al cuerpo, helada. 'Mi reino por una toalla', pense.

– ?Marina? -llame.

El eco de mi voz se perdio en el caseron. Tuve conciencia del manto de sombras que se extendia a mi alrededor. Solo el aliento de los relampagos filtrandose por los ventanales permitia fugaces impresiones de claridad, como el flash de una camara.

– ?Marina? insisti. Soy Oscar…

Timidamente me adentre en la casa. Mis zapatos empapados producian un sonido viscoso al andar. Me detuve al llegar al salon donde habiamos comido el dia anterior. La mesa estaba vacia, y las sillas, desiertas.

– ?Marina? ?German?

No obtuve contestacion. Distingui en la penumbra una palmatoria y una caja de fosforos sobre una consola. Mis dedos arrugados e insensibles necesitaron cinco intentos para prender la llama.

Alce la luz parpadeante. Una claridad fantasmal inundo la sala. Me deslice hasta el corredor por donde habia visto desaparecer a Marina y a su padre el dia anterior.

El pasillo conducia a otro gran salon, igualmente coronado por una lampara de cristal. Sus cuentas brillaban en la penumbra como tiovivos de diamantes. La casa estaba poblada por sombras oblicuas que la tormenta proyectaba desde el exterior a traves de los cristales. Viejos muebles y butacones yacian bajo sabanas blancas. Una escalinata de marmol ascendia al primer piso. Me aproxime a ella, sintiendome un intruso. Dos ojos amarillos brillaban en lo alto de la escalera. Escuche un maullido.

“Kafka”. Suspire aliviado. Un segundo despues el gato se retiro a las sombras. Me detuve y mire alrededor. Mis pasos habian dejado un rastro de huellas sobre el polvo.

– ?Hay alguien? -llame de nuevo, sin obtener respuesta.

Imagine aquel gran salon decadas atras, vestido de gala. Una orquesta y docenas de parejas danzantes. Ahora parecia el salon de un buque hundido. Las paredes estaban cubiertas de lienzos al oleo. Todos ellos eran retratos de una mujer. La reconoci. Era la misma que aparecia en el cuadro que habia visto la primera noche que me cole en aquella casa. La perfeccion y la magia del trazo y la luminosidad de aquellas pinturas eran casi sobrenaturales. Me pregunte quien seria el artista. Incluso a mi me resulto evidente que todos eran obra de una misma mano. La dama parecia vigilarme desde todas partes.

No era dificil advertir el tremendo parecido de aquella mujer con Marina. Los mismos labios sobre una tez palida, casi transparente. El mismo talle, esbelto y fragil como el de una figura de porcelana. Los mismos ojos de ceniza, tristes y sin fondo. Senti algo rozarme un tobillo. Kafka ronroneaba a mis pies. Me agache y acaricie su pelaje plateado.

– ?Donde esta tu ama, eh?

Como respuesta maullo melancolico. No habia nadie alli. Escuche el sonido de la lluvia golpeando el techo. Miles de aranas de agua correteando en el desvan. Supuse que Marina y German habian salido por algun motivo imposible de adivinar. En cualquier caso, no era de mi incumbencia. Acaricie a Kafka y decidi que debia marcharme antes de que volviesen.

– Uno de los dos esta de mas aqui -le susurre a Kafka. Yo.

Subitamente, los pelos del lomo del gato se erizaron como puas. Senti sus musculos tensarse como cables de acero bajo mi mano. Kafka emitio un maullido de panico.

Me estaba preguntando que podia haber aterrorizado al animal de aquel modo cuando lo note. Aquel olor. El hedor a podredumbre animal del invernadero. Senti nauseas. Alce la vista. Una cortina de lluvia velaba el ventanal del salon. Al otro lado distingui la silueta incierta de los angeles en la fuente. Supe instintivamente que algo andaba mal. Habia una figura mas entre las estatuas. Me incorpore y avance lentamente hacia el ventanal. Una de las siluetas se volvio sobre si misma. Me detuve, petrificado. No podia distinguir sus rasgos, apenas una forma oscura envuelta en un manto. Tuve la certeza de que aquel extrano me estaba observando. Y sabia que yo lo estaba observando a el. Permaneci inmovil durante un instante infinito. Segundos mas tarde, la figura se retiro a las sombras.

Cuando la luz de un relampago estallo sobre el jardin, el extrano ya no estaba alli. Tarde en darme cuenta de que el hedor habia desaparecido con el.

No se me ocurrio mas que sentarme a esperar el regreso de German y Marina. La idea de salir al exterior no era muy tentadora. La tormenta era lo de menos. Me deje caer en un inmenso butacon.

Poco a poco, el eco de la lluvia y la claridad tenue que flotaba en el gran salon me fueron adormeciendo. En algun momento escuche el sonido de la cerradura principal al abrirse y pasos en la casa. Desperte de mi trance y el corazon me dio un vuelco. Voces que se aproximaban por el pasillo. Una vela. Kafka corrio hacia la luz justo cuando German y su hija entraban en la sala. Marina me clavo una mirada helada.

– ?Que estas haciendo aqui, Oscar?

Balbucee algo sin sentido. German me sonrio amablemente y me examino con curiosidad.

– Por Dios, Oscar. ?Esta usted empapado! Marina, trae unas toallas limpias para Oscar… Venga usted, Oscar, vamos a encender un fuego, que hace una noche de perros…

Me sente frente a la chimenea, sosteniendo una taza de caldo caliente que Marina me habia preparado. Relate torpemente el motivo de mi presencia sin mencionar lo de la silueta en la ventana y aquel siniestro hedor. German acepto mis explicaciones de buen grado y no se mostro en absoluto ofendido por mi intrusion, al contrario. Marina era otra historia. Su mirada me quemaba. Temi que mi estupidez al colarme en su casa como si fuera un habito hubiese acabado para siempre con nuestra amistad. No abrio la boca durante la media hora en que estuvimos sentados frente al fuego.

Cuando German se excuso y me deseo buenas noches, sospeche que mi ex amiga me iba a echar a patadas y a decirme que no volviese jamas. 'Ahi viene', pense. El beso de la muerte. Marina sonrio finamente, sarcastica.

– Pareces un pato mareado -dijo.

Gracias -replique, esperando algo peor.

– ?Vas a contarme que demonios hacias aqui?

Sus ojos brillaban al fuego. Sorbi el resto del caldo y baje la mirada.

– La verdad es que no lo se… dije. Supongo que…, que se yo… Sin duda mi aspecto lamentable ayudo, porque Marina se acerco y me palmeo la mano.

– Mirame -ordeno.

Asi lo hice. Me observaba con una mezcla de compasion y simpatia.

– No estoy enfadada contigo, ?me oyes? -dijo. Es que me ha sorprendido verte aqui, asi, sin avisar. Todos los lunes acompano a German al medico, al hospital de San Pablo, por eso estabamos fuera. No es un buen dia para visitas.

Estaba avergonzado.

– No volvera a suceder prometi.

Me disponia a explicarle a Marina la extrana aparicion que habia creido presenciar cuando ella se rio sutilmente y se inclino para besarme en la mejilla. El roce de sus labios basto para que se me secase la ropa al instante. Las palabras se me perdieron rumbo a la lengua. Marina advirtio mi balbuceo mudo.

– ?Que? pregunto.

La contemple en silencio y negue con la cabeza.

– Nada.

Enarco la ceja, como si no me creyese, pero no insistio.

– ?Un poco mas de caldo? -pregunto, incorporandose.

– Gracias.

Marina tomo mi tazon y fue hasta la cocina para rellenarlo. Me quede junto al hogar, fascinado por los retratos de la dama en las paredes. Cuando Marina regreso, siguio mi mirada.

– La mujer que aparece en todos esos retratos… -empece.

– Es mi madre dijo Marina.

Senti que invadia un terreno resbaladizo.

– Nunca habia visto unos cuadros asi. Son como… fotografias del alma.

Marina asintio en silencio.

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