– ?Que sera de ti y de tu general?
– Solo pensarlo me da miedo.
– Una azotaina es lo que te mereces.
– ?No podia actuar de otro modo! -se defendio Yevguenia Nikolayevna.
– No me gusta que siempre tengas dudas. Si dejas a alguien, le dejas de verdad, sin dar marcha atras. No tiene sentido llorar por la leche derramada.
– Ah, si, claro -dijo Zhenia-. Alejate del mal y haz el bien. No soy capaz de vivir segun esta regla.
– Me referia a otra cosa. No me gusta Krimov, pero le respeto, y a tu general no le he visto nunca. Pero una vez has decidido convertirte en su mujer, tienes una responsabilidad hacia el. En cambio te estas comportando como una irresponsable. Un hombre que tiene un puesto importante, ?un militar! Y su mujer, entretanto, le lleva paquetes a un detenido. ?Te das cuenta de las consecuencias que puede tener para el?
– Lo se.
– Pero ?le amas?
– ?Dejame en paz, por el amor de Dios! -dijo Zhenia con voz llorosa y penso: «?A quien amo?». -No, responde.
– No podia actuar de otra manera; la gente no va a la Lubianka por placer.
– No hay que pensar solo en uno mismo.
– De hecho no estoy pensando solo en mi.
– Viktor tambien piensa como tu. Pero en el fondo no es mas que egoismo.
– Tu logica es increible. De nina ya me chocaba. ?A que llamas egoismo?
– Piensalo bien, ?como vas a ayudarle? No puedes revocar una sentencia.
– Ya verias, Dios no lo quiera, si fueras a dar con tus huesos a la carcel; entonces comprenderias que significa la ayuda de tus allegados.
Liudmila Nikolayevna, para cambiar de tema, le pregunto:
– Dime, novia alocada, ?tienes fotos de Marusia?
– Solo una. ?Te acuerdas? La tomamos en Sokolniki.
Apoyo la cabeza sobre el hombro de Liudmila y se quejo:
– Estoy tan agotada…
– Descansa, duerme un poco. Hoy no vayas a ningun lado; te he preparado la cama.
Zhenia, con los ojos entornados, nego con la cabeza.
– No, no, no vale la pena. Estoy cansada de vivir.
Liudmila Nikolayevna trajo un sobre grande y esparcio sobre el regazo de su hermana un pliego de fotografias.
Zhenia, al examinar las fotos, exclamaba: «…Dios mio, Dios mio…, me acuerdo de esta, la hicimos en la dacha… Que divertida esta Nadia… Esta la saco papa despues de la deportacion… Mira, aqui sale Mitia de colegial, clavadito a Seriozha, sobre todo en la parte superior de la cara… Aqui esta mama con Marusia en brazos, yo no habia nacido todavia…».
Se dio cuenta de que no habia fotografias de Tolia, pero no le pregunto a su hermana donde estaban.
– Bien, madame -dijo Liudmila-, hay que prepararte algo de comer.
– Tengo buen apetito -confirmo Zhenia-, igual que de nina. Ni siquiera las preocupaciones me lo quitan.
– Bueno, gracias a Dios -dijo Liudmila Nikolayevna, y beso a su hermana.
24
Zhenia bajo del trolebus cerca del teatro Bolshoi, ahora cubierto de telas de camuflaje, y subio por Kuznetski Most pasando por delante de los locales de exposicion de la Union de Pintores. Antes de la guerra exponian alli artistas que conocia y, una vez, tambien habian exhibido sus cuadros. Pero no penso en ello.
Una extrana inquietud se habia apoderado de ella. Su vida era como una baraja de cartas mezclada por una gitana. Ahora habia salido la carta «Moscu».
A lo lejos distinguio la pared de granito gris oscuro del imponente edificio de la Lubianka.
«Buenos dias, kolia», penso. Quiza Nikolai Grigorievich, sintiendo que se acercaba, se habia emocionado sin comprender el motivo.
Su viejo destino se habia convertido en su nuevo destino. Todo lo que parecia haber desaparecido para siempre en el pasado se habia convertido en su futuro.
La nueva y espaciosa sala de recepcion, cuyas ventanas relucientes como espejos daban a la calle, estaba cerrada. Los visitantes debian dirigirse al viejo local.
Entro en un patio sucio, paso por delante de una pared desconchada y se dirigio hacia la puerta entreabierta. En el recibidor todo tenia un aspecto sorprendentemente normal: mesas manchadas de tinta, bancos de madera apoyados contra las paredes, ventanillas con antepechos de madera donde daban informacion.
Daba la sensacion de que la mole de piedra y los numerosos pisos cuyos muros daban a la plaza de la Lubianka, la Sretenka y la calle Furkasovski no tenian ninguna relacion con aquella oficina.
La gente se agolpaba en la sala; los visitantes, la mayoria mujeres, hacian cola ante las ventanillas; algunos estaban sentados en los bancos; un viejo con unas gafas de cristales gruesos rellenaba, detras de una mesa, un formulario. Zhenia, al mirar las caras viejas y jovenes, tanto de hombres como de mujeres, penso que todos tenian en comun la expresion de los ojos, el pliegue de la boca, y que si se los hubiera encontrado en el tranvia, en la calle, habria adivinado que frecuentaban el numero 24 de Kuznetski Most.
Zhenia se dirigio a un joven ordenanza que, aunque vestido con el uniforme del Ejercito Rojo, no parecia un soldado, y este le pregunto:
– ?Es su primera vez? -y le indico una ventanilla en la pared.
Zhenia se puso a la cola, sosteniendo el pasaporte en la mano; tenia los dedos y las palmas de la mano humedos de la emocion. Una mujer tocada con un gorro que estaba delante de ella le dijo a media voz:
– Si no se encuentra en esta prision, hay que ir a Matrosskaya Tishina, y luego a la Butirka; pero solo reciben algunos dias, por orden alfabetico. Despues debe ir a la carcel militar de Lefortovo, y finalmente volver aqui. Yo estuve buscando a mi hijo durante mes y medio. ?Ya ha estado en la fiscalia militar?
La cola avanzaba deprisa y Zhenia penso que no era buena senal: seguro que daban respuestas formales, laconicas. Pero cuando a la ventanilla se acerco una anciana vestida con elegancia, se produjo una interrupcion; la noticia corrio en un susurro, de boca en boca: el empleado habia ido a informarse personalmente de las circunstancias de aquel asunto despues de que la conversacion telefonica resultara insuficiente, La mujer estaba vuelta de medio perfil hacia la cola, y la expresion de sus ojos entornados parecia indicar que no se sentia en el mismo plano que la misera muchedumbre de los parientes de los detenidos.
Poco despues la cola volvio a moverse, y una mujer joven, alejandose de la ventanilla, dijo en voz baja:
– Siempre la misma respuesta: no esta permitido enviar paquetes.
La vecina le explico a Yevguenia Nikolayevna:
– Quiere decir que la instruccion no ha terminado.
– ?Y las visitas? -pregunto Zhenia.
– ?De que visitas habla? -respondio la mujer, y sonrio ante la ingenuidad de Zhenia.
Yevguenia Nikolayevna nunca habria imaginado que la espalda de un ser humano pudiera transmitir tan claramente su estado de animo. Las personas que se acercaban a la ventanilla tenian una manera particular de estirar el cuello, con los hombros levantados, los omoplatos tensos que parecian gritar, llorar, sollozar. Cuando siete personas separaban a Zhenia de la ventanilla, esta se cerro con un ruido sordo, y alguien anuncio una pausa de veinte minutos. Los que estaban en la cola tomaron asiento en sillas y bancos.
Habia mujeres, madres; habia tambien un anciano, un ingeniero cuya mujer, interprete en la Sociedad de la Union Sovietica para las Relaciones Culturales con el Extranjero (VOKS), habia sido arrestada; habia una alumna de decimo curso cuya madre estaba en la carcel y a cuyo padre le habian caido «diez anos sin derecho a correspondencia»; habia una viejecita ciega a la que acompanaba una vecina para pedir noticias sobre su hijo; habia una extranjera, esposa de un comunista aleman, que hablaba mal el ruso, vestia a la occidental con un abrigo a cuadros y llevaba una bolsa de tela abigarrada en la mano: sus ojos eran iguales a los de las viejas rusas.