– Con el odio que usted nos tiene no deberia estar preso en un campo de concentracion nazi. Y no hablo solo de usted, sino tambien de ese tipo -dijo senalando a Ikonnikov-Morzh, que se aproximaba.

La cara y las manos de lkonnikov estaban manchadas de barro. Este alargo a Mijail Sidorovich algunas hojas de papel sucias escritas a mano y dijo:

– Lealas. Quiza manana estemos muertos.

Mostovskoi, escondiendo las hojas bajo el jergon, exclamo furioso:

– Las leere, pero ?que es eso de que manana estaremos muertos?

– ?Sabe lo que he oido? Que las fosas que hemos cavado estan destinadas a camaras de gas. Hoy han comenzado a verter hormigon en los cimientos.

– Si -dijo Chernetsov-. Ese rumor ya corria cuando estabamos instalando la via ferrea.

Miro a su alrededor, y Mostovskoi penso que Chernetsov estaba interesado en comprobar si los companeros que llegaban del trabajo advertian que estaba hablando en tono desenfadado con un viejo bolchevique. Con toda probabilidad se sentia orgulloso de que le vieran asi los italianos, los noruegos, los espanoles, los ingleses, pero sobre todo, los prisioneros rusos.

– ?Y tenemos que continuar trabajando? -pregunto Ikonnikov-Morzh-. ?Participar en la preparacion del horror?

Chernetsov se encogio de hombros.

– ?Que cree, que estamos en Inglaterra? Aunque ocho mil personas se negaran a trabajar, no cambiaria nada. Las matarian en menos de una hora.

– No, no puedo -dijo Ikonnikov-Morzh-. No ire, no ire.

– Si no quiere trabajar, acabaran con usted -afirmo Mostovskoi.

– Asi es -dijo Chernetsov-. Puede creer estas palabras, el camarada aqui presente sabe que significa incitar a la huelga en un pais donde no existe democracia.

La conversacion con Mostovskoi lo habia apesadumbrado. Ahi, en el campo nazi, las palabras que habia pronunciado infinidad de veces en su apartamento de Paris le sonaban falsas, absurdas. Escuchando las conversaciones entre los reclusos a menudo descubria la palabra «Stalingrado». A eso, tanto si le gustaba como si no, estaba ligado el destino del mundo.

Un joven ingles le hizo el signo de la victoria y anadio:

– Rezare por vosotros. Stalingrado ha detenido la avalancha.

Chernetsov, al oir esas palabras, sintio una feliz emocion y, dirigiendose a Mostovskoi, dijo:

– ?Sabe? Heine decia que solo los idiotas demuestran su propia debilidad ante el enemigo. Bueno, sere un idiota, tiene razon: veo claramente el gran significado de la lucha que mantiene el Ejercito Rojo. Para un socialista ruso es duro comprenderlo, y al comprenderlo, estar orgulloso y sufrir, y al mismo tiempo, odiaros.

Miro a Mostovskoi. Por un momento parecio como si el ojo sano de Chernetsov tambien estuviera inyectado en sangre.

– Pero ?no entiende, incluso aqui, que un hombre no puede vivir sin democracia ni libertad? – pregunto Chernetsov.

– Basta, basta ya de crisis nerviosas.

Miro alrededor, y Chernetsov penso que Mostovskoi se preocupaba de que los que llegaban del trabajo lo vieran charlando amistosamente con un emigrado menchevique. Con toda probabilidad se avergonzaba incluso ante los extranjeros. Pero sobre todo ante los prisioneros rusos.

La orbita vacia y sangrienta miraba fijamente a Mostovskoi.

Ikonnikov sacudio el pie descalzo del sacerdote que se sentaba en la litera de la segunda fila.

– Que dois-je faire, mio padre? Nous travaillons dans une Vernichtungslager.

Los ojos de antracita de Guardi escrutaron las caras de los alli presentes.

– Tout le monde travaille labas. Et moi je travaille labas. Nous sommes des esclaves -dijo lentamente-. Dieu nous pardonnera.

– C'est son metier -anadio Mostovskoi.

– Mais ce n'est pas votre metier -contesto Guardi en tono de reproche.

Ikonnikov-Morzh dijo a toda prisa:

– Si, eso es lo que dice Mijail Sidorovich, pero yo no quiero la absolucion de mis pecados. No diga que son culpables los que te obligan, que tu eres un esclavo, y que no eres culpable porque no eres libre. ?Yo soy libre! Soy yo el que esta construyendo un Vernichtungslager, yo el que responde ante la gente que morira en las camaras de gas. Yo puedo decir: «?No!». ?Que poder puede prohibirmelo si encuentro dentro de mi la fuerza para no tener miedo a la muerte? ?Yo dire «no»! Je dirai non, mio padre, je dirai non.

Guardi puso su mano sobre la cabeza gris de Ikonnikov.

– Dones-moi votre main -dijo.

– Bien. Ahora el pastor amonestara a su oveja extraviada por su orgullo -dijo Chernetsov.

Mostovskoi asintio.

Pero Guardi no amonesto a Ikonnikov: se llevo a los labios la mano sucia de Ikonnikov y la beso.

71

Al dia siguiente Chernetsov estaba hablando con uno de sus pocos conocidos sovieticos, el soldado del Ejercito Rojo Pavliukov que trabajaba como enfermero en el Revier.

Pavliukov se estaba quejando de que pronto tendria que dejar su puesto actual para ir a cavar fosas.

– Es por culpa de los miembros del Partido -aseguro-, no soportan que tenga un buen puesto porque he sabido sobornar a la gente acertada. Pero ellos saben guardarse las espaldas: siempre acaban trabajando en la cocina, en el Waschraum, como barrenderos. ?Recuerda lo que pasaba antes de la guerra? el comite de distrito es mio. El sindicato es mio. ?No es cierto? Aqui es lo mismo. Ponen a sus hombres en la cocina para tener raciones de comida mas abundantes. Mantienen a un viejo bolchevique como si estuviera en una casa de reposo, mientras que vosotros ya os podeis estar muriendo como perros que no os miraran siquiera. ?Es justo? Despues de todo nosotros tambien hemos trabajado duro por el poder sovietico.

Chernetsov, confuso, admitio que hacia veinte anos que no vivia en Rusia. Habia notado que palabras como «emigrado» y «extranjero», alejaban al instante a los detenidos sovieticos. Pero la respuesta de Chernetsov no puso en alerta a Pavliukov.

Se sentaron sobre un monton de tablas. Pavliukov, que tenia el aspecto de un verdadero hijo del pueblo, con su nariz y frente ancha -como observo Chernetsov-, miro al centinela que se estaba dirigiendo a la torre de hormigon, y dijo:

– No tengo otra eleccion. Me unire al ejercito de voluntarios. De lo contrario sera mi fin.

– ?Para salvar el pellejo? -pregunto Chernetsov.

– Yo no soy un kulak -dijo Pavliukov-, y nunca he sido enviado a las talas forestales para cortar arboles, pero tengo mis reservas contra los comunistas. No te dejan vivir a tu manera. No, eso no lo siembres; con esa no te cases; este no es tu trabajo. El hombre acaba pareciendose a un loro. Desde nino he querido abrir una tienda propia, una donde se pudiera comprar todo lo que uno quisiera. Y al lado de la tienda, un pequeno restaurante donde, despues de las compras, poder tomar una copita, meterte algo caliente en el cuerpo, o si te apetece, una cerveza. ?Sabe? Lo habria hecho a buen precio. Habria servido platos sencillos. ?Patatas al horno! ?Tocino con ajo! ?Col en salmuera! ?Sabe lo que le serviria a la gente con el vodka? ?Huesos de tuetano! Los tendria todo el rato cociendose en la olla. Asi, tu pagas por el vodka, y yo te ofrezco un trozo de pan negro, un hueso, y sal, por supuesto. Y por todas partes, sillones de piel para evitar piojos. Te sientas ahi, tranquilamente, y nosotros te servirnos. Pero si le hubiera contado a alguien esa idea, me habrian enviado a Siberia. No veo donde esta el davo para el pueblo. Los precios serian la mitad que los del Estado. Pavliukov miro de reojo a su interlocutor.

– En nuestro barracon se han inscrito cuarenta tipos como voluntarios.

– ?Por que motivo?

– Por un plato de sopa, por un abrigo, para no trabajar hasta que te reviente el craneo.

– ?Y que mas?

– Algunos empujados por razones ideologicas.

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