quien esta tratando. Ya se enterara para su pesar. Hasta ahora han salido mal parados todos los que han intentado jugarmela.

Los dos hermanos se miraron y el mas joven lanzo un silbido respetuoso.

– Si es lo que estais pensando… -comenzo.

– Claro que eso significaria anticiparse al juicio divino -considero el mayor.

– Pero yo no conozco a muchos que quieran privarle de semejante anticipacion -opino el joven.

– Cierto que estas medidas bien dosificadas, obran a veces milagros -admitio el mayor.

– Aumentan la buena disposicion para el pago.

– Claro que no deberiais asumirlo personalmente. Con todos los respetos por vuestra mano y vuestra destreza, pero careceis de practica y seguridad. Un pequeno exceso os acarrearia en seguida complicaciones.

– Ademas no teneis ninguna necesidad. Para eso estan otros. Encontrareis a gente que por una suma modesta se mostrara dispuesta…

– Solo teneis que ir a la taberna del Cordero, cerca de la catedral, y preguntar alli por Mancino y, si no esta, dejar un mensaje para el a sus companeros.

– Ese conoce su oficio. Le dara la punalada con la misma suavidad y la misma habilidad…

– … con que nos comemos nosotros una caballa -concluyo el hermano mayor la informacion, y Behaim recordo entonces que seguramente Mancino le habia hecho en la taberna una proposicion de esa o parecida indole cuando empezo a subirsele el vino a la cabeza: «Vos no teneis que molestaros personalmente -habia dicho Mancino-. Dejad que yo me encargue».

Joachim Behaim se levanto y, ya de pie, vacio su vaso.

– ?Muchas gracias, senores! -dijo-. Esa es una buena idea y la ventaja es que se puede llevar a la practica facilmente. Conozco esa taberna y tambien conozco a Mancino. Me desagrada obrar en contra de la ley. Pero en este caso, tratandose de Boccetta, me parece correcto y justificado adaptarse a las costumbres del pais.

Y con la mano hizo como que daba una punalada.

7

Era la tercera vez que se encontraban en el lugar convenido, el pequeno pinar junto a la carretera de Monza, pero esta vez no permanecieron al aire libre, se refugiaron a tiempo en la posada del estanque, pues el cielo estaba nublado y amenazaba con un chaparron. Cuando se acercaron a la casa, un aguila ratera que estaba encadenada a un madero, les saludo con un batir de alas y un graznido ronco. En lugar de los posaderos, que durante el dia realizaban las faenas del campo, les esperaba un joven que atendia a los clientes que venian de cuando en cuando. En el estrecho comedor sirvio a la muchacha leche y pan de higos, y a Behaim vino furlano, en una calabaza.

– Es mudo de nacimiento -dijo la muchacha cuando el chico salio del comedor-, no podra contar por ahi que he estado aqui en compania de un desconocido. Para el es una desgracia, pero para mi una ventaja, pues uno solo se puede fiar de los mudos. Es pariente de un cura de la comarca y la gente le llama el Nepote.

Behaim habia probado mientras tanto el vino.

– No quiero que algun dia me reproches -dijo a la muchacha- que te oculte la verdad acerca de mi. Quiero que sepas que soy de los que estan dispuestos a perder caballo y coche cuando les gusta un vino. Y este no parece malo…

– Bebed cuanto os plazca -le recomendo Niccola-, pues para venir aqui y encontraros conmigo no necesitais caballo ni coche.

En sus conversaciones amorosas seguian rememorando su primer encuentro, cuyo escenario habia sido la calle de San Jacobo, asi como el asombroso milagro que habia sido que volviesen a encontrarse en esa ciudad tan grande y populosa.

– Tenia que encontrarte -le explico Behaim-, pues lograste despertar un amor tan subito y ardiente en mi, que no habria podido seguir viviendo sin verte. Pero la verdad es que no facilitaste el reencuentro.

– ?Y que podria haber hecho? -objeto Niccola.

– No regresaste a la calle donde nos habiamos visto por primera vez, yo me he hartado de buscarte alli -se quejo el-. Incluso deje mi albergue que estaba bien provisto de todo lo que necesito y me instale en una casa bastante miserable de la calle de San Jacobo. Durante horas he estado sentado junto a la ventana buscandote entre los que pasaban.

– ?De verdad os interesaba tanto volver a verme? -Quiso saber Niccola.

– ?Que pregunta! -dijo Behaim-. Sabes muy bien que eres de las que solo necesitan echar una mirada a un hombre para hacerle perder la razon.

– Vaya cosas que tengo que oir -opino Niccola-. ?De modo que hay que perder la razon para sentir deseos de volver a verme?

– Bah, callate y no tergiverses mis palabras, me entiendes perfectamente -dijo Behaim-. Me viste, hiciste que perdiese la cabeza y luego saliste corriendo como una gata salvaje. Y yo me quede alli plantado sin saber que hacer. Y creeme, por encontrarte me habria arrojado al infierno.

– No debeis pronunciar esas palabras -dijo Niccola santiguandose.

– Y que me haya encontrado otra vez contigo -prosiguio Behaim-, se lo debo solo a mi suerte que en el momento oportuno me condujo precisamente a la taberna donde estaba sentado Mancino esperandote. Tu no has colaborado en absoluto.

– ?De verdad que no? -pregunto Niccola sonrojandose con una sonrisa-. Y Mancino esta enfadado conmigo. Desde aquel dia no se deja ver, evita cruzarse conmigo.

– Tu contribucion fue practicamente nula -explico Behaim-. Buscabas a Mancino, no a mi.

– Me visteis pasar pero no hicisteis el mas minimo ademan de seguirme -le reprocho Niccola-. Me visteis y me dejasteis marchar. Recuerdo que teniais una jarra de vino delante de vos y no queriais abandonarla por mi. Ese era todo vuestro entusiasmo. ?Y yo? Os vi sentado con Mancino y me dije: alto, Niccola, esta es la ocasion…

Precisamente eso era lo que habia querido escuchar Behaim, pero no se dio por satisfecho, queria escuchar mas de su boca y siguio indagando:

– Asi que me viste sentado con Mancino. ?Y que encontraste en mi?

– Bueno, os mire -dijo Niccola-, y volvi a miraros, y en el fondo no encontre nada que me pudiese desagradar.

– Es cierto que no soy contrahecho, ni cojo, ni bizco -dijo Behaim y se paso la mano por la mejilla, la barbilla y la barba.

– Y entonces me dije: Niccola, ya sabes que a veces en el amor es la mujer quien debe dar el primer paso - prosiguio la muchacha-. Sin embargo, no se si en ese caso fue lo adecuado…

– ?No lo dudes! -dijo Behaim-. Hiciste exactamente lo adecuado. Tu conoces mi estado de animo y que por el amor que siento por ti, casi enloquezco.

– Ya me lo habeis dicho -opino Niccola-. Y quizas me amais de verdad, pero solo como ama un gran senor y un gentilhombre a una pobre muchacha… con moderacion.

Mientras pronunciaba esas palabras, la muchacha contemplaba el estanque y los arboles que parecian estremecerse bajo la lluvia, y un poco de la melancolia del paisaje se introdujo en su alma.

– Ademas seria insensato que yo esperase algo mas -anadio.

– No soy un gentilhombre -puntualizo Behaim-. Soy un mercader, comercio con esto y lo otro, y asi me busco la vida. Aqui en Milan he vendido dos caballos y del beneficio que me han reportado, podre vivir algun tiempo. Tambien tengo que cobrar aqui… -Su rostro se ensombrecio al pensar en Boccetta-. Unas deudas.

– ?Loado sea el cielo! -dijo la muchacha-. Creia que erais un gentilhombre de una casa importante. Prefiero que no sea asi. Pues en el amor no es bueno que uno coma pastel y otro papilla de mijo.

– ?Que significa eso? -pregunto Behaim que, al acordarse de Boccetta, solo habia escuchado con medio oido-. ?Me estas llamando papilla de mijo porque no soy de la nobleza?

– Yo -le explico Niccola- soy la papilla de mijo y vos el pastel.

– ?Tu? ?Papilla de mijo? ?Pero que dices! -Se acaloro Behaim y dejo de pensar en Boccetta-. ?Papilla de mijo! Tu lo sabes muy bien y solo quieres oirmelo repetir, que en Milan eres la muchacha mas hermosa, y, para mi, la mas encantadora, y que no volvere a encontrar una como tu.

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