aquella sensacion de fraternidad se desvanecio en un instante.

– ?Pavel Andreyevich, esta cancion aqui no pega ni con cola! -le interrumpio Spiridonov.

Andreyev se callo enseguida, le miro y dijo:

– Nunca lo hubiera pensado. Debia de estar sonando.

El centinela georgiano mostro a Krimov el punto de la mano donde se le habia saltado la piel.

– Me lo hice desenterrando a mi amigo; Seriozha Vorobiov se llamaba.

Sus ojos negros brillaron y dijo con un jadeo que mas bien era un grito agudo:

– Seriozha era mas que un hermano para mi.

El vigilante nocturno de pelo cano, un poco achispado, empapado en sudor, no daba tregua a Nikolayev, el miembro del Comite Central;

– No, mejor escucheme a mi. Makuladze dice que queria a Seriozha Vorobiov mas que a su propio hermano, ?lo ha oido? Sabe, una vez estuve trabajando en una mina de antracita donde el jefe me tenia muchisimo carino, me respetaba. Bebiamos juntos y luego yo le cantaba canciones. Me decia a la cara: «Para mi eres como un hermano aunque solo seas un minero». Charlabamos, comiamos juntos.

– ?Que era, georgiano? -le pregunto Nikolayev.

– ?A que viene eso de si era georgiano?

Era el senor Voskresenski, el dueno de todas las minas. No te puedes imaginar lo que me respetaba. Un hombre con un capital de millones. ?Comprendes de que tipo de hombre te hablo?

Nikolayev intercambio una mirada con Krimov, y se guinaron el ojo en plan de broma, moviendo ligeramente la cabeza.

– Bien, bien -dijo Nikolayev-. En efecto, nunca te acostaras sin saber una cosa mas.

– Pues ya sabes, aprende -respondio el viejo sin darse cuenta de que era el el objeto de sus burlas.

Fue una velada extrana. Entrada la noche, cuando la gente empezo a marcharse, Spiridonov le dijo a Krimov: -No te molestes en buscar tu abrigo, Nikolai. Esta noche la pasaras aqui.

Le preparo la cama sin prisas, preocupandose por todos los detalles: la colcha, el cubrepies enguatado, la lona impermeable para el suelo. Krimov salio del refugio, permanecio un momento en la oscuridad mirando la ondulacion del fuego y regreso al subterraneo, donde Spiridonov todavia estaba haciendole la cama.

Cuando se saco las botas y se acosto, Spiridonov le pregunto:

– ?Estas comodo?

Acaricio la cabeza de Krimov a la vez que esbozaba una sonrisa amable, de borracho.

El fuego que se propagaba arriba por alguna razon recordo a Krimov las hogueras que ardian en Ojotni Riad aquella noche de enero de 1924 en que se celebro el entierro de Lenin. Todos los hombres que se habian quedado a pasar la noche en el subterraneo parecian estar ya dormidos. Las tinieblas eran impenetrables.

Krimov estaba tendido en la cama con los ojos abiertos sin apercibirse de la oscuridad; pensaba, recordaba…

El frio intenso habia sido la tonica de aquellos dias. El sombrio cielo invernal se cernia sobre las cupulas del monasterio Strastnoi, sobre cientos de personas que llevaban calados gorros con orejeras y sombreros puntiagudos, vestidas con capotes y cazadoras de cuero. De repente la plaza del monasterio se inundo de miles de folletos blancos con el comunicado oficial.

Los restos mortales de Lenin fueron transportados desde Gorki hasta la estacion en un trineo de campesino. Los patines crujian, los caballos resoplaban. El feretro era seguido por su viuda, Krupskaya, que llevaba en la cabeza un pequeno sombrero redondo de piel sujeto con un panuelito gris; por las dos hermanas de Lenin, Anna y Maria; por sus amigos, por campesinos del pueblo de Gorki.

Asi es como se acompana al reposo eterno a un agronomo, a un respetable medico rural o a un profesor.

El silencio se hizo en Gorki. Los azulejos de la estufa holandesa brillaban; al lado de la cama cubierta con una sabana de verano blanca habia un armario lleno de botellitas con etiquetas y olor a medicinas. En la habitacion vacia entro una anciana, con bata de enfermera. Por costumbre andaba de puntillas. La mujer paso por delante de la cama y cogio de la silla un cordel en cuyo extremo habia un trozo de periodico atado. El garito que dormia sobre la silla, al oir el frufru familiar de su juguete, levanto bruscamente la cabeza en direccion a la cama vacia y, bostezando, volvio a acurrucarse.

Mientras seguian el feretro, los parientes de Lenin y sus camaradas mas allegados recordaban al difunto. Las hermanas se acordaban del nino rubio cuyo caracter dificil a veces le llevaba a ser mordaz y exigente hasta rayar la crueldad. Pero era bueno, amaba a su madre, a sus hermanas y hermanos.

Su esposa recordaba aquella ocasion en Zurich en la que hablo en cuclillas con la nieta de la casera, Tilli. La casera habia dicho con aquel acento suizo que tanto divertia a Volodia [96]: «Deberian tener hijos». Y el habia lanzado con malicia una rapida mirada desde abajo a Nadiezhda Konstantinovna.

Los obreros de la fabrica Dinamo recordaban que habian ido a Gorki, y Vladimir, que habia ido a su encuentro, se aturdio. Queria hablar con ellos, pero todo cuanto pudo hacer fue emitir un gemido lastimoso y hacer un gesto con la mano, y los obreros que le rodeaban lloraron tambien al verle llorar. Y luego, aquella mirada que tenia antes del fin, asustada, implorante, como la de un nino frente a su madre. A lo lejos comenzaban a perfilarse los edificios de la estacion. La locomotora negra con la chimenea negra destacaba aun mas entre la nieve blanca.

Los amigos politicos del gran Lenin -Rikov, Kamenev, Bujarin-, que seguian el trineo a pie con las barbas escarchadas por el frio, miraban de vez en cuando con aire ausente a aquel hombre de tez morena y picado de viruelas que llevaba un largo capote y botas de cuero blando. Siempre miraban con desden burlon su estilo de vestir caucasico. En realidad, si Stalin hubiera tenido delicadeza no deberia haberse desplazado a Gorki, donde se habian reunido los parientes y amigos mas intimos del gran Lenin. Y ellos no comprendian que los apartaria con violencia a todos, hasta a los mas cercanos, incluso a su mujer.

No eran Bujarin, Rikov, Zinoviev los poseedores de la verdad leninista. Tampoco Trotski. Se habian equivocado. Ninguno de ellos se convertiria en el sucesor de Lenin. Ni siquiera Vladimir Ulianov intuyo en sus ultimos dias o alcanzo a entender que su obra se convertiria en la obra de Stalin. Habian transcurrido casi dos decadas desde el dia en que el cuerpo del hombre que habia marcado el destino de Rusia, de Europa, de Asia y de la humanidad entera habia sido transportado sobre un trineo que crujia sobre la nieve. Los pensamientos de Krimov se obstinaban en volver a aquella epoca. Recordaba con nitidez los dias gelidos de enero de 1924, el crepitar de las hogueras nocturnas, los muros escarchados del Kremlin, un gentio compuesto por cientos de personas llorando, el aullido lacerante de las sirenas de las fabricas, la voz estentorea de Yevdokimov invocando, desde una tarima de madera, a todos los obreros del mundo, el reducido grupo de hombres que cargaba el feretro sobre sus espaldas hasta el mausoleo de madera construido a toda prisa.

Krimov subio la escalera alfombrada de la Casa de los Sindicatos, pasando por delante de los espejos adornados con cintas rojas y negras; en el aire tibio que olia a pino flotaba una musica triste. Al entrar en la sala vio las cabezas inclinadas de los hombres que solia ver en la tribuna de Smolni o Staraya Ploschad.

Despues, alli mismo, en la Casa de los Sindicatos, volveria a ver las mismas cabezas inclinadas en 1937. Probablemente los acusados, al escuchar la voz inhumana y estridente de Vishinski [97], se acordarian de cuando marchaban detras del trineo y montaban guardia junto al feretro de Lenin; tal vez resonaria en sus oidos el eco de la musica funebre.

?Por que de repente en la central, en el aniversario de la Revolucion, sus pensamientos volvian a aquellos dias de enero?

Decenas de personas que habian fundado junto a Lenin el partido bolchevique fueron declarados provocateurs, agentes a sueldo de los servicios de inteligencia extranjeros, mientras un unico hombre que no habia ocupado una posicion central en el Partido, desconocido como teorico, habia sido el salvador de la causa del Partido, el portador de la verdad. ?Por que confesaron todos?

Preguntas como esas era mejor olvidarlas. Pero esa noche Krimov no podia apartarlas de su mente. «?Por que confesaron? ?Y por que sigo callando? ?Por que nunca tuve el valor suficiente para decir: “Dudo que Bujarin sea un saboteador, un asesino, un provocateur”? En el momento de la votacion, levante la mano. Y despues firme. Hice un discurso y escribi un articulo. Y todavia creo que mi fervor era genuino. Pero ?donde estaban mis dudas entonces, toda mi confusion? ?Que es lo que trato de decir? ?Que soy un hombre con dos conciencias, o que viven en mi dos hombres diferentes y cada uno tiene su propia conciencia? ?Como entenderlo? ?Acaso no ha sido siempre asi para todos y no solo para mi?»

Grekov habia expresado lo que muchos pensaban en su fuero interno, aquello que en el fondo de su alma

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