vende lo que sea a cambio de un poco de comida. Teneis razon, senor. Gente modesta, paga modesta. Y que soy yo mas que un pobre mercachifle que comercia con lo que tiene a mano, una veces versos, otras, mujeres. Teneis razon, senor, soy uno de esos, teneis razon.
– Entonces, si os he entendido bien, aceptais mi propuesta -constato Behaim.
– Suponiendo que lo hiciese -dijo Mancino-, no veo que ventaja podeis obtener de ello.
– Decidme de una vez donde vive -le apremio Behaim-. Del resto ya me ocupare yo.
– ?Tened cuidado! -dijo Mancino mirando pensativo a Ia calle-. Por dos ojos ardientes perdio Sanson la luz de los suyos. Por dos blancos pechos olvido el rey David el temor de Dios. Por dos esbeltas piernas cayo la cabeza del Bautista.
– ?Bah! -se rio el aleman-. Yo me torcere quizas una pierna en esta empresa, y nada mas.
– ?Que os torcereis que…? No os entiendo -opino lancino.
– Delante de su casa -le explico Behaim-, hare primero caracolear, bailar y corvetear a mi caballo y luego, que me derribe suavemente. Despues, pedire auxilio, me quejare y lanzare gemidos lastimeros, fingire desmayarme y me llevaran a su casa. No necesito nada mas.
– ?Y luego? -pregunto Mancino.
– Eso es asunto mio -dijo Behaim acariciandose su barba oscura cuidadosamente recortada.
– De acuerdo, entonces os dejare tirado en la calle con una pierna magullada, torcida o partida -le prometio Mancino-, pues ella no os acogera en su casa, de eso podeis estar seguro. Quizas si fueseis frances o flamenco, pues estan de moda y gozan del favor de las milanesas. ?Pero los alemanes? Tanto como los turcos.
– ?No seais insolente! -dijo Behaim, ofendido.
– A lo mejor llamaran al cabo de un rato a un cirujano -prosiguio Mancino-, y ese os recompondra la pierna. Asi que pensad bien si no hariais mejor en encargar el capon por el amor de Dios. Vos tambien obtendrias entonces un doble provecho. En primer lugar, el provecho para vuestra alma y encima conservariais enteros vuestros miembros.
– Tal vez tengais razon -admitio el aleman-. Pero eso iria en contra de cualquier regla mercantil.
– ?Entonces quedaos con el capon! -dijo Mancino-. Y si a pesar de todas las reglas mercantiles se os ocurriese la generosa idea de pagarme los nabos, no creais que me haceis un favor. Que os lo agradezca el patron que de ese modo obtendra su dinero. En cuanto a la muchacha, yo sabia que pasaria por aqui y estaba preocupado de que pudieseis verla. Ha pasado y no la habeis visto. En ese momento estabais ocupados en hacer caracolear a vuestro caballo delante de su casa y luego yaciais en el suelo con una pierna rota poniendo los ojos en blanco. Por esta vez habeis…
Mancino enmudecio. La muchacha que habia sido objeto de la negociacion, acababa de entrar en la posada. Sonrio y saludo con un gesto familiar a Mancino. Luego se acerco. Behaim se habia puesto de pie y la miraba fijamente. Entonces ella dijo:
– Al pasar os vi sentado aqui, senor, y pense que era un buen momento para daros las gracias por haber recogido el panuelo que habia perdido y habermelo devuelto.
La muchacha guardo silencio y respiro profundamente.
– ?Oh, Niccola! -dijo Mancino con voz llena de rabia y tristeza.
Joachim Behaim seguia sin articular palabra.
6
En la iglesia de San Eusorgio tuvieron a la manana siguiente un encuentro breve pero sustancial. En la penumbra, ocultos detras de una columna, se dijeron, ella susurrando, el a media voz, lo esencial y lo superfluo, y todo con la misma pasion a la manera de los enamorados. El quiso saber por que no se habia vuelto ni una sola vez en su primer encuentro, por que habia desaparecido como el viento. Ella adujo varias razones. Estaba desconcertada. No sabia como reaccionaria el. Ademas era asunto suyo no perderla de vista. Por que la llamaba su Anita si se llamaba Niccola. Y que hablase bajo, la mujer que estaba arrodillada delante del san Juan se habia vuelto ya dos veces.
– Pero no te diste cuenta de que me enamore de ti en cuanto te vi, que casi perdi el juicio -dijo el-. ?Tuviste que darte cuenta!
Como el se habia esforzado en bajar la voz, ella no atendio ni una sola palabra. Le miro sonriendo con gesto lnterrogativo. El penso que tenia que explicarle exactamente lo que habia experimentado en aquel momento y trato de encontrar las palabras adecuadas.
– Aquello me hirio -le conto con voz susurrante- como una flecha. Fue tan de repente, tan doloroso, tan inesperado. Aqui me hirio, y dolio, si, aqui en lo mas profundo. Pero tu te fuiste dejandome solo y eso no estuvo bien.
El espero un gesto de asentimiento. Pero ella tampoco le pudo entender esta vez, pues sus palabras se habian perdido entre las antifonas de dos monjes. Sin embargo, como el habia acompanado sus palabras con un ademan expresivo, senalando con dos dedos hacia la zona de su corazon, Niccola adivino que habia hablado de su amor. Y le pregunto si realmente sentia algo por ella.
– ?Por supuesto! -dijo Behaim tan alto que la mujer que rezaba delante del san Juan se volvio a mirarle por tercera vez-. He recorrido las calles a diario tratando de encontrarte. Si, estoy loco por ti y como un loco me he comportado.
Que veia en ella, quiso saber Niccola. Despues de todo, en Milan habia muchachas mucho mas bonitas y mas complacientes. Y al decir esas palabras se apreto un instante contra el para atenuar el efecto de sus palabras.
De sus susurros Behaim solo habia entendido la palabra Milan.
– Si. Solo por ti, solo en la esperanza de volver a verte me he quedado en Milan -le explico y eso era cierto aunque hasta ese instante no lo habia querido reconocer-. Eres de esas que hacen perder la cabeza a los hombres. Deberia haber partido hace tiempo, aqui ya no tengo ningun asunto pendiente. O quizas si…, uno.
El rostro se le demudo. Al pensar en Boccetta sintio nervir la colera en su interior. Apreto los dientes.
– ?Ojala pudiese llevarle a la horca! -mascullo-. Tal vez encuentre a alguien que le de una buena paliza, eso tampoco estaria mal. Pero eso no me devolvera mis ducados, al contrario, me costara dinero.
La muchacha vio su rostro enojado y el gesto obstinado alrededor de su boca. Intuyo que las palabras que estaba pronunciando no eran palabras de amor. Estaba furioso y ella penso que habia llegado el momento de apaciguarle.
– Quizas fue realmente mi culpa -admitio ella-, podria haber caminado un poco mas despacio. Pero, al fin y al cabo, habia dejado caer mi panuelo; hacer algo mas habria sido inconveniente y al final eso nos ha juntado, ?verdad? Y si lo deseais, podreis verme en adelante todos los dias.
Behaim le dio a entender con un gesto que no habia comprendido nada y ella decidio repetir sus ultimas palabras alzando un poco mas la voz.
– Digo que si lo deseais podreis verme en adelante todos los dias. Solo si os agrada, naturalmente.
Behaim cogio su mano.
– Por lo que acabas de decir -le declaro-, quisiera darte aqui mismo cien besos, si no estuviesemos en la iglesia. ?Pero el diablo quiere que tenga que esperar a que estelos fuera!
Ella le miro asustada.
– Ahi fuera, en la calle -le dijo-, tenemos que hacer como si no supieramos nada el uno del otro, como si fuesemos extranos. No deben vernos juntos, pues seria fatal que se murmurase de mi.
– ?Hablas en serio? -pregunto el-. ?Como te imaginas que continuara lo nuestro? ?Vamos a escuchar todos los dias las letanias en esta iglesia?
Ella sacudio la cabeza y sonrio. Entonces le describio una posada campestre que se hallaba fuera de la ciudad, junto a un estanque, en la carretera de Monza que conducia luego a un pequeno pinar. En ese bosquecillo o, si hacia mal tiempo en la posada, pues habia que pensar en todo, debia esperarla al dia siguiente hacia las cuatro de la tarde. No habia mas de media hora de camino.
– Eso no es nada -le aseguro Behaim-. Por el amor que siento por ti caminaria tres o cuatro horas todos los dias. Por verte escalaria muros, atravesaria fosos y me pelearia con perros mordedores.
Ella le sonrio y, separandose de el, fue hacia un crucifijo que colgaba en una hornacina del crucero. Inclino la