terrenales. No los obtuvo, pero en cambio tomo uno de mis carboncillos y se marcho satisfecho, pues al ser matematico tambien es filosofo y, como tal, mas apto que nosotros para aceptar las decepciones.
Behaim habia seguido entre tanto el consejo del pintor y se habia echado una jarra de agua fria por la cabeza. Y mientras se lavaba las manos y la cara dijo:
– Asi que, senor D'Oggiono, anoche habeis realizado conmigo, al menos una de las siete sagradas obras de misericordia, claro que fue a costa de la comodidad del reverendo hermano, de manera que os estoy agradecido a vos y a el, a partes iguales. Ademas, tambien habeis encendido la estufa, y esa es ya la segunda de las sagradas obras.
– En cuanto a la tercera, o sea el desayuno -explico D'Oggiono-, es, por desgracia, bastante insustancial. Sol puedo ofreceros pan y cebollas tiernas y despues, media sandia.
– ?Pan y cebollas tiernas! -exclamo Behaim-. ?Pensais acaso que normalmente desayuno truchas con trufas? ?Vengan esos panes y esas cebollas, voy a atracarme como un mozo de mulas!
Mientras Behaim tomaba el desayuno, el pintor D'Oggiono reanudo su trabajo. Tenia que adornar con representaciones del Evangelio el arca de madera que formaba parte del ajuar de la hija de unos ricos burgueses. En el lado frontal del arca se distinguian ya un Cristo, una Virgen y gentes del pueblo.
– Siempre es la misma cancion -se quejo D'Oggiono-. Todos piden el milagro y los episodios de las bodas de Cana sobre sus arcas. He pintado esa dichosa boda no menos de ocho veces y me han encargado una novena; ya estoy cansado de ese maestro de banquete y de sus jarras de vino. Esta vez dije al padre de la muchacha y al novio que, para variar, y en vista del caracter de los matrimonios actuales, podia pintar sobre el arca nupcial el encuentro de Cristo con la mujer adultera, pero no querian ni oir hablar de ello e insistian erre que erre en su milagro de Cana. ?En fin, que le vamos hacer! ?Que opinais vos, senor, de ese Cristo?
– ?De ese Cristo? Bueno, no imagino que alguien pueda pintar con mas dignidad al Salvador -dijo Joachim Behaim que no estaba muy acostumbrado a vestir con palabras su opinion acerca de cuadros y otras obras de arte.
A D'Oggiono parecio bastarle esa alabanza.
– Supongo que messere Leonardo que, como vos sabeis, fue mi maestro de pintura, tampoco estara del todo descontento con ese Cristo -explico-. Pero si os dijese lo que me pagan por esa obra, os hariais cruces por lo poco que gano, sobre todo teniendo en cuenta lo que cuesta hoy una onza de laca. Si, esos burgueses saben defender su interes, negocian y regatean conmigo como si se tratase de la venta de una carretada de lena.
Suspiro, dirigio una mirada a sus medias remendadas y sus zapatos desgastados y luego se puso a pintar una aureola de oro y ocre alrededor de la cabeza de su Cristo.
– Yo no acepto barateos ni regateos -dijo Behaim que ya habia terminado su desayuno-. El precio de mi mercancia esta perfectamente calculado y de lo que debo pedir no perdono ni un solo centimo. Vos teneis vuestra mercancia: Cristo y sus apostoles y su santa madre y los fariseos, Pilatos, los publicanos, los tullidos, los leprosos y todas las mujeres del Evangelio, ademas de los santos martires y los tres Reyes Magos de Oriente; y yo tengo mi mercancia: raso veneciano y alfombras de Alejandria, pasas en tarros, y azafran y jengibre en sacos de hule. Y del mismo modo que actuo yo con mi mercancia: cuesta tanto, y no hay regateos que valgan, y el que no este de acuerdo que siga su camino, deberiais vos mantener el precio que habeis fijado para vuestros santos y martires. Tanto, debeis decir, cuesta un Cristo bien pintado por mi, tanto un publicano o un apostol. Pues si no manteneis los precios fijados por vos, no alcanzareis jamas la prosperidad, a pesar de todo vuestro arte y todo vuestro esfuerzo.
– Es posible que tengais razon -admitio el pintor que seguia dando pinceladas a la aureola del Salvador-. Nunca habia contemplado la cuestion con ojos de comerciante. No obstante hay que tener en cuenta que si no pueden regatear conmigo, se dirigiran a otros pintores que abundan aqui como los moledores de pimienta en Venecia, y yo me quedo sin encargos y caigo, como suele decirse, de la sarten en la brasa.
– Esta bien -opino Behaim un poco contrariado-. Haced lo que os plazca, vos sabreis lo que os conviene. No es facil aconsejaros, ya lo veo.
– Los milaneses -dijo pensativo D'Oggiono- son recelosos de nacimiento, ninguno se fia de su vecino, cada cual piensa que el otro le quiere cobrar de mas y estafarle, y asi regatean conmigo como regatean con los campesinos que traen al mercado trigo, miel, garbanzos o lino y que, ciertamente, son unos estafadores redomados, pues con sus caras ingenuas enganan a todo el mundo. De vos los alemanes se dice, sin embargo, que sois gentes honradas, y verdaderamente lo sois. Cuando empenais vuestra palabra, no os echais atras.
Dejo a un lado el pincel y contemplo con ojo critico su trabajo mientras Behaim se acariciaba la barba.
– Y por eso -prosiguio D'Oggiono al cabo de un breve silencio-, tampoco me preocupan los dos ducados, aunque no tenga un documento vuestro que me los garantice.
Joachim Behaim le miro con ojos de asombro.
– ?Que ducados son esos? -pregunto dejando de acariciarse la barba.
– Hablo de los dos ducados que anoche, cuando estabamos en el Cordero, apostasteis contra uno de los mios -explico D'Oggiono-. Y no creais que carezco por completo de medios y que soy incapaz de cumplir una apuesta. Tengo ahorrada una pequena cantidad.
– En efecto, recuerdo algo de una apuesta y de un apreton de manos -murmuro Behaim pasandose la mano por la frente-. Pero que me lleve el diablo si se de que se trataba. ?Un momento, dejadme pensar! ?Se trataba de los turcos? ?De que pudiesen llegar a Venecia el ano que viene?
– Se trataba de Boccetta, de quien deciais que os debia dinero -le recordo D'Oggiono-. Se trataba de ese dinero. Os jactabais de ser capaz de hacer frente a cien como el y que conseguiriais el dinero. Y yo dije…
– ?Pimientos! -exclamo Joachim Behaim regocijado dejando caer pesadamente la mano sobre su muslo-. ?No deciais que mi pretension valia diecisiete pimientos? Ya os ensenare que clase de pimientos. ?Maldita sea! Claro, de eso se trataba. Sois un hombre honrado por habermelo recordado. ?Habia olvidado por completo el asunto!
– Ya me habia dado cuenta -reconocio el pintor con una sonrisa apurada-. Y aunque decia que no me preocupaba por vuestros dos ducados…
– Preocupaos mas bien por el vuestro -le interrumpio Behaim-, pues practicamente lo habeis perdido. Solo tengo que averiguar donde vive o se aloja ese Boccetta o donde se le puede encontrar y luego ya le presentare mis respetos. Y que vuestro ducado este listo para viajar. Despedios de el, dadle algun buen consejo para el camino, pues ira conmigo a Oriente.
– ?Senor! -dijo D'Oggiono-. Eso lo dudo mucho y mis dudas estan bien fundadas, aunque por desgracia, tambien debo confesar que mis ducados siempre han sido un poco errantes, nunca han querido quedarse conmigo mucho tiempo. Y en cuanto a Boccetta, no es un hombre dificil de encontrar. Solo teneis que ir hasta la puerta de Vercelli y luego seguir todo recto por la carretera hasta que veais a mano izquierda varios montones de piedras que en otros tiempos fueron el muro de un huerto. Entonces atravesais el huerto y alli puede ocurrir que os caigais en el pozo que esta completamente cubierto de cardos. Si evitais ese peligro, llegareis a una casa, o si preferis a una cuadra de muias, pues se encuentra en un estado lamentable, o sea que llegareis a cuatro muros con un tejado, en resumen, preguntad por la casa del Pozo cuando hayais dejado atras la puerta de Vercelli.
– Pasada la puerta de Vercelli, pregunto por la casa del pozo -repitio Behaim-. Eso no es dificil de retener. ?Y alli encontrare a Boccetta?
– Suponiendo que a vuestra llamada os abran la puerta -explico D'Oggiono- y suponiendo que no halleis antes un fin ignominioso en el fondo del pozo, encontrareis a Boccetta en esa casa. Y ahora os dire el curso que seguira esta historia. Cuando se entere de vuestro nombre y del motivo de vuestra visita, estara, justo ese dia, agobiado de trabajo, dispuesto a salir a cenar en ese preciso instante, tendra una cita ineludible por un asunto importante, estara cansado de los negocios del dia, tendra que emprender una peregrinacion para obtener unas indulgencias, escribir y enviar cartas, se sentira enfermo y necesitara tranquilidad… si no opta simplemente por daros con la puerta en las narices.
– ?Por quien me tomais! -exclamo Behaim indignado-. ?Pensais que no sabria responder a tales excusas? Cobrar forma parte de mi profesion como moler colores de la vuestra. ?Para que serviria yo, si no fuese capaz de hacerlo?
Tomo su abrigo, lo examino y lo aliso cuidadosamente, Paso la mano por el costoso forro de piel para quitarle algunas briznas de paja que se habian pegado, y luego cogio su barreta que habia colocado D'Oggiono sobre la cabeza de un san Sebastian tallado en madera al llegar a casa la noche anterior, y se acerco a la ventana para ver que tiempo hacia.
La ventana daba a un patio estrecho, cubierto de escasa hierba y rodeado de una valla; en el extremo alejado