Zhuchenko parecia feliz y excitado cuando salia por la manana para cumplir su turno de trabajo y esperaba la columna de personas procedentes de la via ferrea. Pero el movimiento de la columna le parecia insoportablemente lento. Emitia con la garganta un debil sonido lastimoso y tensaba la mandibula como un gato acechando a los gorriones detras del cristal.

Para Jmelkov aquel hombre se habia convertido en una fuente de inquietud. Por supuesto, Jmelkov tambien podia beber mas de la cuenta y pasar un buen rato con alguna mujer de la fila cuando estaba borracho. Habia un pasillo a traves del cual los miembros del Sonderkommando penetraban en el vestidor para escoger una mujer. Un hombre es un hombre, despues de todo. Jmelkov escogia a una chica o una mujer, la conducia a un rincon vacio del barracon y al cabo de media horita la devolvia a los guardias. Ni el ni la mujer decian nada. Pero el no estaba alli por las mujeres y el vino, ni por los pantalones de montar de gabardina y las botas de piel de comandante.

Le habian hecho prisionero un dia de julio de 1941. Le habian asestado golpes de culata en la cabeza y el cuello, habia enfermado de disenteria, le habian obligado a caminar por la nieve con las botas destrozadas, le habian dado de beber un agua amarillenta con manchas de gasoil, habia arrancado con los dedos trozos de una fetida carne negra del cadaver de un caballo, habia comido nabos podridos y mondas de patata. Solo habia elegido una cosa: vivir. No deseaba nada mas. Habia repelido decenas de muertes: por hambre, por frio, de disenteria… No queria ser abatido con nueve gramos de plomo en la cabeza, no queria hincharse hasta que su corazon se ahogara con el liquido que le subia de las piernas. No era un criminal; habia sido peluquero en la ciudad de Kerch, nunca nadie habia pensado mal de el ni sus familiares, ni los vecinos de patio, ni los colegas del trabajo, ni los conocidos con los que bebia vino, comia salmonete ahumado y jugaba al domino. Pensaba que no tenia nada en comun con Zhuchenko. Pero a veces tambien le daba la sensacion de que la diferencia entre el y Zhuchenko consistia en una bagatela insignificante. ?Que importancia tenia para Dios y para los hombres el sentimiento con el que se dirigian al trabajo? ?Que importa que uno se sintiera feliz y el otro desgraciado cuando el trabajo que realizaban era el mismo?

No comprendia que Zhuchenko le inquietaba no porque fuera mas culpable que el, sino porque su terrible monstruosidad innata le disculpaba, mientras que el, Jmelkov, no era un monstruo, sino un hombre.

Comprendia vagamente que, bajo el fascismo, al hombre que desea seguir siendo un hombre se le presenta una opcion mas facil que la de conservar la vida: la muerte.

44

El jefe del Sonderkommando, el Sturmbannfuhrer Kaltluft, habia conseguido que el puesto de control le proporcionara cada noche un grafico con la llegada de los convoyes del dia siguiente. Asi, Kaltluft podia dar instrucciones a sus subordinados por anticipado sobre el trabajo que debian realizar, en funcion del numero de vagones y la cantidad de personas que se esperaba recibir. Segun el pais de procedencia del tren, se asignaba el Kommando auxiliar de prisioneros mas conveniente; se necesitaban peluqueros, escoltas, cargadores.

A Kaltluft no le gustaba la vida desordenada: no bebia y se enfadaba cuando sorprendia a sus subordinados en estado de embriaguez. Solo una vez le habian visto alegre y animado. Estaba a punto de partir para reunirse con su familia para las fiestas de Pascua y ya estaba montado en el coche cuando llamo al Sturmfubrer Hahn y se puso a ensenarle fotografias de su hija, una nina de cara alargada y ojos grandes como los de su padre.

A Kaltluft le gustaba trabajar y odiaba perder el tiempo. Despues de cenar nunca se daba una vuelta por el club, no jugaba a las cartas, no asistia a las proyecciones de peliculas. En Navidad adornaron un abeto para el Sonderkommando, actuo un coro de aficionados y en la cena distribuyeron gratuitamente una botella de conac frances para cada dos personas. En aquella ocasion Kaltluft se dejo caer media hora por el club y todos se dieron cuenta de que tenia en los dedos una mancha de tinta fresca, senal de que tambien habia estado trabajando la noche de Navidad.

Hubo un tiempo en que vivia en la casa de campo de sus padres y creia que toda su vida transcurriria alli. Amaba la tranquilidad del campo y el trabajo no le daba miedo. Su sueno era ampliar la hacienda del padre y estaba convencido de que por grandes que fueran los ingresos que obtuviera con la cria de cerdos y la venta de nabos y trigo, nunca abandonaria la comoda y tranquila casa de su infancia. Pero la vida habia tomado otra direccion. Hacia el final de la Primera Guerra Mundial se habia encontrado en el frente y habia recorrido el camino que el destino le habia reservado. Y, por lo visto, lo que el destino le habia reservado era convertirse de campesino en soldado, pasar de las trincheras a guardia del Estado Mayor, de empleado en las oficinas a ayudante de campo, y despues del puesto en la administracion central de la RSHA habia acabado como jefe de un Sonderkommando en un campo de exterminio.

Si Kaltluft hubiera tenido que responder ante un tribunal divino, habria justificado su alma contando de manera sincera que solo el destino le habia empujado a ser un verdugo, el asesino de quinientas noventa mil personas. ?Que podia hacer el frente a fuerzas tan potentes como la gurra mundial en curso, un movimiento nacional inmenso, la inflexibilidad del Partido, la coercion del Estado? ?Quien habria estado en condiciones de nadar a contracorriente? El era un ser humano, solo deseaba vivir en la casa de su padre. No habia intervenido por voluntad propia, le habian empujado; el no queria, se lo habian ordenado, el destino le habia conducido de la mano como a un nino. Y del mismo modo, o casi del mismo modo, se habrian justificado ante Dios aquellos a los que Kaltluft habia enviado a trabajar y aquellos que habian enviado a trabajar a Kaltluft.

Pero Kaltluft no habia tenido que justificar su alma ante un tribunal divino. Por eso Dios no habia tenido que confirmar a Kaltluft que en el mundo no hay culpables.

El juicio divino existe, y existe tambien el tribunal del Estado, de la sociedad; pero existe un juicio supremo y es el juicio de un pecador sobre otro pecador. El hombre que ha pecado conoce la potencia del Estado totalitario, que es infinitamente grande; sirviendose de la propaganda, el hambre, la soledad, el campo, la amenaza de muerte, el ostracismo y la infamia, esa fuerza paraliza la voluntad del hombre. Pero en cada paso dado bajo la amenaza de la miseria, el hambre, el campo y la muerte, se manifiesta siempre, al mismo tiempo que lo condicionado, la libre voluntad del hombre. En la trayectoria vital recorrida por el jefe del Sonderkommando, del campo a las trincheras, de la condicion de hombre sin partido a la de miembro consciente del partido nacionalsocialista, siempre y por doquier estaba impresa su voluntad. El destino conduce al hombre, pero el hombre lo sigue porque quiere y es libre de no querer seguirlo. El destino guia al hombre, que se convierte en un instrumento de las fuerzas de destruccion pero cuando eso sucede no pierde nada; al contrario, gana. Este lo sabe y va alli donde le esperan las ganancias; el terrible destino y el hombre tienen objetivos diversos, pero el camino es uno solo.

Quien pronuncie el veredicto no sera un juez divino, puro y misericordioso, ni un sabio tribunal supremo que mire por el bien del Estado y la sociedad, ni un hombre santo, y justo, sino un ser miserable destruido por el poder del Estado totalitario. Quien pronuncie el veredicto sera un hombre que a su vez ha caido, se ha inclinado, ha tenido miedo y se ha sometido.

Ese hombre dira:

– ?En este mundo terrible existen los culpables! ?Tu eres culpable!

45

Y asi habia llegado el ultimo dia del viaje. Los vagones crujieron, los frenos rechinaron y despues se hizo el silencio; de pronto descorrieron los cerrojos y retumbo la orden:

– ?Alle heraus! [98]

La gente empezo a descender al anden todavia mojado por la lluvia reciente.

?Que aspecto tan extrano tenian aquellos rostros familiares despues de la oscuridad del vagon! Los abrigos y los panuelos habian cambiado menos que las personas; las chaquetas y los vestidos les recordaban las casas donde se los habian puesto, los espejos ante los cuales se los habian probado.

La gente que salia de los vagones se apinaba en grupos, y en aquella muchedumbre gregaria habia algo conocido, tranquilizador: calor familiar, olor familiar, rostros cansados y ojos extenuados, una masa compacta de personas que han bajado de cuarenta y dos vagones de transporte de ganado.

Dos SS de patrulla vestidos con largos capotes caminaban lentamente haciendo resonar sobre el asfalto las

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