una mujer; y entro en la sala del laboratorio donde como siempre, por lo visto, habia pocos que se ocuparan del trabajo. Por lo general, parecia que en el laboratorio los hombres charlaban o fumaban leyendo un libro, mientras las mujeres estaban siempre ocupadas en tricotar, sacarse el esmalte de las unas o hirviendo te en matraces.
Observo los detalles, decenas de detalles, entre ellos el papel con el que un auxiliar de laboratorio se estaba enrollando un cigarrillo.
En el despacho de Viktor Pavlovich fue recibida con alboroto; Sokolov se acerco a ella con presteza, casi corriendo, y, agitando un gran sobre blanco, dijo:
– Nos dan esperanzas, hay un plan, una perspectiva de reevacuacion a Moscu, con todos los bartulos, los aparatos, con las familias. No esta mal, ?no? A decir verdad todavia no se han fijado las fechas. Pero es asi.
Su cara animada, sus ojos, le parecieron odiosos. ?Acaso Maria Ivanovna habria corrido hasta su casa con la misma alegria? No, no. Maria lo habria intuido todo inmediatamente, se lo habria leido en la cara.
Si hubiera sabido que iba a ver tal cantidad de caras alegres, ella, por supuesto, no habria ido a buscar a Viktor. Tambien Viktor estaria alegre, y su alegria aquella noche entraria en casa, tambien Nadia estaria contenta de irse de la odiada Kazan.
?Acaso toda esta gente valia la sangre joven con la que se habia comprado tanta alegria?
Con aire de reproche, Liudmila levanto la mirada hacia su marido. Y sus ojos sombrios escrutaron los ojos de el, ojos que entendian, llenos de angustia.
Cuando se quedaron a solas, el le confeso que en cuanto la habia visto entrar habia comprendido que habia ocurrido una desgracia.
Leyo la carta y dijo repetidamente:
– Que hacer, Dios mio, que hacer…
Viktor Pavlovich se puso el abrigo y juntos se dirigieron a la salida.
– Hoy ya no volvere -anuncio a Sokolov, que estaba junto al jefe del departamento de personal, un hombre de alta estatura, de cabeza redonda, vestido con una amplia americana moderna, pero estrecha para su ancha espalda.
Shtrum solto por un segundo la mano de Liudmila y dijo a media voz a Dubenkov:
– Queriamos empezar a redactar las listas para Moscu, pero hoy no puedo, se lo explicare mas tarde.
– No hay de que preocuparse, Viktor Pavlovich -respondio Dubenkov con voz de bajo-. De momento no hay prisa. Solo son planes para el futuro. De todas formas puedo hacer el trabajo preparatorio solo.
Sokolov hizo un gesto con la mano, asintio con la cabeza, y Shtrum entendio que habia comprendido la nueva desgracia que le habia golpeado.
Un viento gelido corria por las calles levantando el polvo y ora parecia que lo envolvia con una cuerda, ora lo empujaba, tirandolo como grano negro inservible. En aquella helada, en el golpeteo huesudo de las ramas, en el azul helado de los carriles del tranvia, habia una dureza implacable.
La mujer volvio hacia el la cara, una cara rejuvenecida por el sufrimiento, demacrada, helada, atenta, que casi parecia rogar a Viktor Pavlovich mientras lo miraba.
Una vez habian tenido una gata joven; en su primera gestacion no habia logrado parir a sus crias y, agonizante, se habia arrastrado hasta Shtrum; chillaba mirandolo con sus ojos claros desorbitados. Pero ?a quien preguntar, a quien rogar en aquel enorme cielo vacio, en aquella polvorienta tierra despiadada?
– Aqui esta el hospital donde yo trabajaba -dijo ella.
– Liuda -le dijo de improviso-, entra ahi, probablemente podran decirte cual es el hospital de campana desde el que ha sido enviada la carta. ?Como no se me ha ocurrido antes?
Vio a Liudmila Nikolayevna subir los peldanos y hablar con el portero.
Shtrum iba hasta la esquina, y luego volvia a la entrada del hospital. Los viandantes pasaban cerca con bolsas de red que contenian tarros de cristal donde flotaban, en un caldo gris, macarrones y patatas oscuras.
– Vida -lo llamo su mujer.
Por su voz comprendio que Liudmila se habia rehecho.
– Bueno, ya esta. Se encuentra en Saratov. Resulta que el sustituto del medico principal estuvo alli hace poco. Me ha anotado la calle y el numero del edificio.
De repente surgieron infinidad de cosas que hacer, de cuestiones por resolver: cuando partia el barco, como obtener el billete, habia que preparar el equipaje, reunir provisiones, pedir prestado dinero, conseguir un certificado para justificar que se trataba de un viaje de trabajo.
Liudmila Nikolayevna partio sin equipaje, sin provisiones y casi sin dinero; subio a cubierta sin billete, en medio de los habituales apretones y el revuelo que se levanta durante un embarco.
Solo se llevo consigo el recuerdo de las despedidas de su madre, su marido y Nadia en una oscura noche de otono. Las olas negras rompian contra el casco del barco; el viento golpeaba bajo, aullaba, arrastraba gotas de agua del rio.
21
Dementi Trifonovich Guetmanov, secretario del obkom [18] de una de las regiones ucranianas ocupadas por los alemanes, habia sido nombrado comisario de un cuerpo de tanques que se habia formado en los Urales.
Antes de partir a la destinacion que le habia sido asignada, Guetmanov volo en un Douglas a Ufa, donde habia sido evacuada su familia.
Sus camaradas en Ufa se habian ocupado de su familia con esmero: el alojamiento y sus condiciones de vida resultaron ser bastante dignas. Galina Terentievna, la mujer de Guetmanov, que antes de la guerra era obesa a causa de una enfermedad en el metabolismo, no habia adelgazado en absoluto, mas bien habia ganado peso durante la evacuacion. Tambien sus dos hijas y el pequeno, que todavia no iba a escuela, ofrecian un aspecto saludable.
Guetmanov paso en Ufa cinco dias. Antes de partir, algunos de sus allegados fueron a despedirse de el: el hermano menor de su mujer, adjunto a la direccion del Comisariado del Pueblo ucraniano; un viejo camarada de Guetmanov originario de Kiev, Maschuk, que trabajaba para los organos de seguridad; y Sagaidak, responsable de la seccion de propaganda del Comite Central ucraniano.
Sagaidak llego a las once, cuando los ninos estaban ya durmiendo, motivo por el cual todos trataban de hablar en voz baja.
– ?Que os parece tomar un trago, camaradas? -pregunto Guetmanov-. ?Un trago de vodka moscovita?
Tomadas por separado, cada una de las partes de Guetmanov era grande: la cabezota de pelo hirsuto que se le estaba volviendo cano, la frente ancha, una nariz carnosa, las palmas de las manos, los dedos, la espalda, el cuello grueso y poderoso. Pero en realidad el mismo, la combinacion de esas partes grandes, era bastante pequeno. Y, extranamente, en aquella cara grande atraian de manera especial y quedaban grabados en la memoria sus ojos diminutos, estrechos, apenas visibles por debajo de sus parpados hinchados. Su color era indefinible, no se sabia que tonalidad predominaba, si el gris o el azul. Ademas habia en ellos algo penetrante, vivo, insondable.
Galina Terentievna, tras levantar con agilidad su voluminoso cuerpo, salio de la habitacion, y los hombres se callaron como a menudo ocurre en las isbas rurales y tambien en la ciudad cuando se espera la aparicion del licor sobre la mesa. Galina Terentievna volvio pronto con una bandeja. Era sorprendente que sus manos regordetas hubieran sido capaces de abrir en tan poco tiempo tantas latas de conserva y sacar la vajilla.
Maschuk miro a su alrededor, la amplia otomana, los bordados ucranianos que colgaban de la pared, las hospitalarias botellas y las latas de conserva, y observo:
– Recuerdo que tenia esta otomana en su piso, Galina Terentievna; es fantastico que la haya transportado hasta aqui, admiro su gran talento para la organizacion.
– Y debe saberlo -intervino Guetmanov-. Cuando se produjo la evacuacion yo ya no estaba en casa. ?Lo hizo todo ella!
– No se lo iba a dejar a los alemanes, o a los compatriotas -dijo Galina Terentievna-. Ademas Dima [19] le tenia tanto apego que, en cuanto llegaba de la oficina del obkom, se sentaba en la otomana a leer sus documentos.
– Asi que a leer, ?eh? -pregunto Sagaidak-. Querras decir a dormir.