lo que se habia sospechado. Kolvenik se sentia acorralado y pronto se le dejo de ver en la empresa. Contaban que habia contraido una extrana enfermedad que le mantenia mas y mas tiempo en su mansion. Numerosas irregularidades en la gestion de la Velo Granell y en extranas transacciones que el propio Kolvenik habia realizado en el pasado salieron a flote. Una fiebre de murmuraciones y de oscuras acusaciones afloro con tremenda virulencia. Kolvenik, recluido en su refugio con su amada Eva, se transformo en un personaje de leyenda negra. Un apestado. El gobierno expropio el consorcio de la sociedad Velo Granell. Las autoridades judiciales estaban investigando el caso, que, con un expediente de mas de mil folios, no habia hecho mas que empezar a instruirse.

En los anos siguientes, Kolvenik perdio su fortuna. Su mansion se transformo en un castillo de ruinas y tinieblas. La servidumbre, tras meses sin paga, los abandono. Solo el chofer personal de Kolvenik permanecio fiel. Todo tipo de rumores espeluznantes empezo a propagarse. Se comentaba que Kolvenik y su esposa vivian entre ratas, vagando por los corredores de aquella tumba en la que se habian confinado en vida.

En diciembre de 1948, un pavoroso incendio devoro la mansion de los Kolvenik. Las llamas pudieron verse desde Mataro, afirmo el rotativo 'El Brusi'. Quienes lo recuerdan aseguran que el cielo de Barcelona se transformo en un lienzo escarlata y que nubes de ceniza barrieron la ciudad al amanecer, mientras la multitud contemplaba en silencio el esqueleto humeante de las ruinas. Los cuerpos de Kolvenik y Eva se encontraron carbonizados en el atico, abrazados el uno al otro. Esta imagen aparecio en la fotografia de portada de 'La Vanguardia' bajo el titulo de 'El fin de una era'.

A principios de 1949, Barcelona empezaba ya a olvidar la historia de Mijail Kolvenik y Eva Irinova. La gran urbe estaba cambiando irremisiblemente y el misterio de la Velo Granell formaba parte de un pasado legendario, condenado a perderse para siempre.

Capitulo 11

El relato de Benjamin Sentis me persiguio durante toda la semana como una sombra furtiva. Cuantas mas vueltas le daba, mas tenia la impresion de que faltaban piezas en su historia. Cuales, era ya otra cuestion. Estos pensamientos me carcomian de sol a sol mientras esperaba con impaciencia el regreso de German y Marina.

Por las tardes, al acabar las clases, acudia a su casa para comprobar que todo estuviese en orden.

Kafka me esperaba siempre al pie de la puerta principal, a veces con el botin de alguna caceria entre las garras. Escanciaba leche en su plato y charlabamos; es decir, el se bebia la leche y yo monologaba.

Mas de una vez tuve la tentacion de aprovechar la ausencia de los duenos para explorar la residencia, pero me resisti a hacerlo. El eco de su presencia se sentia en cada rincon. Me acostumbre a esperar el anochecer en el caseron vacio, al calor de su compania invisible. Me sentaba en el salon de los cuadros y contemplaba durante horas los retratos que German Blau habia pintado de su esposa quince anos atras. Veia en ellos a una Marina adulta, a la mujer en la que ya se estaba convirtiendo. Me preguntaba si algun dia yo seria capaz de crear algo de semejante valor. De algun valor.

El domingo me plante como un clavo en la estacion de Francia. Faltaban todavia dos horas para que llegase el expreso de Madrid. Las ocupe recorriendo la edificacion. Bajo su boveda, trenes y extranos se reunian como peregrinos.

Siempre habia pensado que las viejas estaciones de ferrocarril eran uno de los pocos lugares magicos que quedaban en el mundo. En ellas se mezclaban los fantasmas de recuerdos y despedidas con el inicio de cientos de viajes a destinos lejanos, sin retorno. 'Si algun dia me pierdo, que me busquen en una estacion de tren', pense.

El silbido del expreso de Madrid me rescato de mis bucolicas meditaciones. El tren irrumpia en la estacion a pleno galope. Enfilo hacia su via y el gemido de los frenos inundo el espacio. Lentamente, con la parsimonia propia del tonelaje, el tren se detuvo. Los primeros pasajeros comenzaron a descender, siluetas sin nombre.

Recorri con la mirada el anden mientras el corazon me latia a toda prisa. Docenas de rostros desconocidos desfilaron frente a mi. De repente vacile, por si me habia equivocado de dia, de tren, de estacion, de ciudad o de planeta. Y entonces escuche una voz a mis espaldas, inconfundible.

– Pero esto si que es una sorpresa, amigo Oscar. Se le ha echado de menos.

– Lo mismo digo -respondi, estrechando la mano del anciano pintor.

Marina descendia del vagon.

Llevaba el mismo vestido blanco que el dia de su partida. Me sonrio en silencio, la mirada brillante.

– ?Y que tal estaba Madrid? -improvise, tomando el maletin de German.

– Precioso. Y siete veces mas grande que la ultima vez que estuve alli -dijo German. Si no para de crecer, uno de estos dias esa ciudad va a derramarse por los bordes de la meseta.

Adverti en el tono de German un buen humor y una energia especiales. Confie en que aquello fuese signo de que las noticias del doctor de La Paz eran esperanzadoras. De camino a la salida, mientras German se entregaba dicharachero a una conversacion con un atonito mozo sobre cuanto habian adelantado las ciencias ferroviarias, tuve oportunidad de quedarme a solas con Marina. Ella me apreto la mano con fuerza.

– ?Como ha ido todo? -murmure. A German se le ve animado.

– Bien. Muy bien. Gracias por venir a recibirnos.

– Gracias a ti por volver dije. Barcelona se veia muy vacia estos dias… Tengo un monton de cosas que contarte.

Paramos un taxi frente a la estacion, un viejo Dodge que hacia mas ruido que el expreso de Madrid. Mientras ascendiamos por las Ramblas, German contemplaba las gentes, los mercados y los quioscos de flores y sonreia, complacido.

– Diran lo que quieran, pero una calle como esta no la hay en ninguna ciudad del mundo, amigo Oscar. Riase usted de Nueva York.

Marina aprobaba los comentarios de su padre, que parecia revivido y mas joven despues de aquel viaje.

– ?No es festivo manana? -pregunto de repente German.

– Si -dije.

– O sea, que no tiene usted escuela…

– Tecnicamente, no.

German se echo a reir y por un segundo crei ver en el al muchacho que algun dia habia sido, decadas atras.

– Y digame, ?tiene usted el dia ocupado, amigo Oscar?

A las ocho de la manana ya estaba en su casa, tal y como me habia pedido German. La noche anterior le habia prometido a mi tutor que todas las noches de aquella semana dedicaria el doble de horas a estudiar si me dejaba libre aquel lunes, dado que era fiesta.

– No se que te llevas entre manos ultimamente. Esto no es un hotel, pero tampoco es una prision.

– Tu comportamiento es tu propia responsabilidad… -apunto el padre.

Segui, suspicaz. Tu sabras lo que haces, Oscar.

Al llegar a la villa de Sarria encontre a Marina en la cocina preparando una cesta con bocadillos y termos para las bebidas. Kafka seguia sus movimientos atentamente, relamiendose.

– ?Adonde vamos? -pregunte, intrigado.

– Sorpresa -respondio Marina.

Al poco rato aparecio German, euforico y jovial. Vestia como un piloto de 'rally' de los anos veinte. Me estrecho la mano y me pregunto si podia echarle una mano en el garaje. Asenti. Acababa de descubrir que tenian

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