las manos el calor de su nuca transmitido al cuello del abrigo, Shtrum de repente comprendio que la estaba esperando; presintiendo su llegada aguzaba el oido, miraba la puerta. Se dio cuenta por la sensacion de ligereza, de alegria natural que de pronto habia experimentado al verla. Asi pues, era con ella con quien deseaba encontrarse todas las noches mientras volvia a casa desde el instituto, con la congoja atenazandole el corazon, mirando con ansiedad a los transeuntes, escrutando las caras de las mujeres detras de los cristales de los tranvias y los trolebuses. Y cuando, una vez en casa, preguntaba a Liudmila Nikolayevna: «?Ha venido alguien?», queria saber si era ella quien habia venido. Si, asi era desde hacia tiempo. Ella llegaba, charlaban y bromeaban, se iba, y el creia olvidarla. Afloraba en su memoria cuando hablaba con Sokolov o cuando Liudmila Nikolayevna le transmitia saludos de su parte. Parecia que no existiera mas alla de aquellos momentos en que la veia o hablaba de lo encantadora que era. A veces, para hacer rabiar a Liudmila, le decia que su amiga no habia leido ni a Pushkin ni a Turgueniev.
Paseaba con ella por el Jardin Neskuchni y le gustaba mirarla, le gustaba que ella, sin equivocarse nunca, le comprendiera facilmente, le conmovia la expresion infantil y atenta con que le escuchaba. Una vez que se despedian, el dejaba de pensar en ella. Despues la recordaba caminando por la calle, y de nuevo la olvidaba.
Y ahora, ahora habia sentido que ella nunca dejaba de estar a su lado, solo habia tenido la impresion de que no estaba. Siempre estaba con el, incluso cuando no pensaba en ella: no la veia, no la recordaba, pero ella continuaba estando ahi. Cuando no pensaba en ella tenia la sensacion de que ella estaba en otra parte y no se daba cuenta de que sufria constantemente por su ausencia. Pero hoy, justo en este dia que se comprendia profundamente a si mismo y a las personas cuya vida transcurria a su lado, al observar con atencion su cara, se le habian revelado sus sentimientos hacia Maria Ivanovna. Al verla se sintio feliz, porque la constante y abrumadora sensacion de su ausencia habia desaparecido de golpe. Se sentia aliviado porque estaba con el y habia dejado de sufrir inconscientemente por no tenerla a su lado. En los ultimos tiempos se sentia siempre solo. Sentia su soledad cuando hablaba con su hija, con los amigos, con Chepizhin, con su mujer. Pero le habia bastado con ver a Maria Ivanovna para que su soledad se diluyera.
Este descubrimiento no le sorprendio: era natural, indiscutible. ?Como era posible que un mes, dos meses antes, cuando todavia vivian en Kazan, no hubiera comprendido una cosa tan sencilla e incontestable?
Y, naturalmente, el dia que habia sentido su ausencia con especial intensidad, los sentimientos disimulados en lo mas profundo de su alma habian salido a flote y se habian vuelto conscientes. Y como era imposible ocultar lo que le pasaba, enseguida, en la entrada, frunciendo el ceno y mirandola, dijo:
– Tenia todo el rato la impresion de tener un hambre canina y no dejaba de mirar la puerta, como si esperara que me llamaran para la comida; pero, por lo visto, esperaba la llegada inminente de Maria Ivanovna. Ella no dijo nada, como si no le hubiera oido, y entro en la sala.
Se sento en el divan al lado de Zhenia, a la que acababa de conocer, y Viktor Pavlovich deslizo la mirada ora sobre la cara de Zhenia, ora sobre la cara de Maria Ivanovna y luego sobre la de Liudmila.
?Que bellas eran las hermanas! Aquel dia la cara de Liudmila Nikolayevna parecia mas hermosa que de costumbre. La severidad que a menudo la afeaba se habia desvanecido y sus grandes ojos claros miraban con dulzura, tristes.
Zhenia se atuso el cabello; sentia sobre si la mirada de Maria Ivanovna, que le dijo:
– Perdone, Yevguenia Nikolayevna, pero no imaginaba que una mujer pudiera ser tan bella. Nunca he visto una cara como la suya.
Despues de decir estas palabras, se ruborizo. -Mashenka, mira sus manos, sus dedos -dijo Liudmila Nikolayevna-, y el cuello, el cabello.
– Y las ventanas de la nariz-dijo Shtrum.
– ?Me tomais por un caballo, o que? -protesto Zhenia-. ?Como si me importara mucho!
– El forraje no va al caballo -sentencio Shtrum, y aunque no estaba del todo claro que significaban esas palabras, suscitaron la risa general.
– Vitia, ?tienes hambre? -dijo liudmila Nikolayevna.
– Si, si; no, no -dijo, y vio que Maria Ivanovna se ruborizaba. Entonces comprendio que habia oido las palabras que le habia dicho en la entrada.
Estaba sentada como un gorrion, toda gris, delgada, con el cabello peinado como una maestra de escuela y la frente abombada, con una chaqueta de punto remendada en los codos, y cada palabra que salia de su boca le parecia a Shtrum el colmo de la inteligencia, de la delicadeza, de la bondad; cada movimiento expresaba gracia, dulzura.
No hablo de la reunion del Consejo Cientifico; se intereso por Nadia, pidio a Liudmila Nikolayevna que le prestara La montana magica de Mann, pregunto a Zhenia sobre Vera y su hijito, y que contaba en sus cartas Aleksandra Vladimirovna desde Kazan.
A Shtrum le llevo un rato comprender que Maria Ivanovna le habia dado a la conversacion el giro necesario. Era como si subrayara que no habia ninguna fuerza capaz de impedir a los hombres seguir siendo hombres, que el poderoso Estado es incapaz de invadir la esfera de los padres, los hijos, las hermanas, y que en ese dia fatidico, su admiracion por las personas con las que ahora estaba sentada se manifestaba tambien en el hecho de que su victoria les daba el derecho a hablar no de lo que era impuesto desde el exterior sino de lo que existia en el interior, dentro de cada ser humano.
Lo habia intuido con acierto, y mientras las mujeres hablaban de Nadia y el bebe de Vera, el guardaba silencio, sintiendo que la luz que se habia encendido en su interior ardia timidamente, calida, sin vacilar, sin palidecer.
Le parecia que el encanto de Maria Ivanovna cautivaba a Zhenia. Liudmila Nikolayevna fue a la cocina y Maria Ivanovna se levanto para ir a ayudarla.
– Que mujer tan encantadora -dijo Shtrum con aire sonador.
Zhenia le llamo burlonamente, trayendole de vuelta a la realidad:
– ?Vitka? ?Eh, Vitka!
Se quedo desconcertado ante aquel apelativo inesperado (hacia mas de veinte anos que nadie le llamaba Vitka).
– ?La joven dama esta enamorada de ti como una gata! -dijo Zhenia.
– ?Vaya tonteria! -replico el-. ?Y por que «joven dama»? No tiene nada de dama. Liudmila nunca ha tenido amigas, pero con Maria Ivanovna ha hecho buenas migas.
?Y contigo? -pregunto Zhenia en tono de broma.
– Estoy hablando en serio -dijo Shtrum.
Al ver que se enfadaba, ella le miro riendose.
– ?Sabes que, Zhenechka? ?Vete al diablo! -exclamo Shtrum. Entretanto habia llegado Nadia. Todavia en la entrada pregunto al instante:
– ?Papa ha ido a arrepentirse?
Entro en la sala. Shtrum la abrazo y la beso.
Yevguenia Nikolayevna miro a su sobrina con los ojos humedos.
– No tiene ni gota de nuestra sangre eslava -dijo-. Es una autentica chica judia.
– Son los genes de papa -respondio Nadia.
– Tu eres mi ojito derecho, Nadia -dijo Yevguenia Nikolayevna-. Como Seriozha lo es para su abuela.
– No te preocupes, papa, nosotros te mantendremos -dijo Nadia.
– ?Quien es nosotros? -pregunto Shtrum-. ?Tu teniente y tu? Lavate las manos cuando vuelves de la escuela.
– ?Con quien esta hablando mama?
– Con Maria Ivanovna.
– ?Te gusta Maria Ivanovna? -pregunto Yevguenia Nikolayevna.
– Para mi es la mejor persona en el mundo -dijo Nadia-. Me casaria con ella, si pudiera.
– Es buena, un angel -apostillo con burla Yevguenia.
– ?Y a ti, tia Zhenia? ?No te gusta?
– No me gustan los santos, su santidad esconde la histeria -respondio Yevguenia Nikolayevna-. Pretiero a 10 infames declarados.
– ?Histeria? -pregunto Shtrum.
– Te lo aseguro, Viktor; estoy hablando en general, no de ella.
Nadia se fue a la cocina y Yevguenia Nikolayevna dijo a Shtrum: