El conductor Semionov, que habia caido prisionero junto con Mosrovskoi y Sofia Osipovna Levinton, habia pasado diez semanas de hambre en un campo de la zona cercana al frente, antes de ser enviado junto a un numeroso contingente de prisioneros del Ejercito Rojo hacia la frontera occidental.

En el campo cercano al frente nunca lo habian golpeado con el puno, con la culata de un fusil, con una bota.

En el campo azotaba el hambre.

El agua murmura en la acequia, chapotea, gime, se agita contra la orilla; el agua retumba, ruge, arrastra bloques de piedra, derriba troncos como si fueran briznas de paja; y el corazon se hiela cuando mira el rio comprimido entre sus estrechas orillas que se retuerce, se estremece, y parece que no sea agua, sino una pesada masa de plomo transparente que, de repente, ha cobrado vida, se ha enfurecido, encabritado.

El hambre, como el agua, esta ligada de una manera continua y natural a la vida. Como el agua, tiene el poder de destruir el cuerpo, arruinar y mutilar el alma, aniquilar millones de vidas.

La carestia de forraje, las heladas y nevadas, la sequia en estepas y bosques, las inundaciones y las epidemias diezman los rebanos de ovejas y las manadas de caballos; matan a lobos, zorros, pajaros cantarines, abejas salvajes, camellos, truchas, viboras. En los periodos de calamidad, los hombres, debido a sus sufrimientos, se vuelven parecidos a las bestias.

El Estado puede decidir, motu proprio, encerrar la vida con diques, y entonces, como el agua entre las orillas demasiado cercanas, la terrible fuerza del hambre mutila, ahoga, extermina a los seres humanos, a una tribu o a un pueblo.

El hambre extrae, molecula a molecula, la proteina y la grasa de las celulas del cuerpo, ablanda los huesos, curva las piernas raquiticas de los ninos, agua la sangre, hace dar vueltas a la cabeza, consume los musculos, devora el tejido nervioso. El hambre aplasta el alma; ahuyenta la alegria, la fe; sofoca la fuerza del pensamiento; hace nacer la sumision, la bajeza, la crueldad, la desesperacion y la indiferencia.

Todo lo que hay de humano en el hombre a veces muere. El ser hambriento se transforma en un animal salvaje que mata y comete actos de canibalismo.

El Estado puede construir una muralla que separe el trigo y el centeno de aquellos que lo sembraron, y con ello provocar una terrible hambruna similar a la que mato a millones de leningradenses durante el sitio aleman, a la que sego la vida de millones de prisioneros de guerra en los campos de concentracion hitlerianos.

?Comida! ?Pitanza! ?Manduca! ?Viveres! ?Abastecimiento y provisiones! ?Condumio y viandas! ?Pan! ?Frituras! ?Algo que llevarse a la boca! Una dieta abundante, de carne, de enfermo, frugal. Una mesa rica y copiosa, refinada, sencilla, campesina. Manjares. Una comilona. Comida…

Mondas de patata, perros, ranas, caracoles, hojas de col podridas, remolacha enmohecida, carne de caballo, carne de gato, carne de cuervos y cornejas, grano quemado y humedo, piel de cinturones, cordones de botas, pegamento, tierra impregnada de grasa con los restos de la cocina de los oficiales: todo eso era comida. Aquello que se filtraba a traves de la muralla.

Esta comida la conseguian, la compartian, la cambiaban, se la robaban los unos a los otros.

El undecimo dia de viaje, cuando el convoy estaba detenido en la estacion Jutor Mijailovski, los guardias sacaron del vagon a Semionov, que habia perdido el conocimiento, y lo entregaron a las autoridades de la estacion.

El comandante, un aleman entrado en anos, observo al soldado agonizante, que estaba sentado contra la pared. -Dejemosle que se arrastre hasta el pueblo. Manana estara muerto. No hay necesidad de dispararle.

Semionov camino a rastras hasta el pueblo vecino. En la primera jata [104] le negaron la entrada.

– No tenemos nada para ti. ?Vete! -le respondio detras de la puerta una voz de anciana.

En la segunda llamo durante mucho rato sin obtener respuesta. Debia de estar vacia o cerrada por dentro.

En la tercera, la puerta estaba entreabierta; entro en el zaguan. Nadie lo detuvo y Semionov penetro en la jata.

Le embistio una ola de calor, la cabeza le dio vueltas, y se sento en un banco al lado de la puerta.

Con respiracion, jadeante, rapida, miraba las paredes blancas, los iconos, la mesa y la estufa. Era algo perturbador, despues de la reclusion en el campo.

En la ventana aparecio una sombra y una mujer irrumpio en la habitacion. Al ver a Semionov grito:

– ?Quien eres?

No respondio. Estaba claro quien era.

Aquel dia no fueron las fuerzas despiadadas de los potentes Estados, sino un ser humano, la vieja Jristia Chuniak, quien decidio la vida y el destino de Semionov.

El sol, entre las nubes grises, miraba de reojo la tierra horadada por la guerra, y el viento, el mismo que pasaba sobre las trincheras y los fortines, sobre las alambradas del campo, sobre los tribunales y los departamentos especiales, aullaba a traves de la pequena ventana de la jata.

La mujer le dio una taza de leche a Semionov, que se puso a ingerirla con avidez, pero al mismo tiempo con dificultad. Cuando acabo de beber, le invadieron las nauseas. Se retorcia entre conatos de vomito, le lloraban los ojos; luego aspiro cada bocanada de aire como si fuera la ultima, y vomito mas y mas.

Semionov se esforzo por controlar los vomitos, preso de un temor: que la mujer le echara de casa, sucio e inmundo. Con los ojos inflamados vio que la vieja habia cogido un trapo y se habia puesto a limpiar el suelo. Queria decirle que el mismo lo limpiaria, que lo lavaria, con tal de que no le echara. Pero solo podia farfullar, senalar con los dedos temblorosos. Entretanto el tiempo pasaba. La anciana entraba y salia de la jata. Por lo visto, no tenia, intencion de echar a Semionov. ?Acaso le habia pedido a una vecina que fuera a buscar a una patrulla alemana o a la policia ucraniana?

La propietaria de la jata puso a calentar agua en un caldero. Comenzo a hacer calor porque del agua se elevaban nubes de vapor. La cara de la anciana parecia enfurrunada, mala.

«Me echara y luego desinfectara la habitacion», penso. La mujer saco de un baul ropa interior y unos pantalones. Le ayudo a desnudarse e hizo un fardo con la ropa sucia. Le llego el hedor de su cuerpo sucio, la pestilencia de sus pantalones manchados de orina y excrementos ensangrentados.

Ayudo a Semionov a sentarse en una tina y su cuerpo devorado por los piojos percibio el contacto de las manos rugosas y energicas de la mujer, y sobre el pecho, el chorro de agua caliente y jabonosa. De repente se atraganto con el agua, empezo a temblar, y con la mente extraviada, tragandose los mocos, chillo:

– Mama, mamanka, mamanka…

Con una toalla de lienzo gris le seco los ojos llorosos, los cabellos y la espalda. Cogio a Semionov por las axilas, lo sento en el banco e, inclinandose, le seco las piernas delgadas como palos, le puso una camisa y unos calzoncillos y le abrocho los botones blancos.

Vertio en un cubo el agua sucia de la tina y la saco fuera. Extendio sobre la estufa una piel de cordero y la cubrio con una tela burda a rayas, tomo de la cama un cojin grande y lo puso en la parte de la cabecera. Luego levanto a Semionov sin esfuerzo, como a un pollito, y le ayudo a encaramarse sobre la estufa [105].

Semionov yacia en un estado de desvario. Su cuerpo experimentaba un cambio inconcebible: la voluntad de un mundo despiadado que intenta aniquilar a una bestia moribunda dejo de actuar.

Pero ni en el campo ni en el convoy habia vivido un sufrimiento parecido: las piernas extenuadas, los dedos doloridos al igual que los huesos, unas nauseas continuas; la cabeza tan pronto se le llenaba de un potaje crudo y negro como parecia, de repente, vacia y ligera, y empezaba a darle vueltas; tenia picazon en los ojos, hipo, los parpados le escocian. De vez en cuando le oprimia el corazon, parecia que dejaba de latir y las entranas se le llenaban de humo, como si estuviera a punto de morir.

Pasaron cuatro dias. Semionov bajo de la estufa y empezo a caminar por la habitacion. Le asombraba ver que el mundo estaba lleno de comida. En el campo no habia otra cosa que remolacha podrida; parecia que en el mundo solo hubiera un brebaje turbio: la sopa del campo, esa sopa que apestaba a podrido.

Ahora veia mijo, patatas, col, tocino, y oia el canto del gallo. Y como un nino tenia la impresion de que en el mundo habia dos magos, el bueno y el malo, y todo el rato tenia miedo de que el mago malo se impusiera sobre el bueno, y que el mundo bueno, calido, repleto de comida desapareciera y el se viera obligado a arrancar con los dientes un trozo de piel del cinturon.

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