botas claveteadas. Marchaban arrogantes y absortos en sus pensamientos sin mirar siquiera a los jovenes judios que sacaban en brazos el cadaver de una anciana cuyos cabellos blancos caian sobre un rostro blanquecino, ni al barbudo de pelo rizado que lamia a gatas el agua de un charco ni a la jorobada que se subia la falda para ajustarse el elastico de las medias.
De vez en cuando los SS intercambiaban miradas y algunas palabras. Se movian sobre el asfalto como el sol en el firmamento. El sol no se preocupa del viento, de las nubes, de las tormentas en el mar, del rumor de las hojas; pero en su movimiento uniforme, sabe que todo en la tierra existe gracias a el.
Hombres con monos azules, brazaletes blancos en las mangas y quepis de largas viseras gritaban y apuraban a los recien llegados en una extrana lengua, una mezcolanza de palabras rusas, alemanas, yiddish, polacas y ucranianas.
Los hombres del mono azul organizaban al gentio del anden con rapidez y practica: seleccionaban a los que no se tenian en pie, obligaban a los mas fuertes a cargar a los moribundos en los furgones, creaban dentro de ese caos de movimientos desordenados una columna y le marcaban una direccion y un sentido. La columna se divide en filas de seis, y por las filas corre la noticia: «?A las duchas, primero nos llevan a las duchas!».
Parecia que Dios misericordioso no habria podido inventar nada mejor.
– ?Muy bien, judios, andando! -grito un hombre con quepis, el jefe del escuadron encargado de la descarga de los convoyes y de la vigilancia de los deportados.
Hombres y mujeres cogieron sus bolsas, los ninos se agarraron a las faldas de sus madres y a los pantalones de sus padres.
«Las duchas…, las duchas…»; esas palabras tenian un efecto hipnotizante en las conciencias.
En aquel hombre alto con el quepis habia algo sencillo, atrayente, parecia mas cercano al mundo de los infelices que al de los cascos y los capotes grises. Una vieja acaricia con delicadeza religiosa la manga de su traje con la punta de los dedos y pregunta:
– Ir sind a yid, a litvek, metn kind [99]
– Da, da, mamenka, ij bin a id, prentko, prentko, panove! [100]
De repente, con una voz ronca pero fuerte, funde en una frase las lenguas de los dos ejercitos enemigos:
– Die Kolonne marsch! Shagom march! [101]
El anden se queda vacio. Los hombres del mono azul retiran del asfalto trapos, trozos de venda, un zueco roto, un cubo que un nino ha abandonado, y cierran con estruendo las puertas de los vagones de mercancias. Un ruido metalico atraviesa los vagones mientras el tren se pone en marcha hacia la zona de desinfeccion.
Despues de acabar el trabajo, el Kommando vuelve al campo a traves de la puerta de servicio. Los trenes procedentes del Este son los peores: estan infestados de piojos y llenos de muertos y enfermos que exhalan un hedor insoportable. En estos vagones no se encuentra, como en los procedentes de Hungria, Holanda o Belgica, un frasco de perfume, un paquete de cacao o una lata de leche condensada.
46
Ante los deportados se abrio una gran ciudad. Sus limites, al oeste, se perdian en la niebla. El humo oscuro de las lejanas chimeneas de las fabricas se confundia con la bruma formando una neblina baja que cubria la cuadricula de barracones, y la fusion de la niebla con la rectitud geometrica de las calles de barracones producia una impresion sorprendente.
Al noreste se levantaba un resplandor rojo oscuro y el cielo humedo del otono, al calentarse, parecia estar ruborizandose. A veces del humedo resplandor se escapaba una llama lenta, sucia, serpenteante.
Los viajeros salieron a una plaza espaciosa. En el centro, sobre un podio de madera como los que normalmente se colocan en las fiestas populares, habia una decena de personas. Era una orquesta. Los musicos se diferenciaban claramente entre si, al igual que sus instrumentos. Algunos se volvieron hacia la columna que llegaba, pero en ese momento un hombre canoso vestido con una capa colorida dijo algo y todos abrazaron sus instrumentos. De repente parecio que un pajaro hubiera lanzado un trino timido e insolente, y el aire, un aire desgarrado por el alambre de espinas y el aullido de las sirenas, que apestaba a basura y vapores aceitosos, se lleno de musica. Como si una calida cascada de una lluvia de verano encendida por el sol se hubiera precipitado contra el suelo.
La gente de los campos, la gente de la carcel, la gente que se ha escapado de la prision, la gente que marcha hacia su muerte conoce el extraordinario poder de la musica. Nadie siente la musica como los que han conocido la prision y el campo, como los que marchan hacia la muerte. La musica que roza al moribundo no resucita en su alma la esperanza ni la razon, sino el milagro agudo y sobrecogedor de la vida. De la columna broto un sollozo. Parecia que todo se hubiera transformado, que todo se hubiera fundido en una unidad. Todo lo que se habia fragmentado: la casa, el mundo, la infancia, el camino, el rumor de las ruedas, la sed, el miedo y esta ciudad que emergia de la niebla, esta aurora roja y palida, todo se fundio de repente, pero no en la memoria o en un cuadro, sino en la percepcion instintiva, ardiente, dolorosa de la vida pasada. Alli, en el resplandor de los hornos, en la plaza del campo, la gente percibia que la vida era algo mas que la felicidad, que tambien era maldad. La libertad es dificil, a veces dolorosa: es la vida.
La musica supo expresar la ultima agitacion de sus almas, que unian en su ciega profundidad las alegrias y penas experimentadas a lo largo de la vida con aquella manana brumosa, con el resplandor sobre sus cabezas. O tal vez no era asi. Tal vez la musica solo era la llave que permitia acceder a los sentimientos de los hombres, no lo que les llenaba en aquel horrible instante, sino lo que les abria las entranas.
Suele pasar que una cancion infantil haga llorar a un anciano. Pero no es por la cancion por lo que llora el anciano; esa solo es la llave que abre su alma.
Mientras la columna dibujaba lentamente un semicirculo alrededor de la plaza, por las puertas del campo entro un coche color crema. De el bajo un oficial de las SS con gafas y un capote de cuello de piel que hizo un gesto de impaciencia, y el director de la orquesta bajo en el acto las manos en un movimiento desesperado, haciendo cesar bruscamente la musica.
Resono repetidas veces un «Halt!».
El oficial se paseo entre las filas. Senalaba con el dedo y el jefe del grupo hacia salir de la fila a los indicados. El oficial observaba a las personas seleccionadas con una mirada indiferente, y el jefe de la columna les preguntaba en voz baja, para no turbar las reflexiones del SS:
– ?Cuantos anos tienes? ?Cual es tu profesion?
Cerca de treinta personas fueron escogidas.
Una peticion recorrio las filas:
– ?Medicos, cirujanos!
Nadie respondio.
– ?Medicos y cirujanos, un paso al frente!
De nuevo, silencio.
El oficial se acerco a su coche, perdido todo interes en los miles de personas que habia congregadas en la plaza;
Los seleccionados fueron alineados en filas de cinco, de cara al cartel que habia sobre las puertas del campo: Arbeit macht frei [102].
En las filas resono el grito de un nino seguido del grito salvaje y penetrante de las mujeres. Los que habian sido seleccionados continuaban callados con la cabeza gacha.
?Como se puede transmitir la sensacion de un hombre que aprieta la mano de su mujer por ultima vez? ?Como describir la ultima y rapida mirada al rostro amado? ?Como se puede vivir cuando la memoria despiadada te recuerda que en el instante de aquella despedida silenciosa tus ojos parpadearon para esconder la grosera sensacion de alegria que experimentaste por haber salvado la vida? ?Como puede ese hombre enterrar el recuerdo de su esposa, que le deposito en la mano un paquete con el anillo de boda, algunos terrones de azucar y unas galletas? ?Como puede seguir viviendo al ver el resplandor rojo inflamarse en el cielo con fuerza renovada? Ahora las manos que el ha besado deben de estar ardiendo, los ojos que se iluminaban con su llegada, sus cabellos cuyo olor podia reconocer en la oscuridad; ahora arden sus hijos, su mujer, su madre. ?Como es posible que pida un lugar mas cercano a la estufa en el barracon, que sostenga la escudilla bajo el cucharon que sirve un litro de liquido