Solo la gente que nunca ha sentido una fuerza semejante puede asombrarse de que alguien se someta a ella. Los que la han experimentado, por el contrario, se sorprenderan de que un hombre pueda rebelarse contra tal fuerza, aunque solo sea un momento, con alguna expresion airada o un timido gesto de protesta.
Shtrum escribia la carta de arrepentimiento solo para el, luego la esconderia y no se la ensenaria a nadie; pero al mismo tiempo, en su fuero interno, sentia que mas adelante podia serle util, si bien por el momento seguiria guardada.
Al dia siguiente, mientras bebia el te, miro el reloj: era hora de ir al laboratorio. Una gelida sensacion de soledad se apodero de el. Tenia la impresion de que, hasta el fin de sus dias, nadie iria a verle. Ya no le telefoneaban, pero no solo por miedo: no le llamaban porque era aburrido, no despertaba interes y era mediocre.
– Nadie llamo ayer, ?verdad? -pregunto a Liudmila Nikolayevna y declamo con enfasis-: «Estoy solo en la ventana; no aguardo a un huesped ni a un amigo» [113].
– Olvide decirte que ha vuelto Chepizhin. Ha llamado, quiere verte.
– ?Como has podido olvidarte?
Y comenzo a tamborilear sobre la mesa una musica solemne.
Liudmila Nikolayevna se acerco a la ventana. Shtrum camino sin apresurarse, alto, encorvado, golpeando de vez en cuando con su cartera contra las piernas, y ella sabia que ahora estaba pensando en su encuentro con Chepizhin, en como le saludaria y hablaria con el amigo.
En los ultimos dias se compadecia de su marido, se inquietaba por el, pero al mismo tiempo pensaba en sus defectos, sobre todo en el principal: su egoismo.
Habia declamado: «Estoy solo en la ventana, no aguardo a ningun amigo», y se habia ido al laboratorio, donde estaba rodeado de gente, donde tenia un trabajo; luego, por la tarde, pasaria a ver a Chepizhin y probablemente no regresaria antes de la medianoche; ni siquiera se le pasaria por la cabeza que ella estaria todo el dia sola en casa; ella si que estaria sola en la ventana del piso vacio, sin nadie a su lado, sin aguardar a ningun huesped, a ningun amigo. Liudmila Nikolayevna fue a la cocina a fregar los platos. Aquella manana sentia un peso en el corazon. Hoy no llamaria Maria Ivanovna porque iba a casa de su hermana mayor, en Shabolovka.
?Cuanto le preocupaba Nadia! No contaba nada, pero seguro que a pesar de las prohibiciones continuaba con sus paseos nocturnos. Y Viktor, enfrascado por completo en sus asuntos, no tenia tiempo para pensar en su hija.
Sono el timbre; debia de ser el carpintero: el dia antes le habia llamado para que viniera a reparar la puerta de la habitacion de Tolia. Liudmila Nikolayevna se alegro: ?un ser humano! Abrio la puerta; en la penumbra del pasillo habia una mujer con un gorro gris de astracan y una maleta en la mano.
– ?Zhenia! -grito Liudmila, tan fuerte y lastimosamente que se sorprendio de su propia voz y, besando a su hermana, acariciandole la espalda, susurro:
– Esta muerto. Tolia esta muerto, muerto.
23
Un fino chorro de agua caliente caia en la banera. Bastaba con aumentar un poco la presion para que al instante el agua se volviera fria. La banera se llenaba despacio, pero a las dos hermanas les parecia que desde su encuentro solo habian intercambiado un par de palabras.
Despues, mientras Zhenia tomaba el bano, Liudmila Nikolayevna no hacia mas que acercarse a la puerta y preguntarle:
– ?Que, como estas? ?Quieres que te frote la espalda? Cuidado con el gas, que no se te apague…
Unos minutos mas tarde, Liudmila golpeo con el puno en la puerta y pregunto, enfadada:
– Pero ?que haces? ?Te has dormido?
Zhenia salio del bano envuelta en el albornoz afelpado de su hermana.
– Ah, eres una bruja -dijo Liudmila Nikolayevna.
Y Yevguenia Nikolayevna recordo que Sofia Osipovna tambien la habia llamado bruja cuando Novikov habia llegado una noche a Stalingrado.
La mesa estaba puesta.
– Que sensacion tan extrana -dijo Yevguenia Nikolayevna-. Despues de dos dias de viaje en un vagon sin asientos reservados me he lavado en una banera; deberia sentirme colmada de felicidad, pero en el corazon…
– ?Que te trae por Moscu? ?Alguna mala noticia? -pregunto Liudmila Nikolayevna.
– Luego, luego.
E hizo un gesto con la mano para que no insistiera.
Liudmila le conto los asuntos de Viktor Pavlovich, el amor inesperado y ridiculo de Nadia; le hablo de los amigos que habian dejado de telefonear y de los que aparentaban no reconocer a Shtrum cuando se lo encontraban.
Yevguenia Nikolayevna le hablo de Spiridonov; ahora estaba en Kuibishev y no le ofrecerian un nuevo trabajo hasta que una comision no aclarara su asunto. En cierto modo parecia noble y patetico a la vez. Vera y el nino estaban en Leninsk. Stepan Fiodorovich rompia a llorar cuando hablaba del nieto. Luego le conto a Liudmila la deportacion de Jenny Guenrijovna, lo amable que era el viejo Sharogorodski y como la habia ayudado Limonov con el permiso de residencia.
En la cabeza de Zhenia habia una niebla hecha de humo, del rumor de las ruedas, de las conversaciones en el vagon, y le causaba un extrano efecto ver la cara de su hermana, sentir el roce del suave albornoz sobre la piel recien lavada, estar sentada en una habitacion con un piano y una alfombra.
Y en todo lo que se contaban las dos hermanas, acontecimientos tristes y alegres, divertidos y conmovedores de los ultimos dias, ambas sentian la presencia de los parientes y amigos que las habian abandonado para siempre, pero que continuaban ligados a ellas. Dijeran lo que dijeran de Viktor Pavlovich, la sombra de Anna Semionovna estaba alli; detras de Seriozha emergian su padre y su madre, prisioneros en un campo, y al lado de Liudmila Nikolayevna resonaban dia y noche los pasos de un joven timido, ancho de espaldas y de labios prominentes. Pero no hablaban de ellos.
– No hay ninguna noticia de Sofia Osipovna. Como si se la hubiera tragado la tierra -dijo Zhenia.
– ?De la Levinton?
– Si, si, ella.
– No me caia demasiado bien -observo Liudmila Nikolayevna-. ?Aun pintas cuadros? -le pregunto despues,
– En Kuibishev, no. Pero en Stalingrado si.
– Cuando nos evacuaron, Viktor se llevo dos cuadros tuyos. Puedes estar orgullosa.
Zhenia sonrio.
– Si, lo estoy.
Liudmila Nikolayevna siguio:
– Entonces, generala, ?no me cuentas lo mas importante? ?Eres feliz? ?Le amas?
Zhenia se apreto el albornoz contra el pecho y murmuro:
– Si, si, soy feliz, le amo, soy amada… -Y lanzando una ojeada rapida a su hermana, anadio-: ?Sabes por que he venido a Moscu? Nikolai Grigorievich ha sido arrestado, esta en la Lubianka.
– Dios mio, pero ?por que? ?Es un hombre cien por cien de fiar!
– ?Y nuestro Mitia, entonces? ?Y tu Abarchuk? El si que lo era, al doscientos por ciento.
Liudmila Nikolayevna se quedo un instante pensativa y luego dijo:
– Pero ?hay que ver lo cruel que era tu Nikolai! No tuvo compasion de los campesinos durante la epoca de la colectivizacion. Me acuerdo de haberle preguntado: «?Por que hacen eso?». Y el me respondio: «?Que se vayan al diablo esos kulaks!». Tenia una gran influencia sobre Viktor.
Zhenia dijo en tono de reproche:
– Ay, Liuda, siempre te acuerdas de los aspectos negativos de la gente y los dices en voz alta en el momento mas inoportuno.
– Que quieres que haga -replico Liudmila Nikolayevna-. Yo no tengo pelos en la lengua.
– Esta bien, pero no hace falta que estes tan orgullosa de esa virtud tuya. -Luego le confio en un susurro-: Liuda, me han citado.