Ismael e Irene, paralizados por el terror, contemplaron electrizados aquella aparicion y como, alrededor de ella, otras formas, otras sombras cobraban vida de entre las paginas de aquellos libros caidos. Lentamente, un ejercito de sombras se desplego ante sus ojos incredulos. Sombras de ninos, de ancianos, de damas ataviadas con extranas galas… Todos ellos parecian espiritus atrapados, demasiado debiles para adquirir consistencia y volumen. Rostros en agonia, aletargados y desprovistos de voluntad. Al contemplarlos, Irene sintio que se encontraba frente a las almas perdidas de decenas de seres atrapados en un terrible maleficio. Los vio extender sus manos hacia ellos, suplicando ayuda, pero sus dedos se escindian en espejismos de vapor. Podia sentir el horror de su pesadilla, del sueno negro que los atenazaba.

Durante los escasos segundos que duro aquella vision, se pregunto quienes eran y como habian llegado hasta alli. ?Habian sido alguna vez incautos visitantes de aquel lugar, como ella misma? Por un instante espero reconocer a su madre entre aquellos espiritus malditos, hijos de la noche. Pero, a un simple gesto de la sombra, sus cuerpos vaporosos se fundieron en un torbellino de oscuridad que atraveso la sala.

La sombra abrio sus fauces y absorbio todas y cada una de esas almas, arrancandoles la poca fuerza que todavia vivia en ellas. Un silencio mortal siguio a su desaparicion. Luego, la sombra abrio los ojos y su mirada proyecto un halo sangrante en la tiniebla.

Irene quiso gritar, pero su voz se perdio en el estruendo brutal que sacudio Cravenmoore.

Una a una, todas las ventanas y las puertas de la casa se estaban sellando como lapidas. Ismael oyo aquel eco cavernoso recorrer los cientos de galerias de Cravenmoore, y sintio que sus esperanzas de salir de aquel lugar con vida se evaporaban en la oscuridad.

Tan solo un resquicio de claridad trazaba una aguja de luz a traves de la boveda del techo, una cuerda floja de luz suspendida en lo alto de aquella siniestra carpa circense. La luz se grabo en la mirada de Ismael, y el muchacho, sin esperar un segundo mas, asio la mano de Irene y la condujo hacia el extremo de la sala, a tientas.

– Quiza la otra salida este ahi -susurro.

Irene siguio la trayectoria que senalaba el indice del chico. Sus ojos reconocieron el filamento de luz, que parecia emerger del orificio de una cerradura. La biblioteca estaba organizada en ovalos concentricos recorridos por un estrecho pasillo que ascendia en espiral por la pared y hacia las veces de distribuidor a las diferentes galerias que partian de el. Simone le habia hablado de ello, comentandole aquel capricho arquitectonico: si alguien seguia aquel corredor hasta el fin, llegaba casi hasta el tercer piso de la mansion. Una suerte de torre de Babel de puertas adentro, imagino. Esta vez fue ella quien guio a Ismael hasta el corredor y, una vez en el, se apresuro a ascender.

– ?Sabes adonde vas? -pregunto el muchacho.

– Confia en mi.

Ismael corrio tras ella, sintiendo como el suelo ascendia lentamente bajo sus pies a medida que se adentraban en el corredor. Una fria corriente de aire le acaricio la nuca e Ismael observo la espesa mancha negra que se esparcia sobre el suelo a su espalda. La sombra tenia una textura casi solida, y solo su contorno parecia fundirse con la oscuridad. La mancha espectral se desplazaba como una lamina de aceite, espeso y brillante.

Al cabo de unos segundos, aquel ente de negrura liquida se extendio bajo sus pies. Ismael sintio un espasmo gelido, similar al de caminar en aguas heladas.

– ?Rapido! -exclamo.

El origen de la linea de luz nacia, tal como habian supuesto, en la cerradura de una puerta que apenas se encontraba a media docena de metros de ellos. Ismael apreto el paso y consiguio rebasar el rastro de la sombra bajo sus pies por unos instantes. Las probabilidades de que aquella puerta estuviese abierta se le antojaban nulas. De poco les serviria alcanzar la puerta si esta no conducia a ninguna parte.

Irene palpo la cerradura en la penumbra, en busca de un resorte que le permitiese abrirla. El muchacho se volvio para comprobar donde se encontraba la sombra y sus ojos descubrieron el manto de azabache que se alzaba frente a el, una escultura de gas espeso que adquiria forma lentamente. Un rostro de alquitran se materializo. Un rostro familiar.

Ismael creyo que sus ojos le estaban enganando y parpadeo. El rostro seguia alli. El suyo propio.

Su oscuro reflejo le sonrio malevolamente y una lengua de reptil asomo entre los labios. Instintivamente, Ismael extrajo el cuchillo que habia arrebatado al automata del vestibulo y lo blandio frente a la sombra. La silueta escupio su gelido aliento sobre el arma y una red de escarcha y astillas de hielo ascendio desde la punta del filo hasta la empunadura. El metal congelado le transmitio una fuerte sensacion de quemazon en la palma de la mano. El frio, un frio intenso, quemaba tanto o mas que el fuego.

Ismael estuvo a punto de soltar el arma, pero resistio el espasmo muscular que le agarroto el antebrazo y trato de hundir la hoja del cuchillo en el rostro de la sombra. La lengua se desprendio de ella al contacto con el filo y cayo sobre uno de sus pies. Instantaneamente, la pequena masa negra le rodeo el tobillo como una segunda piel y empezo a ascender lentamente. El contacto viscoso y helado de aquella materia le provoco nauseas.

En ese momento, oyo el crujido de la cerradura con la que Irene estaba forcejeando a su espalda y un tunel de luz se abrio ante ellos. La chica corrio hacia el otro lado de la puerta e Ismael la siguio, cerrando de nuevo la puerta y dejando a su perseguidor al otro lado. La porcion desprendida de la sombra trepo por su muslo y adquirio la forma de una gran arana. Una punzada de dolor le sacudio la pierna. Ismael grito e Irene trato de expulsar aquel monstruoso aracnido. La arana se volvio contra la muchacha y salto sobre ella. Irene dejo escapar un alarido de terror.

– ?Quitamela!

Ismael, desconcertado, miro a su alrededor y descubrio cual era la fuente de luz que los habia guiado. Una hilera de velas se perdia en la penumbra, en una procesion fantasmal.

El chico agarro una de las velas y acerco la llama a la arana, que buscaba la garganta de Irene. Al simple contacto con el fuego, aquel ser profirio un siseo de rabia y dolor y se descompuso en una lluvia de gotas negras que cayeron al suelo. Ismael solto la vela y aparto a Irene del alcance de aquellos fragmentos. Las gotas se deslizaron gelatinosamente sobre el suelo y se unieron en un solo cuerpo que repto hasta la puerta y se filtro de vuelta al otro lado.

– El fuego. El fuego le asusta… -dijo Irene.

– Pues eso es lo que vamos a darle.

Ismael recogio la vela y la coloco al pie de la puerta mientras Irene echaba un vistazo a la estancia en la que se encontraban. El lugar parecia mas una antesala semidesnuda, sin muebles, y cubierta por decadas de polvo. Probablemente, aquella camara habia servido en algun tiempo como almacen o deposito adicional a la biblioteca. Un analisis mas atento, sin embargo, revelaba formas sobre el techo. Pequenas tuberias. Irene tomo una de las velas y, alzandola sobre su cabeza, examino la sala. El brillo de azulejos y mosaicos sobre los muros se encendio a la llama de la vela.

– ?Donde diablos estamos? -pregunto Ismael.

– No lo se… Parecen, parecen unas duchas…

La lumbre de la vela revelo los aspersores metalicos, redes de cientos de orificios en forma de campana que pendian de las canerias. Las bocas estaban herrumbrosas y tramadas de una ciudadela de telaranas.

– Sea lo que sea, hace siglos que nadie las…

No habia acabado de pronunciar esta frase cuando se oyo un quejido metalico, el sonido inconfundible de un grifo oxidado que giraba. Alli dentro, junto a ellos.

Irene apunto la vela hacia la pared de azulejos y ambos vieron como dos llaves de paso estaban girando lentamente.

Una profunda vibracion recorria los muros.

Luego, tras unos segundos de silencio, los dos muchachos pudieron rastrear aquel sonido, el sonido de algo que se arrastraba a traves de las tuberias, sobre sus cabezas. Algo se estaba abriendo camino en las estrechas canerias.

– ?Esta aqui! -grito Irene.

El asintio, sin apartar los ojos de los aspersores.

En cuestion de segundos, una masa impenetrable empezo a filtrarse lentamente a traves de los orificios. Irene e Ismael retrocedieron despacio, sin apartar la vista de la sombra que se formaba poco a poco frente a ellos, como las particulas de un reloj de arena forman una montana al caer.

Dos ojos se dibujaron en la oscuridad. El rostro de Lazarus, afable, les sonrio. Una vision tranquilizadora, de no haber sabido antes que aquello que tenian frente a si no era Lazarus. Irene avanzo un paso hacia el.

Вы читаете Las Luces De Septiembre
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату