licor de frambuesa, salaba y secaba las setas. Sus comidas eran celebres y a los comandantes de otros regimientos les gustaba ir a verle en sus horas libres a bordo de sus U2 para tomar un tentempie y echar un trago. Pero el mayor no ofrecia su hospitalidad a cambio de nada.

Berman conocia otra peculiaridad de Zakabluka que hacia que su relacion con el fuera particularmente dificil: el circunspecto, precavido y taimado Zakabluka era a la vez un temerario que cuando tenia algo entre ceja y ceja se lanzaba de cabeza, sin importarle que le fuera la vida en ello.

– Luchar contra los jefes es inutil, como mear de cara al viento -decia a Berman, y de pronto cometia un acto insensato en contra de sus intereses, tanto que desorientaba por completo al comisario.

Cuando los dos se encontraban de buen humor, conversaban, se guinaban el ojo y se daban palmaditas en la espalda o sobre el estomago.

– Nuestro comisario es un hombre inteligente -decia Zakabluka.

– Y es fuerte nuestro heroico mayor -decia Berman.

A Zakabluka no le gustaba el comisario por su caracter melifluo, la diligencia con que insertaba en sus informes cada palabra imprudente; se mofaba de la debilidad de Berman por las chicas bonitas, su pasion por el pollo cocido («deme el muslito», pedia), y su indiferencia por el vodka; reprobaba su falta de interes hacia las condiciones de vida de los demas pero tambien la habilidad con que creaba condiciones satisfactorias para su propia comodidad. De Berman apreciaba su inteligencia, su disposicion para entrar en conflicto con los superiores por el bien de la causa y el coraje (a veces parecia que el propio Berman no se daba cuenta de lo facil que era perder la vida).

Y ahi estaban aquellos dos hombres, a punto de conducir al campo de batalla a un escuadron de cazas, y mirandose de soslayo mientras escuchaban el informe de Solomatin.

– Debo decir con franqueza, camarada comisario del batallon, que ha sido culpa mia si Korol ha infringido la disciplina. Me he burlado de el y el ha soportado mis pullas, pero al final ha perdido la paciencia.

– ?Que le ha dicho usted? Transmitaselo al comisario del regimiento -interrumpio Zakabluka.

– Los chicos estaban intentando adivinar el destino del escuadron, a que frente nos enviarian, y yo le he dicho a Korol: «Tu seguro que quieres ir a tu capital, a Berdichev».

Los pilotos observaban a Berman.

– No lo entiendo. ?De que capital habla? -pregunto Berman, pero de repente lo comprendio.

Berman se quedo desconcertado y todo el mundo se dio cuenta, especialmente el mayor, que se sorprendio de que eso le ocurriera a un hombre tan afilado como una cuchilla de afeitar. Pero lo que siguio a continuacion fue todavia mas asombroso.

– Bueno, ?y que mas da? -dijo Berman-. ?Y si usted, Korol, le hubiera preguntado a Solomatin, que, como todos sabemos, nacio en el pueblo de Dorojovo en el distrito de Novo-Ruzski, si le apetece luchar sobre Dorojovo? ?Deberia haberle respondido con un punetazo en la cara? Me sorprende encontrar la mentalidad del shtetl en un miembro del Komsomol [35].

Acababa de pronunciar unas palabras que ejercian, inevitablemente, cierto poder hipnotico sobre los hombres. Todos comprendian que Solomatin queria ofender a Korol y lo habia logrado, pero Berman explicaba convencido que Korol no se habia liberado de los prejuicios nacionalistas y que su conducta manifestaba desprecio respecto a la amistad entre los pueblos. Korol no debia olvidar que eran precisamente los fascistas los que se servian de prejuicios nacionalistas.

Todo lo que decia Berman era por si mismo verdadero y justo. La Revolucion y la democracia habian engendrado las ideas sobre las que ahora hablaba con voz emocionada. Pero en aquel instante, la fuerza de Berman residia en que mas que servir a un ideal se servia de el, subordinandolo a sus necesidades, que ahora eran cuestionadas.

– ?Lo ven, camaradas? -continuo el comisario Berman-. Alli donde no hay claridad de ideas, tampoco hay disciplina. Esto explica el modo en que ha actuado hoy Korol.

Medito unos instantes y anadio:

– El acto indecente de Korol, su actitud, es indigna de un sovietico.

Por supuesto, Zakabluka no podia ya inmiscuirse. Berman habia transformado la falta de Korol en una cuestion politica, y Zakabluka sabia que ningun comandante en activo podia permitirse una intromision en la accion de los organos politicos.

– Asi son las cosas, camaradas -dijo Berman, y despues de una pequena pausa para enfatizar sus palabras, concluyo-: el primer responsable de este acto indecente es el culpable directo, pero tambien lo soy yo, comisario de este escuadron, ya que no he sabido ayudar al piloto Korol a dominar su repugnante residuo nacionalista. Es una cuestion mas seria de lo que me parecia al principio; por eso no castigare ahora a Korol por su infraccion disciplinaria. Asumire el compromiso de reeducar al suboficial Korol.

Todos se movieron y se acomodaron mejor en sus asientos al percatarse de que el asunto habia concluido.

Korol miro fijamente a Berman. Algo en su mirada hizo que Berman se estremeciera, moviera bruscamente los hombros y se fuera.

Por la noche, Solomatin le dijo a Viktorov:

– Ves, Lenia, son siempre asi: el uno por el otro, ni visto ni oido. Si este incidente te hubiera pasado a ti o a Vania Skotnoi, ten la certeza de que Berman os habria enviado a un batallon disciplinario.

38

Aquella noche, en lugar de irse a dormir, los pilotos se tumbaron sobre los catres de los refugios a fumar y charlar. Skotnoi, que habia tenido una racion de vodka de despedida durante la cena, cantaba:

El avion entra en barrena. Ruge, contra el regazo de la tierra va a estrellarse. No llores, querida, tranquila. Olvidame para siempre.

Velikanov no pudo contenerse: se fue de la lengua y todos supieron que el regimiento estaba a punto de ser enviado cerca de Stalingrado.

La luna se habia alzado sobre el bosque, y su mancha inquieta iluminaba los arboles. El pueblo que se encontraba a dos kilometros del aerodromo parecia inmerso en la ceniza, oscuro, silencioso. Los pilotos que estaban sentados junto a la entrada del refugio contemplaban el mundo maravilloso de la Tierra. Viktorov miraba las tenues sombras que la luna proyectaba sobre las alas y las colas de los Yak y empezo a acompanar en voz baja al cantante:

Nos sacaran fuera del avion, la carcasa agarrada entre los brazos. Alto en el cielo se elevaran los cazas para acompanarnos en el ultimo vuelo.
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