– ?Tened cuidado, senor! -le advirtio Behaim y en su voz sonaba una colera incipiente-. He tenido ya bastante paciencia. Dandome largas, no conseguireis nada bueno. ?Nada bueno, senor! Vos no me conoceis.
Boccetta le miro muy apesadumbrado.
– ?Por que esa violencia? -se quejo-. ?Se habla asi con un hombre que os ha acogido con hospitalidad en su casa? Pero por vuestro padre, soportare tambien esta ofensa, para que veais el afecto que le tengo. Y como parece importaros tanto ese dinero, lo tendreis, senor, lo tendreis, me dejo doblegar como la cera cuando trato con un hombre de honor y un buen amigo. Sin embargo, en este momento no dispongo en casa de ese dinero, pero volved manana, volved esta tarde, recibireis hasta el ultimo centimo, aunque tenga que venderme como esclavo para obtenerlo.
Tan sincera sonaba la pesadumbre de Boccetta cuando decia que no tenia el dinero en casa, tan autentico parecia su afan y su deseo de solucionar rapidamente el asunto que Behaim olvido con quien estaba tratando y empezo a moderar el tono. Dijo que sentia haber proferido palabras violentas, y luego se declaro dispuesto a conceder a Boccetta un plazo de pago de dos dias. Y despues, se despidio.
Pero cuando hubo abandonado la casa y la puerta se cerro detras de el entre chirridos de madera y golpeteos de cerradura, no se sintio del todo satisfecho. Se iba con las manos vacias, no habia obtenido mas que promesas, y ahora le daba la sensacion de que Boccetta solo pretendia hacerle salir de la casa con buenas maneras. Cayo en la cuenta de que Boccetta prestaba dinero sobre prendas: «?Ensenadme lo que traeis!», habia dicho, y «?Si no teneis nada que empenar, ya podeis dar media vuelta!». Y como prestamista debia tener siempre en casa las cantidades necesarias en dinero efectivo.
Joachim Behaim se detuvo y se mordio los labios. Le daba rabia de que le viniese esa idea cuando ya era tarde. Y cuando reanudo la marcha maldiciendo en voz baja, oyo la voz de Boccetta:
– ?Eh! ?Alto! ?Volved! Tengo algo que deciros.
Sorprendido y animado, Behaim se volvio… pero no, la Puerta no estaba abierta. Detras de los barrotes del ventanuco se veia el rostro de Boccetta y este, que no tenia ninguna intencion de volverle a dejar entrar, le decia a voces:
– ?No os ha dado vuestro padre dinero para el viaje? ?Que habeis hecho con el? ?Lo habeis malgastado y despilfarrado?
Al oir tales palabras Behaim se quedo tan perplejo que por un instante no supo que responder.
– ?Y ahora que decis! -prosiguio Boccetta-. ?Que ha sido del dinero del viaje? ?Os lo habeis jugado, gastado en vino o en mujerzuelas? ?Y ahora quereis daros la buena vida a costa de los demas? ?Pretendeis sablear a los amigos de vuestro padre? ?No os da verguenza? ?Marchaos, marchaos, que Dios os enmiende! Sois joven, teneis unos brazos fuertes, podriais buscar un trabajo en lugar de mendigar e importunar a la gente. ?Diecisiete ducados? ?Nada mas? ?Yo os puedo dar diecisiete palos!
– ?Senor! -dijo entonces Behaim reprimiendo a duras penas su indignacion-. Vuestras insolencias me dejan frio. Pero como os negais obstinadamente a saldar vuestra deuda, os demandare ante los tribunales y experimentareis la verguenza de que se proclame en publico vuestro nombre… por no hablar de la prision por deudas y el cepo.
– ?Ante los tribunales? -exclamo Boccetta riendo-. ?Si, id en hora mala y demandadme ante los tribunales! ?O preferis sentaros con el culo desnudo encima de las ortigas que hay detras del pozo? Quizas saldriais asi mejor parado. ?Prision por deudas! ?Cepo! ?Oh infinita paciencia de Dios! ?Y semejante animal vive! ?Id, id a los tribunales!
Y tras esas palabras desaparecio el rostro de Boccetta del ventanuco.
A Behaim le costo trabajo resignarse, siquiera pasajeramente, con el desenlace tan poco honroso de aquel encuentro. Sobre todo le mortificaba la alusion a las ortigas que no le parecio carente de fundamento, pues abundaban en el asilvestrado huerto. Le entraron ganas de echar abajo la puerta de Boccetta para tenerle durante un rato a merced de sus punos. Pero con semejante accion habria contravenido la ley, y tal acto repugnaba a su naturaleza. Ademas, aunque la casa estaba muy deteriorada, justo la puerta se encontraba en un estado bastante aceptable. Estaba hecha de gruesos maderos de roble y habria sido inutil arremeter contra ella solo con los punos.
Asi que de momento no le quedo mas remedio que seguir su camino, y mientras se alejaba proferia contra Boccetta y contra si mismo las palabras que le inspiraba la ira. Calificaba a Boccetta de avaro, ladron y estafador y a si mismo se culpaba de ser un torpe y un necio que ya no servia para nada y merecia una manta de palos. Tambien afirmo en voz alta, haciendo que los que pasaban a su lado se diesen la vuelta asombrados, que queria ver a Boccetta secarse en la horca, pues Dios le debia esa pequena satisfaccion. Y despues de haber incluido de esa manera a Dios en la lista de sus deudores, se tranquilizo un poco, pues Dios, segun le habian ensenado, era a veces un pagador tento pero, en general, digno de confianza que no olvidaba ios intereses. Y despues del mal rato que habia pasado, le Parecio llegado el momento de concederse una jarra de vino; esa era la recompensa que se debia a si mismo, y como se tomaba muy en serio sus compromisos, entro, nada mas cruzar la puerta de Vercelli, en una taberna y la primera persona sobre la que cayo su mirada fue Mancino que, sentado en un rincon, contemplaba pensativo la animada calle a traves de la ventana.
Cuando Mancino levanto la vista y descubrio a Joachim Behaim, su rostro reflejo sentimientos contradictorios. Be-haim ya le habia importunado varias veces con sus continuas preguntas acerca de la muchacha a la que se empenaba en llamar su Anita. Sin embargo, en ese momento su llegada no parecio molestarle demasiado. Y esos sentimientos se expresaron asi.
– Sentaos, ya que mi angel bueno ha querido que fueseis vos y no otro quien viniese aqui -dijo.
– ?Senor! -le replico Behaim-. No creo que esta sea una manera correcta de recibirme. Estoy acostumbrado a que se me trate con mas cordialidad y tengo derecho a exigirlo.
– Teneis razon -admitio Mancino-. Primer mandamiento: llevarse bien con el que tiene dinero. Sentaos pues, y soportad mi compania. En cuanto a mi angel bueno, he de decir, que se ha ocupado poco de mi a lo largo de mi vida, de lo contrario yo estaria ahora mas boyante y podria obsequiaros con un capon joven o un pecho de ternera condimentado con cilantro.
– No os aflijais por eso -le consolo Behaim-. Solo he venido aqui a beber un cuartillo de vino.
– ?Eh, tabernero! -grito Mancino-. ?Que andas merodeando por ahi? ?Un cuartillo para el caballero! Como ves, no me faltan los amigos.
Y volviendose hacia Behaim prosiguio:
– Hace una hora, el inutil de mi angel bueno incumplio gravemente las obligaciones que tiene contraidas conmigo al permitir que entrase de manera confiada en esta taberna donde, por lo visto, ya me conocen, pues ese tabernero barrigudo no me quitaba ojo de encima antes de que llegaseis. Y eso que he tenido con el una consideracion que no merece, pues solo me he dejado servir un plato de nabos que apenas han saciado un tercio de mi hambre. ?Pero a quien se le ocurre contar con el agradecimiento de un tabernero!
Guardo silencio, y un aire de preocupacion y arrepentimiento aparecio en su rostro surcado de arrugas.
– ?Y por que os presta el tabernero tanta atencion? -dijo sin ninguna necesidad Behaim, pues conocia de antemano la respuesta.
– Porque -le explico Mancino- ve venir el momento en que, en lugar de pagar, le de permiso para que palpe los pliegues de mi bolsa vacia. Y si no se contenta con eso y busca pelea, le propinare una patada o la recibire de el, segun quiera la suerte y el dios de las batallas, y luego datare de escabullirme.
– Muy bien, sera divertido -opino Behaim-. ?Y no habra tambien alguna cuchilladita?
– Es muy posible -dijo con gesto sombrio Mancino.
– ?Pienso estar presente, que demonios! -exclamo Behaim-. ?Pero no podriamos concluir antes nuestro pequeno negocio?
– ?De que negocio hablais? -pregunto Mancino.
– Resulta que mi angel bueno -le explico el aleman-que no es un inutil como el vuestro, sino uno que conoce sus obligaciones, me ha concedido que os haga servir un capon asado o un pecho de ternera condimentado, segun os plazca. Despues obtendreis…
– ?Eh, posadero! -grito Mancino-. ?Venid aca y escuchad lo que dice el senor! Escuchadle, pues a traves de el habla la voz de Dios.
– … un doble provecho -prosiguio Behaim-. En primer lugar, el provecho para vuestra alma, porque haceis una buena obra diciendome donde puedo volver a encontrar a mi Anita y encima tendreis el capon.
– ?Largate! -dijo Mancino al posadero que se habia acercado-. De modo que pensais que soy un individuo que