– ?Muevase! -estallo Dorian.

– Estoy solo. No puedo dejar el puesto.

El chico suspiro. De entre todos los cretinos que habia en el planeta habia ido a dar con un ejemplar de museo.

– ?Llame por radio! ?Haga algo! ?Ahora!

El tono y la mirada de Dorian desprendieron cierta alarma capaz de hacer que Jobart desplazase su considerable trasero hacia la radio y conectase el aparato. Por un instante se volvio a mirar al muchacho, con aire de sospecha.

– ?Llame! ?Ya! -grito Dorian.

Lazarus recupero el sentido bruscamente, notando un dolor punzante en la nuca. Se llevo la mano hasta ese punto y palpo la herida abierta. Recordo vagamente el rostro de Christian en el pasillo del ala oeste. El automata le habia golpeado y lo habia arrastrado hasta este lugar. Lazarus miro a su alrededor. Se encontraba en una de las habitaciones sin utilizar que poblaban Cravenmoore.

Lentamente, se incorporo y trato de poner en orden sus pensamientos. Un profundo cansancio le asalto tan pronto se sostuvo sobre sus pies. Cerro los ojos y respiro profundamente. Al abrirlos, reparo en un pequeno espejo que pendia de una de las paredes. Se acerco a el y examino su propio reflejo.

Luego, aproximandose hasta una diminuta ventana que daba a la fachada principal, observo como dos figuras cruzaban el jardin en direccion a la puerta principal.

Irene e Ismael franquearon el umbral de la puerta y penetraron en el haz de luz que emergia de las profundidades de la casa. El eco del tiovivo y el traqueteo metalico de miles de engranajes devueltos a la vida calo en ellos como un aliento helado. Cientos de diminutos mecanismos se movian en los muros. Un mundo de criaturas imposibles se agitaba en las vitrinas, en los moviles suspendidos en el aire. Resultaba imposible dirigir la vista a cualquier punto y no encontrar una de las creaciones de Lazarus en movimiento. Relojes con rostro, munecos que caminaban como sonambulos, rostros fantasmales que sonreian como lobos hambrientos…

– Esta vez no te separes de mi -dijo Irene.

– No pensaba hacerlo -replico Ismael, abrumado por aquel mundo de seres que latian a su alrededor.

Apenas habian recorrido un par de metros cuando la puerta principal se cerro con fuerza a sus espaldas. Irene grito y se aferro al chico. La silueta de un hombre gigantesco se alzo frente a ellos. Su rostro estaba cubierto por una mascara que representaba un payaso demoniaco. Dos pupilas verdes se expandieron tras la mascara. Los muchachos retrocedieron ante el avance de aquella aparicion. Un cuchillo brillo en sus manos. La imagen de aquel mayordomo mecanico que les habia abierto la puerta en su primera visita a Cravenmoore golpeo a Irene. Christian. Ese era su nombre. El automata alzo el cuchillo en el aire.

– ?Christian, no! -grito Irene-. ?No!

El mayordomo se detuvo. El cuchillo cayo de sus manos. Ismael miro a la chica sin comprender nada. La figura, inmovil, los observaba.

– Rapido -insto la muchacha, adentrandose en la casa.

Ismael corrio tras ella, no sin antes recoger el cuchillo que Christian habia soltado. Alcanzo a Irene bajo la fuga vertical que ascendia hacia la cupula. La joven miro alrededor y trato de orientarse.

– ?Donde ahora? -pregunto Ismael, sin dejar de vigilar a su espalda.

Ella dudo, incapaz de optar por un camino a traves del cual adentrarse en el laberinto de Cravenmoore.

Subitamente, un golpe de aire frio los sacudio desde uno de los corredores y el sonido metalico de una voz cavernosa llego hasta sus oidos.

– Irene… -susurro la voz.

Los nervios de la muchacha se trabaron en una red de hielo. La voz llego de nuevo. Irene clavo los ojos en el extremo del corredor. Ismael siguio su mirada y la vio. Flotando sobre el suelo, envuelta en un manto de neblina, Simone avanzaba hacia ellos con los brazos extendidos. Un brillo diabolico bailaba en sus ojos. Unas fauces surcadas de colmillos acerados asomaron tras sus labios apergaminados.

– Mama -gimio Irene.

– Esa no es tu madre… -dijo Ismael, apartando a la chica de la trayectoria de aquel ser.

La luz golpeo aquel rostro y lo desvelo en todo su horror. Ismael se abalanzo sobre Irene para esquivar las garras del automata. La criatura giro sobre si misma y se les encaro de nuevo. Tan solo medio rostro se habia completado. La otra mitad no era mas que una mascara de metal.

– Es el muneco que vimos. No es tu madre -dijo el muchacho, que trataba de arrancar a su amiga del trance en que la vision la habia sumido-. Esa cosa los mueve como si fuesen marionetas…

El mecanismo que sostenia al automata dejo escapar un chasquido. Ismael pudo ver como las garras viajaban hacia ellos de nuevo, a toda velocidad. El muchacho cogio a Irene y se lanzo a la fuga sin saber a ciencia cierta hacia adonde se dirigia. Corrieron tan rapidamente como se lo permitieron sus piernas a traves de una galeria f1anqueada por puertas que se abrian a su paso y siluetas que se descolgaban del techo.

– ?Rapido! -grito Ismael, oyendo el martille o de los cables de suspension a sus espaldas.

Irene se volvio a mirar atras. Las fauces caninas de aquella monstruosa replica de su madre se cerraron a veinte centimetros de su rostro. Las cinco agujas de sus garras se lanzaron sobre su rostro. Ismael tiro de ella y la empujo al interior de lo que parecia una gran sala en la penumbra.

La chica cayo de bruces sobre el suelo y el cerro la puerta a su espalda. Las garras del automata se clavaron sobre la puerta, puntas de flecha letales. -Dios mio… -suspiro-. Otra vez no…

Irene alzo la vista; su piel del color del papel. -?Estas bien? -le pregunto Ismael.

La muchacha asintio vagamente para luego mirar a su alrededor. Paredes de libros ascendian hacia el infinito. Miles y miles de volumenes formaban una espiral babilonica, un laberinto de escaleras y pasadizos.

– Estamos en la biblioteca de Lazarus.

– Pues espero que tenga otra salida, porque no pienso volver a mirar ahi detras… -dijo Ismael senalando a su espalda.

– Debe de haberla. Creo que si, pero no se donde esta -dijo ella, aproximandose al centro de la gran sala mientras el chico trababa la puerta con una silla.

Si aquella defensa resistia mas de dos minutos, se dijo, empezaria a creer en los milagros a pies juntillas. La voz de Irene murmuro algo a su espalda. El muchacho se volvio y la vio junto a una mesa de lectura, examinando un libro de aspecto centenario.

– Hay algo aqui -dijo ella.

Un oscuro presentimiento se desperto en el. -Deja ese libro.

– ?Por que? -pregunto Irene, sin comprender.

– Dejalo.

La joven cerro el volumen e hizo lo que su amigo le indicaba. Las letras doradas sobre la cubierta brillaron a la lumbre de la hoguera que caldeaba la biblioteca: Doppelganger.

Irene apenas se habia alejado unos pasos del escritorio cuando sintio que una intensa vibracion atravesaba la sala bajo sus pies. Las llamas de la hoguera palidecieron y algunos de los tomos en las interminables hileras de estanterias empezaron a temblar. La muchacha corrio hasta Ismael.

– ?Que demonios…? -dijo el, percibiendo tambien aquel intenso rumor que parecia provenir de lo mas profundo de la casa.

En ese momento, el libro que Irene habia dejado sobre el escritorio se abrio violentamente de par en par. Las llamas de la hoguera se extinguieron, aniquiladas por un aliento gelido. Ismael rodeo a la joven con sus brazos y la apreto contra si. Algunos libros empezaron a precipitarse al vacio desde las alturas, impulsados por manos invisibles.

– Hay alguien mas aqui -susurro Irene-. Puedo sentirlo…

Las paginas del libro empezaron a volverse lentamente al viento, una tras otra. Ismael contemplo las laminas del viejo volumen, que brillaban con luz propia, y advirtio por primera vez como las letras parecian evaporarse una a una, formando una nube de gas negro que adquiria forma sobre el libro. Aquella silueta informe fue absorbiendo palabra a palabra, frase a frase.

La forma, mas densa ahora, le hizo pensar en un espectro de tinta negra suspendido en el vacio.

La nube de negrura se expandio y las formas de unas manos, unos brazos y un tronco se esculpieron de la nada. Un rostro impenetrable emergio de la sombra.

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