Alli mismo, en el pasillo, ella le conto el arresto de Krimov y el motivo de su visita. Se quedo estupefacto, Pero despues de esta noticia la llegada de Zhenia le parecio mucho mas preciosa. Si Zhenia hubiera llegado radiante de felicidad y llena de proyectos de una nueva vida, le habria parecido menos cercana y proxima.
Hablo con ella, le hizo preguntas sin dejar de mirar el reloj…
– ?Que absurdo e insensato es todo esto! -dijo Shtrum-; recuerda mis conversaciones con Nikolai, siempre queria hacerme cambiar de idea. ?Y ahora…! Yo soy la herejia personificada y paseo en libertad; el, un comunista ortodoxo esta arrestado.
Liudmila Nikolayevna le advirtio:
– Vitia, ten en cuenta que el reloj del comedor va diez minutos atrasado.
Farfullo algo y se dirigio a su habitacion; mientras pasaba por el pasillo tuvo tiempo de mirar dos veces la hora que marcaba el reloj.
La sesion del Consejo Cientifico estaba fijada para las once de la manana. Rodeado de objetos y libros que le resultaban familiares, podia sentir con una nitidez insolita, rayana en la alucinacion, la tension y la agitacion que debian de reinar en el instituto. Las diez y media. Sokolov comienza a quitarse la bata. Savostianov dice a media voz a Markov: «Vaya, parece que el loco ha decidido no venir». Gurevich, rascandose su gordo trasero, mira a traves de la ventana: una limusina especial se detiene al lado del instituto, sale Shishakov con un sombrero y una capa larga de pastor. A. continuacion llega un segundo coche: el joven Badin. Kovchenko camina por el pasillo. En la sala de la reunion ya esperan quince personas; hojean el periodico. Han llegado con antelacion para encontrar buenos puestos porque saben que despues se agolpara un gran numero de personas. Svechin y el secretario del comite del Partido en el instituto, Ramskov, «con el sello del secreto en la frente», estan junto a la puerta del comite. El viejo academico Prasolov, con sus rizos canos y la mirada fija en el aire, parece flotar por el pasillo; dice que asambleas de ese tipo constituyen por si mismas una bajeza increible. Con un gran estruendo llegan en tropel los colaboradores cientificos adjuntos.
Shtrum miro el reloj, cogio del escritorio su declaracion, se la metio en el bolsillo y volvio a mirar el reloj.
Podia asistir al Consejo Cientifico y no arrepentirse, presenciar en silencio… No… Si iba no podria quedarse callado, y si hablaba no tendria mas remedio que arrepentirse. No ir equivalia a cerrarse todas las puertas…
Diran: «No encontro el valor…, se opuso ostentosamente a la colectividad…, una provocacion politica…, en consecuencia ahora habra que hablar con el en otra lengua». Saco la declaracion del bolsillo y acto seguido, sin leerla, volvio a guardarla en el bolsillo. Habia releido aquellas lineas decenas de veces; «Reconozco que, al expresar desconfianza hacia la direccion del Partido, cometi un acto incompatible con las normas de conducta del hombre sovietico, y por eso… En mi trabajo, sin ser consciente, me be alejado de la via magna de la ciencia sovietica e involuntariamente me he opuesto…».
Sentia el irrefrenable impulso de volver a leer la declaracion, pero en cuanto la cogia entre las manos, cada silaba le resultaba insoportablemente familiar…
El comunista Krimov habia sido arrestado y encerrado en la Lubianka. Y a Shtrum, con sus dudas y horror ante la crueldad de Stalin, sus discusiones sobre la libertad, el burocratismo, con su actual historia marcada por aspectos politicos, hacia mucho tiempo que deberian haberle enviado a Kolyma…
Durante los ultimos dias era presa del miedo cada vez con mayor frecuencia; estaba convencido de que no tardarian en arrestarle.
Por lo general no se limitaban a expulsarte del trabajo: primero te criticaban agriamente, despues te despedian del trabajo, y por ultimo te metian en prision.
Miro de nuevo el reloj. La sala debia de estar abarrotada. Los que habian tomado asiento mirarian a la puerta y cuchichearian entre si: «Shtrum no ha aparecido…». Alguien diria: «Ya es casi mediodia y Viktor sigue sin presentarse». Shishakov habria ocupado el sillon de la presidencia y dejado la cartera sobre la mesa. Al lado de Kovchenko se erguiria una secretaria que le habria llevado unos documentos urgentes para que los firmara de inmediato.
La idea de la espera impaciente y excitada de decenas de personas congregadas en la sala de reuniones angustiaba de un modo insoportable, a Shtrum. Probablemente tambien en la Lubianka, en el despacho del hombre que seguia con atencion su caso, estaban esperando. «?Es posible que no venga?» Sentia y veia a un hombre cenudo del Comite Central: «?Asi que no se ha dignado aparecer?». Veia a conocidos que decian a sus mujeres: «Es un chillado». Liudmila, en su fuero interno, desaprobaba su actitud: Tolia habia dado la vida por un Estado con el que Viktor habia entablado una disputa en tiempo de guerra.
Cuando recordaba cuantos parientes suyos y de Liudmila habian sido represaliados, deportados, se tranquilizaba pensando: «Si alguien me interroga dire que no solo hay gente asi a mi alrededor; tambien esta Krimov, un amigo intimo, un comunista conocido, un viejo miembro del Partido, un militante desde los tiempos de la clandestinidad…». ?Pero mira lo que le habia pasado a Krimov! Comenzarian a interrogarle y el recordaria cada uno de los discursos hereticos de Shtrum. Aunque, bien pensado, Krimov tampoco era un amigo tan intimo. ?Acaso no se habia separado Zhenia de el? Y ademas tampoco habia mantenido tantas conversaciones peligrosas con el; antes de la guerra a Shtrum no le acuciaban demasiado las dudas. Pero ?ay si interrogaban a Madiarov…!
Decenas, cientos de esfuerzos, presiones, empujones, golpes parecian romperle las costillas, henderle los huesos del craneo.
Que insensatas las palabras del doctor Stockmann: «?Es fuerte quien esta solo…!». ?Pero que fuerte ni que ocho cuartos! Miro alrededor de manera furtiva y con muecas deplorables y provincianas, comenzo a hacerse el nudo de la corbata, metio sus papeles en el bolsillo de la chaqueta de gala y se calzo los zapatos amarillos recien comprados. Liudmila Nikolayevna entro en el momento en que el se encontraba de pie, vestido, cerca de la mesa. Se le acerco sin decir nada, le beso y salio de la habitacion.
?No, no leeria aquella declaracion burocratica de arrepentimiento! Diria la verdad, lo que le saliera del corazon: «Camaradas, amigos mios, os he escuchado con dolor, y con dolor pensaba como es posible que me encuentre solo en los dias del gran acontecimiento de Stalingrado, conquistada gracias a miles de sufrimientos; escucho los reproches llenos de desden de mis companeros, hermanos, amigos… Os lo juro: todo mi cerebro, mi sangre, todas mis fuerzas…». Si, si, si, ahora sabia lo que diria… Mas rapido, mas rapido. «Todavia estoy a tiempo… Camaradas… Camarada Stalin, he vivido de manera equivocada, he tenido que llegar hasta el borde del abismo para vislumbrar mis errores en toda su dimension…» ?Lo que dijera saldria de lo mas profundo de su corazon! «Camaradas, mi hijo murio en Stalingrado…»
Se dirigio hacia la puerta.
Precisamente en aquel instante acababa de decidirlo todo, solo le quedaba caminar a toda prisa hacia el instituto, dejar el abrigo en el guardarropa, entrar en la sala, escuchar el susurro excitado de decenas de personas, mirar las caras conocidas, y decir: «Pido la palabra. Camaradas, quiero transmitiros lo que he pensado y sentido estos dias…».
En cambio fue justo en ese momento cuando empezo a quitarse lentamente la chaqueta, la colgo en el respaldo de la silla, se deshizo el nudo de la corbata, la enrollo y la coloco en el borde de la mesa, se sento y comenzo a desatarse los cordones de los zapatos.
Le invadio una sensacion de ligereza y claridad. Estaba sentado y meditaba tranquilamente. No creia en Dios pero, no sabia por que, le parecia que en aquel momento Dios le miraba. Nunca en su vida habia experimentado un sentimiento de tanta felicidad ni de tanta humildad. Ahora ya no era capaz de demostrar que estaba equivocado.
Penso en su madre. Tal vez ella estaba junto a el cuando, sin darse cuenta, habia cambiado de idea. De hecho, hasta un minuto antes, de un modo absolutamente sincero» habia querido expresar un arrepentimiento histerico. No pensaba en Dios, no pensaba en su madre cuando habia tomado, de manera irrevocable, su ultima decision. Pero aunque el no pensara en ellos, estaban a su lado.
«Estoy bien, me siento feliz», penso.
Se imagino de nuevo la reunion, las caras de la gente, las voces de los que intervenian.
Que bien estoy, que luminoso es todo», penso de nuevo.
Nunca, le parecia, habian sido tan serias sus reflexiones sobre la vida, sus allegados, su comprension de si mismo y del propio destino.
Liudmila y Zhenia entraron en la habitacion. Al verle sin chaqueta, en calcetines y con el cuello de la camisa abierto, liudmila exclamo con la entonacion de una vieja:
– ?Dios mio, no has ido! ?Que pasara ahora?
– No lo se -respondio el.