De camino a la calle Princesa descubri que estaba hambriento y me detuve a comprar un pastel en una panaderia frente a la basilica de Santa Maria del Mar. Un aroma a pan dulce flotaba al eco de las campanadas. La calle Princesa ascendia a traves del casco antiguo en un angosto valle de sombras.
Desfile frente a viejos palacios y edificios que parecian mas antiguos que la propia ciudad. El numero 33 apenas podia leerse desdibujado en la fachada de uno de ellos. Me adentre en un vestibulo que recordaba el claustro de una vieja capilla. Un bloque de buzones oxidados palidecia sobre una pared de esmaltes quebrados. Estaba buscando en vano el nombre de Mijail Kolveniken ellos cuando escuche una respiracion pesada a mi espalda.
Me volvi alerta y descubri el rostro apergaminado de una anciana sentada en la garita de porteria.
Me parecio una figura de cera, ataviada de viuda. Un haz de claridad rozo su rostro. Sus ojos eran blancos como el marmol. Sin pupilas. Estaba ciega.
– ?A quien busca usted? pregunto con voz quebrada la portera.
– A Mijail Kolvenik, senora.
Los ojos blancos, vacios, pestanearon un par de veces. La anciana nego con la cabeza.
– Me han dado esta direccion -apunte. Mijail Kolvenik. Cuarto segunda…
La anciana nego de nuevo y regreso a su estado de inmovilidad.
En aquel momento observe algo moviendose sobre la mesa de la garita. Una arana negra trepaba sobre las manos arrugadas de la portera.
Sus ojos blancos miraban al vacio.
Sigilosamente me deslice hacia las escaleras.
Nadie habia cambiado una bombilla en aquella escalera por lo menos en treinta anos. Los peldanos resultaban resbaladizos y gastados.
Los rellanos, pozos de oscuridad y silencio. Una claridad temblorosa exhalaba de una claraboya en el atico. Alli revoloteaba una paloma atrapada. La puerta del cuarto segunda era una losa de madera labrada con un picaporte de aspecto ferroviario. Llame un par de veces y escuche el eco del timbre perdiendose en el interior del piso.
Transcurrieron unos minutos. Llame de nuevo. Dos minutos mas. Empece a pensar que habia penetrado en una tumba. Uno de los cientos de edificios fantasmas que embrujaban el casco antiguo de Barcelona.
De pronto la rejilla de la mirilla se descorrio. Hilos de luz cortaron la oscuridad. La voz que escuche era de arena. Una voz que no habia hablado en semanas, tal vez meses.
– ?Quien va?
– ?Senor Kolvenik? ?Mijail Kolvenik? -pregunte. ?Podria hablar con usted un momento, por favor?
La mirilla se cerro de golpe.
Silencio. Iba a llamar de nuevo cuando la puerta del piso se abrio.
Una silueta se recorto en el umbral. El sonido de un grifo en una pila llegaba desde el interior del piso.
– ?Que quieres, hijo?
– ?Senor Kolvenik?
– No soy Kolvenik -atajo la voz. Mi nombre es Sentis. Benjamin Sentis.
– Perdone, senor Sentis, pero me han dado esta direccion y…
Le tendi la tarjeta que me habia entregado el mozo de estacion.
Una mano rigida la agarro y aquel hombre, cuyo rostro no podia ver, la examino en silencio durante un buen rato antes de devolvermela.
– Mijail Kolvenik no vive aqui desde hace ya muchos anos.
– ?Le conoce? -pregunte. ?Tal vez pueda usted ayudarme?
Otro largo silencio.
– Pasa -dijo finalmente Sentis.
Benjamin Sentis era un hombre corpulento que vivia en el interior de una bata de franela granate.
Sostenia en los labios una pipa apagada y su rostro estaba tocado por uno de aquellos bigotes que empalmaban con las patillas, estilo Julio Verne. El piso quedaba por encima de la jungla de tejados del barrio viejo y flotaba en una claridad eterea. Las torres de la catedral se distinguian en la distancia y la montana de Montju emergia a lo lejos. Las paredes estaban desnudas. Un piano coleccionaba capas de polvo, y cajas con diarios desaparecidos poblaban el suelo. No habia nada en aquella casa que hablase del presente.
Benjamin Sentis vivia en preterito pluscuamperfecto.
Nos sentamos en la sala que daba al balcon y Sentis examino de nuevo la tarjeta.
– ?Por que buscas a Kolvenik? -pregunto.
Decidi explicarle todo desde el principio, desde nuestra visita al cementerio hasta la extrana aparicion de la dama de negro aquella manana en la estacion de Francia.
Sentis me escuchaba con la mirada perdida, sin mostrar emocion alguna. Al termino de mi relato, un incomodo silencio medio entre nosotros. Sentis me miro detenidamente. Tenia mirada de lobo, fria y penetrante.
– Mijail Kolvenik ocupo este piso durante cuatro anos, al poco tiempo de llegar a Barcelona -dijo. Aun hay por ahi detras algunos de sus libros. Es cuanto queda de el.
– ?Tendria usted su direccion actual? ?Sabe donde puedo encontrarle?
Sentis se rio.
– Prueba en el infierno.
Le mire sin comprender.
– Mijail Kolvenik murio en 1948.
Segun me explico Benjamin Sentis aquella manana, Mijail Kolvenik habia llegado a Barcelona a finales de 1919. Tenia por entonces poco mas de veinte anos y era natural de la ciudad de Praga.
Kolvenik huia de una Europa devastada por la Gran Guerra. No hablaba una palabra de catalan ni de castellano, aunque se expresaba en frances y aleman con fluidez.
No tenia dinero, amigos ni conocidos en aquella ciudad dificil y hostil. Su primera noche en Barcelona se la paso en el calabozo, al ser sorprendido durmiendo en un portal para protegerse del frio.
En la carcel, dos companeros de celda acusados de robo, asalto e incendio premeditado decidieron darle una paliza, alegando que el pais se estaba yendo al garete por culpa de piojosos extranjeros. Las tres costillas rotas, las contusiones y las lesiones internas sanarian con el tiempo, pero el oido izquierdo lo perdio para siempre.
'Lesion del nervio', dictaminaron los medicos. Un mal principio.
Pero Kolvenik siempre decia que lo que empieza mal solo puede acabar mejor. Diez anos mas tarde, Mijail Kolvenik llegaria a ser uno de los hombres mas ricos y poderosos de Barcelona.
En la enfermeria de la carcel conocio al que habria de convertirse con los anos en su mejor amigo, un joven doctor de ascendencia inglesa llamado Joan Shelley. El doctor Shelley hablaba algo de aleman y sabia por propia experiencia lo que era sentirse extranjero en tierra extrana. Gracias a el, Kolvenik obtuvo un empleo al ser dado de alta en una pequena empresa llamada Velo Granell. La Velo Granell fabricaba articulos de ortopedia y protesis medicas. El conflicto de Marruecos y la Gran Guerra en Europa habian creado un enorme mercado para estos productos. Legiones de hombres destrozados a mayor gloria de banqueros, cancilleres, generales, agentes de bolsa y otros padres de la patria habian quedado mutilados y destrozados de por vida en nombre de la libertad, la democracia, el imperio, la raza o la bandera.
Los talleres de la Velo Granell se encontraban junto al mercado del Borne. En su interior, las vitrinas de brazos, ojos, piernas y articulaciones artificiales recordaban al visitante la fragilidad del cuerpo humano. Con un modesto sueldo y la recomendacion de la empresa, Mijail Kolvenik consiguio alojamiento en un piso de la calle Princesa. Lector voraz, en ano y medio habia aprendido a defenderse en catalan y castellano.
Su talento e ingenio le valieron que pronto se le considerase uno de los empleados claves de la Velo Granell. Kolvenik tenia amplios conocimientos de medicina, cirugia y anatomia. Diseno un revolucionario mecanismo neumatico que permitia articular el movimiento en protesis de piernas y brazos. El ingenio reaccionaba a los impulsos musculares y dotaba al paciente de una movilidad sin precedentes. Dicha invencion puso a la Velo Granell