Habia rusas, armenias, ucranianas, judias; habia una koljosiana de las afueras de Moscu. Supo que el viejo que estaba rellenando el formulario detras de la mesa era profesor en la academia Timiriazev; habian arrestado a su nieto, un escolar, por hablar mas de la cuenta en una fiesta.
En aquellos veinte minutos, Zhenia se entero de muchas cosas.
Ese dia el empleado de turno era bueno… En la Butirka no aceptaban conservas; era necesario pasar ajo y cebolla, iban bien para el escorbuto… El miercoles pasado un hombre habia ido a buscar sus papeles; le habian retenido durante tres anos en la Butirka sin interrogarle ni una sola vez y luego lo dejaron en libertad… En general transcurria un ano entre el arresto y el traslado al campo… No se deben entregar cosas de valor: en la carcel de transito de Krasnaya Presnia mezclan a los «politicos» con los delincuentes comunes, y estos se lo roban todo… Poco tiempo atras habia venido una mujer cuyo marido, un eminente ingeniero de edad avanzada, habia sido arrestado: por lo visto, durante su juventud habia tenido una breve relacion con una mujer a la que mensualmente entregaba dinero para alimentar a un hijo al que nunca habia visto; pero este nino se habia hecho adulto y, en el frente, se habia pasado al bando aleman; de modo que al ingeniero le habian condenado a diez anos por ser el padre de un traidor a la patria… La mayoria eran acusados en virtud del articulo 58, parrafo 10: propaganda contrarrevolucionaria. Personas que hablaban demasiado, que no sabian morderse la lengua… Al ingeniero lo habian arrestado antes del Primero de Mayo; siempre se producen mas arrestos antes de las fiestas… Alli habia tambien una mujer: el juez instructor la habia telefoneado a casa y, de repente, habia oido la voz de su marido…
Curiosamente, en la sala de recepcion del NKVD Zhenia se sentia mas tranquila y aliviada que despues del bano en casa de Liudmila.
Que suerte tan maravillosa tenian las mujeres cuyos paquetes eran aceptados.
Alguien, con un cuchicheo apenas perceptible, dijo a su lado:
– Por lo que respecta a la gente arrestada en 1937, contestan lo primero que se les pasa por la cabeza. A una mujer le dijeron: «Esta vivo y trabaja»; pero cuando vino por segunda vez el mismo empleado le dio un certificado: «Muerto en 1939».
El hombre de la ventanilla levanto los ojos, hacia Zhenia; tenia la cara vulgar de un burocrata que tal vez el dia antes trabajaba en el cuerpo de bomberos, y que al siguiente, si se lo ordenaran los superiores, se ocuparia de rellenar documentos en la seccion de condecoraciones.
– Quiero tener noticias del detenido Krimov, Nikolai Grigorievich -dijo Zhenia, y le parecio que aunque no la conocia habia notado que hablaba con la voz alterada.
– ?Cuando le arrestaron? -pregunto el empleado.
– En noviembre -respondio.
Le dio un cuestionario.
– Rellenelo y entreguemelo directamente sin hacer cola; vuelva manana por la respuesta.
Al tenderle la hoja, la miro de nuevo, y esta rapida ojeada ya no era la de un empleado corriente, sino la mirada inteligente de un chequista que lo registra todo en la memoria.
Relleno el formulario; sus dedos temblaban como los del viejo de la academia Timiriazev que poco antes estaba sentado en ese mismo lugar.
A la pregunta sobre el grado de parentesco con el detenido, escribio: «Esposa», y subrayo la palabra con una gruesa linea.
Una vez entregado el cuestionario se sento sobre el divan y guardo el pasaporte en el bolso. Lo cambio varias veces de compartimiento, y comprendio que no le apetecia separarse de las personas que hacian cola.
En aquel momento solo queria una cosa: hacer saber a Krimov que ella estaba alli, que lo habia abandonado todo por el y habia corrido en su busca.
?Si pudiera saber que ella estaba alli, tan cerca!
Camino por la calle mientras atardecia. Yevguenia habia pasado en esa ciudad gran parte de su vida, pero aquella vida, con sus exposiciones, sus teatros, las comidas en los restaurantes, los viajes a la dacha, los conciertos sinfonicos, quedaba tan lejos que ya no parecia suya. Lejos tambien estaban Stalingrado, Kuibishev y el bello rostro de Novikov, que a veces le parecia divinamente maravilloso.
Solo quedaba la sala de recepcion del numero 24 de Kuznetski Most, y ahora tenia la sensacion de estar caminando por las calles de una ciudad desconocida.
25
Mientras se quitaba los chanclos en la antesala y saludaba a la vieja empleada domestica, Shtrum echo una ojeada a traves de la puerta entreabierta del despacho de Chepizhin. La vieja Natalia Ivanovna ayudo a Shtrum a quitarse el abrigo y le dijo:
– Anda, vaya, le esta esperando.
– ?Nadiezhda Fiodorovna esta en casa? -pregunto Shtrum.
– No, se fue ayer a la dacha con sus sobrinas, Viktor Pavlovich, ?sabe si acabara pronto la guerra?
Shtrum respondio:
«-Cuentan que unos conocidos convencieron al chofer de Zhukov para que le preguntara cuando terminaria la guerra. Zhukov se subio a su coche y pregunto a su chofer: «?Sabrias decirme cuando acabara la guerra?».
Chepizhin salio al encuentro de Shtrum.
– Vieja, ?por que entretienes a mis invitados? ?Invita a los tuyos!
Cuando llegaba a casa de Chepizhin, Shtrum solia sentir que le subia la moral. Ahora, pese a su congoja, volvio a sentir esa ligereza particular que no experimentaba desde hacia tiempo.
Al entrar en el despacho de Chepizhin, despues de mirar las estanterias de libros, tenia la costumbre de citar en broma las palabras de Guerra y paz: «Si, las gentes han escrito mucho, no estaban ociosas».
Y tambien esta vez dijo: «Si, las gentes han escrito…».
El desorden en las estanterias de la biblioteca se parecia al caos que reinaba en los talleres de las fabricas de Cheliabinsk.
– ?Tiene noticias de sus hijos? -pregunto Shtrum.
– Recibi una carta del mayor-, el mas joven esta en Extremo Oriente.
Chepizhin tomo la mano de Shtrum y con un apreton silencioso le expreso aquello que no podia decir con palabras. Y la vieja Natalia Ivanovna se acerco a Viktor Pavlovich y le beso en el hombro.
– ?Que hay de nuevo, Viktor Pavlovich? -pregunto Chepizhin.
– Lo mismo que todo el mundo: Stalingrado. Ahora no cabe ninguna duda: Hitler esta kaputt. En cuanto a mi, no tengo demasiadas buenas noticias; al contrario, todo va mal.
Y se puso a contarle sus desgracias:
– Mis amigos y mi mujer me aconsejan que me arrepienta. ?Debo arrepentirme de tener razon! Hablo mucho rato de si mismo, con avidez, casi como un enfermo grave que piensa dia y noche en su dolencia. Shtrum torcio el gesto, se encogio de hombros. -Siempre me viene a la cabeza nuestra conversacion a proposito del magma y toda la porqueria que aflora a la superficie.» Nunca habia estado rodeado de tanta basura. Y por alguna razon ha coincidido con los dias de la victoria, lo cual resulta particularmente ofensivo, ultrajante hasta un punto inadmisible.
Miro la cara de Chepizhin y pregunto: -Segun usted, ?se trata una mera casualidad? La cara de Chepizhin era sorprendente: sencilla, incluso grosera, con pomulos prominentes, nariz chata, de campesino, y al mismo tiempo, tan intelectual y fina que un londinense o un lord Kelvin habrian podido envidiarle. Chepizhin respondio con aire sombrio:
– Primero dejemos que acabe la guerra y luego hablaremos de lo que es casual y lo que no.
– Es probable que para entonces los cerdos me hayan comido. Manana decidiran mi suerte en el Consejo Cientifico. Es decir, mi suerte ya ha sido decidida por la direccion, en el comite del Partido. En el Consejo Cientifico solo cumpliran con las formalidades: la voz del pueblo, la reivindicacion publica…
A Viktor Pavlovich le asaltaba una extrana sensacion mientras charlaba con Chepizhin: sentia alivio hablando de los acontecimientos angustiosos de su vida.
– Yo pensaba que ahora le llevarian en bandeja de plata, tal vez incluso en una de oro -dijo Chepizhin.
– ?Y por que? He arrastrado la ciencia al pantano de la abstraccion talmudica, y la he alejado de la