grisaceo; que repare la suela rota de su bota? ?Es posible que golpee con la pala, que respire, que beba agua? Y en los oidos resuenan los gritos de los hijos, el gemido de la madre.

Los destinados a sobrevivir son enviados en direccion a las puertas del campo. Hasta ellos llegan los gritos de la gente y ellos mismos tambien gritan, desgarrandose la camisa sobre el pecho, pero una nueva vida les sale al encuentro: alambradas electricas, torres de observacion con ametralladoras, barracones, mujeres y ninas con semblante desvaido que les miran a traves de las alambradas, columnas de hombres que marchan hacia el trabajo con retales rojos, amarillos y azules cosidos en el pecho.

La orquesta comienza de nuevo a tocar. Los hombres seleccionados para trabajar en el campo entran en la ciudad construida sobre un pantano. El agua oscura se abre camino entre las resbaladizas losas de hormigon y los pesados bloques de piedra. Es un agua negra rojiza que apesta a podredumbre y esta compuesta de particulas de espuma verde, de jirones de trapos mugrientos, de harapos ensangrentados procedentes de las salas de operaciones del campo. El agua penetrara bajo el suelo del campo, luego emergera a la superficie y de nuevo desaparecera bajo la tierra. En aquella lugubre agua del campo viven las olas del mar y el rocio de la manana.

Entretanto los condenados iban al encuentro de la muerte.

47

Sofia Osipovna avanzaba con paso pesado, cadencioso, y el nino se aferraba a su mano. Con la otra mano, el pequeno palpaba en el interior de su bolsillo la caja de cerillas donde guardaba entre algodones sucios una crisalida marron oscura que hacia poco, en el vagon, habia salido del capullo. A su lado caminaba balbuceando el mecanico Lazar Yankelevicn y su mujer, Deborah Samuilovna, llevando a un bebe en brazos. A su espalda Rebekka Bujman susurraba: «?Dios mio, Dios mio, Dios mio!». La quinta de la fila era la bibliotecaria Musia Borisovna. Tenia los cabellos bien peinados y su cuello de encaje parecia blanco. Durante el viaje habia intercambiado varias veces su racion de pan por media taza de agua caliente. La tal Musia Borisovna siempre estaba dispuesta a darlo todo; en su vagon la tenian por una santa, y las viejas, que de hombres y santos entienden, iban a besarle el vestido. La fila de delante estaba compuesta por cuatro personas. Durante la seleccion el oficial habia apartado de repente a dos miembros de la familia Slepoi, padre e hijo, que, al ser preguntados por su profesion, habian gritado: Zahnarzt [103], Y el oficial asintio con la cabeza. Los Slepoi habian acertado, se habian ganado la vida. De los cuatro que habian quedado en la fila, tres caminaban balanceando los brazos, aquellos brazos que habian sido considerados inutiles; el cuarto andaba con paso seguro, el cuello de la chaqueta levantado, las manos en los bolsillos y la cabeza alta echada hacia atras. Cuatro o cinco filas delante de ellos sobresalia la cabeza de un anciano tocado con una gorra de invierno del Ejercito Rojo.

Justo detras de Sofia Osipovna marchaba Musia Vinokur, que habia cumplido catorce anos en el vagon de mercancias.

?La muerte! Se habia vuelto familiar y sociable, visitaba a la gente sin formalidades, en los patios, en los talleres; iba al encuentro de un ama de casa en el mercado y se la llevaba junto a su saco de patatas; se entrometia en los juegos de los ninos mas pequenos; echaba una ojeada en un local donde los modistos, canturreando, se afanaban en terminar de coser el abrigo de la esposa del comisario; hacia cola para comprar el pan; se sentaba junto a una viejita que zurcia unas medias…

La muerte hacia su trabajo y la gente, el suyo. A veces permitia acabar el cigarrillo, engullir la comida; otras veces sorprendia al hombre de manera grosera, entraba como ama y senora, dando palmadas en la espalda y con una risa estupida.

Parecia que la gente, al fin, habia comprendido la muerte, como si se les hubiera revelado lo prosaica, lo infantil y lo sencilla que era. Era tan facil como cruzar un minusculo arroyo sobre el cual se hubiera colocado una tabla de madera que comunicara una orilla, la del humo de las isbas, con la otra, de prados vacios. Cinco, seis pasos, ?eso era todo! ?De que tener miedo? Y he aqui que por el puente paso un ternero, golpeando con los cascos, y pasaron corriendo unos ninos, golpeando con los talones desnudos. Sofia Osipovna escucho la musica. Habia oido aquella pieza por primera vez cuando era nina, luego en su epoca de estudiante, despues ya como joven doctora. Al oirla siempre la asaltaba el vivo presentimiento del futuro.

Sin embargo la musica la habia enganado. Sofia Osipovna no tenia futuro, solo una vida pasada.

Y el sentimiento de su vida pasada, particular, intransferible, por un instante ofusco el presente inminente: su vida estaba al borde del abismo.

Era el mas terrible de los sentimientos. Algo inefable, que no se puede compartir siquiera con la persona mas cercana, la mujer, la madre, el hermano, el hijo, el amigo o el padre; es un secreto del alma, y el alma, aunque lo desee fervientemente, no puede desvelar su secreto. El hombre lleva consigo el sentido de su vida y no puede compartirlo con nadie. El milagro del individuo particular, en cuya conciencia e inconciencia acumula todo lo que ha habido de bueno, malo, divertido, agradable, vergonzoso, triste, timido, tierno, sorprendente, desde la infancia hasta la vejez, esta fusionado en ese sentimiento unico, mudo, secreto de su vida unica.

Cuando la musica sono de nuevo, David sintio el deseo de sacar la caja de cerillas del bolsillo, abrirla un instante, para que la crisalida no cogiera frio, y ensenarsela a los musicos. Pero despues de dar unos pasos no volvio a pensar en las personas que estaban sobre la tarima. Solo habian quedado la musica y el resplandor en el cielo. Aquella melodia triste y potente llenaba su corazon hasta el borde, como si fuera una tacita, del deseo de volver a ver a su madre, a esa madre que no era ni fuerte ni tranquila, que se avergonzaba de haber sido abandonada por el marido. Habia cosido una camisita para David, y los vecinos del pasillo se reian de que el nino llevara una camisa de percal con florecitas y las mangas mal cosidas. Su madre era su unico baluarte, su esperanza. Confiaba en ella sin reservas, ciegamente. Pero, tal vez, la musica habia obrado de tal manera que habia dejado de tener confianza en su madre. La amaba, pero ella era debil e indefensa como los que ahora caminaban a su lado. La musica, aletargada, suave, parecia compuesta de minusculas olas; las habia visto entre delirios, cuando le subia la fiebre y el se deslizaba desde la almohada caliente hasta la arena templada y humeda.

La orquesta ululo; una garganta reseca se abrio, enorme, en un lamento.

La pared oscura que se levantaba del agua cuando enfermaba de anginas ahora se cernia sobre el e invadia todo el cielo.

Todo, todo lo que habia aterrorizado a su corazoncito, se unio, se fusiono en uno. El miedo que se apoderaba de el cuando contemplaba la ilustracion de la cabritilla que no veia la sombra del lobo entre los troncos de abetos; las cabezas de ojos azules de los terneros muertos en el mercado; la abuela muerta; aquella nina estrangulada por su madre, Rebekka Bujman; su primer miedo inconsciente que le hizo gritar y llamar desesperadamente a su madre durante la noche. La muerte se cernia sobre el, tan inmensa como el cielo, y el pequeno David caminaba hacia ella con sus pequenas piernecitas. A su alrededor solo quedaba la musica, detras de la cual no podia esconderse, a la que no podia aferrarse, contra la que no podia golpearse la cabeza.

La crisalida no tiene alas ni patas ni antenas, ni ojos siquiera; esta en la cajita, estupida, confiada, y espera.

?Basta con ser judio, y ya esta!

Tenia hipo, jadeaba. Si hubiera podido se habria estrangulado con sus propias manos. La musica ceso. Sus pequenas piernas y decenas de otras piernas se apresuraban, corrian. No le quedaban pensamientos, no podia gritar ni llorar. Sus dedos, banados en sudor, apretaban en el bolsillo la cajita de cerillas, pero ya no se acordaba de la crisalida. Solo era consciente de sus pequenas piernas andando, andando, apresurandose, corriendo. Si el terror que le atenazaba se hubiera prolongado algunos minutos mas, habria caido al suelo con el corazon roto.

Cuando ceso la musica, Sofia Osipovna se seco las lagrimas y dijo:

– Muy bien. Eso es todo.

Luego miro la cara del nino; incluso ahora, tan asustada, se distinguia por su expresion particular.

– ?Que tienes? ?Que te sucede? -grito Sofia Osipovna, tirandole bruscamente de la mano-. ?Que te pasa? Vamos al bano, eso es todo.

Cuando antes les habian preguntado si habia algun medico entre ellos, Sofia Osipovna no contesto, oponiendose a una fuerza que le resulto repugnante.

A su lado caminaba la mujer del mecanico con su hijo en brazos, y aquel desafortunado bebe de cabeza grande miraba alrededor con ojos mansos y pensativos. Habia sido esa mujer, Deborah, quien una noche habia robado a

Вы читаете Vida y destino
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату