el encargado de la barcaza, se acerco al secretario de transporte del obkom, Laktionov, y con una voz increiblemente ronca a causa de la humedad del rio y el consumo empedernido de vodka y de tabaco le dijo:

– En el primer viaje que hicimos esta manana, camarada secretario, encontramos a un marinero sobre un bloque de hielo. Los chicos lo sacaron del agua, pero por poco no acaban en el fondo con el. Ha sido necesario trabajar con palas. Mire, alli esta, en la orilla, bajo una lona impermeable.

El viejo senalo con una manopla sucia en direccion a la orilla. Laktionov miro, pero sin alcanzar a ver el cadaver arrancado al hielo y, para ocultar su malestar, le pregunto a boca jarro, en tono grosero, apuntando hacia el cielo:

– ?Estan golpeando fuerte estos dias? ?A que horas sobretodo?

El viejo hizo un gesto de negacion con la mano.

– Ahora los bombardeamos nosotros.

El viejo impreco al enemigo, ahora debilitado, y mientras pronunciaba aquellas frases injuriosas, su voz perdio la ronquera; sonaba estentorea y alegre.

Entretanto, el remolcador arrastraba despacio la barcaza hacia Beketovka; la orilla de Stalingrado no parecia azotada por la guerra, sino igual que siempre, con su concentracion de almacenes, garitas, barracas…

Los secretarios y miembros del buro, cansados de las embestidas del viento, volvieron a entrar en sus coches. Los soldados, a traves de los cristales, los miraban como peces que nadaran calientes en su acuario.

Los dirigentes del Partido, sentados en sus coches, fumaban, se rascaban, hablaban entre si…

La sesion solemne se celebro por la noche. Las invitaciones, impresas con una tipografia militar solo se diferenciaban de las que circulaban en tiempo de paz en el papel gris y poroso, que era de pesima calidad, y en que no se precisaba el lugar del encuentro.

Los dirigentes del Partido en Stalingrado, los invitados del 64° Ejercito, los ingenieros y obreros de las fabricas vecinas se dirigian a la reunion guiados por aquellos que conocian bien el camino: «Aqui hay una curva, alli otra; cuidado, justo ahi hay un crater de bomba, y ahora unos railes; atencion, nos acercamos a un foso de cal…».

En la oscuridad resonaban las voces y el paso firme de botas.

Krimov, que durante la tarde despues de la travesia habia tenido tiempo de visitar la seccion politica, llego al lugar de la celebracion con los representantes del 64° Ejercito.

Habia algo en la manera en que aquella muchedumbre penetraba en el laberinto de la fabrica, en pequenos grupos y arropada por la oscuridad de la noche, que recordaba las celebraciones revolucionarias de la vieja Rusia.

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