conocia desde que era una chiquilla, y con el tiempo ella se habia convertido en su confidente. Yo podia verla practicamente a diario desde las ventanas de mi casa, cuando salia de la farmacia con la carpeta llena de libros, camino de la universidad. Era una muchachita menuda, con el cabello cobrizo. Siempre andaba con prisas, siempre iba acalorada, como cuando no hace mucho la vi en el vestibulo del teatro. Por eso me resultaba familiar su voz por telefono, y ahora tambien comprendia por que aquella voz me habia evocado un extrano olor a eter o trementina. ?Claro! Era el olor que acostumbran a tener las farmacias.

No cabia en mi de gozo, pues ahora alcanzaba a ver la importancia del descubrimiento que habia hecho. No pude dejar de pensar en el ingeniero, que estaria ahora en casa del viejo usurero esperando y desaprovechando el tiempo, mientras que yo, al cabo de unos pocos minutos, estaria ante la muchacha que habia pronunciado aquellas extranas palabras sobre el Juicio Final, cuyo oscuro significado habia de estar relacionado de un modo u otro con el secreto del suicidio de Eugen Bischoff. El hecho de estar tan cerca de la resolucion de aquel tragico misterio me producia una sensacion tal de miedo y de angustia, ademas de la impaciencia que me embargaba, que no sabria encontrar palabras para explicarme.

Se llamaba Leopoldine Teichmann, y era la hija de una gran actriz muerta prematuramente. Su madre era una mujer de belleza incomparable, y su nombre, en el mundo en el que yo me eduque, solo podia ser pronunciado con apasionada admiracion. La muchacha, sin embargo, de su madre solo habia heredado aquella hermosa cabellera cobriza y una cierta prisa por vivir, ademas, suponia yo, de una ardiente ambicion y afan de exito, pues sabia que practicaba el diletantismo en bastantes disciplinas artisticas. Pintaba, por ejemplo. Recordaba un cuadro al oleo suyo que vi colgado en una exposicion colectiva; se trataba de una naturaleza muerta que representaba unas amelas de tallo largo y unas dalias; un trabajo, dicho sea de paso, bastante mediocre. En repetidas ocasiones habia conseguido despertar una cierta admiracion como bailarina en representaciones de caracter benefico. Y una vez sorprendio a Eugen Bischoff con el ruego de que le diera lecciones particulares de interpretacion, aunque creo que el asunto no fue nunca mas alla de cuatro charlas iniciales. Al cabo de un tiempo desaparecio de los circulos en los que habia desempenado un cierto papel. Ante la necesidad de escoger un oficio mas practico, se habia entregado al estudio de la farmacologia, y despues de haberle perdido la pista durante largo tiempo me lleve la sorpresa de encontrarla trabajando de ayudante en la farmacia que hay al lado de casa.

Cuando llegamos a la Myrthengasse todavia llovia. Me quede unos segundos ante el escaparate de la farmacia para idear un plan que me permitiera obtener la informacion que yo deseaba. Mientras, contemplaba a traves de los cristales empanados de vaho los frascos de alcohol para fricciones, los tubos dentifricos y las cajitas con polvos para la cara. Finalmente opte por presentarme ante la muchacha como un amigo de Eugen Bischoff y pedirle conversar a solas con ella un momento.

– ?Es un honor para nosotros, senor baron! -Apenas hube abierto la puerta el encargado vino hacia mi-. Pero digame, digame, ?en que puedo servirle?

La tienda estaba llena a rebosar. Habia un empleado de banca, que saco la receta de su cartera; dos criadas; un joven extremadamente palido, con gafas de concha y el cabello rubio, casi blanco, que mientras esperaba leia una revista, un muchachito descalzo que pidio caramelos de llanten, y una mujer ya mayor que iba con el cesto de la compra y que pidio gotas para los ojos, te de malvavisco, un unguento y «algo para depurar la sangre». El dueno se encontraba en una habitacion contigua, sentado en su escritorio. No vi por ningun lado a Poldine Teichmann.

– ?Un tiempo de lo mas horrible! -dijo el encargado, mientras iba llenando un frasco de al cohol jabonoso-. El senor baron tambien debe de haberse resfriado, ?no es asi? Y es lo que yo siempre digo: una taza de vino caliente con una rama de canela, un pellizco de nuez moscada, clavo y mucho azucar. Este es el mejor rernedio, ademas de que resulta sabrosisimo. Y por la no che tomar unos vahos… Son ochenta centavos, senor de Stiberny; muchas gracias, un verdadero honor, a su servicio senor de Stiberny, a su servicio.

Cuando el joven palido que llevaba gafas de concha hubo cerrado la puerta tras de si, el encargado hizo un gesto con la cabeza en direccion a el, espero unos segundos y luego dijo, dirigiendose a mi en voz baja:

– Ese senor que acaba de salir es un caso muy interesante, un hemofilico, si. Ya ha visitado a todos los doctores habidos y por haber, a todos los catedraticos, a todos los especialistas, y ninguno de ellos puede ayudarle. Un hemofilico, tal como lo oye. Hay uno de cada mil.

– ?El senor de Stiberny? ?Ah caramba! Algo habia oido por ahi… -dijo la mujer mayor que iba con la cesta de la compra.

Pedi un somnifero y me dieron unas tabletas pequenas de color blanco, presentadas en una cajita de carton.

– Y aquella senorita que en ocasiones tambien me ha atendido, ?no ha venido hoy?

– ?Quiere decir la senorita Poldi?

– Creo que se llama asi. Tiene el cabello cobrizo.

– Hoy tenia la manana libre despues del turno de noche. Ha de llegar de un momento a otro… ?Las cinco! Ya hace una hora que tendria que estar aqui. ?Debo darle algun encargo?

– No hace falta, ya pasare mas tarde. No es nada importante. Solo queria transmitirle los saludos de un amigo comun que encontre en Graz. Pasaba por aqui y he pensado en entrar un momento. Aunque tambien podria darme usted sus senas.

Note que no acababa de creerse la historia del amigo comun. Me lanzo una mirada inquisitiva y luego escribio la direccion en una hoja de papel. Mientras me la daba dijo:

– Segundo piso, puerta veintiuno, en casa del senor consejero Karasek, su abuelo. La senorita es de buena familia, gente de primera clase, y he oido decir que estaba prometida…

«Leopoldine Teichmann, Brauhausgasse 11»: esta era su direccion. Opte por no ir de inmediato, pues ella podia estar de camino hacia la farmacia y temia que nos cruzaramos por el camino.

Durante un buen rato estuve yendo de un lado para otro frente a la farmacia. Hacia las seis me tuve que refugiar en casa por culpa de un nuevo chaparron. Sin embargo, desde la ventana de mi dormitorio podia vigilar sin problemas la entrada de la farmacia.

Fue pasando el tiempo sin que apareciera. Comenzaba a oscurecer. Tenia que hacer verdaderos esfuerzos para reconocer los rostros de la gente que iba y venia. Cuando oi bajar la primera persiana de una de las tiendas de la calle abandone mi puesto de observacion, pues ahora era ya casi seguro que no vendria.

Asi pues, tendria que ir a su casa. Eran unos veinte minutos en coche. Pense que la encontraria cenando, y no es nada agradable recibir visitas de desconocidos a estas horas. Incluso podia ser que ni estuviera en casa: podria haber ido a casa de alguna amiga, o al teatro. No importa, me dije. La esperare. Tengo que hablar hoy con ella sea como sea.

Perdi bastante tiempo buscando un taxi. Eran casi las ocho cuando al fin llegue a la Brauhausgasse. El numero 11 era un triste edificio de suburbio, de cuatro plantas y ocupado exclusivamente por pisos de alquiler. En los bajos habia un cine, una bodega, una peluqueria y una tienda de ropa usada. En la escalera apenas habia luz y el rellano del segundo piso estaba ya completamente a oscuras. No llevaba cerillas y me esforce inutilmente en leer los numeros de las puertas.

De pronto se oyeron pasos de gente. Dos hombres subian en medio de la oscuridad. Permaneci quieto, escuchando. Estaban llegando al segundo piso. Encendieron una linterna. Una pequena esfera luminosa se acerco a una de las puertas, se desplazo hacia la derecha y despues de nuevo hacia la izquierda, y finalmente fijo su luz sobre la placa de una puerta.

– Friedrich Karasek, consejero retirado -dijo la voz del doctor Gorski.

– ?Doctor! -exclame sorprendido -, ?Como ha llegado usted hasta aqui?

La luz de la linterna cayo sobre mi.

– Asi que ya ha llegado usted, baron -oi que decia el ingeniero.

– ?Usted tambien! -dije totalmente perplejo-. Y ademas no parece extranarse de haberme encontrado aqui.

– ?Sorprendido? Usted bromea, baron. En ningun momento he dudado de que usted tambien habria leido los diarios de la tarde -dijo Solgrub, y seguidamente, sin darme tiempo a res ponder, tiro de la campanilla de la puerta.

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