dias!

35

El teniente Viktorov fue llamado al puesto de mando por el mayor Zakabluka, el comandante de un regimiento de cazas acantonado en reserva. Velikanov, el oficial de servicio del Estado Mayor, le anuncio que el mayor se habia dirigido con un U-2 al mando aereo cerca de Kalinin y que no regresaria hasta la noche. Cuando Viktorov le pregunto a Velikanov el motivo de la convocatoria, este le guino un ojo y le dijo que, probablemente, tenia que ver con la borrachera y el escandalo que se habia armado en la cantina.

Viktorov echo una ojeada detras de la cortina fabricada con una tela impermeable y un edredon. Oyo el tecleo de una maquina de escribir. Al ver a Viktorov, Volkonski, el jefe de la oficina, se anticipo a su pregunta:

– No, no hay cartas, camarada teniente.

La mecanografa, la asalariada Lenochka, se volvio hacia el teniente, luego miro a un espejito aleman tomado como trofeo de un avion derribado -regalo del difunto piloto Demidov-, se ajusto el gorro, desplazo la regla sobre el documento que estaba copiando y reanudo el repiqueteo de la maquina.

Aquel teniente de cara alargada que siempre hacia la misma monotona pregunta al jefe deprimia a Lenochka.

Viktorov, de regreso al aerodromo, se desvio por el lindero del bosque.

Hacia un mes que su regimiento se habia retirado del frente a fin de completar los rangos que los pilotos caidos en batalla habian dejado sin efecto.

Un mes antes aquel territorio del norte que Viktorov no conocia se le habia antojado inquietante. La vida del bosque, el joven rio que serpenteaba agilmente entre las abruptas colinas, el olor a putrefaccion, a setas, el ulular de los arboles, le ponian en estado de alarma dia y noche.

Durante las incursiones aereas parecia que los olores de la tierra llegaban hasta la cabina del piloto. Del bosque y los lagos llegaba el aliento de la vieja Rusia que Viktorov solo conocia por los libros que habia leido antes de la guerra. Alli, a traves de los lagos y los bosques discurrian antiguos senderos, y con la lena de aquellos bosques se habian construido casas, iglesias, se habian tallado mastiles de barcos. El tiempo se habia demorado aqui y todavia corria el lobo gris y Alionushka lloraba en la pequena orilla por la que ahora Viktorov se dirigia a la cantina. Tenia la impresion de que aquel tiempo pasado era ingenuo, sencillo, joven, y no solo las muchachas que vivian en las terema [34], sino tambien los comerciantes con barbas grises, los diaconos y los patriarcas, parecian miles de anos mas jovenes respecto a sus companeros rebosantes de experiencia: los aviadores procedentes del mundo de la velocidad, los canones automaticos, los motores diesel, el cine y la radio, llegados a aquellos bosques con el escuadron del mayor Zakabluka. El mismo Volga, rapido, delgaducho, corriendo entre las escarpadas orillas multicolores, a traves del verde del bosque, entre los bordados azul celeste y rojo de las flores, era un simbolo de aquella juventud que se marchitaba.

?Cuantos tenientes, sargentos, y tambien soldados rasos anonimos, recorren la senda de la guerra? Fuman el numero de cigarrillos que les han asignado, golpean con la cuchara blanca la escudilla de hojalata, juegan con naipes en los trenes, en las ciudades saborean helados de palito, tosen mientras beben su pequena dosis de cien gramos de alcohol, escriben el numero establecido de cartas, gritan por el telefono de campana, disparan, algunos con un canon de pequeno calibre, otros con artilleria pesada, chillan algo mientras presionan el acelerador de un T-34…

La tierra bajo sus botas era como un viejo colchon chirriante y elastico: encima una capa de hojas ligeras, fragiles, diferentes entre si tambien en la muerte; y, debajo, otra de hojas disecadas, viejas, de hace anos, que se habian macerado y constituian una unica masa marron; polvo de la vida que un dia habia brotado en capullos, susurrado en el viento de una tormenta, brillado al sol despues de una lluvia.

La maleza, casi reducida a polvo, ligera, se desmenuzaba bajo sus pies. La luz suave, tamizada por la pantalla de los arboles, llegaba hasta la tierra del bosque. El aire era espeso, denso, y los pilotos de los cazas, acostumbrados a los torbellinos de aire, lo notaban de modo particular. Los arboles, calientes y sudorientos, desprendian el caracteristico olor a frescura humeda de la madera. Pero el olor a hojas muertas y maleza predominaba sobre la fragancia de aquel bosque vivo. Alli, donde se erguian los abetos, aquel olor quedaba interrumpido por otro, el de la nota aguda y estridente de la esencia de trementina. El alamo temblon emanaba un aroma empalagosamente dulce; el aliso desprendia un olor amargo. El bosque vivia al margen del resto del mundo, y Viktorov tenia la impresion de entrar en una casa donde todo era diferente al exterior: los olores, la luz a traves de las cortinas bajadas, los sonidos tenian otras resonancias entre aquellas paredes. Hasta que no saliera del bosque se sentiria extrano, como acompanado de personas poco conocidas. Era como si estuviera en el fondo de las aguas de un estanque mirando hacia arriba a traves de la capa gruesa de aire de bosque, como si las hojas chapotearan, como si los hilos de una telarana que se habian enredado en la estrellita verde de su gorra fueran algas suspendidas en la superficie. Las moscas veloces con grandes cabezas, los mosquitos indolentes, y el urogallo abriendose paso entre las ramas, como una gallina, parecian agitar sus alas, pero nunca se elevarian en lo alto del bosque, asi como los peces nunca se elevaran mas alla de la superficie del agua; y si una urraca consigue levantar el vuelo hasta la copa de un alamo temblon inmediatamente despues volvera a sumergirse en las ramas, asi como un pez que por un instante ha hecho brillar su flanco plateado al sol se sumergira rapidamente en el agua. Y que extrano parece el musgo entre las gotas de rocio, azules, verdes, que se apagan en las profundidades tenebrosas del bosque.

Era hermoso, despues de aquella penumbra silenciosa, salir a un claro iluminado. Todo adquirio otro aspecto, la tierra calida, el olor a enebro calentado por el sol, el movimiento del aire; habia grandes campanillas inclinadas que parecian fundidas en un metal violeta, y se veian los colores de los claveles salvajes con los tallos pegajosos de resina… El alma se vuelve despreocupada, y el claro es como un dia feliz en una vida miserable. Las mariposas amarillas, los pulidos escarabajos azul oscuro, las hormigas, las serpientes que se mueven ligeramente entre la hierba, no se mueven para si mismos, sino que todos juntos colaboran en un trabajo comun. Una rama de abedul adornada de pequenas hojas le rozo la cara; un saltamontes salto, aterrizo sobre el, como si se tratara del tronco de un arbol, y se agarro a su cinturon, tensando tranquilamente las patas. Permanecia inmovil con los ojos redondos, como de cuero, y la cara de un carnero. Calor, tardias flores de fresa, los botones y la hebilla del cinturon calientes por el sol. Probablemente este claro nunca habia sido sobrevolado por un U-88, ni por un Heinkel en reconocimiento nocturno.

36

Por la noche Viktorov solia recordar los meses transcurridos en el hospital de Stalingrado. Se le habia borrado de la memoria la camisa humeda por el sudor, el agua un poco salada que le provocaba nauseas y aquel mal olor que le habia atormentado. Aquellos dias en el hospital le parecian un tiempo de felicidad. Y ahora, en el bosque, escuchando el rumor de los arboles, pensaba: «?De veras oi alguna vez sus pasos?».

?Era posible que todo aquello hubiera ocurrido? Ella le abrazaba, le acariciaba los cabellos, lloraba, y el le besaba los ojos salados y humedos.

A veces Viktorov se imaginaba que llegaba con un Yak a Stalingrado. Habia pocas horas de vuelo; podia repostar en Riazan, luego ir hasta Engels, donde el controlador aereo era conocido suyo. Bueno, luego siempre podrian fusilarlo.

Le venia a la cabeza un relato que habia leido en un viejo libro de historia: los hermanos Sheremetev, los acaudalados hijos del mariscal de campo, dieron en matrimonio al principe Dolgoruki a su hermana de dieciseis anos, quien antes de la boda, al parecer, solo le habia visto una vez. Los hermanos asignaron a la novia una formidable dote, solo la plata ocupaba tres habitaciones enteras. Dos dias despues de la boda, Pedro II fue asesinado. Dolgoruki, su favorito, fue arrestado, deportado a Siberia y encerrado en una torre de madera. La joven esposa desoyo los consejos, a pesar de que le hubiera resultado facil deshacerse de aquel matrimonio, puesto que, en el fondo, solo habian convivido dos dias. Siguio a su marido y se establecio en la isba campesina de un bosque remoto. Durante diez anos se acerco todos los dias a la torre donde estaba preso Dolgoruki. Una manana vio que la

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