acostumbra a estar estacionado, lo esperas si no esta en aquel momento, y despues lo traes aqui. Quiero hablar con el. Eso es todo. ?Me has comprendido bien? La policia te ayudara en lo que haga falta.
Se puso en camino y yo me quede en casa reflexionando sobre las posibilidades de exito de mi plan. Queria saber en que calle habia cogido Eugen Bischoff el taxi para ir a su casa. Con ello, naturalmente, no habria avanzado mucho, pero al menos ya sabria por que parte de la ciudad debia comenzar a buscar. Que las verdaderas dificultades no comenzarian hasta haber dado con la zona por donde empezar era algo que yo ya sabia bien. Pero me sentia confiado y contaba con un golpe de suerte o de inspiracion que me permitiera seguir adelante cuando fuera necesario. Por otro lado no dudaba de que le habia tomado una buena ventaja al ingeniero, y esto era para mi lo mas importante en aquel momento.
Hube de esperar durante mas de dos horas, que se me hicieron interminables. Hacia las tres llego Vinzenz. Traia consigo la copia de un informe policial con el parte dado por el funcionario de servicio Josef Nedved el 24 de septiembre, segun el cual el automovil de matricula A VI 138, conducido por Johann Wiederhofer, habia colisionado a la 1,45 h. de aquel mismo dia con el tranvia de la compania metropolitana n.° 5139 a causa del estado resbaladizo de la calzada, sufriendo solo ligeros desperfectos en la carroceria.
El taxista a quien Vinzenz habia logrado encontrar en su parada, esperaba con el coche estacionado ante la puerta de la calle.
Johann Wiederhofer era un tipo parlanchin y algo entrado en anos. Por lo que pude constatar, todavia seguia bajo los efectos de la impresion que le habia causado el accidente, e incluso se despacho a su gusto con palabras algo subidas de tono contra todo tipo de intervencion policial en los asuntos de la ciudadania asi como contra las tendencias camorristas que, en su opinion, se podian observar en el gremio de conductores de tranvia.
– Ya vera uztez como a mi nadie me va a pagar nada -se explicaba-. Rezulta que eze dia habia llovido, y el anterior tambien. Azi que pazo lo que tenia que pazar, y zantaz pazcuaz. Lo que sucede ez que yo zoy el que ha zalido maz perjudicado. Pero claro, zi eza gentuza de loz tranviaz zon tantoz y encima ze juntan, puez ya me dira que ez lo que puedo hacer yo solo. Y en ezaz que llega el guardia. «Vamoz a ver, zenorez», lez digo, «zobre todo nada de ezcandaloz, no vayamoz a hacer una ezena delante de todo el mundo».
Encendio un pitillo y aprovecho para informarme del alcance de los desperfectos.
– Puez ahi ez nada: todo el aleron nuevo, el parabrizaz nuevo. Me paze una tarde entera con la reparacion de laz naricez. El zabado volvia a eztar de zervicio, y ahi ez nada la maldita zuerte que me acompana que va y veo zalir del portal del ocho al mizmo zenor que llevaba de viajero el dia del accidente. Y va un colega que me dice, «a eze zi que no lo cogeria en mi vida», pero un zervidor no ze anda con ezaz, yo no zoy nada zuperzticiozo, yo no ze que ez ezo de la zuperzticion, azi que voy y le digo, venga, zenor, al coche otra vez, que ezo no ha zido nada.
– ?Dice que le vio salir del numero ocho? -le interrumpi, incapaz ya de ocultar mi excitacion-. ?Donde tiene usted su parada?
– Zobre los Dominicoz, juzto enfrente del cafe Popular.
– ?Lleveme a su parada! -le ordene, y subi al coche.
Nos detuvimos ante un edificio de color gris y aire melancolico. Busque en vano en la lugubre entrada la casilla del portero. Luego llegue al patio interior, que presentaba un aspecto de deplorable dejadez y sobre cuyas losas la lluvia habia ido formando un verdadero laberinto de charcos malolientes. Un perro de raza indeterminada comodamente instalado sobre un carrito de mano comenzo a ladrarme. Dos criaturas de aspecto desnutrido jugaban sobre un monton de escombros con trozos rotos de ladrillos, cajas, de madera y restos de botellas. Le pregunte a uno de los ninos por la persona encargada de la porteria, pero se me quedo mirando como si rio entendiera lo que le decia, y no obtuve ninguna respuesta.
Estuve durante un rato dando vueltas por alli sin saber que hacer ni a quien dirigirme. De algun lugar cercano llegaba un murmullo de agua constante y monotono; quizas habia una fuente chorreando alli cerca, o quizas eran solo los canalones del tejado. El perro no habia dejado de ladrar ni un momento. Subi por la escalera de caracol con la intencion de llamar a cualquier puerta donde pudieran informarme.
De pronto senti un insoportable hedor a madera podrida, humedad y verdura fermentada. Pero no queria irme de alli con las manos vacias, de modo que hice un esfuerzo y segui adelante.
En el primer piso ya pude orientarme un poco mas. A mano derecha se encontraba la sede de la asociacion estudiantil
Fui conducido a un pequeno salon decorado con modestia y con los muebles protegidos contra el polvo por medio de sabanas. Frente a la puerta colgaba el retrato de un oficial en uniforme de campana con la orden de la Corona de Hierro en el pecho. El mayor vino a mi encuentro. Iba en batin y zapatillas, y en su semblante pude leer la sorpresa y la inquietud que le causaba una visita cuyo objeto no alcanzaba a intuir. Sobre la mesa habia una lupa, una pipa de espuma marina, un bloc de notas, un pano, una tableta de chocolate y un album de sellos abierto.
Le dije que estaba buscando informacion sobre uno de los inquilinos del inmueble, y que habia encontrado especialmente indicado para ello el dirigirme con mi ruego a un camarada, siendo como era tambien yo un oficial: «Capitan en activo del doceavo Regimiento de Dragones, para servirle». La desconfianza se borro pronto de su rostro. Me pregunto, titubeando todavia un poco, si acaso venia por encargo de alguna empresa, y al responderle que lo que me movia a acudir a el era una cuestion estrictamente personal, abandono por fin todo tipo de reservas y de desconfianza. Dijo lamentar que no pudiera recibirme con un vasito de aguardiente, un buen Kontuczowka autentico de Galizia, pero su mujer habia salido y se habia llevado consigo la llave del armario de las bebidas. Ni tan solo podia ofrecerme cigarrillos, pues el fumaba en pipa.
Le describi lo mejor que supe la persona que estaba buscando, exactamente como horas antes lo habia hecho el ingeniero. El mayor se mostro notablemente asombrado por el hecho de que el inmueble donde el residia cobijara a un personaje de aspecto tan peculiar. Aquella era la primera vez que oia hablar de aquel monstruo.
– ?Que extrano! ?Que extrano! -iba murmurando-. Vivo aqui desde que deje el ejercito, y vale decir que toda esta calle es un nido de cotillas. Cuando la senora Dolezal, la del seis, prepara lengua de ternera con salsa de alcaparras para el almuerzo, por la tarde se ha enterado ya hasta el ultimo de los chiquillos. ?Y dice que nunca sale? Pero algo tendria que haber oido sobre el, hombre: nadie puede esconderse de este modo, y menos aqui. ?Sabe lo que pienso, capitan? Que alguien le ha querido gastar una broma. Que algun chistoso, algun bromista, algun mal pajaro ha decidido burlarse de usted, y disculpeme, ?eh, capitan?, pero eso es lo que pienso.
Se quedo un rato reflexionando.
– Aunque por otro lado… ?Y dice que es un italiano? Espere, espere un poco. Hasta el ano pasado tuvimos aqui a un serbo-croata que hablaba muy mal el aleman. Yo era el unico con quien el hombre podia desahogarse en su lengua materna, porque pase dos anos destinado en Priepolje. ?Sabe? ?El culo del mundo! Con solo recordarlo me vienen todos los males. Pues si, capitan, no sabe usted la de cosas que le podria contar de Novibazar. En fin, es mejor olvidarlo. Y ese hombre en cuestion, el serbo-croata, lo que se dice gordo, pues la verdad es que era mas bien todo lo contrario. Dulibic, ese era su nombre. Pero un momento, espere. Hay uno que pase como dos o tres semanas sin verlo, y entonces le pregunte a la portera que que habia pasado con el senor Kratky, que no se le veia. ?Otitis! Ahora ya vuelve a salir a la calle, un poco mas palido y debil, eso si. Pero en primer lugar no es italiano, y despues, lo que se dice grueso, pues tampoco.
Seguia haciendo memoria. De pronto parecio tener una idea mas prometedora que las anteriores.
– Aunque tambien podria ser que estemos buscando al senor Albachary -dijo bajando el tono de su voz y sonriendo con indulgencia-. Conmigo no debe sentirse incomodo, capitan, ?para que? ?O acaso no somos camaradas? Tambien yo fui joven en otros tiempos. El senor Gabriel Albachary vive en el segundo piso, puerta numero ocho. No tiene ni idea del tipo de gente que a veces sube a verle. Gente de lo mas elegante, si, verdaderos caballeros. En fin, a veces puede darse el caso de que uno necesite al senor Albachary, no veo nada de malo en ello. Por otro lado, creo que es una persona muy educada, un gran coleccionista de cuadros y antiguedades, objetos relacionados con el teatro y todo lo que quiera; un hombre ya algo mayor, eso si, siempre elegante, siempre de primera, solo que, segun como, se queda con el diez, el doce o el quince por ciento; hay veces que incluso mas.
No tenia ningun interes en que se me pudiera incluir entre la clientela de un usurero, de modo que me decidi a hacerle, en la medida de lo necesario, un par de confidencias al mayor.