Krimov.casi jadeaba de emocion. Entendia que ahora, sin haberlo preparado previamente, seria capaz de pronunciar un discurso, y con el sentido adquirido durante varios anos de experiencia coma orador de masas, sabia que los hombres habrian experimentado la misma emocion y felicidad al comprender que la hazana de Stalingrado estaba emparentada con la lucha revolucionaria de los obreros rusos. Si, si, si. La guerra que habia movilizado las colosales fuerzas nacionales era una guerra por la Revolucion. No habia traicionado la causa de la Revolucion recordando a Suvorov en la casa 6/1. Stalingrado, Sebastopol, el destino de Radischev, la potencia del Manifiesto de Marx, los llamamientos de Lenin desde su automovil blindado en la estacion de Finlandia constituian una unidad.
Vio a Priajin, que caminaba con el mismo paso tranquilo y flematico de siempre. Era increible que Krimov nunca consiguiera hablar con el.
Habia ido a visitarle tan pronto como habia llegado al puesto de mando subterraneo del obkom. Tenia muchas cosas que contarle. Pero no habia sido posible; el telefono habia sonado casi sin cesar, y si no era el telefono siempre habia alguien que tenia necesidad de hablar con el primer secretario. De improviso Priajin pregunto a Krimov:
– ?Conoces a un tal Guetmanov?
– Si-respondio Krimov-. Lo conoci en Ucrania, en el Comite Central del Partido. Era miembro del buro del Comite Central. ?Por que lo pregunta?
Priajin no contesto. Despues comenzo el revuelo de la partida. Krimov se ofendio cuando Priajin no le ofrecio asiento en su coche. Dos veces se habian encontrado frente a frente pero Priajin se comportaba como si no lo reconociese y sus ojos mostraban una expresion de fria indiferencia.
Los soldados andaban por el pasillo iluminado. Estaba el flacido comandante Shumilov, con su robusto pecho y su grueso vientre, y el general Abramov, miembro del Consejo Militar, un pequeno siberiano con ojos saltones de color marron. En aquella camaraderia sencilla, en aquella, aglomeracion de hombres que fumaban enfundados en guerreras, chaquetones guateados y pellizas, avanzaban los generales, y Krimov tenia la impresion de revivir el espiritu de los primeros anos de la Revolucion, el espiritu leninista. Lo habia experimentado nada mas pisar la orilla derecha de Stalingrado.
Los miembros del presidium ocuparon sus puestos y el presidente del soviet de Stalingrado, Piksin, apoyo las manos sobre la mesa como hacen todos los presidentes, tosio ligeramente hacia el lado donde habia mas alboroto y declaro abierta la sesion solemne del soviet de Stalingrado de las organizaciones del Partido, de los representantes de las unidades militares y de las fabricas de la ciudad, dedicada a conmemorar el 25° aniversario de la Gran Revolucion de Octubre.
Por el bullicio de la salva de aplausos se podia deducir que los que palmoteaban eran un publico exclusivamente masculino compuesto por soldados y obreros.
Despues, el primer secretario Priajin, pesado, lento, de frente alta, comenzo a pronunciar su conferencia. Cualquier conexion entre el momento presente y lo que habia sucedido en el pasado se desvanecio de golpe. Era como si Priajin hubiera entrado en una polemica con Krimov, como si hubiera adoptado deliberadamente aquel tono pausado para refutar su emocion.
Las fabricas de la region estaban cumpliendo con el plan quinquenal. Las zonas rurales de la orilla izquierda, aunque con ligeros retrasos, habian abastecido de manera satisfactoria al Estado con sus correspondientes cuotas de grano.
Las fabricas ubicadas en la ciudad y un poco mas al norte estaban situadas dentro de la zona de operaciones militares y, por ese motivo, era comprensible que no hubieran podido cumplir sus obligaciones para con el Estado.
Una vez, durante un mitin celebrado en el frente, aquel mismo hombre se habia sacado el gorro de la cabeza en presencia de Krimov y habia gritado: «?Camaradas soldados, hermanos, abajo la guerra sanguinaria! ?Viva la libertad!» Ahora, mirando a la sala, explicaba que el descenso de la cantidad de cereal entregado al Estado se debia a que los distritos de Zimovniki y de Kotelnikovo no habian podido respetar sus compromisos ya que eran escenario de operaciones militares, y a que Kalach y Verjne-Kurmoyarsk habian sido tomadas total o parcialmente por el enemigo.
Luego, el conferenciante declaro que la poblacion de la provincia, ademas de seguir trabajando para cumplir con sus obligaciones respecto al Estado, habia participado activamente en las operaciones militares contra los invasores fascistas. Ofrecio las cifras de participacion de los obreros de la ciudad que se habian enrolado en unidades improvisadas de milicianos y, precisando que los datos no eran completos, leyo la lista de los habitantes de Stalingrado que habian sido condecorados por haber llevado a cabo de manera ejemplar misiones confiadas por el alto mando, y por el heroismo que habian demostrado.
Al escuchar la voz serena del primer secretario, Krimov comprendio que la disparidad manifiesta entre sus pensamientos y sentimientos y las palabras de aquel que declamaba sobre agricultura e industria en las regiones que habian cumplido con sus obligaciones respecto al Estado no expresaba la absurdidad de la vida, sino el sentido de la vida.
El discurso de Priajin, frio como el marmol, constataba el indiscutible triunfo del Estado, que los hombres habian defendido con su sufrimiento y su pasion por la libertad.
Los soldados y los obreros tenian el semblante serio.
Que extrano y penoso era recordar a los hombres que habia conocido en Stalingrado, a Tarasov, a Batiuk, las conversaciones con la gente de la casa 6/1. ?Que desagradable y dificil era pensar en Grekov muerto en las ruinas de la casa cercada!
Pero ?quien era para el aquel Grekov que le habia hecho un comentario tan inquietante? Grekov habia disparado contra el… ?Y por que las palabras de Priajin, su viejo camarada, primer secretario del obkom de Stalingrado, le sonaban frias, extranas? ?Que sensacion tan confusa, tan complicada!
Priajin se acercaba ya al final de su exposicion:
– Nos sentimos felices de poder comunicar al gran Stalin que los obreros de la region han cumplido con sus obligaciones respecto al Estado sovietico…
Concluida la conferencia, Krimov, abriendose paso entre la multitud hacia la salida, busco con la mirada a Priajin, No era asi como deberia haber presentado su conferencia, en los dias que se libraba la batalla de Stalingrado.
De repente Krimov la vio: Priajin habia bajado del estrado y estaba de pie junto al comandante del 64° Ejercito. Priajin miro fijamente a Krimov, con los ojos pesados, y al darse cuenta de que Krimov tambien le estaba observando, desvio lentamente la mirada.
«?Que significa esto?», se pregunto Krimov.
39
De noche, despues de la solemne sesion, Krimov paro un coche que se dirigia a la central electrica.
Aquella noche la central tenia un aspecto particularmente siniestro. El dia antes habia sido bombardeada por aviones alemanes. Las explosiones habian abierto crateres y levantado masas de tierra compacta. Ciegos, sin cristales, los talleres habian cedido parte de su estructura a causa de las detonaciones; el edificio de tres plantas de la administracion estaba en ruinas.
Los transformadores de aceite, humeantes, se consumian lentamente en pequenas llamas dentelladas.
El guardia, un joven georgiano, condujo a Krimov a traves del patio iluminado por las llamas. Krimov noto que los dedos de su acompanante, que se habia encendido un cigarrillo, temblaban: no solo los edificios de piedra habian sido devastados y quemados por las bombas, tambien el hombre ardia, participe del caos.
Desde el momento en que habia recibido la orden de dirigirse a Beketovka, Krimov no habia dejado de pensar en encontrarse con Spiridonov [94]. ?Y si Zhenia estuviera alli, en la central? ?Y si Spiridonov tuviera noticias de ella? Tal vez hubiera recibido una carta de ella con una posdata: «?Tiene noticias de Nikolai Grigorievich?».
Se sentia agitado y feliz. Quiza Spiridonov le dijera: «Yevguenia Nikolayevna estaba siempre triste». O le confesaria: «Sabe, lloraba».
Desde la manana sentia un deseo irresistible de dirigirse a la central. Deseaba intensamente acercarse hasta