cabeza, se santiguo y se arrodillo. Cuando regreso al cabo de algunos minutos dijo:

– He rezado a nuestro senor Jesucristo para que nuestra aventura tenga un final feliz. Asi que manana, hacia las cuatro, el camino no tiene perdida. Tambien he rezado por Mancino. El me ama, debeis saber que me ama mucho, mas de lo que vos me amareis jamas. Ahora, sin embargo, esta enojado conmigo por vuestra culpa y me llama desleal, pero yo nunca le he dado el derecho de considerarme suya. He rezado para que recupere su memoria y vuelva a encontrar su tierra natal. Segun dicen, fue en otros tiempos un gran senor con palacios, servidumbre, pueblos, bosques y prados. Pero el no sabe donde.

Ya en la calle, mientras se alejaba rapidamente se volvio a mirarle. Sonrio y alzo la mano mostrandole cuatro dedos para recordarle la cuarta hora de la tarde.

En Milan habia dos comerciantes de origen aleman, los hermanos Anselm y Heinrich Simpach, que habian alcanzado bienestar y prestigio mercadeando con los productos de Levante; todo el mundo les conocia. A ellos, que llevaban viviendo ya veinte anos en la ciudad, acudio Behaim, se dejo invitar a vino, almendras saladas y pan de especias y les expuso su caso. Queria que le dijesen de que procedimientos debia servirse bajo el regimen del duque para conseguir que Boccetta pagase su deuda.

De los dos hermanos, Anselm, el mayor, era un hombre obeso, de mirada adormilada, un poco torpe, que se levanto con cierta dificultad de su sillon para saludar a Behaim; el menor, en cambio, era inquieto y vivaz, y ya estuviese sentado, de pie o paseando por la habitacion, no paraba de juguetear con cualquier objeto que le caia entre las manos, con una copa de vino, una vela, un medallon, un manojo de llaves, una pluma y a veces, incluso, con la clepsidra que estaba encima de la mesa, lo cual le atraia, ipso facto una airada reprobatoria por parte de su hermano. Y mientras Behaim se limito a exponerles los hechos y la situacion juridica, cosa que hizo con gran prolijidad para luego manifestar su decision de recuperar los diecisiete ducados, puesto que, evidentemente, su derecho era incuestionable, los dos hermanos le escucharon con rostro amable e indiferente, aunque el mayor luchase por reprimir los bostezos. Pero cuando sono por primera vez el nombre de Boccetta, su interes desperto, se animaron y empezaron a preguntar con tal viveza a Behaim que parecia que cada uno se habia propuesto no dejar hablar al otro.

– ?Como es posible, senor? No sabiais que ese Boccetta…

– Lo que debeis procurar y ademas, que…

– Un avaro, lleno de envidia, lleno de mentiras y enganos -interrumpio el hermano menor al mayor-. Ladron, desleal, perjuro, taimado…

– Un hombre vil, de esos que no conocen la verguenza ni el honor -retomo la palabra el mayor-. Un ser a quien la gente de nuestra condicion evita como al diablo.

– ?Haz el favor de dejar el reloj en su sitio, Heinrich, esta muy bien sobre la mesa!

– Una persona capaz de cualquier infamia, y eso que proviene de una casa noble y distinguida. Claro que la familia renego hace tiempo de el.

– ?Le llamas persona, Anselm? -exclamo indignado el hermano menor-. Un monstruo, eso es lo que es, un engendro, un gusano repugnante disfrazado de persona. No me entra en la cabeza, senor Behaim, que hayais tenido la desgracia de…

– Todo lo que este en mis manos, senor, estoy a vuestra disposicion -interrumpio el hermano mayor al menor-. Pero con ese Boccetta…

– A lo mejor pensais que sois el primero que ha sido perjudicado por el, cuando se ha pasado la vida…

– Estafando y desvalijando a las personas. Es de los que no temen la mano de Dios porque no sabe lo pesada que es y lo cerca que esta.

– ?Diecisiete ducados, decis? Me maravilla y me satisface oir que habeis salido tan bien parado. Pues a ese Boccetta le basta con mirar a alguien para saber cuanto puede sacar de el.

Como siempre que estaba de mal humor, Behaim se froto el brazo derecho con la mano izquierda.

– De mi no sacara nada -replico tajante-. Me pagara los diecisiete ducados, y si no lo hace pronto, derramara amargas lagrimas, porque le llevare a los tribunales.

Los dos hermanos le miraron, meneando la cabeza el uno, con una sonrisa compasiva el otro. Durante un minuto guardaron silencio, parecia como si por una vez quisiesen cederse mutuamente la palabra. Con un movimiento decidido, que para su habitual torpeza resulto sorprendentemente agil, el mayor arrebato de las manos de su inquieto hermano el cuenco de cristal con almendras saladas, justo antes de que cayese al suelo.

– ?Jesus! -suspiro-. Por poco ocurre una desgracia. ?Llevarle a los tribunales? ?A Boccetta? ?Que cosas decis! Sois forastero. ?Vos no sabeis como se administra la justicia en esta ciudad!

– Y lo que significa un proceso en este pais -volvio a tomar la palabra el menor mientras buscaba un sustituto del cuenco-. Sobre todo para alguien que no es de aqui y encima tiene un Boccetta como adversario. -Y a continuacion saco un manojo de llaves y se puso a jugar con el lanzandolo al aire-. ?Pensais realmente en un proceso? Entonces recordad esto: sereis vos quien llorara amargas lagrimas.

– Mejor no pensar en las apelaciones, oposiciones, revisiones y los obstaculos formales que se cuentan por docenas.

– Por no hablar de las confusiones, citaciones falsas y actas judiciales que se extravian y no vuelven a aparecer.

– Tendreis que enfrentaros a asesores, ponentes, procuradores, abogados y sustitutos, escribanos, ujieres y ordenanzas, y todos sin excepcion os pediran dinero…

– Y tendreis que pagar constantemente, sin misericordia. Por la preparacion, redaccion y presentacion de la demanda. Por la citacion, por el sello, por el dictamen y por la citacion de cada testigo…

– Y para que os dejen examinar las actas. Os tocara pagar por cada una de las transcripciones judiciales y por cada nota…

– Y por cada registro, por cada copia, por cada firma, incluso, por cada salvo errore…

– Y un dia -dijo el mayor-, averiguareis, para vuestra sorpresa, que han desestimado in absentia vuestra demanda. Armareis mucho ruido y solicitareis la revision del proceso…

– Y de esa manera todo volvera a empezar -prosiguio el hermano menor-. Malgastareis vuestro dinero y finalmente, cuando esteis harto de ese asunto y querais marcharos, tendreis tan poco…

– Que no alcanzara siquiera para una muia o un carro -concluyo el mayor poniendo con gesto irritado la clepsidra fuera del alcance de las manos de su hermano.

– ?Es asi como funciona la justicia en el ducado? -murmuro Joachim Behaim -. ?Asi que pensaba en eso cuando dijo que fuese a sentar mi trasero encima de sus ortigas!

– Dejadme en paz con vuestro trasero -dijo indignado el mayor de los dos hermanos que solo habia oido esa palabra y la habia interpretado a su manera-. ?Me haceis responsable de la manera que tienen en este pais de administrar la justicia? Yo solo os he explicado como son las cosas, y en lugar de estarme agradecido por evitaros perjuicios, os poneis soez. Por lo visto, los que vienen de las montanas necesitan anos para aprender aqui la educacion y las buenas formas.

– Perdon -dijo Behaim que no comprendia en absoluto lo que le estaban reprochando-. No quise ofenderos. Creo que no acudire a los tribunales. ?Pero que puedo hacer? La idea de que ese Boccetta se quede con mis diecisiete ducados, nada mas que por maldad y encima se burle de mi, no me deja dormir por la noche.

– Si no podeis dormir por la noche -opino el hermano mayor-, leed algunos pasajes de la Sagrada Escritura. Asi se os pasara el tiempo, se aplacara vuestra ira y os vendra el cansancio.

– Mil gracias -respondio Behaim-. Pero de ese modo recuperare mis diecisiete ducados.

– ?Tratad de olvidarlos! -le aconsejo el hermano menor-. ?Esforzaos en apartarlos de vuestra mente! ?Borradlos de vuestra memoria! No es digno que por diecisiete ducados un hombre de vuestra condicion se ande peleando con un bellaco a quien los hombres honorables no dedican una sola mirada.

– Y no os preocupeis -le trato de consolar el hermano mayor-. Ya recibira su castigo en el otro mundo.

– Ciertamente, senor, ciertamente -dijo Behaim-. No lo dudo. Pero es en este donde desearia conseguir mi dinero.

– Al parecer -le reprocho el hermano menor-, cuando se trata de dinero no aceptais un consejo y persistis en vuestra actitud terca y obstinada.

– Deberiais -opino el hermano mayor- aprender a dominaros para poder sujetar vuestra codicia.

Eso colmo la paciencia de Behaim.

– ?Por la santa cruz! -exclamo-. ?No me vengais con esas! Vos no me conoceis y Boccetta tampoco sabe con

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