– Quiza no sea demasiado tarde. -Luego le miro y anadio-: No se, no se, ya eres un hombre adulto. Pero cuando decides ciertas cuestiones no deberias pensar solo en tus principios.
El estaba callado, despues suspiro.
– ?Liudmila! -intervino Zhenia.
– Bueno, no pasa nada, no pasa nada -dijo Liudmila-. Que pase lo que tenga que pasar.
– Si, Liudochka -anadio Shtrum-. Sea como sea, saldremos adelante.
Se cubrio el cuello con la mano y sonrio.
– Perdoname, Zhenevieva, estoy sin corbata. Miro a Liudmila y Zhenia, y solo ahora le parecio comprender de verdad lo serio y dificil que era vivir en la Tierra; y lo importantes que eran las relaciones con sus allegados.
Comprendia que la vida continuaria como de costumbre y que comenzaria a irritarse de nuevo, a inquietarse por naderias, a enfadarse con su mujer y su hija.
– ?Sabeis que? Basta de hablar de mi -dijo-. Venga, Zhenia, juguemos una partida de ajedrez. ?Recuerdas cuando me hiciste mate dos veces seguidas?
Dispusieron las piezas, y Shtrum, que jugaba con las blancas, movio el peon del rey. Zhenia observo:
– Nikolai, cuando tenia las blancas, siempre hacia el primer movimiento avanzando con el peon del rey. ?Me diran algo hoy en Kuznetski Most?
Liudmila Nikolayevna se inclino y acerco a Shtrum unas zapatillas de andar por casa. El, sin mirar, trato de acertar con los pies en ellas; entonces su mujer, refunfunando, se agacho para calzarle. Shtrum la beso en la cabeza y pronuncio con gesto distraido:
– Gracias, Liudochka, gracias.
Zhenia, que todavia no habia movido pieza, sacudio la cabeza.
– No, no lo entiendo. El trotskismo es una vieja historia. Debe de haber pasado algo. Pero ?que?, ?que?
Mientras rectificaba la disposicion de las piezas blancas, Liudmila Nikolayevna explico:
– Casi no he dormido en toda la noche. ?Un comunista tan fiel, tan seguro de sus convicciones!
– Has dormido estupendamente -respondio Zhenia-. Me he despertado varias veces y todas las veces roncabas.
Liudmila Nikolayevna se enfado.
– No es verdad, no he podido pegar ojo.
Y respondiendo en voz alta al pensamiento que la preocupaba, dijo a su marido:
– No pasa nada, no pasa nada, esperemos solo que no te arresten. Y si te lo quitan todo, tampoco me da miedo: venderemos algunas cosas, nos iremos a la dacha y vendere fresas en el mercado. O ensenare quimica en la escuela.
– Os confiscaran la dacha -dijo Zhenia.
– Pero ?es posible que no comprendas que Nikolai no es culpable de nada? -pregunto Shtrum-. El es de otra generacion. Piensa con un sistema de coordenadas diferente.
Estaban sentados en torno al tablero de ajedrez, mirando las figuras, contemplando la unica pieza desplazada, y conversaban:
– Zhenia, querida -decia Viktor Pavlovich-, has obrado con conciencia. Creeme, es lo mejor que tiene el hombre. No se que te depara la vida, pero de una cosa estoy seguro: ahora has actuado segun tu conciencia. Nuestra principal desgracia es que no vivimos como nos dicta la conciencia. No decimos lo que pensamos. Sentimos una cosa y hacemos otra. Recuerda lo que dijo Tolstoi a proposito de las penas capitales: «?No puedo callarme!». Pero nosotros callamos cuando en 1937 ejecutaron a millones de inocentes.
– ?Y los mejores se callaban! Y hubo algunos que dieron ruidosamente su aprobacion. Nos callamos durante los horrores de la colectivizacion general. Creo que nos precipitamos al hablar de socialismo; este no consiste solo en la industria pesada. Antes de todo esta el derecho a la conciencia. Privar a un hombre de este derecho es horrible. Y si un hombre encuentra en si la fuerza para obrar con conciencia, siente una alegria inmensa. Estoy contento por ti: has actuado segun te ha dictado la conciencia.
– Vicia, deja de predicar como si fueras Buda y de confundir la cabeza de esta pequena boba -dijo Liudmila Nikolayevna-. ?Que tiene que ver aqui la conciencia? Arruina su vida, atormenta a un buen hombre, ?que gana con esto Krimov? No creo que pueda ser feliz si lo sueltan. Cuando se separaron, todo estaba en perfecto orden; y ella tenia la conciencia limpia.
Yevguenia Nikolayevna tomo en la mano la pieza del rey, la hizo girar en el aire, echo una ojeada al trozo de fieltro pegado en la base y la volvio a dejar en su lugar.
– Liuda -dijo ella-, ?de que felicidad hablas? Yo no pienso en la felicidad.
Shtrum miro el reloj. De la esfera emanaba una sensacion de paz; las agujas parecian apacibles, sonolientas.
– Ahora deben de estar enfrascados en la discusion, estaran imprecando contra mi. Pero yo no siento odio ni humillacion.
– Yo, por el contrario, les romperia la cara a esos desvergonzados -dijo Liudmila-. Primero te dicen que eres la esperanza de la ciencia y luego te escupen en la cara. Y tu, Zhenia, ?cuando tienes que ir a Kuznetski Most?
– Hacia las cuatro.
– Te preparo la comida y luego te vas.
– ?Que hay de comer hoy? -se intereso Shtrum, y sonriendo, anadio-: ?Saben lo que les pido, pequenas damas?
– Lo se, lo se. Quieres trabajar un poco -respondio Liudmila Nikolayevna, al tiempo que se levantaba.
– Otro se daria con la cabeza contra la pared, en un dia como hoy -observo Zhenia.
– Es mi punto debil, no el fuerte -respondio Shtrum-.
Mira, ayer Dmitri Petrovich me solto un discurso sobre ciencia. Pero yo tengo otra opinion, otro punto de vista. Un poco como Tolstoi: el dudaba, le atormentaba la cuestion de si la literatura sirve a la gente, si los libros que escribia eran o no necesarios.
– ?Sabes que? -arguyo Liudmila-, primero escribe el Guerra y paz de la fisica.
Shtrum se sintio terriblemente avergonzado.
– Si, si, Liudochka, tienes razon, me estaba yendo por las ramas -farfullo, y sin querer miro con reproche a su mujer, anadiendo-: ?Senor! Incluso en estos momentos tienes que recalcar las palabras que pronuncio de manera equivocada.
De nuevo se quedo solo. Releyo las anotaciones que habia escrito el dia antes y al mismo tiempo penso en el dia de hoy. ?Por que se habia sentido mejor cuando Liudmila y Zhenia habian salido de la habitacion? En su presencia habia advertido una sombra de falsedad. En la propuesta de la partida de ajedrez, en su deseo de trabajar, habia hipocresia. Seguramente Liudmila lo habia percibido cuando le habia llamado Buda. Y cuando habia pronunciado su elogio a la conciencia, habia notado que su voz sonaba artificial y como de madera. Ante el temor de que intuyeran cierta autocomplacencia por su parte se habia esforzado en charlar acerca de temas prosaicos, pero como en sus sermones, habia algo que sonaba falso.
Una vaga sensacion de inquietud le angustiaba, y no lograba comprenderlo: le faltaba algo.
Varias veces se levanto, se acerco a la puerta; presto atencion a las voces de su mujer y Yevguenia Nikolayevna.
No queria saber que habian dicho en la reunion, quien habia intervenido con especial intolerancia y animosidad, que resoluciones habian acordado. Escribiria una breve carta a Shishakov comunicandole que se habia puesto enfermo y durante algunos dias no iria al instituto. Despues las cosas se solucionarian por si solas, el siempre estaba dispuesto a ser util en la medida de lo posible. Es decir, en todo. ?Por que, en los ultimos tiempos, temia tanto el arresto? Despues de todo, no habia hecho nada tan horrible. Habia hablado mas de la cuenta, aunque en realidad tampoco tanto. Y lo sabian.
Pero la sensacion de intranquilidad seguia latente, y echaba ojeadas impacientes a la puerta. ?Acaso era hambre lo que sentia? Con toda probabilidad, tendria que despedirse de la tienda restringida al personal del instituto. Y tambien de la famosa cantina.
En la entrada sono un ligero timbrazo y Shtrum corrio presto al pasillo, gritando en direccion a la cocina:
– Abro yo, Liudmila.
Abrio de par en par la puerta, y en la penumbra del pasillo le miraron fijamente los ojos preocupados de Maria Ivanovna:
– Vaya, aqui esta -dijo en voz baja-. Sabia que no iria. Mientras la ayudaba a quitarse el abrigo, percibiendo en