espontanea hacia Yershov y a este se le habia subido a la cabeza. No se hubiera sometido a la direccion por nada del mundo. Es un individuo poco claro, no es uno de los nuestros. La situacion se complicaba a cada paso. El primer mandamiento en la clandestinidad es la disciplina de hierro. Y nos habiamos encontrado con dos centros diferentes: los que son del Partido y los que no. Despues de discutir la situacion tomamos una decision. Un camarada checo que trabaja en la administracion del campo archivo la tarjeta de Yershov junto a las del grupo de trasladados a Buchenwald y automaticamente fue incluido en la lista.

– Nada mas facil -dijo Mostovskoi.

– Fue la decision unanime de todos los comunistas -concreto Osipov.

Estaba de pie frente a Mostovskoi con su ropa miserable un trapo en la mano, severo, inquebrantable, seguro de su derecho ferreo, de su terrible derecho, superior al de Dios, para convertir la causa a la que servia en el arbitro supremo del destino del hombre.

El viejo desnudo, delgado, uno de los fundadores del gran Partido, estaba sentado en silencio con la espalda encorvada y la cabeza inclinada.

Se le presento con nitidez la noche pasada en el despacho de Liss. Y de nuevo se apodero de el el miedo: ?y si Liss no mentia? ?Y si no perseguia un objetivo policial secreto y solo queria mantener una conversacion de hombre a hombre?

Se enderezo y ahora, como siempre, como diez anos antes, durante la colectivizacion, durante los procesos politicos que condujeron al patibulo a sus camaradas de juventud, declaro:

– Me someto a esta decision. La acepto como miembro del Partido.

Cogio la chaqueta que reposaba sobre el banco y saco del forro varios trozos de papel: eran los textos que habia redactado para las octavillas.

De repente le vino a la cabeza la cara de Ikonnikov, sus ojos de vaca, y sintio el deseo de oir la voz del apostol de la bondad sin sentido.

– Queria preguntarle: sobre Ikonnikov -dijo Mijail Sidorovich-. ?El checo tambien cambio su tarjeta?

– Ah, el viejo yurodivi, el trapo mojado, como le llamaba usted. Fue ejecutado. Se nego a trabajar en la construccion del campo de exterminio. Keize recibio la orden de matarle.

Aquella misma noche, se pegaron en las paredes de los barracones los folletos escritos por Mostovskoi sobre la batalla de Stalingrado.

41

Poco despues de la guerra se encontro en los archivos de la Gestapo de Munich un expediente relacionado con la investigacion de una organizacion clandestina en un campo de concentracion de la Alemania occidental. El documento que cerraba el expediente informaba que la sentencia contra los miembros de dicha organizacion habia sido ejecutada. Los cuerpos de los prisioneros habian sido quemados en un homo crematorio. El primer nombre de la lista era el de Mostovskoi.

El estudio de los documentos no permitio establecer el nombre del provocateur que traiciono a sus camaradas. Probablemente fue ejecutado por la Gestapo junto a aquellos a los que habia denunciado.

42

Los barracones del Sonderkommando, el escuadron especial de trabajo destinado a operar en las camaras de gas, el almacen de sustancias toxicas y los crematorios, eran calidos y tranquilos.

Los prisioneros que trabajaban de manera permanente en la obra n° 1 gozaban de unas buenas condiciones de vida. Cada cama tenia una mesilla de noche con su correspondiente garrafa de agua hervida y habia una alfombra en el pasillo central.

Los obreros que trabajaban en la camara de gas estaban libres de escolta y comian en un local aparte. Los alemanes del Sonderkommando podian escoger su propio menu, igual que en un restaurante. Recibian un salario casi tres veces mayor que el de los soldados, homologos en rango, que estaban en activo. Sus familias disfrutaban de reducciones de alquiler, de raciones de viveres superiores a las estipuladas y del derecho a evacuacion prioritaria de las zonas sometidas a bombardeos.

El trabajo del soldado Roze consistia en observar a traves de la mirilla de inspeccion, y cuando el proceso habia concluido daba la orden de proceder a la descarga de la camara de gas. Ademas debia controlar que los dentistas trabajaran con escrupulo y esmero. Mas de una vez habia escrito informes al director del complejo, el Sturmbannfuhrer Kaltluft, sobre la dificultad de realizar simultaneamente esa doble tarea; mientras Roze estaba arriba, supervisando el gaseamiento, abajo, donde trabajaban los dentistas y los trabajadores cargaban los cuerpos en las cintas transportadoras, se quedaban sin vigilancia, con la posibilidad de trampear y cometer hurtos.

Roze se habia acostumbrado a su trabajo y ya no le inquietaba, como los primeros dias, el espectaculo que se desarrollaba detras del cristal. Su predecesor habia sido sorprendido un dia entretenido en un pasatiempo mas propio de un chico de doce anos que de un soldado de las SS al que se le ha confiado una accion especial. Al principio Roze no acertaba a comprender algunas alusiones a ciertas incorrecciones, y solo mas tarde comprendio a que se referian.

A Roze no le gustaba su nuevo trabajo, pero ahora ya se habia acostumbrado. Le inquietaba el insolito respeto del que estaba rodeado. Las camareras de la cantina le preguntaban por que estaba palido. Siempre, desde que tenia uso de razon, recordaba haber visto a su madre llorando. A su padre, por alguna razon, siempre le despedian de los trabajos; daba la impresion de que le habian despedido de mas trabajos de los que en realidad habia tenido. Roze habia aprendido de sus padres a andar de una manera suave y furtiva que no debia molestar a nadie; regalaba la misma sonrisa inquieta y afable a los vecinos, a su casero, al gato del casero, al director de la escuela y al policia en la esquina de la calle. En apariencia la afabilidad y la cortesia eran los rasgos fundamentales de su caracter y el mismo se asombraba de cuanto odio anidaba en su cuerpo y de cuanto tiempo habia permanecido oculto en su interior. Luego habia ido a parar al Sonderkommando; el superior, buen conocedor del alma humana, habia intuido enseguida su caracter gentil y afeminado.

No habia nada agradable en observar como se contorsionaban los judios en la camara de gas. Roze sentia antipatia por los soldados que disfrutaban trabajando alli. El prisionero de guerra Zhuchenko, que trabajaba en el turno de la manana cerrando las puertas de la camara de gas, le desagradaba en particular. Tenia una sonrisa infantil perennemente estampada en su cara, y por eso era especialmente desagradable. A Roze no le gustaba su trabajo, pero conocia todas sus ventajas, las evidentes y las ocultas.

Cada dia, al finalizar el trabajo, un dentista entregaba a Roze un pequeno paquete con varias coronas de oro. Aunque aquello representaba una parte insignificante del metal precioso que la direccion del campo recibia todos los dias, Roze ya habia enviado dos veces casi un kilo de oro a su mujer. Era la garantia de un futuro luminoso, la materializacion de su sueno de una vejez tranquila. De joven, Roze habia sido debil y timido, incapaz de tomar parte activa en la lucha por la vida. Nunca habia dudado de que el Partido tenia como unico fin el bien de los hombres pequenos y debiles. Ahora experimentaba los beneficios de la politica de Hitler, porque el era uno de esos hombres pequenos y debiles, y en esos momentos, su vida y la de su familia se habia vuelto incomparablemente mas facil, mejor.

43

A veces Anton Jmelkov se sentia horrorizado por su trabajo, y por la noche, cuando se acostaba en el catre y oia las risas de Trofim Zhuchenko, un miedo frio y angustioso atenazaba su corazon.

Las manos de Zhuchenko, esas manos de dedos largos y gruesos que cerraban las compuertas hermeticas de la camara de gas, siempre le causaban la impresion de estar sucias, y por esa razon le daba asco coger el pan de la misma cesta que su companero.

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