Miles de hombres, tosiendo y escupiendo se ponian los pantalones forrados y sus zapatos, se rascaban los costados, el cuello, la barriga.
Cuando los que dormian en las literas de arriba daban con los pies en la cabeza a los que estaban vistiendose abajo, notaban que estos les apartaban los pies sin mediar una palabra; o bien, los de abajo, apartaban en silencio la cabeza.
Habia algo profundamente antinatural en aquel despertar nocturno de una enorme masa de prisioneros, el ajetreo de cabezas y espaldas en medio del espeso humo de la majorka [38], la luz electrica inflamada. Alrededor habia cientos de kilometros cuadrados de raiga rigidos sumidos en un silencio gelido, mientras el campo estaba atestado de gente, lleno de movimiento, humo, luz.
Durante la primera mitad de la noche habia nevado sin interrupcion, los montones de nieve bloqueaban las puertas de los barracones y habian inundado el camino que conducia a la mina…
Las sirenas ulularon lentamente y tal vez en alguna parte de la taiga los lobos aullaron en respuesta a aquellas voces potentes y siniestras. En el campo los mastines ladraban roncamente mientras retumbaba el ruido sordo de los tractores afanandose en despejar de nieve los caminos hacia las minas y los guardias se intercambiaban voces.
La nieve seca, iluminada por los proyectores, brillaba blanda y suave. En el inmenso campo, bajo los ladridos incesantes de los perros, empezo el control. Las voces afonicas de los guardas sonaban exasperadas… Y he aqui que un rio humano, a punto de desbordarse por el abundante caudal, fluye en direccion a los pozos de mina. El suelo cruje bajo las botas de piel y fieltro. Abriendo desmesuradamente su unico ojo, la torre del puesto de vigilancia mira con atencion…
Entretanto las sirenas del norte continuaban aullando, ahora proximas ahora lejanas, entonando una monotona sinfonia, como una orquesta formada por varias bandas, que se extendia por la tierra helada de Krasnoyarsk, la Republica Autonoma de los Komi, sobre Magadan, sobre Sovietskaya Gavan, sobre las nieves de Kolyma, sobre la tundra de la Chukotka, sobre los campos al norte de Murmansk y el Kazajstan del Norte…
Acompanados del sonido de las sirenas y los golpes ritmicos de una palanca contra un segmento de riel colgado de un palo, los hombres marchaban a extraer el potasio de Solikamsk, el cobre de Ridder y de los rios del lago Baljash, el plomo y el niquel de Kolyma, el carbon de Kuznetsk y Sajalin. Marchaban los constructores de la via ferrea que discurria sobre el hielo eterno a lo largo de la orilla del oceano glacial; otros limpiaban los caminos a traves de la tundra de Kolyma; un grupo partia a talar el bosque de Siberia, los Urales del Norte, las regiones de Murmansk y Arjanguelsk…
En aquella hora nocturna llena de nieve comenzaba la jornada en los lagpunkts [39] de la taiga y en toda la extension del enorme sistema de campos del Dalstroi [40].
40
Aquella noche el zek [41] Abarchuk fue presa de un ataque de angustia. No era la doliente angustia habitual del campo, sino una fiebre ardiente como la malaria, una angustia que te empuja a gritar, salirte del catre, darte punetazos en el craneo.
Por la manana, mientras los prisioneros se preparaban para ir al trabajo a toda prisa, y a la vez a reganadientes, el vecino patilargo de Abarchuk, el capataz de gas Neumolimov, que habia sido comandante de una brigada de caballeria durante la guerra civil, le pregunto:
– ?Por que te movias tanto esta noche? ?Sonabas con una mujer? Te reias incluso.
– Tu solo piensas en eso -respondio Abarchuk.
– Pues yo pensaba que llorabas durmiendo -dijo el pridurok [42] Monidze, el segundo vecino de litera de Abarchuk, ex miembro del presidium de la Internacional de la Juventud Comunista- y queria despertarte.
Un tercer amigo de Abarchuk, el auxiliar medico Abraham Rubin, no se habia dado cuenta de nada y mientras salian a la oscuridad helada, dijo:
– ?Sabes que? Esta noche he sonado que Nikolai Ivanovich Bujarin, vivo y alegre, venia a visitarnos al Instituto de Profesores Rojos y se habia armado una escandalera a proposito de la teoria de Enchmen.
Abarchuk se puso a trabajar en el almacen de herramientas. Su ayudante, un tal Barjatov, que tiempo atras habia degollado a una familia de seis miembros para robarles, estaba encendiendo la estufa con un trozo de lena de cedro y desechos de serreria; Abarchuk ordenaba las herramientas dispersas por las cajas. Le parecia que la punta afilada de las limas y los buriles, impregnados de un frio abrasador, expresaba la sensacion que habia experimentado durante la noche.
Aquel dia no se diferenciaba en nada de los anteriores. Por la manana el contable habia enviado a Abarchuk los pedidos de herramientas que les habian formulado de campos lejanos, ya aprobados por el departamento tecnico. Ahora tenia que sacar el material y las herramientas correspondientes, embalarlo en cajas, cumplimentar el inventario adjunto. Algunos envios estaban incompletos y habia que redactar unos certificados especiales.
Como de costumbre Barjatov no hacia nada y obligarle a trabajar era imposible. Cuando llegaba al almacen solo se ocupaba de cuestiones de alimentacion, y aquel dia, desde primera hora de la manana, se habia puesto a hervir en la olla una sopa de patatas y hojas de col. Un profesor de latin del Instituto Farmaceutico de Jarkov, ahora recadero en la primera seccion, se escapo para hacer una visita a Barjatov; con los dedos rojos y temblorosos volco sobre la mesa algunos granos de mijo sucios. Barjatov le chantajeaba por algun asunto.
Por la tarde, la seccion de finanzas llamo a Abarchuk: en sus cuentas no cuadraban los numeros. El subjefe de la seccion le grito, lo amenazo con mandar un informe a su superior y estas amenazas le provocaron nauseas. Solo, sin ayuda, no lograba sacar adelante todo el trabajo, pero al mismo tiempo no se atrevia a quejarse de Barjatov. Estaba cansado, tenia miedo de perder el puesto de almacenero e ir a parar de nuevo a la mina o a la tala de arboles. El pelo se le habia vuelto cano, habia perdido la fuerza… Ese era el motivo de su ataque de angustia: su vida se le habia ido bajo el hielo siberiano.
A su regreso de la seccion de finanzas Barjatov dormia con la cabeza apoyada sobre unas botas de fieltro que, al parecer, le habia traido uno de los delincuentes comunes; al lado de la cabeza estaba la cacerola vacia y en la mejilla tenia pegado el mijo del botin.
Abarchuk sabia que a veces Barjatov se llevaba herramientas del almacen y, por tanto, era posible que las botas fueran fruto de una operacion de intercambio de material del almacen. En una ocasion que Abarchuk advirtio la falta de tres limas le dijo:
– ?Robar en la Gran Guerra Patria el escaso metal! Deberia darte verguenza…
Y Barjatov le habia replicado:
– Tu, piojo, cierra el pico, ?si no, veras!
Abarchuk no se atrevio a despertar a Barjatov directamente; en su lugar se puso a hacer ruido, a ordenar sierras de cinta, tosio, dejo caer un martillo. Barjatov se desperto y le siguio con la mirada, una mirada tranquila y despreocupada. Despues dijo en voz baja:
– Un chico del convoy de ayer me conto que hay campos peores que este. Los zeks llevan cadenas y medio craneo afeitado. Sin nombre, solo un numero cosido sobre el pecho, sobre las rodillas, y en la espalda un as de diamantes.
– Patranas -replico Abarchuk.
Barjatov siguio con voz sonadora:
– Habria que enviar alli a todos los politicos fascistas -anuncio-. Y a ti, carrona, el primero, asi no volverias a despertarme.
– Disculpe, ciudadano Barjatov, si he interrumpido vuestro reposo -dijo Abarchuk.
Generalmente temia a Barjatov, pero esta vez no lograba controlar su rabia.
A la hora del relevo llego Neumolimov, negro del polvo de carbon.
– Bueno, ?como va la emulacion? [43] -pregunto Abarchuk-. ?El pueblo participa?
– Poco a poco. Que el carbon es necesario para el frente es algo que todos comprenden. Hoy