– Supongo que si. Pero pase, por favor.

– No quisiera importunada.

– No diga tonterias. Adelante, por favor.

Lazarus asintio amablemente y entro en la casa.

Sus ojos trazaron un rapido reconocimiento del lugar. -La Casa del Cabo nunca ha estado mejor -comento-. La felicito.

– Todo el merito es de Irene. Ella es la decoradora de la familia. ?Una taza de te? ?Cafe?…

– Un te seria perfecto, pero…

– Ni una palabra mas. Tambien a mi me vendra bien.

Sus miradas se cruzaron por un instante. Lazarus sonrio calidamente. Simone, subitamente azorada, bajo la mirada y se concentro en preparar el te para ambos.

– Se preguntara el porque de mi visita -empezo el fabricante de juguetes.

Efectivamente, penso Simone en silencio.

– Lo cierto es que todas las noches doy un pequeno paseo por el bosque hasta los acantilados. Me ayuda a relajarme -llego la voz de Lazarus.

Una pausa apenas marcada por el sonido del agua en la tetera medio entre ambos.

– ?Ha oido hablar del baile anual de mascaras en Bahia Azul, madame Sauvelle?

– La ultima luna llena de agosto… -recordo Simone.

– Asi es. Me preguntaba… Bien, quiero que entienda que no hay compromiso alguno en mi proposicion, de lo contrario no me atreveria a formulada, es decir, no se si me explico…

Lazarus parecia debatirse como un colegial nervioso. Ella le sonrio serenamente.

– Me preguntaba si le apeteceria ser mi acompanante este ano -concluyo finalmente el hombre.

Simone trago saliva. La sonrisa de Lazarus se desmorono lentamente.

– Lo siento. No deberia haberselo pedido.

Acepte mis disculpas…

– ?Con o sin azucar? -corto amablemente Simone.

– ?Perdon?

– El te. ?Con o sin azucar?

– Dos cucharadas.

Simone asintio y diluyo las dos cucharadas de azucar lentamente. Una vez lista, tendio la taza a Lazarus y le sonrio.

– Tal vez la he ofendido…

– No lo ha hecho. Es que no estoy acostumbrada a que me inviten a salir de casa. Pero me encantaria acudir a ese baile con usted -respondio la mujer, sorprendida de su propia decision.

El rostro de Lazarus se ilumino con una amplia sonrisa. Por un instante, Simone se sintio treinta anos mas joven. Era una sensacion ambigua y a medio camino entre lo sublime y lo ridiculo. Una sensacion peligrosamente embriagadora. Una sensacion mas poderosa que el pudor, que el reparo o el remordimiento. Habia olvidado lo reconfortante que era sentir que alguien se interesase por ella.

Diez minutos mas tarde, la conversacion continuaba en el porche de la Casa del Cabo. La brisa del mar balanceaba los faroles de aceite suspendidos en la pared. Lazarus, sentado sobre la baranda de madera, contemplaba las copas de los arboles agitandose en el bosque, un mar negro y susurrante.

Simone observo el rostro del fabricante de juguetes.

– Me alegra saber que se encuentran a gusto en la casa -comento Lazarus-. ?Que tal se adaptan sus hijos a la vida en Bahia Azul?

– No tengo queja. Al contrario. De hecho, Irene parece que ya esta tonteando con un chico del pueblo. Un tal Ismael. ?Lo conoce?

– Ismael…, si, por supuesto. Un buen muchacho, tengo entendido -dijo Lazarus, distante. -Eso espero. Lo cierto es que aun estoy esperando que me lo presente.

– Los chicos son asi. Hay que ponerse en su lugar… -sugirio Lazarus.

– Supongo que hago como todas las madres: el ridiculo, sobreprotegiendo a mi hija de casi quince anos.

– Es lo mas natural.

– No se si ella opina lo mismo.

Lazarus sonrio, pero no dijo nada.

– ?Que sabe usted de el? -pregunto Simone.

– ?De Ismael?… Bien…, poca cosa… -empezo el-. Me consta que es un buen marinero. Se lo tiene por un joven introvertido y poco dado a hacer amigos. Lo cierto es que yo tampoco estoy muy versado en los asuntos de la vida local… Pero no creo que tenga que preocuparse.

El sonido de las voces trepaba hasta su ventana como la pira de humo de un cigarrillo mal apagado, caprichosa y sinuosamente; ignorarlo era imposible. El murmullo del mar apenas enmascaraba las palabras de Lazarus y su madre, abajo, en el porche, aunque, por un instante, Dorian habria deseado que lo hiciera y que aquella conversacion jamas hubiese llegado a sus oidos. Habia algo que lo inquietaba en cada inflexion, en cada frase. Algo indefinible, una presencia invisible que parecia impregnar cada giro de la conversacion.

Tal vez fuese la idea de escuchar a su madre charlar placidamente con un hombre que no era su padre, aunque ese hombre fuese Lazarus, a quien Dorian tenia por amigo. Quiza fuese el color de intimidad que parecia tenir las palabras entre ambos. Quiza, se dijo por fin Dorian, eran tan solo celos y una estupida obstinacion por pretender que su madre no podia volver a disfrutar de una conversacion de tu a tu con otro hombre adulto. Yeso era egoista. Egoista e injusto. Al fin y al cabo, Simone, ademas de su madre, era una mujer de carne y hueso, necesitada de amistad y de la compania de alguien mas que de sus hijos. Cualquier libro que se preciase lo dejaba bien claro. Dorian repaso el aspecto teorico de ese razonamiento. A ese nivel, todo le parecia perfecto. La practica, sin embargo, era otra cuestion.

Timidamente, sin encender la luz de su habitacion, Dorian se aproximo a la ventana y echo un vistazo furtivo hacia el porche. «Egoista y, encima, espia», parecio susurrar una voz en su interior. Desde el comodo anonimato de las sombras, Dorian observo la sombra de su madre proyectada sobre el suelo del porche. Lazarus, de pie, miraba el mar, negro e impenetrable. Dorian trago saliva. La brisa agito las cortinas que lo ocultaban y el chico dio un paso atras instintivamente. La voz de su madre pronuncio algunas palabras ininteligibles. No era asunto suyo, concluyo, avergonzado de haber estado espiando en secreto.

El muchacho estaba a punto de alejarse suavemente de su ventana cuando advirtio un movimiento en la penumbra por el rabillo del ojo. Dorian se volvio en seco, sintiendo como todos los cabellos de la nuca se le erizaban. La habitacion estaba sumida en la oscuridad, apenas rasgada por retales de claridad azul que se filtraban entre las cortinas ondulantes. Lentamente, su mano palpo la mesilla de noche en busca del interruptor de la lampara. La madera estaba fria. Sus dedos tardaron un par de segundos en dar con el boton. Dorian presiono el interruptor. La espiral metalica del interior de la bombilla prendio en una llama fugaz y se extinguio con un suspiro. El destello vaporoso lo cego por un instante. Luego, la oscuridad se hizo mas densa, como un profundo pozo de agua negra.

«La bombilla se ha fundido -se dijo-o Algo comun. El metal con el que se forja la espiral de la resistencia, wolframio, tiene una vida limitada.» En la escuela le habian explicado eso.

Todos estos pensamientos tranquilizadores se desvanecieron cuando Dorian advirtio de nuevo aquel movimiento entre las sombras. Mas concretamente, de las sombras.

Sintio una oleada de frio al comprobar que una forma parecia moverse en la oscuridad, frente a el.

La silueta, negra y opaca, se detuvo en el centro de la estancia. «Me esta observando», murmuro la voz interna en su mente. La sombra parecio avanzar entre la oscuridad y Dorian comprobo que no era el suelo lo que se movia, sino sus rodillas, que temblaban de puro terror ante aquella forma espectral de negrura que se acercaba paso a paso.

Dorian retrocedio unos pasos hasta que la escasa claridad que penetraba por la ventana lo envolvio en un halo de luz. La sombra se detuvo en el umbral de la tiniebla. El chico sintio que sus dientes pugnaban por rechinar, pero presiono la mandibula con fuerza y reprimio sus deseos de cerrar los ojos. De pronto, alguien parecio pronunciar unas palabras. Tardo unos segundos en comprobar que era el mismo quien estaba hablando. Con tono firme y sin rastro de temor.

– Fuera de aqui -murmuro Dorian en direccion a las sombras-. He dicho fuera.

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