y Barcelona. Material mas que suficiente para meterle entre rejas por quince o veinte anos. A ello anadio un cheque por una cifra superior a cuanto Sergei podia obtener de sus trapicheos y mezquindades el resto de su existencia. La alternativa era la siguiente: si en un plazo no superior a cuarenta y ocho horas el y Tatiana abandonaban para siempre Barcelona y se comprometian a no volver a ponerse en contacto conmigo por medio alguno, podian llevarse el dossier y el cheque; si se negaban a cooperar, aquel dossier iria a parar a manos de la policia, acompanado del cheque a modo de aliciente para engrasar la maquinaria de la justicia.
Sergei enloquecio de furia. Grito como un demente que nunca se iba a desprender de mi, que tendria que pasar por encima de su cadaver si pretendia salirse con la suya. Mijail le sonrio y se despidio de el.
Aquella noche Tatiana y Sergei acudieron a entrevistarse con un extrano individuo que se ofrecia como asesino a sueldo. Al salir de alli, unos disparos anonimos desde un carruaje estuvieron a punto de acabar con ellos. Los diarios publicaron la noticia alegando varias hipotesis para justificar el ataque. Al dia siguiente, Sergei acepto el cheque de Mijail y desaparecio de la ciudad con Tatiana, sin despedirse…
Cuando supe lo sucedido, exigia Mijail que confirmase si habia sido responsable de aquel ataque. Deseaba desesperadamente que me dijese que no. Me observo fijamente y me pregunto por que dudaba de el. Me senti morir. Todo aquel castillo de naipes de felicidad y esperanza parecia a punto de desmoronarse. Se lo pregunte de nuevo.
Mijail dijo que no. Que no era responsable de aquel ataque.
– Si lo fuese, ninguno de los dos estaria vivo -respondio friamente.
Por aquel entonces contrato a uno de los mejores arquitectos de la ciudad para que construyese la torre junto al parque Guell siguiendo sus indicaciones. El coste no se discutio ni un instante.
Mientras la torre estaba en construccion, Mijail alquilo toda una planta del viejo Hotel Colon en la plaza Cataluna. Alli nos instalamos temporalmente. Por primera vez en mi vida descubri que era posible tener tantos sirvientes que una no podia recordar el nombre de todos ellos. Mijail solo tenia un ayudante, Luis, su chofer.
Los joyeros de Bagues me visitaban en mis habitaciones. Los mejores modistos tomaban mis medidas para crearme un guardarropia de emperatriz. Abrio cuenta sin limite a mi nombre en los mejores establecimientos de Barcelona. Gentes a quienes nunca habia visto me saludaban con reverencias en la calle o en el vestibulo del hotel. Recibia invitaciones para bailes de gala en los palacios de familias cuyo nombre jamas habia visto excepto en la prensa de sociedad. Yo tenia apenas veinte anos. Jamas habia tenido en las manos dinero suficiente para comprar un billete de tranvia. Sonaba despierta. Empece a sentirme abrumada por tanto lujo y por el despilfarro a mi alrededor. Cuando se lo explicaba a Mijail, el me respondia que el dinero no tiene importancia, a menos que se carezca de el.
Pasabamos los dias juntos, paseando por la ciudad, en el casino del Tibidabo, aunque nunca vi a Mijail jugar una sola moneda, en el Liceo… Al atardecer volviamos al Hotel Colon y Mijail se retiraba a sus habitaciones.
Empece a advertir que, muchas noches, Mijail salia de madrugada y no volvia hasta el amanecer. Segun el, tenia que atender asuntos de trabajo. Pero las murmuraciones de la gente crecian. Sentia que me iba a casar con un hombre al que todos parecian conocer mejor que yo. Oia a las criadas hablar a mis espaldas. Veia a la gente examinarme con lupa tras su sonrisa hipocrita en la calle. Lentamente, me fui transformando en prisionera de mis propias sospechas. Y una idea empezo a martirizarme. Todo aquel lujo, aquel derroche material a mi alrededor me hacia sentir como una pieza mas del mobiliario. Un capricho mas de Mijail. El podia comprarlo todo: el Teatro Real, a Sergei, automoviles, joyas, palacios. Y a mi. Ardia de ansiedad al verle partir cada noche de madrugada, convencida de que corria a los brazos de otra mujer.
Una noche decidi seguirle y acabar con aquella charada.
Sus pasos me guiaron hasta el viejo taller de la Velo Granell junto al mercado del Borne. Mijail habia acudido solo. Tuve que colarme por una diminuta ventana en un callejon. El interior de la fabrica me parecio un escenario de pesadilla. Cientos de pies, manos, brazos, piernas, ojos de cristal flotaban en las naves…, piezas de repuesto para una humanidad rota y miserable. Recorri aquel lugar hasta llegar a una gran sala a oscuras ocupada por enormes tanques de cristal en cuyo interior flotaban siluetas indefinidas. En el centro de la sala, en la penumbra, Mijail me observaba desde una silla, fumando un cigarro.
– No deberias haberme seguido dijo sin ira en la voz.
Argumente que no podia casarme con un hombre del cual solo habia visto una mitad, un hombre de quien solo conocia sus dias y no sus noches.
– Tal vez lo que averigues no te guste me insinuo.
Le dije que no me importaba el que o el como. No me importaba lo que hiciese o si los rumores sobre el eran ciertos. Solo queria formar parte de su vida por completo. Sin sombras. Sin secretos. Asintio y supe lo que aquello significaba: cruzar un umbral sin retorno.
Cuando Mijail encendio las luces de la sala, desperte de mi sueno de aquellas semanas. Estaba en el infierno. Los tanques de formol contenian cadaveres que giraban en un macabro ballet. Sobre una mesa metalica yacia el cuerpo desnudo de una mujer diseccionada desde el vientre a la garganta. Los brazos estaban extendidos en cruz y adverti que las articulaciones de sus brazos y sus manos eran piezas de madera y metal. Unos tubos descendian por su garganta y cables de bronce se hundian en las extremidades y en las caderas. La piel era
translucida, azulada como la de un pez. Observe a Mijail, sin habla mientras el se acercaba al cuerpo y lo contemplaba con tristeza.
– Esto es lo que hace la naturaleza con sus hijos. No hay mal en el corazon de los hombres, sino una simple lucha por sobrevivir a lo inevitable. No hay mas demonio que la madre naturaleza… Mi trabajo, todo mi esfuerzo, no es mas que un intento por burlar el gran sacrilegio de la creacion…
Le vi tomar una jeringuilla y llenarla con un liquido esmeralda que guardaba en un frasco. Nuestros ojos se encontraron brevemente y entonces Mijail hundio la aguja en el craneo del cadaver. Vacio el contenido. La retiro y permanecio inmovil un instante, observando el cuerpo inerte. Segundos mas tarde senti que se me helaba la sangre.
Las pestanas de uno de los parpados estaban temblando. Escuche el sonido de los engranajes de las articulaciones de madera y metal.
Los dedos aletearon. Subitamente, el cuerpo de la mujer se irguio con una sacudida violenta. Un alarido animal inundo la sala, ensordecedor. Hilos de espuma blanca descendian de los labios negros, tumefactos. La mujer se desprendio de los cables que perforaban su piel y cayo al suelo como un titere roto.
Aullaba como un lobo herido. Alzo la cara y clavo sus ojos en mi.
Fui incapaz de apartar la vista del horror que lei en ellos. Su mirada desprendia una fuerza animal escalofriante. Queria vivir.
Me senti paralizada. A los pocos segundos el cuerpo quedo de nuevo inerte, sin vida. Mijail, que habia presenciado todo el suceso impasible, tomo un sudario y cubrio el cadaver.
Se acerco a mi y tomo mis manos temblorosas. Me miro como si quisiera ver en mis ojos si iba a ser capaz de seguir a su lado despues de lo que habia presenciado.
Quise encontrar palabras para expresar mi miedo, para decirle cuan equivocado estaba… Todo lo que consegui fue balbucear que me sacase de aquel lugar. Asi lo hizo.
Regresamos al Hotel Colon. Me acompano a mi habitacion, me hizo subir una taza de caldo caliente y me arropo mientras la tomaba.
– La mujer que has visto esta noche murio hace seis semanas bajo las ruedas de un tranvia. Salto para salvar a un nino que jugaba en las vias y no pudo evitar el impacto. Las ruedas le segaron los brazos a la altura del codo. Murio en la calle. Nadie sabe su nombre.
Nadie la reclamo. Hay docenas como ella. Cada dia…
– Mijail, no lo comprendes… Tu no puedes hacer el trabajo de Dios…
Me acaricio la frente y me sonrio tristemente, asintiendo.
– Buenas noches -dijo.