del ano, ?no cree? ?Le han avisado tambien a usted?
– No. Me encontraba aqui casualmente.
– ?Se sabe que ha ocurrido realmente? Por que a nosotros todavia no se nos ha dicho nada.
– Preferiria no predisponerlo en su juicio -dijo el doctor declinando responder a la pregunta que se le hacia, y lo que siguio despues ya no alcance a oirlo, pues yo habia seguido mi camino sin detenerme.
Nadie parecia haber vuelto a pisar el salon de musica desde que yo habia salido de el la ultima vez. La butaca caida seguia al lado de la puerta. Encontre mis partituras esparcidas por el suelo y desplegado sobre el respaldo de una silla estaba el chai de Dina.
Por la ventana abierta llegaba el viento de la noche, humedo y frio; comence a tiritar y me abroche la chaqueta hasta el boton de arriba. Mientras estaba agachado recogiendo mis partituras, mis ojos fueron a fijarse en la que llevaba el titulo de la obra:
De pronto oi una puerta que se cerraba y tuve un sobresalto. Llegaron voces de la antesala, y pude distinguir mi nombre entre lo que se decian. Se trataba de Solgrub y del doctor, y hablaban de mi, convencidos sin duda de que ya hacia rato que yo me habia ido. El doctor hablaba con decision:
– Pues permitame que le diga que yo lo creo capaz de todo. De cualquier acto de violencia, de cualquier perfidia, de lo que sea… ?Caramba! Pero si son ya las diez y media. En fin, pues eso mismo: de cualquier cosa, incluso de un asesinato. Tampoco seria la primera vez. Pero en cambio, dar su palabra de honor en falso, no, ?eso si que no!
– ?Ha dicho que no seria la primera vez? -pregunto el ingeniero-. ?Que quiere decir?
– ?Vamos, vamos! Se trata de un oficial de la Caballeria. ?Acaso debo decirle en medio de esta corriente de aire lo que pienso sobre los duelos? Puede llegar a ser un personaje brutal sin ningun reparo, se lo digo por propia experiencia… ?Ah! Ahi esta su abrigo… Pues si, le encantan los animales, tiene un caballo, un perro, lo que usted quiera, pero la vida de una persona que se entrecruza en medio de su camino nada vale para el, se lo digo yo, creame.
– Doctor, me parece que lo juzga usted erroneamente. La impresion…
– Mire, le conozco… Espere… Le conozco desde hace quince anos.
– Pero, permitame, yo tambien se algo de la psicologia de las personas, y el baron no me ha causado precisamente la impresion de alguien que no repara en los medios ni de un partidario del rompe y rasga como sistema para obtener lo que desea, ni mucho menos. Mas bien al contrario, la de una persona sensible que vive entregada a la musica, diria que incluso la de alguien considerablemente timido.
– Querido ingeniero, ?quien de nosotros puede ser definido de un modo tan poco ambiguo, tan simple? No se puede resumir ni agotar asi el caracter de un hombre, sometiendolo a un par de topicos miopes y que no quieren decir nada. El caracter humano es algo mas complejo que, pongamos por caso, sus bobinas electricas, cargadas unas veces de corriente positiva y las otras de corriente negativa. Sensible, hiperestesico incluso; muy bien, puede ser que tenga usted razon. ?Timido en el fondo de su alma? Tambien, tambien. Pero junto a todo esto queda todavia mucho lugar para otro tipo de sentimientos muy distintos a esos, creame usted.
Yo permanecia agachado, con las partituras en la mano, sin atreverme a hacer ningun movimiento, puesto que la puerta estaba entreabierta y el menor ruido podia traicionarme. Y aquella larga disquisicion sobre mi personalidad, sinceramente, no me interesaba en absoluto, de manera que solo estaba esperando el momento en que los dos decidieran irse de una vez para no tener que seguir desempenando el penoso papel de fisgon que me habia caido en suerte. No obstante, la charla prosiguio, y me vi obligado a escucharla, tanto si queria como si no.
– Ahora, insisto en que una palabra de honor dada en falso es algo que yo jamas le atribuiria -volvio a decir el doctor-. Vera usted, hay determinadas leyes morales que ni el peor de los cinicos se atreveria jamas a transgredir. El rango, los origenes, la tradicion, todo eso pesa, y es por todo ello que el baron Von Yosch nunca juraria en falso ni pondria su honor en juego. En eso se equivoca Felix.
– Si, Felix se equivoca -repitio el ingeniero-. Desde un primer momento esto ha estado claro. Encontramos un rastro y, en lugar de seguirlo hasta donde parece remontarse, en lugar de hacer lo mas razonable, lo que tiene mas sentido comun… ?Pero por todos los diablos! ?Que es lo que tiene que ver el baron con el suicidio de aquel estudiante de la Academia? ?Esto es lo que deberia preguntarse Felix!… ?Eugen Bischoff muerto! Todavia no me he hecho a la idea. Vamos a intentar poner en claro todo este asunto, doctor, este es nuestro deber. ?Querra usted ayudarme?
– ?Ayudarle? Pero mi querido Solgrub, ?cree usted que podemos hacer algo mas que no sea dejar que las cosas sigan su curso?
– ?Como! ?Que esta usted diciendo? -exclamo el ingeniero, visiblemente excitado-. No, doctor, eso es algo que no he hecho jamas en mi vida. Este ha sido siempre el disfraz de la abulia que mas he odiado. Dejar que las cosas sigan su curso quiere decir que soy demasiado imbecil o demasiado gandul o demasiado despiadado para intentar hacer nada para remediarlo.
– Gracias, es usted muy amable -dijo el doctor Gorski-. Verdaderamente conoce usted bien a las personas.
– Quiza, doctor, quiza. Vera usted, el baron, a quien usted considera un ambicioso sin escrupulos, un hombre sin freno ni conciencia, a mi por el contrario me recuerda mas bien a uno de esos galgos rusos. ?Conoce usted esa raza?
Son unos perros de buen porte, muy orgullosos, no excesivamente listos pero muy aristocraticos; dan la impresion de que uno deberia guardarse de ellos, y al mismo tiempo se sienten totalmente indefensos a la hora de defender su propia vida. Debemos preocuparnos por el, doctor. ?Quiere usted verdaderamente dejarlo en la estacada? Si permitimos que las cosas sigan su curso, estas iran indefectiblemente en su contra, y el final que le espera es una bala en la cabeza, recuerdelo. ?Acaso no se ha derramado ya suficiente sangre?
El doctor no dijo nada. Durante un largo minuto le oi caminar ruidosamente de un lado para otro, hasta que algo cayo por los suelos con gran estrepito. Despues me llego un murmullo enfurecido que acabo convirtiendose en una generosa retahila de juramentos y maldiciones.
– ?Que es lo que esta buscando ahora, si se puede saber? -pregunto Solgrub.
– Mi baston, maldita sea. ?Donde lo habre dejado? Y lo peor es que no es mio, sino de mi casero. Otra vez ese reuma. A Pistyan, si senor, hace ya tiempo que tendria que haber marchado para Pistyan, a tomar las aguas. Se trata de un baston de color madera, con un grueso pomo de asta. ?Lo ha visto usted por algun lado?
Senti de pronto un sudor helado y luego como me ardia todo el rostro, pues apoyado contra la chimenea habia un baston que respondia totalmente a aquella descripcion.
Habria preferido que se hubieran ido sin percatarse de mi presencia, pero ahora me daba cuenta de que toda esperanza en ese sentido era vana, pues lo primero que se le ocurriria al doctor seria ir a buscar su dichoso baston en la habitacion en que yo me encontraba. Debia, pues, anticiparme a el.
Me levante y puse, sin cuidado de no hacer ruido, las partituras sobre la mesa. Despues fui hacia el piano y cerre el estuche del violin, haciendo ahora ya todo el ruido posible. Asi se darian cuenta de que yo estaba alli y que habia oido su imprudente conversacion palabra por palabra.
El doctor Gorski ceso de refunfunar al instante. Ahora solo se oia el tic tac del reloj de pared. Me los imaginaba mirandose el uno al otro con cara de estupefaccion. Ya estaba viendo el cuadro, sus rostros perplejos y profundamente consternados por la espantosa plancha que acababan de cometer, y el doctor Gorski, como si fuera un enano con babuchas y havelock, convertido en una biblica estatua de sal.
Finalmente recobraron el habla. Primero se oyo un murmullo excitado, luego los pasos firmes y energicos del ingeniero. Sin perder la calma fui a su encuentro, puesto que seguramente la situacion era mucho mas violenta para ellos que para mi. Estaba a punto de acabar de abrir la puerta cuando junto a mi sono el telefono.
Con un gesto mecanico descolgue el auricular. Solo despues cai en la cuenta de que, evidentemente, aquella llamada no podia ser para mi.
– Si, digame.