– Cuando vivia en Stalingrado Vera tenia un teniente. Y ahora Nadia tiene el suyo. ?Aparecio y desaparecera! ?Mueren con tanta facilidad! Vitia, que triste.

– Zhenechka, Zhenevieva, ?de veras no te gusta Maria Ivanovna?-pregunto Shtrum.

– No se, no se -respondio atropelladamente Zhenia-.

Hay un tipo de mujeres que tienen un caracter apacible, abnegado. Una mujer asi no dice: «Hago el amor con ese hombre porque me apetece», sino: «Es mi deber, siento compasion por el, me sacrifico». Estas mujeres hacen el amor con los hombres, se juntan y se separan de ellos porque les apetece, pero dicen: «Era necesario, asi lo quiere la moral, la conciencia, he renunciado, me he sacrificado». En realidad no sacrifican nada, han hecho lo que querian, y lo mas abyecto es que estas damas creen sinceramente en su sacrificio. ?No puedo soportar a esas mujres! ?Sabes por que? A menudo tengo la impresion de que yo tambien pertenezco a esa clase de mujeres.

Durante la comida, Maria Ivanovna dijo a Zhenia:

– Yevguenia Nikolayevna, si me lo permite la acompanare. Tengo una triste experiencia en estos asuntos. Ademas, siendo dos es mas facil.

Zhenia se sintio confusa y respondio:

– No, no, muchas gracias, son cosas que una tiene que hacer sola. No se puede compartir esa carga.

Liudmila Nikolayevna miro de reojo a su hermana, y, como para darle a entender que mantenia una relacion sincera con Maria ivanovna, dijo:

– A Mashenka se le ha metido en la cabeza que no le has gustado.

Yevguenia Nikolayevna no respondio.

– Si, si -confirmo Maria Ivanovna-. Lo presiento. Pero perdone que haya hablado del tema. Es una estupidez. ?Que le importo yo? Liudmila Nikolayevna ha hecho mal en decirselo. Ahora parece que este insistiendo para obligarla a cambiar de opinion. He hablado por hablar. Por lo demas…

Sin esperarselo, Yevguenia Nikolayevna dijo de un modo sincero:

– Pero ?que dice, querida? No, no… Tengo sentimientos tan confusos; perdoneme. Usted es buena.

Luego, levantandose con un movimiento rapido, dijo;

– Bueno, hijos mios, como dice mama; «?Ha llegado la hora!».

27

Pasaba mucha gente por la calle.

– ?Tiene prisa? -pregunto Shtrum-. ?Quiere que vayamos otra vez al Jardin Neskuchni?

– No, la gente sale ahora del trabajo, y yo debo llegar a tiempo para recibir a Piotr Lavrentievich.

Shtrum penso que ella le invitaria a pasar por su casa para que Sokolov le contara que habia sucedido en el Consejo Cientifico. Pero ella no decia nada y sospecho que Sokolov temia encontrarse con el.

Le dolia que tuviera tanta prisa por regresar a casa, aunque era algo completamente natural.

Pasaron por delante del jardin publico, a poca distancia de la calle que conducia al monasterio Donskoi.

De repente ella se detuvo y dijo:

– Sentemonos un momento, luego cogere el trolebus.

Estaban sentados en silencio, pero el sentia su inquietud. Con la cabeza ligeramente inclinada, miraba a Shtrum a los ojos.

Continuaron callados. Ella tenia los labios fruncidos, pero a el le parecia oir su voz. Todo estaba claro, tan claro como si ya se lo hubieran dicho todo. En realidad, ?que podian anadir las palabras?

Comprendia que estaba a punto de suceder algo muy serio, que su vida iba a tomar una nueva impronta, que le aguardaban tiempos revueltos. No queria causar sufrimiento a los demas; era mejor que nadie conociera su amor, tal vez ellos tampoco se lo confesaran. Pero tal vez… Lo que ahora estaba sucediendo, la tristeza y la felicidad, era algo que no podian ocultarse, y eso conllevaba, inevitablemente, cambios que trastornaban sus vidas. Lo cierto es que todo lo que sucedia dependia de ellos, pero al 'mismo tiempo les parecia que era un destino al que no podian sustraerse. Entre ellos habia nacido algo verdadero, natural, no determinado por su voluntad, al igual que no depende del hombre la luz del dia; al mismo tiempo aquella verdad generaba una irremediable mentira, una falsedad, una crueldad para con las personas mas cercanas. Solo de ellos dependia evitar esa mentira y esa crueldad; bastaba con rechazar la luz clara y natural.

Un hecho le resultaba evidente: en aquellos momentos habia perdido para siempre la serenidad de espiritu. Fuera lo que fuese lo que les reservara el destino, no encontrarian paz en su alma. Tanto si ocultaba sus sentimientos a la mujer que tenia al lado como si los dejaba aflorar y se convertian en su nuevo destino, el ya no conoceria la paz.

No tendria paz ni en los momentos en que la anorara sin cesar ni cuando estuviera cerca de ella, atenazado por los tormentos de la conciencia.

Maria continuaba mirandole con una insoportable expresion de felicidad y desesperacion en su rostro.

Pero el no se ha doblegado, no ha cedido a esa fuerza enorme y despiadada, y ahora aqui, sobre este banco, que debil se siente, que impotente.

– Viktor Pavlovich -dijo-, tengo que marcharme. Piotr Lavrentievich me espera.

Le tomo la mano y le dijo:

– No volveremos a vernos. He dado mi palabra a Piotr Lavrentievich de que no volveria a encontrarme con usted.

Sintio aquel panico que experimentan las personas que mueren de un ataque al corazon: su corazon, cuyos latidos no dependen de la voluntad del hombre, se detuvo, y el universo comenzo a oscilar, se tambaleo, la tierra y el aire desaparecieron.

– ?Por que, Maria Ivanovna? -pregunto.

– Piotr Lavrentievich me ha hecho prometerle que dejaria de verle. Le he dado mi palabra. La verdad, es terrible, pero se encuentra en tal situacion… Esta enfermo y temo por su vida.

– Masha.

En su voz, en la cara de ella, habia una fuerza inquebrantable, como aquella con la que el habia tenido que enfrentarse en los ultimos tiempos.

– Masha -repitio.

– Dios mio, pero ?no lo entiende? Mire, yo no lo escondo, ?para que hablar de ello? No puedo, no puedo. Piotr Lavrentievich ya ha soportado demasiado. Usted tambien lo sabe. Y recuerde los sufrimientos que ha padecido Liudmila Nikolayevna. Es imposible.

– Si, si, no tenemos derecho -repetia el. -Querido mio, mi pobre amigo, luz mia -dijo ella. Se le habia caido el sombrero al suelo; probablemente la gente los mirara.

– Si, si, no tenemos derecho -repitio el. Shtrum le beso las manos y, mientras sostenia sus dedos pequenos y frios, sintio que su firme decision de no volverle a ver mis estaba ligada a su debilidad, su sumision, su impotencia…

Ella se levanto del banco y se marcho sin mirar atras mientras el permanecia sentado y pensaba que por primera vez habia visto ante si la felicidad, la luz de su vida, y que todo le habia abandonado. Le parecia que aquella mujer, a la que acababa de besar los dedos, habria podido sustituir todo lo que el deseaba en la vida, lo que sonaba: la ciencia, la gloria y la alegria del reconocimiento publico.

28

El dia despues de la reunion del Consejo Cientifico, Shtrum recibio una llamada telefonica de Savostianov, que se intereso por como estaba y por la salud de Liudmila Nikolayevna.

Shtrum le pregunto sobre la reunion, y Savostianov respondio:

– Viktor Pavlovich, no quiero preocuparle, pero ha resultado ser mas grave de lo que pensaba.

«?Habra intervenido Sokolov?», penso Shtrum y pregunto:

– Pero ?que resolucion han adoptado?

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