Pero ahora se encontraba en la cresta de la ola del exito. Diez dias antes no se habria atrevido a solicitar una entrevista a Shishakov en las horas de visita, pero hoy le parecia natural y sencillo llamarle a su casa.
Una voz de mujer pregunto:
– ?De parte de quien?
Shtrum respondio. Le satisfizo oir su propia voz, el tono tranquilo y distendido con el que se habia presentado.
La mujer se demoro unos segundos en responder y luego dijo amablemente:
– Un momento.
Y unos instantes despues respondio con la misma amabilidad:
– Por favor, tenga la bondad de llamar manana a las diez al instituto.
– Gracias, perdone las molestias.
Sintio que por todo su cuerpo, por toda su piel, se extendia una verguenza espantosa.
Humillado, aventuraba tristemente que aquel sentimiento no le abandonaria ni siquiera en suenos y que al despertar se preguntaria: «?Por que siento esta nausea?», y acto seguido se acordaria:
«?Ah, si!, aquella maldita llamada telefonica».
Volvio a la habitacion de Liudmila y le conto su intento fallido de hablar con Shishakov.
– Si, si, has apostado por el caballo perdedor, como decia tu madre de mi.
Viktor empezo a maldecir a la mujer que se habia puesto al aparato.
– ?Al diablo con esa pelandusca! No soporto eso de preguntar quien llama para responder luego que el senor esta ocupado.
Por lo general Liudmila Nikolayevna compartia la indignacion que el sentia en tales casos; por eso habla ido a explicarselo.
– ?Te acuerdas? -dijo Shtrum-, yo creia que Shishakov se mostraba tan distante porque no podia sacar ningun provecho de mi trabajo. Ahora se ha dado cuenta de que hay una manera: desacreditandome. Sabe que Sadko no me ama [106].
– ?Senor, que suspicaz eres! -exclamo Liudmila Nikolayevna-. ?Que hora es?
– Las nueve y cuarto.
– Ya ves, y Nadia aun no ha llegado.
– Senor -replico Shtrum-. ?Que suspicaz eres!
– A proposito -repuso Liudmila Nikolayevna-, hoy en la tienda especial he oido decir que habian propuesto a Svechin para el premio.
– ?Esta si que es buena! ?Y el no me ha dicho nada! ?Y por que meritos?
– Por su teoria de la difusion, creo.
– No lo entiendo. Esa teoria fue publicada antes de la guerra.
– ?Y que? El pasado tambien cuenta. Le daran el premio a el y no a ti. Ya lo veras. Haces todo lo posible por que sea asi.
– Eres estupida, Liudmila. Es Sadko quien no me ve con buenos ojos.
– Te falta tu madre. Ella siempre te bailaba el agua en todo.
– No me explico tu rabia. Si al menos en aquellos dias hubieras mostrado por mi madre una pizca del afecto que yo siempre he mostrado por Aleksandra Vladimirovna…
– Anna Semionovna nunca quiso a Tolia -sentencio Liudmila Nikolayevna.
– Mentira, mentira -la defendio Shtrum.
Y su mujer le parecio extrana. Le asustaba su injusta tozudez.
53
Por la manana, en el instituto, Shtrum supo por Sokolov que la noche antes Shishakov habia invitado a su casa a varios investigadores del instituto. Kovchenko habia pasado a recoger a Sokolov en coche.
Entre los invitados estaba el delegado de la seccion cientifica del Comite Central, el joven Badin.
Shtrum se sintio aun mas mortificado. Estaba claro que habia telefoneado a Shishakov en el momento en que estaba recibiendo a los invitados.
Con una sonrisa forzada, dijo a Sokolov:
– Asi que el conde de Saint-Germain figuraba en la lista de invitados… ?Y de que hablaron los senores?
De repente se acordo de que al llamar a Shishakov habia pronunciado su propio nombre con voz aterciopelada, convencido de que Aleksei Alekseyevich se precipitaria hacia el telefono en cuanto oyera el apellido Shtrum. Ese recuerdo casi le arranco un gemido y penso que solo los perros gemian de un modo tan lamentable, cuando tratan inutilmente de sacarse una pulga.
– Debo decir -dijo Sokolov- que parecia que no estuviesemos en guerra. Cafe, vino georgiano. Habia poca gente en la reunion, unas diez personas.
– Es extrano -dijo Shtrum.
Sokolov comprendio a que se referia con ese «extrano» pronunciado con aire pensativo, e igual de pensativo respondio el:
– Si, no lo entiendo muy bien. Mejor dicho, no lo entiendo en absoluto.
– ?Estaba Natan Samsonovich? -pregunto Shtrum.
– ?Gurevich? No; parece ser que le telefonearon, pero estaba dando clase a unos estudiantes del tercer ciclo.
– Ya, ya -dijo Shtrum, tamborileando en la mesa. Luego, para su sorpresa, se oyo a si mismo preguntar-: Piotr Lavrentievich, ?se dijo algo sobre mi trabajo?
Sokolov titubeo.
– Tengo la impresion, Viktor Pavlovich, de que sus admiradores, sus fervientes partidarios, le estan haciendo un flaco favor: los superiores comienzan a estar irritados.
– ?Por que se calla? ?Continue!
Sokolov le conto una observacion formulada por Gavronov. Este sostenia que los trabajos de Shtrum contradecian las teorias de Lenin sobre la naturaleza de la materia.
– Bueno -dijo Shtrum-. ?Y que?
– Lo de Gavronov no tiene importancia. Usted lo sabe. Lo desagradable es que Badin le apoyo. Dijo algo asi como que su trabajo, a pesar de derrochar talento, contradice las directrices definidas en la famosa reunion.
Sokolov se volvio a mirar la puerta, despues al telefono, y dijo a media voz:
– Vera, temo que los peces gordos del instituto le utilicen como chivo expiatorio en la campana lanzada para reforzar el espiritu del Partido en la ciencia. Ya sabe a que clase de campanas me refiero. Escogen a una victima y todos se ensanan con ella. Eso seria horrible. ?Su trabajo es tan extraordinario, tan fuera de lo comun!
– ?Nadie salio en mi defensa?
– Creo que no.
– ?Y usted, Piotr Lavrentievich?
– Considere absurdo entrar en polemicas. Refutar la demagogia no tiene sentido.
La turbacion de su amigo contagio tambien a Shtrum, que dijo:
– Si, si, por supuesto. Tiene razon.
Callaron, pero su silencio era incomodo. Un escalofrio de miedo recorrio a Shtrum, ese miedo que siempre albergaba secretamente en su corazon, el miedo a la ira del Estado, el miedo a ser victima de aquella ira que convierte al hombre en polvo.
– Ya, ya -dijo, pensativo-. La gloria no sirve de gran cosa cuando uno esta criando malvas.
– Como deseo que lo comprenda -dijo Sokolov a media voz.
– Piotr Lavrentievich -repuso Shtrum tambien a media voz-. ?Como esta Madiarov? ?Todo bien? ?Le ha escrito? A veces me preocupo sin saber yo mismo el motivo.
Aquella improvisada conversacion en voz baja era una manera de expresar que habia relaciones que eran privadas, particulares, humanas, y que no tenian nada que ver con el Estado.
Sokolov respondio en un tono deliberadamente tranquilo, separando las palabras: