despedazarlos, aplastarlos bajo las orugas de sus tanques.
«Va a celebrarse una boda», penso. Si, pero una boda sin vino dulce, sin armonicas. «Amargo» [112], gritaria Novikov, y los novios de diecinueve anos besarian sin esconderse y con respeto a las novias.
Novikov tenia la impresion de que caminaba entre sus hermanos, sus sobrinos, los hijos de los vecinos, y que miles de mujeres, jovenes y viejas invisibles, estaban mirandoles.
Las madres rechazan el derecho de un hombre a enviar a la muerte a otro hombre durante la guerra. Pero tambien en la guerra se encuentran hombres que pertenecen a esta resistencia clandestina de las madres. Hombres que dicen: «Quedate aqui un momento. ?Donde quieres ir? ?No oyes el fuego ahi fuera? Mi informe puede esperar. Pon el hervidor en el fuego». Hombres que dicen a sus superiores por telefono: «A sus ordenes, haremos avanzar a una ametralladora», y despues de colgar el auricular, dicen: «?Para que vamos a hacer que avance un ametrallador al tuntun? Me mataran a un buen hombre».
Novikov volvio al coche. Tenia una expresion severa y sombria, como si hubiera absorbido en el la oscuridad humeda de aquel amanecer de noviembre. Cuando el jeep se puso en marcha, Guetmanov le lanzo una mirada comprensiva y le dijo:
– Sabes, Piotr Pavlovich, quiero decirte esto justamente hoy: te quiero, tengo confianza en ti.
10
Reinaba un silencio denso, indivisible, y en el mundo parecia que no existiera la estepa, ni la niebla, ni el Volga; solo un perfecto silencio. Entre las nubes oscuras brillo veloz un relampago, luego la niebla gris se volvio purpurea y de repente los truenos invadieron cielo y tierra…
Los canones cercanos y los lejanos unieron sus voces; el eco reforzaba su vinculo, amplificaba el polifonico entrelazamiento de voces que llenaba el gigantesco contenedor del espacio en el que se desplegaba la batalla.
Las casitas de adobe temblaban, trozos de arcilla se desprendian de las paredes y caian al suelo sin hacer ruido. En los pueblos de las estepas las puertas de las isbas comenzaron a abrirse y cerrarse por si solas, mientras el ahora fragil hielo del lago se agrietaba.
Un zorro corria, meneando su pesada cola de abundante pelo sedoso, y la liebre en lugar de huir de el le seguia; en el aire se levantaban en vuelo, agitando las alas pesadas, aves rapaces nocturnas y diurnas, tal vez reunidas por primera vez… Los lirones sonolientos que salian de sus madrigueras parecian abuelos desgrenados escapando de una isba incendiada.
Probablemente en los puestos de combate la temperatura del humedo aire matutino subio un grado a causa de las miles de ardientes piezas de artilleria.
Desde el punto de observacion de primera linea se distinguian con nitidez las explosiones de los obuses sovieticos, las espirales de oleoso humo amarillo y negro retorciendose en el aire, las fuentes de tierra y nieve sucia, la blancura lechosa del fuego de acero.
La artilleria enmudecio. Una nube de humo mezclaba con lentitud sus jirones deshidratados y ardientes con el humedo frio de la estepa.
Enseguida el cielo se lleno de un nuevo sonido, estruendoso, amplio, tenso: los aviones sovieticos se dirigian hacia el oeste. Su zumbido, sus rugidos y bramidos hacian fisicamente tangible la grandiosa profundidad dei ciego caelo nebuloso. Los aviones de asalto blindados y los cazas volaban casi a ras de suelo, presionados contra la superficie por la capa baja de nubes, mientras en las nubes y por encima de ellas mugian con voz de bajo los invisibles bombarderos.
Los alemanes en el cielo sobre Brest-Litovsk, los rusos sobre la estepa del Volga…
Novikov no pensaba, no recordaba, no comparaba. Lo que sentia era mas importante que los recuerdos, las comparaciones, los pensamientos.
Se hizo el silencio. Los hombres que aguardaban para dar la senal de ataque y los hombres dispuestos a abalanzarse sobre las posiciones rumanas al oir la senal fueron engullidos por el silencio.
En aquella calma parecida a un remoto mar sordo y mudo, en aquellos segundos se determinaba el rumbo de la historia. Que belleza, que felicidad poder participar en la batalla decisiva para el destino de tu patria. Que sensacion penosa y tremenda era levantarse de cuerpo entero ante la muerte, no esconderse ya de ella sino correr a su encuentro. Que espantoso es morir joven. ?Vivir, ganas de vivir! No existe en el mundo deseo mas intenso que el de salvar una vida joven, una vida apenas vivida todavia. Ese deseo no vive en los pensamientos, es mas fuerte que el pensamiento; existe en la respiracion, en las aletas de la nariz, en los ojos, en los musculos, en la hemoglobina de la sangre que devora avida el oxigeno. Es un deseo de tal magnitud que no se puede comparar con nada, cualquier medida es inadecuada. El miedo. El miedo antes del ataque…
Guetmanov emitio un suspiro hondo y jadeante; miro a Novikov, el telefono de campana, el radiotransmisor.
La cara del coronel le sorprendio: no era la cara del hombre que habia conocido durante los ultimos meses. Y sin embargo, lo habia visto enfadado, preocupado, altivo, alegre, sombrio.
Las baterias rumanas que todavia no habian sido abatidas volvian a la vida una tras otra, disparando rafagas de fuego desde la retaguardia hacia la linea del frente. Potentes canones antiaereos abrieron fuego contra objetivos terrestres.
– Piotr Pavlovich -pronuncio Guetmanov profundamente emocionado-. ?Es la hora! La suerte esta echada.
A el, la necesidad de sacrificar a hombres por la causa siempre le habia parecido natural, indiscutible, y no solo en tiempo de guerra.
Pero Novikov ganaba tiempo: mando que le pusieran en contacto con Lopatin, el comandante del regimiento de artilleria pesada que habia estado despejando el camino para sus tanques.
– Ten cuidado, Piotr Pavlovich -dijo Guetmanov, senalando su reloj-. Tolbujin te va a comer vivo.
Novikov se resistia a admitir ante si mismo, y menos aun ante Guetmanov, aquel sentimiento vergonzoso y ridiculo.
– Me preocupan los tanques -se justifico-. Perderemos un gran numero. No tardare mas que unos minutos; los T-34 son maquinas tan esplendidas… Aplastaremos las baterias antiaereas y antitanque, las tenemos ya en la palma de la mano.
La estepa humeaba ante ellos y los hombres, a su lado, en la trinchera, le miraban fijamente, sin apartar la vista; los comandantes de las brigadas esperaban sus ordenes por radio. Se habia apoderado de Novikov su pasion profesional de coronel avezado en la guerra, su burda ambicion le hacia estremecerse de impaciencia; Guetmanov le instigaba y el temia a los superiores.
Sabia muy bien que las palabras que habia dirigido a Lopatin no serian estudiadas en el Estado Mayor General ni entrarian en los manuales de historia, no suscitarian las alabanzas de Stalin y Zhukov, y tampoco le acercarian a la anhelada Orden de Suvorov.
Existe un derecho superior al de mandar a los hombres a la muerte sin pensar: el derecho a pensarselo dos veces antes de enviar a los hombres a la muerte.
Novikov habia ejercido esa responsabilidad.
11
En el Kremlin Stalin esperaba los informes del general Yeremenko comandante en jefe del frente de Stalingrado.
Miro el reloj: la preparacion de la artilleria acababa de terminar, la infanteria habia avanzado y las unidades moviles estaban preparadas para penetrar en la brecha abierta por la artilleria. Los aviones bombardeaban la retaguardia, las carreteras y los aerodromos.
Diez minutos antes habia hablado con Vatutin: el avance de las unidades de blindados y de la caballeria al norte de Stalingrado habia superado cualquier prevision.
Tomo en la mano un lapiz y miro el telefono, que continuaba mudo. Deseaba trazar sobre el mapa el