una gata que ha encontrado a su gatito muerto, se alegra y lo lame.
El alma soporta largos sufrimientos durante anos, a veces incluso decadas, hasta que, piedra sobre piedra, erige poco a poco el tumulo del ser querido y llega a aceptar la perdida irreparable, se resigna a la inevitabilidad de lo que ha pasado.
Los soldados, que ya habian concluido su trabajo, se habian marchado; el sol se disponia ya a ocultarse, las sombras proyectadas por las tablillas de madera contrachapada se alargaban. Liudmila se quedo sola.
Pensaba que debia comunicar la muerte de Tolia a los familiares, a su padre que se encontraba en un campo penitenciario. A su padre sin falta. ?En que habia pensado Tolia antes de la operacion? ?Como le habian dado de comer, con una cucharilla? ?Durmio, aunque fuera un poco, de lado, boca arriba? A el le gustaba la limonada con azucar. ?Como estaria acostado ahora, tendria la cabeza rasurada?
Todo lo que la rodeaba cada vez se volvia mas oscuro, tal vez a causa del insoportable dolor de su alma.
De repente el pensamiento de que su sufrimiento nunca tendria fin la dejo estupefacta: Viktor moriria, los descendientes de su hija moririan y ella seguiria llorando su perdida.
Y cuando aquella sensacion de angustia se volvio tan intolerable que el corazon no podia soportarla, de nuevo la frontera entre la realidad y el mundo que Liudmila se habia creado en su interior se desvanecio, y ante su amor la eternidad retrocedio.
Para que comunicar la muerte de Tolia a su padre; Viktor y todos sus allegados con toda probabilidad aun no sabian nada. Tal vez lo mejor era esperar, a fin de cuentas, nada era seguro…
Si, mas valia esperar, tal vez todo acabaria por arreglarse.
Liudmila dijo en un susurro:
– No digas nada a nadie, todavia no se sabe nada; todo se arreglara.
Cubrio con el faldon del abrigo los pies de Tolia. Se quito el panuelo de la cabeza y lo envolvio alrededor de la espalda de su hijo.
– Dios mio, esto no se hace, ?por que no te han dado una manta? Cubrete al menos un poco los pies.
Se encontraba en un estado de semiinconsciencia en el que continuaba hablando con su hijo, le reprochaba por sus cartas demasiado breves. Se despertaba de aquel letargo y volvia a colocarle bien el panuelo que el viento habia movido.
Que bien estaban los dos solos, sin que nadie los molestara. Nadie queria a Tolia. Todos decian que era feo porque tenia los labios gruesos y prominentes, porque se comportaba de un modo extrano, porque era violento y susceptible. A ella tampoco la queria nadie, los suyos solo veian en ella defectos… Mi pobre nino, timido, torpe, hijito querido… Solo el la amaba, y ahora, de noche, en aquel cementerio, permanecia a su lado, nunca la abandonaria, y cuando se convirtiera en una viejecita inutil para todos, el seguiria amandola… Que desarmado estaba ante la vida. Nunca pedia nada, era timido, ridiculo; la maestra dice que en la escuela es el hazmerreir de todos, que le toman el pelo hasta sacarlo de quicio y el llora, como un nino pequeno. Tolia, Tolia, no me dejes sola.
Se hizo de dia; un resplandor rojo, helado se encendio sobre la estepa del Volga. Un camion paso rugiendo por la carretera.
Su locura habia pasado. Estaba sentada junto a la tumba de su hijo. El cuerpo de Tolia estaba cubierto de tierra. El ya no estaba.
Liudmila se miro los dedos sucios, el panuelo revolcado por el suelo; tenia las piernas entumecidas, notaba la cara sucia. Le picaba la garganta.
Le daba lo mismo. Si alguien le hubiera dicho que la guerra habia terminado, que su hija habia muerto; si le hubieran puesto al lado un vaso de leche caliente y un trozo de pan tibio, no se habria movido, no habria extendido la mano. Permanecia sentada sin angustia, sin pensamientos. Todo le resultaba indiferente, inutil. Solo quedaba un dolor constante que le encogia el corazon, le oprimia en las sienes. El personal del hospital y un medico con bata blanca decian algo de Tolia, y ella veia el movimiento de sus labios, pero no oia las palabras. La carta que habia recibido del hospital se le habia caido del bolsillo del abrigo, pero no tenia ganas de recogerla del suelo, de sacudirle el polvo. No pensaba en cuando Tolia tenia dos anos y todavia caminaba balanceandose inseguro, siguiendo con paciencia y perseverancia un saltamontes que saltaba de aqui para alla; ni en que no habia preguntado a la enfermera si antes de la operacion, el ultimo dia de su vida, estaba tumbado de lado o boca arriba. Veia la luz del dia, no podia dejar de verla.
De repente se acordo de cuando Tolia habia cumplido tres anos; por la tarde, bebiendo te y comiendo pastel, le habia preguntado:
– Mama, ?por que esta oscuro si hoy es mi cumpleanos?
Vio las ramas de los arboles, las lapidas pulidas del cementerio que brillaban con el sol, la tablilla con el nombre de su hijo, «Shaposhn», escrito con letras grandes, e «ikov», en caracteres diminutos, todos apretujados unos contra otros. No pensaba, no tenia voluntad. No tenia nada.
Se levanto, recogio la carta, quito con las manos entumecidas los granos de tierra del abrigo, lo limpio, se froto los zapatos, sacudio durante un buen rato el panuelo hasta que casi recupero su color blanco. Se lo puso en la cabeza, con el dobladillo se quito el polvo de las cejas, se limpio la sangre de los labios y la barbilla. Se dirigio hacia la salida sin mirar atras, sin prisa, pero tampoco despacio.
34
Despues de su vuelta a Kazan, Liudmila Nikolayevna comenzo a adelgazar y a parecerse cada vez mas a las fotografias de cuando era joven e iba a la universidad. Iba a la tienda restringida a buscar comestibles y preparaba la comida; encendia la estufa, lavaba los suelos y hacia la colada. Los dias de otono le daban la impresion de ser muy largos, y no encontraba nada para llenar su vacio.
El dia de su regreso de Saratov explico a su familia el viaje, sus reflexiones sobre la culpabilidad que sentia hacia los suyos, su llegada al hospital; abrio la bolsa que contenia los jirones del uniforme ensangrentado de Tolia. Mientras hablaba, Aleksandra Vladimirovna respiraba fatigosamente, Nadia lloraba, y Viktor Pavlovich tenia un temblor en las manos que le impedia coger de la mesa el vaso de te. Maria Ivanovna, que habia ido a visitarla, se puso palida, tenia la boca entreabierta y en su mirada era patente el sufrimiento. Solo Liudmila hablaba con calma, con sus grandes ojos azules muy abiertos y brillantes.
Aunque toda su vida habia llevado la contraria a todo el mundo, ahora no discutia con nadie. Antes bastaba con que alguien explicara como se llegaba a la estacion para que Liudmila se agitara hasta el punto de ponerse furiosa, afirmando que eran otras calles y otros trolebuses los que habia que tomar.
Un dia, Viktor Pavlovich le pregunto:
– Liudmila, ?a quien hablas por las noches?
Y ella respondio:
– No lo se. Tal vez este sonando.
Viktor no ahondo mas en las preguntas, pero le confio a la suegra que casi todas las noches Liudmila abria unas maletas, extendia una manta sobre el sofa que habia en el rincon y hablaba en voz baja, con tono febril.
– Tengo la sensacion, Aleksandra Vladimirovna, de que durante el dia ya sea conmigo, con Nadia o con usted, Liudmila esta como en un sueno, mientras que por las noches su voz se vuelve mas animada, como antes de la guerra -dijo Viktor Pavlovich-. Me parece que esta enferma, que se ha convertido en otra persona.
– No se -respondio Aleksandra Vladimirovna-. Todos sufrimos. Todos con la misma intensidad y cada uno a su manera.
Alguien que llamaba a la puerta interrumpio la conversacion. Viktor Pavlovich se levanto. Pero Liudmila Nikolayevna le grito desde la cocina:
– Abro yo.
La familia no lograba entender que significaba, pero habian notado que despues de su regreso de Saratov Liudmila Nikolayevna comprobaba varias veces al dia si habia correo en el buzon.
Cuando alguien llamaba a la puerta, se apresuraba en ser ella quien abriera. Tambien ahora, al oir sus pasos apresurados, casi a la carrera, Viktor Pavlovich y Aleksandra Vladimirovna intercambiaron una mirada.
Luego oyeron la voz irritada de Liudmila:
– No hay nada, no tengo nada para usted hoy, y no venga tan a menudo. ?Le di medio kilo de pan hace dos