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Transcurrieron varios dias desde la aparicion del articulo en el periodico mural. El trabajo en el laboratorio seguia su curso habitual.

Shtrum tenia momentos bajos, luego recuperaba la energia se mostraba activo, iba de aqui para alla en el laboratorio tamborileando los dedos agiles, bien en el alfeizar de la ventana, bien en las cajas metalicas, sus melodias preferidas.

Decia en tono de broma que, evidentemente, en el instituto se habia propagado una epidemia de miopia, porque los conocidos que se encontraban cara a cara con el pasaban de largo, abstraidos, sin saludarle siquiera. Gurevich, pese a que le habia visto desde lejos, habia adoptado un aire pensativo, habia cruzado la calle y se habia detenido a contemplar un cartel. Shtrum, siguiendo su recorrido, se habia vuelto para mirarle; en el mismo instante tambien Gurevich habia levantado la mirada y sus ojos se habian encontrado. Gurevich hizo un gesto de sorpresa y alegria, y comenzo a enviarle senas de saludo. Pero no habia nada de divertido en todo aquello.

Svechin, al encontrarse con Shtrum, le habia saludado y habia ralentizado el paso con buenas formas, pero por la expresion de su cara se diria que se habia topado con el embajador de una potencia enemiga.

Viktor Pavlovich llevaba la cuenta de quien le habia dado la espalda, quien le saludaba con un movimiento de cabeza, quien le estrechaba la mano.

Cuando llegaba a casa, lo primero que preguntaba a su mujer era:

– ?Ha llamado alguien?

Liudmila Nikolayevna respondia como siempre:

– Nadie, excepto Maria Ivanovna.

Y sabiendo de antemano que pregunta venia a continuacion despues de esas palabras, anadia:

– De Madiarov todavia no hay ninguna noticia.

– Ya lo ves -le decia el-, los que telefoneaban cada dia ahora lo hacen de vez en cuando; y los que lo hacian ocasionalmente han dejado de hacerlo del todo.

Le parecia que tambien en casa le trataban de manera diferente. Una vez Nadia habia pasado delante de el, que estaba bebiendo un te, sin saludarlo.

Shtrum le habia gritado en tono airado:

– ?Ya no se dice ni buenos dias? ?Que soy? ?Un objeto inanimado?

Evidentemente su cara era tan patetica, tan dolorosa que Nidia, comprendiendo su estado de animo, en vez de responderle con una groseria se apresuro a decir:

– Perdoname, querido papa. Aquel mismo dia el decidio indagar:

– Oye, Nadia, ?sigues viendo a tu gran estratega? Nadia se limito a encogerse de hombros, sin articular palabra.

– Quiero advertirte de una cosa -dijo-. Que no se te pase por la cabeza hablar con el de politica. Solo me falta que me pillen por alguna indiscrecion tuya.

Nadia, en lugar de responder con una insolencia, observo:

– Puedes estar tranquilo, papa.

Por la manana, al acercarse al instituto, Shtrum comenzaba a mirar alrededor y luego aminoraba el paso, y de nuevo lo aceleraba. Una vez se habia convencido de que el pasillo estaba vacio, caminaba a toda prisa, con la cabeza gacha, y si en alguna parte se abria una puerta, a Viktor Pavlovich se le encogia el corazon.

Al entrar en el laboratorio, su respiracion era pesada, como la de un soldado que acaba de llegar a su trinchera despues de atravesar un campo bajo fuego enemigo. Un dia, Savostianov paso a ver a

Shtrum y le dijo:

– Viktor Pavlovich, por lo que mas quiera, se lo rogamos todos: escriba una carta, arrepientase, le aseguro que eso le ayudara. Reflexione; lo esta echando todo a perder y justo cuando tiene por delante un trabajo importante, mas que importante, grandioso; las fuerzas vivas de nuestra ciencia le miran con esperanza. Escriba una carta, reconozca sus errores.

– Pero ?de que debo arrepentirme? ?De que errores? -pregunto Shtrum.

– Que mas da, lo hace todo el mundo: escritores, cientificos, dirigentes del Partido; incluso nuestro querido musico Shostakovich reconoce sus errores, escribe cartas de arrepentimiento y, despues, continua trabajando como si nada.

– Pero ?de que deberia arrepentirme? ?Ante quien?

– Escriba a la direccion, escriba al Comite Central. No importa, a cualquier parte. Lo principal es que se arrepienta. Algo asi como: «Reconozco mi culpa, he tergiversado ciertas cosas, soy plenamente consciente y prometo enmendarme». Mas o menos en estos terminos; pero usted ya sabe de que le hablo, es ya un cliche. Lo importante es que esos escritos ayudan, siempre ayudan.

Los ojos de Savostianov, por lo general alegres y risuenos, estaban serios. Parecia que incluso hubieran cambiado de color.

– Gracias, gracias, querido mio -dijo Shtrum-, su amistad me conmueve.

Una hora despues Sokolov le dijo:

– Viktor Pavlovich, la proxima semana el Consejo Cientifico celebrara una sesion plenaria; creo que usted deberia intervenir.

– ?En calidad de que? -pregunto Shtrum.

– Me parece que deberia dar explicaciones; en pocas palabras, creo que deberia admitir su error.

Shtrum se puso a andar por la habitacion, despues se paro de golpe al lado de la ventana y, mirando fijamente al patio, dijo:

– Piotr Pavlovich, ?no seria mejor escribir una carta? Mire, es mas facil que escupirse encima en publico.

– No, creo que debe hacer una intervencion. Ayer hable con Svechin y me dio a entender que alli -hizo un gesto vago en direccion a la cornisa superior de la puerta- prefieren que intervenga a que escriba una carta.

Shtrum se volvio enseguida hacia el.

– No intervendre ni escribire ninguna carta. Sokolov, con la entonacion paciente de un psiquiatra que discute con un enfermo, observo:

– Viktor Pavlovich, en su posicion guardar silencio significa suicidarse con plena conciencia; pesan sobre usted imputaciones de caracter politico.

– ?Sabe lo que me resulta mas penoso? -le pregunto Shtrum-. No comprendo por que ha de pasarme algo asi en unos dias de alegria general, en los dias de la victoria. ?Y pensar que cualquier hijo de perra puede decir que ataque abiertamente los principios del leninismo porque estaba convencido de que asistiamos al fin del poder sovietico! Como si me gustara atacar a los debiles.

– Si, lo he oido decir -dijo Sokolov.

– No, no, ?al diablo con ellos! -dijo Shtrum-. No entonare un mea culpa.

Pero por la noche se encerro en su habitacion y comenzo a escribir la carta. Lleno de verguenza, la hizo pedazos y se puso a redactar el texto para su intervencion en el Consejo Cientifico. Al releerlo dio un golpe contra la mesa con la palma de la mano y rompio el papel en mil pedazos. -Basta, ?se acabo! -dijo en voz alta-. Que pase lo que haya de pasar. Que me encarcelen.

Permanecio inmovil durante un rato, reflexionando sobre su ultima decision. Despues le vino a la cabeza la idea de escribir el texto aproximado de la carta que habria escrito si hubiera decidido arrepentirse; en eso no habia nada de humillante. Nadie veria la carta; nadie.

Estaba solo, la puerta cerrada con llave, en la casa todos dormian; al otro lado de la ventana reinaba el silencio, no se oian ni bocinas ni ruido de coches.

Pero una fuerza invisible le oprimia. Sentia su poder hipnotico, que le obligaba a pensar como ella queria y a escribir bajo su dictado. Se encontraba dentro de el, y le helaba el corazon, disolvia su voluntad, se entrometia en las relaciones con su familia y su hija, en su pasado, en los pensamientos de su juventud. Habia acabado sintiendo que era un ser privado de talento, aburrido, pesado, que agotaba a todo el mundo con su monotona locuacidad. Incluso su trabajo le parecia apagado, como si estuviera cubierto de cenizas y polvo; habia dejado de llenarle de luz y alegria.

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