del patio habia una cuadra. Y alli, para sorpresa suya, Behaim descubrio a Mancino que, provisto de cubo y cepillo estrillaba un caballo pio mientras un segundo caballo bayo, estaba al lado atado a un poste. Mancino, que trabajaba con ahinco, no levanto la vista, y Behaim tuvo de nuevo la sensacion de que ya habia visto muchos anos antes esa cara sombria y arrugada. Pero no se detuvo demasiado en ese recuerdo fugaz, en seguida se puso a pensar en la muchacha que la noche anterior habia dado lugar a una discusion entre el y Mancino; la imagen de la joven surgio ante el y la vio caminando sonriente y con los ojos bajos por la calle de San Jacobo y se perdio en suenos.
Si bajo ahora -se le paso por la cabeza- y le doy a Mancino el panuelo para que se lo entregue… ella sabra sin duda quien lo ha encontrado. Y cuando vuelva a cruzarme con ella, se detendra o se reira al pasar, pues en Milan las muchachas se pueden permitir algunas libertades cuando tratan con los hombres, y yo dire… Si, ?que le dire?
– ?Mujer, que tengo yo que ver contigo!
Behaim giro la cabeza y miro atonito a D'Oggiono que habia pronunciado esas palabras en voz alta; parecia como si por obra de magia D'Oggiono hubiese leido la pregunta en su frente y la hubiese contestado siguiendo una intuicion.
– ?Como? ?Como? -balbucio con voz ronca-. ?Que quereis decir y de que mujer hablais?
– ?Senor! -contesto D'Oggiono sin interrumpir su trabajo-. Esas son las palabras que dirigio nuestro Salvador a su santa madre en las bodas de Cana: «Mujer, ?que tengo yo que ver contigo?». Consultad el evangelio de san Juan, al principio del todo, capitulo segundo; y en el cuadro yo le doy al Salvador esa actitud y ese gesto, como si acabase de decirlo en ese instante.
– Asi es y asi esta escrito en el Evangelio -dijo Behaim, muy aliviado-. ?Y sabeis tambien, senor, que en el patio se encuentra uno de vuestros companeros, el que anoche me amenazo con un punal en el Cordero?
– ?Quien os ha amenazado con un punal? -pregunto D'Oggiono.
– Ese a quien llamais Mancino; ignoro como se llama en realidad -le informo Behaim.
– Le creo muy capaz -declaro D'Oggiono-. Cuando monta en colera arremete contra sus mejores amigos con cualquier arma que tenga a mano; es de un caracter muy irascible. Podeis verle todas las mananas a estas horas en el patio, alli cepilla y hace dar vueltas a los dos caballos del dueno de la Campanilla, pues a los caballos si que los sabe tratar Mancino, y de esa manera se gana su sopa matutina y algunos soldi que se gasta luego con mujeres en las casas publicas. Nosotros le llamamos Mancino, pues ni el mismo conoce su verdadero nombre y messere Leonardo dice que es un gran misterio que alguien pueda olvidar tan completamente su vida pasada por la lesion de la masa cerebral…
– Eso ya me lo explico ayer largo y tendido el tabernero del Cordero -le interrumpio Behaim-. Y ahora ha llegado el momento de partir. Os doy las gracias, senor, por vuestras buenas obras, no las olvidare, os deseo tambien que vuestro trabajo siga adelante con exito y recordad lo que os he dicho, os sera de provecho. Espero que volvamos a vernos en el Cordero o cuando venga a recoger mi ducado y hasta entonces, ?que Dios os guarde, senor, que Dios os guarde!
Agito su birreta y se marcho cerrando tras de si la puerta sobre la que el hermano Luca habia escrito con carboncillo las palabras: «El que vive aqui es un tacano», por no haber obtenido los dos carlini de D'Oggiono.
– Haced bien vuestro trabajo que no quiero oir quejas de vos -dijo Behaim de buen humor a Mancino pensando que esa era la mejor manera de entablar una conversacion con ese poeta de mercado, taberna y cuadra que cepillaba el caballo.
Mancino levanto la mirada, vio quien estaba a su lado, torcio un poco la boca, pero luego dijo en tono amable:
– ?Buenos dias, senor! ?Habeis estado a gusto en vuestro alojamiento?
– Ha ido mejor de lo que habia merecido y de lo que podia esperar -le informo Behaim-. Si ese caballero -senalo con el pulgar hacia la ventana de D'Oggiono- no se hubiese ocupado de mi tan cristianamente, me habrian recogido esta manana del arroyo.
– Porque vosotros, los alemanes -declaro Mancino-, no sabeis distinguir entre un vino y otro. Ese que os sirvio ayer el tabernero del Cordero no es de los que se pueden beber por jarras.
– Asi es -dijo Behaim-. Uno siempre comprende las cosas despues. Hoy me hablais con mucha cordura pero ayer bufabais como un demente.
– Porque -se disculpo Mancino- no parabais de hablar de aquella muchacha aunque yo os rogaba insistentemente que dejaseis de hacerlo. No queria que mis companeros se enterasen de la amistad y del afecto que siento por esa criatura. Ellos se habrian frotado las manos y no habrian dudado en arrastrar por todos los charcos y callejuelas de la ciudad la reputacion de la pobre muchacha. En adelante recordad esto, senor: ?ni una palabra sobre esa muchacha delante de mis companeros!
– ?De veras? -se maravillo Behaim-. Pero si me habia parecido que eran personas honorables y de buenas costumbres.
– ?Por supuesto que lo son! -exclamo Mancino sujetando por la brida al caballo pio que empezaba a ponerse nervioso-. Personas honorables y de buenas costumbres. Pero yo no. Yo nunca he pertenecido a las personas honorables, y de mis costumbres, mejor no hablar. En resumen, mis companeros piensan que una muchacha que sienta aprecio por mi, que tan solo conteste mi saludo no puede ser mas que una de esas mujeres cuyo amor se puede obtener por dinero.
– A decir verdad, no daba esa impresion -apunto Behaim completamente sumido en el recuerdo de la muchacha-. Pero si fuese una de esas, ningun precio seria demasiado alto.
– Es hermosa y pura como una rosa joven -dijo Mancino sumergiendo el cepillo y su brazo desnudo en el cubo de agua.
– Tiene un buen cuerpo -admitio Behaim- y tambien posee una tez fresca, no es una de esas anemicas. No puedo decir que me desagrade. Si pudieseis darme una pista, indicarme en que iglesia oye misa…
– ?De modo que no solo pretendeis que yo sea vuestro alcahuete sino que lo sea tambien Dios nuestro senor! - le recrimino Mancino.
– ?Alcahuete? -exclamo indignado Joachim Behaim-. ?Senor! ?Hablad con mas respeto de las cosas sagradas! Supongo que uno podra oir misa sin que os escandaliceis por ello. ?Quien habla de alcahuetear? Quiero devolverle el panuelo que ella ha perdido y yo he recogido.
Saco el panuelo de lino boccacino de un bolsillo de su abrigo y se lo mostro a Mancino.
– Si, es su panuelo, lo reconozco -dijo cogiendolo cuidadosamente con dos dedos de su mano mojada-. Se lo regale el dia de su santo junto con un frasquito de esencia de flores. De modo, que se le cayo al suelo.
– Si, y podeis devolverselo con un amable saludo de quien iba caminando detras de ella -le encargo Behaim-. Y no voy a negar que desearia volver a verla, me gusto bastante y, quien sabe, quizas yo tambien le guste. Pero de improviso desaparecio sin dejar huella, ?y que se cree? ?Que tengo tiempo para seguirle la pista por todas las callejuelas de Milan? ?Para buscarla en todas las iglesias y todos los mercados? No, eso no me lo permiten los asuntos que he de resolver en Milan, ?decidselo a mi Anita!
– ?A quien decis que informe de los asuntos que habeis de resolver? -Quiso saber Mancino.
– A mi Anita, a quien si no -dijo Behaim-. ?O acaso no se llama asi? Podriais decirme de una vez su nombre.
Mancino hizo caso omiso de su deseo.
– ?De modo que ireis a ver a ese Boccetta para pedirle vuestro dinero? -pregunto.
– Si, eso hare -aseguro Behaim con firmeza-. Manana o cuando sea, ire a verle y zanjare el asunto. En cuanto a esa muchacha a quien, segun parece, no debo volver a ver…
– Volvereis a verla -dijo Mancino y en su rostro la tristeza sucedio a la ira-. Si, puesto que no lo puedo evitar. Pero recordad lo que os digo: temo que las cosas tendran un final desastroso para la muchacha. En ese caso tambien lo tendran para vos, os lo advierto. Y quizas tambien para mi.
5
La casa del Pozo se encontraba realmente como habia descrito D'Oggiono, en un estado de abandono extremo, parecia llevar deshabitada muchos anos, el tejado estaba en mal estado, las vigas podridas, la chimenea