donde Spiridonov, aunque solo fuera por unos minutos.
Pero se habia contenido y habia ido al puesto de mando del 64° Ejercito, a pesar de que un instructor de la seccion politica le habia murmurado al oido:
– No vale la pena que se de prisa para ir a ver al miembro del Consejo Militar. Lleva borracho desde la manana… En efecto, habia sido un error que Krimov se apresurara a visitar al general en lugar de ir a ver a Spiridonov. Mientras esperaba a ser recibido en el puesto de mando subterraneo, escucho del otro lado del tabique de madera contrachapada la voz del general que dictaba a la mecanografa una carta de felicitacion para su colega Chuikov.
– Vasili Ivanovich, ?soldado y amigo! -exclamo solemnemente.
Despues de pronunciar aquellas palabras, el general derramo algunas lagrimas y repitio varias veces entre sollozos: «Soldado y amigo, soldado y amigo»…Luego pregunto con tono severo:
?Que ha escrito?
– «Vasili Ivanovich, soldado y amigo» -leyo la mecanografa.
Sin duda la entonacion tediosa de la joven le parecio inapropiada ya que, en un tono mas exaltado, la corrigio:
– Vasili Ivanovich, ?soldado y amigo!
De nuevo, profundamente conmovido, balbuceo:
– Soldado y amigo, soldado y amigo.
Luego, el general, conteniendo las lagrimas, pregunto inflexible:
– ?Que ha escrito?
– «Vasili Ivanovich, soldado y amigo» -repitio la mecanografa.
Krimov comprendio que habria podido ahorrarse las prisas.
La luz tenue de las llamas, que confundia el camino en lugar de iluminarlo, parecia surgir de las entranas de la tierra; o tal vez era la misma tierra la que ardia, tan pesadas y humedas eran aquellas debiles llamas.
Llegaron al puesto de mando subterraneo del director de la central. Las bombas que habian caido a poca distancia habian levantado grandes montanas de tierra, y la entrada al refugio a duras penas era visible puesto que el sendero que conducia hasta el todavia no habia sido transitado.
Un guardia le dijo:
– Ha llegado justo a tiempo para la fiesta. Krimov penso que en presencia de extranos no podria decir lo que queria a Spiridonov, ni hacerle preguntas. Le pidio al guardia que hiciera salir al director, que le anunciara que habia llegado el comisario del Estado Mayor del frente. Al quedarse solo le asalto una angustia indefinible.
«?Que me pasa? -penso-. Creia que estaba curado. ?Es posible que la guerra no me haya ayudado a conjurar mis temores? ?Que puedo hacer?»
– ?Escapa, escapa de ella! Vete de aqui o sera tu fin-se dijo en un susurro.
Pero no tenia fuerzas para irse, no tenia fuerzas para escapar.
Spiridonov salio del refugio.
– Y bien, cantarada, ?en que puedo ayudarle? -le pregunto, nervioso.
– ?No me reconoce, Stepan Fiodorovich?
– ?Quien es? -pregunto alarmado Spiridonov; y al mirar la cara de Krimov, de repente grito-: ?Nikolai! ?Nikolai Grigorievich!
Sus brazos rodearon el cuello de Krimov con una fuerza convulsa.
– ?Mi querido Nikolai! -le dijo entre sollozos. -Krimov, emocionado por aquel encuentro entre las ruinas, se dio cuenta de que por sus mejillas caian lagrimas. Estaba solo, completamente solo…
La confianza, la alegria de Spiridonov le habian hecho sentir la proximidad con la familia de Yevguenia Nikolayevna, y aquella proximidad le habia devuelto la medida del dolor de su alma. ?Por que, por que le habia abandonado? ?Por que le habia causado tanto sufrimiento? ?Como habia sido capaz de hacerlo?
– ?Sabes lo que ha hecho esta guerra? -le dijo Spiridonov-. Ha arruinado mi vida. Ha matado a mi Marusia.
Le hablo de Vera, le dijo que unos dias antes se habia decidido al fin a abandonar la central y habia pasado a la orilla izquierda del Volga.
– Es tonta.
– ?Y donde esta su marido? -le pregunto Krimov.
– Probablemente hace mucho tiempo que dejo este mundo. Es piloto de caza.
Krimov, incapaz de reprimirse por mas tiempo, le pregunto:
– ?Como esta Yevguenia Nikolayevna? ?Sigue viva? ?Donde esta?
– Esta viva, no se si en Kuibishev o en Kazan.
Y, mirando a Krimov, anadio:
– Esta viva, ?eso es lo que importa!
– Si, si, por supuesto, eso es lo que importa -coincidio Krimov.
Pero en realidad ya no sabia que era lo importante. Solo sabia que el dolor, alli, en el alma, no desaparecia. Sabia que todo lo relacionado con Yevguenia Nikolayevna le causaba dolor. Tanto si se enteraba de que estaba bien y tranquila, como de que sufria y tenia problemas, el se sentia igual de mal.
Stepan Fiodorovich hablaba de Aleksandra Vladimirovna, de Seriozha, de Liudmila, y Krimov asentia con la cabeza y mascullaba:
– Si, si, si… Si, si, si…
– ?Adelante, Nikolai! -dijo Stepan Fiodorovich-. Entremos al refugio. Ahora ya no tengo mas casa que esta.
Las pequenas y oscilantes llamas de las lamparas de aceite no lograban iluminar el subterraneo, atestado de jergones, armarios, aparatos diversos, botellas y sacos de harina.
Sobre los camastros, los bancos o las cajas situadas a lo largo de las paredes estaban sentadas varias personas. En el aire sofocante vibraba el murmullo de las conversaciones. Spiridonov sirvio alcohol en vasos, tazas y tapas de escudillas. Ceso el ruido y todos los presentes le siguieron con una mirada particular. Era una mirada profunda y seria, carente de angustia, y expresaba unicamente la fe en la justicia.
Al mirar los rostros de los soldados, Krimov penso: «Es una lastima que Grekov no este aqui; se mereceria un trago». Pero Grekov ya habia bebido todo lo que se suponia que tenia que beber, al menos en este mundo.
Spiridonov se levanto con el vaso en alto y Krimov se dijo: «Lo va a estropear todo, seguro que nos lanza un discurso parecido a los de Priajin».
Pero Stepan Fiodorovich trazo un ocho en el aire con el vaso y declaro:
– Bueno, muchachos, bebamos. Salud.
Se oyo el tintineo de los vasos y las tazas de hojalata. Los que ya habian bebido carraspeaban y meneaban la cabeza. La gente alli reunida era de lo mas variopinta; habia sido el Estado el que antes de la guerra los habia dividido, el que habia hecho que no se sentaran a la misma mesa, que no intercambiaran palmaditas en la espalda, que no se dijeran: «Escucha lo que voy a decirte».
Pero alli, en un subterraneo sobre el cual habia una central electrica destruida pasto de las llamas, habia nacido una fraternidad sin pretensiones, tan genuina que cualquiera de ellos estaria dispuesto a dar la vida por ella. Un anciano con el pelo cano, el vigilante nocturno, entono la vieja cancion que tanto gustaba cantar a los chicos de la fabrica francesa de Tsaritsin [95] antes de la Revolucion, y como ya no estaba acostumbrado a aquel sonido, el mismo se escuchaba con el asombro divertido de un hombre que escucha a un borracho desconocido.
Otro hombre viejo, con el cabello oscuro, fruncio el ceno mientras escuchaba con semblante serio esa cancion que hablaba del amor y sus sufrimientos.
Y era verdaderamente hermoso oir aquel canto, era bello aquel momento extraordinario y terrible que vinculaba al director y al ordenanza de la panaderia, al vigilante nocturno y al centinela, que mezclaba al calmuco, al ruso y al georgiano.
En cuanto el vigilante acabo de cantar, el viejo con el cabello oscuro fruncio aun mas su ceno ya de por si fruncido, y despacio, desafinando, sin voz, canto: «Despidamos al viejo mundo, sacudamos su polvo de nuestros pies».
El delegado del Comite Central solto una carcajada y sacudio la cabeza; Spiridonov hizo lo mismo. Tambien Krimov rio y dijo a Stepan; -Seguro que en otro tiempo el viejo fue menchevique. Spiridonov lo sabia todo sobre Andreyev y, por supuesto, le habria contado su historia a Krimov, pero ante el temor de que Nikolayev le oyera,