ventana de la torre estaba abierta de par en par, la puerta no estaba cerrada. La joven princesa corrio por la calle arrodillandose ante cualquiera que pasara, campesino o arquero que mas daba, y les suplicaba que le dijeran adonde se habian llevado a su marido. La gente le dijo que Dolgoruki habia sido trasladado a Nizhni Novgorod. ?Cuantos sufrimientos tuvo que soportar la princesa durante ese camino a pie! Y en Nizhni Novgorod supo que Dolgoruki habia sido descuartizado. Entonces la princesa decidio retirarse a un convento de Kiev. El dia que debia tomar los habitos estuvo vagando largo rato por la orilla del Dnieper. Lo que lamentaba no era perder su libertad, sino la obligacion de despojarse de su anillo de boda del que no se veia capaz de separarse…

Vago por la orilla durante muchas horas, y luego, cuando el sol comenzo a ponerse, se quito el anillo del dedo, lo lanzo al Dnieper y se dirigio a las puertas del monasterio.

Y el teniente de las fuerzas aereas, crecido en un orfanato y que una vez habia sido mecanico en la central termica de Stalingrado, no podia dejar de pensar en la princesa Dolgorukaya. Caminaba por el bosque imaginando que habia muerto y le habian enterrado; que su avion habia sido abatido por el enemigo, y que el morro habia caido en picado contra el suelo; ahora, ya aherrumbrado, los pedazos cubririan la hierba, y por alli deambularia Vera Shaposhnikova, que se detendria, descenderia por los penascos hasta el Volga con la mirada fija en el agua… Y doscientos anos atras habia estado alli la joven princesa Dolgorukaya; salia a un claro, se abria paso entre los linos, apartaba los arbustos cubiertos de bayas rojas. Se apodero de el un dolor amargo, desesperado, pero al mismo tiempo dulce.

Un joven teniente de espalda estrecha va por el bosque, con la guerrera raida: ?cuantos otros como el seran olvidados en estos tiempos inolvidables!

37

Mientras se dirigia al aerodromo Viktorov se dio cuenta de que algo estaba pasando. Los camiones cisterna circulaban por el campo de aviacion, los tecnicos y los mecanicos de batallon del servicio del aerodromo trajinaban alrededor de los aviones cubiertos con red de camuflaje. El radiotransmisor, por lo general silencioso, emitia un sonido seco, concentrado y preciso.

«Esta claro», penso Viktorov acelerando el paso.

Sus sospechas se vieron enseguida confirmadas cuando se encontro con Solomatin, un teniente con unas manchas rosas en un pomulo causadas por una quemadura.

– Ha llegado la orden, salimos de la reserva -le anuncio.

– ?Hacia el frente? -pregunto Viktorov.

– Hacia donde si no, ?a Tashkent? -replico Solomatin, alejandose en direccion al pueblo.

Era patente su preocupacion; Solomatin habia iniciado una relacion seria con la duena de la casa donde se hospedaba y ahora, con toda probabilidad, se apresuraba para estar junto a ella.

– Solomatin lo tiene claro: la isba, para la mujer; la vaca, para el -observo la voz familiar del teniente Yeriomin, el companero de patrulla de Viktorov.

– ?Adonde nos envian, Yerioma? -pregunto Viktorov.

– Quizas a la ofensiva del frente noroeste. Acaba de llegar el comandante de la division en un R5. Puedo preguntar a un amigo que pilota un Douglas en el comando aereo. El siempre lo sabe todo.

– ?Para que preguntar? Pronto nos lo comunicaran.

El frenesi de la excitacion no solo habia perturbado al Estado Mayor y a los pilotos sino que habia contagiado a todo el pueblo. El suboficial Korol, de ojos negros y labios gruesos, el piloto mas joven del regimiento, caminaba por la calle llevando en las manos ropa blanca, lavada y planchada, y encima del monton, un pastel de miel y una bolsa de bayas secas.

A Korol solian tomarle el pelo porque sus patronas -dos viejas viudas- lo atiborraban con dulces de miel. Cuando salia en mision, iban al aerodromo para recibirle a mitad de camino. Una era alta y derecha, la otra tenia la espalda encorvada; el caminaba en medio de ellas enfurrunado, avergonzado, como un nino mimado, y los pilotos decian que marchaba en formacion flanqueado por un signo de interrogacion y un signo exclamativo.

El comandante de la escuadrilla, Vania Martinov, salio de casa con el capote puesto. En una mano llevaba una maleta, en la otra el gorro de gala que, por miedo a arrugarlo, no metia en la maleta. La hija de la patrona, una chica pelirroja sin panuelo en la cabeza y la permanente hecha en casa, lo seguia con una mirada que hacia innecesaria cualquier pregunta al respecto.

Un muchacho cojo informo a Viktorov de que el instructor politico Golub y el teniente Skotnoi, con los que compartia alojamiento, se habian ido ya con su equipaje.

Viktorov se habia mudado hacia pocos dias a aquel apartamento; antes se habia alojado con Golub en casa de una perfida patrona, una mujer de frente alta abombada y ojos saltones amarillos. Mirar esos ojos era suficiente para ponerse enfermo.

Para librarse de sus inquilinos llenaba la isba de humo, y en una ocasion anadio ceniza al te. Golub trataba de persuadir a Viktorov para que redactara un informe sobre la mujer al comisario del regimiento, pero aquel se habia negado.

– Bueno, espero que pille el colera -concedio Golub, y anadio unas palabras que de nino le oia decir a su madre-: Si algo llega a nuestra orilla, o es mierda o son restos de un naufragio.

Se mudaron a una nueva casa que les parecio un paraiso. Pero no tuvieron mucho tiempo para disfrutarla.

Pronto tambien Viktorov, cargado con un saco y una maleta rota, pasaba por delante de las isbas grises que parecian tener dos pisos de alto; el cojito iba dando saltitos a su lado apuntando a los gallos y los aviones que sobrevolaban el bosque con una funda de pistola alemana que Viktorov le habia regalado. Dejo atras la isba donde la vieja Yevdokia Mijeyevna le habia echado humo despues de ver su rostro impasible detras de los cristales empanados. Nadie hablaba con la vieja Yevdokia cuando traia desde el pozo dos cubos de madera y se detenia para tomar aliento. No tenia ni una vaca ni una oveja ni vencejos bajo el techo. Golub habia pedido informacion sobre ella, habia tratado de encontrar pruebas sobre su origen kulak, pero resulto que era de familia pobre. Las mujeres contaban que se habia vuelto loca despues de la muerte de su marido: habia caminado hasta un lago en medio del frio otonal y se habia pasado dias enteros sentada. Los hombres la habian sacado de alli a la fuerza. Pero las mujeres decian que antes incluso de casarse y de la muerte del marido ya era poco comunicativa.

Ahi estaba Viktorov, caminando a traves de las calles de aquel pueblo, y dentro de unas horas habria abandonado para siempre aquel lugar rodeado de bosques y todo aquel mundo, el susurro de los arboles, el pueblo donde los alces se erguian en los huertos, los helechos, las manchas amarillentas de la resina, los rios, los cuclillos, dejaria de existir. Desapareceran los viejos y las muchachas, las conversaciones sobre como se llevo a cabo la colectivizacion, los relatos sobre los osos que arrebataban a las mujeres los cestos de frambuesas, las historias sobre los ninos que pisaban con los talones desnudos las cabezas de las viboras… Aquel pueblo, para el extrano y singular, cuya vida se desarrollaba en torno al bosque como la vida del pueblo obrero donde el habia nacido y crecido se desarrollaba en torno a una fabrica, desapareceria.

Luego el caza aterrizara y en un instante surgira una nueva base aerea, un nuevo pueblo obrero o campesino con sus viejas, sus chicas, sus lagrimas y sus risas, sus gatos con narices peladas por las cicatrices, las leyendas del pasado, los recuerdos sobre la colectivizacion total y sus buenas y malas patronas.

Y el bello Solomatin, en ese nuevo contexto, se calara la gorra a la primera ocasion y deambulara por la calle, cantara al son de la guitarra y enamorara a alguna chica.

El comandante del regimiento, el mayor Zakabluka, con la cara bronceada y el craneo blanco afeitado, hizo tintinear cinco ordenes de la Bandera Roja y, balanceandose sobre sus piernas torcidas, leyo a los pilotos la orden de reincorporacion al servicio; anadio despues que debian pasar la noche en los refugios y que la ruta seria anunciada antes del vuelo.

Concluyo con la prohibicion de salir del aerodromo y la advertencia de que los que asi lo hicieran recibirian un severo castigo.

– No quiero que nadie este dando cabezadas en el aire -explico-. Dormid antes del vuelo.

Tomo la palabra Berman, el comisario del regimiento, quien, aunque sabia disertar con eficacia y elegancia sobre las sutilezas de la aeronautica, no era muy querido debido a su arrogancia. Las relaciones entre Berman y los pilotos habian empeorado a raiz de un episodio ocurrido con el piloto Mujin, que mantenia un romance con la bella radiotelegrafista Lidia Voinova. Aquella historia de amor contaba con la simpatia de todo el mundo. En cuanto

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