– No me encuentro en ningun apuro de dinero, senor -comence a explicar con cierto enfasis-. El senor Albachary no me interesa. Se trata, para ser breves, de Eugen Bischoff, el actor. Quiza le suene a usted el nombre. En los ultimos dias ha estado repetidas veces en esta casa, y todo parece apuntar hacia el hecho de que su suicidio pueda estar relacionado con estas visitas. Ayer por la noche se disparo un tiro en su casa.
El mayor salto de la silla como si le hubieran aplicado una descarga electrica.
– ?Pero que esta diciendo! ?Bischoff, del Hoftheater!
– Si, y para mi es de la maxima importancia saber…
– ?Un suicidio! ?No puede ser! ?Ha salido ya en los periodicos?
– Es posible.
– ?Bischoff, del Hoftheater! ?Si hubiera comenzado por ahi! Claro que estuvo aqui. Anteayer, o no, espere, el viernes, sobre eso de las doce.
– ?Lo vio usted?
– Yo no, mi hija. ?Pero que me esta diciendo! ?Bischoff! Y digame, ?que es lo que llevan los periodicos? ?Problemas de dinero? ?Deudas?
No dije nada.
– Los nervios -prosiguio-. Seguramente los nervios. Hoy en dia, esos artistas, tan sobreexcitados, con tanto trabajo… Mi hija tambien lo encontro distraido, como aturdido, no entendia lo que ella le estaba pidiendo. ?Ah, si, los hombres de genio! Mi hija… ya sabe, todos tenemos nuestras pequenas manias. Yo, por ejemplo, colecciono sellos conmemorativos, y cuando tengo una coleccion completa voy y la vendo; siempre encuentras algun aficionado que te la compre. Pues la chica, como le decia, mi hija, colecciona autografos. Ya tiene un album lleno de firmas. De pintores, musicos, politicos, actores, cantantes, todo tipo de celebridades. Pues eso. Y he aqui que el viernes aparece por la puerta colorada de emocion y me dice: «?A que no sabes a quien acabo de cruzarme en la escalera! ?Al Bischoff!». Y dicho esto que ya tiene su album en la mano y sale corriendo tras el. Y al cabo de una hora -todo este rato se estuvo esperando, imaginese- vuelve radiante de felicidad, pues al final lo volvio a encontrar y obtuvo su autografo.
– ?Y donde estuvo todo ese tiempo?
– Pues en casa del senor Albachary, ?donde si no?
– ?Lo supone usted o…?
– Pues claro que no, mi hija lo vio salir de alli. El senor Albachary lo acompano hasta la puerta.
Me levante y le agradeci al mayor la informacion que me habia dado.
– ?Ya se va? Si tiene un minuto, quiza le interese ver mi coleccion. No tengo nada del otro mundo, nada especial por ahi escondido. Lo que se dice ejemplares raros, aqui no encontrara ninguno.
Y con su pipa me senalo la pagina por la que estaba abierto el album.
– Honduras, ultima emision.
Unos minutos mas tarde llamaba a la puerta del senor Albachary.
Un muchacho en mangas de camisa, pelirrojo y alto como un pino, me abrio y me hizo pasar.
No, el senor no estaba en casa. ?Que cuando volveria? Era dificil de decir. Quiza no vendria hasta entrada la noche.
Me quede indeciso. No sabia si esperar o no a que llegara. A traves de una puerta entreabierta oi el ruido de unos pasos y un carraspeo impaciente.
– Es una visita que tambien esta esperando -me aclaro el muchacho-. Ya hace media hora que esta aqui.
Mi mirada se dirigio a la percha, de la que colgaba un raglan y un sombrero de terciopelo verde gris; contra la pared se apoyaba un baston con el pomo de marfil y lacado todo de negro. ?Diablos! Yo conocia aquellas prendas. ?Un conocido aqui, en esta casa! ?Lo que me faltaba! Mejor irse, me dije, antes de que se le ocurra a quien quiera que sea asomar la cabeza y mirar a ver quien ha llegado.
Le dije al chico que ya volveria en otra ocasion, quiza manana a la misma hora, y me apresure a salir de alli.
Una vez en la calle recorde de donde conocia yo aquel baston y aquel abrigo, y me quede clavado de asombro. ?Es increible! No, no puede ser, debo de estar en un error, no puede ser que se me haya adelantado. ?Como habra llegado hasta aqui? Y sin embargo no habia duda de ello: el hombre cuyo abrigo colgaba en la antesala del domicilio del viejo usurero sefardi era Solgrub.
14
Cuando sali llovia a cantaros. La calle estaba practicamente desierta, y el chofer del taxi me esperaba sentado frente a su volante, equipado con un chubasquero y leyendo un periodico cuyas paginas goteaban a causa de la cantidad de agua que habia caido sobre ellas. Me sentia incomodo y malhumorado. No podia imaginar que tipo de razonamiento habia llevado con tanta rapidez y seguridad al ingeniero tras el rastro invisible de Eugen Bischoff, aunque a decir verdad me sentia demasiado cansado y aturdido para darle demasiadas vueltas al asunto. Solo sabia que mis pesquisas habian resultado completamente superfluas. Las indagaciones hechas por Vinzenz en la comisaria, la entrevista con el taxista, la visita al mayor retirado: todo habia sido un esfuerzo inutil. Una tarde perdida. Me sentia hambriento y exhausto, y tiritaba de frio mientras la lluvia me golpeaba en el rostro. Solo podia pensar en ropa seca y en una habitacion bien caldeada. Deseaba estar cuanto antes en casa.
El conductor parecia estar ocupado con el deposito de la gasolina, y al acercarme yo levanto la cabeza. Le dije mi direccion:
– ?Myrthengasse 18!
Pero en el instante mismo en que el motor arrancaba, se me ocurrio una idea que tuvo la virtud de mudar mi estado de animo. Creia haber seguido la pista hasta el final pero no era asi, ?porque todavia faltaba lo mas importante! El accidente habia tenido lugar en la Burggasse, y esta calle no estaba en el trayecto que debia realizar Eugen Bischoff para llegar a su casa. ?Que extrano que no se me hubiera ocurrido antes! ?Cual era pues la razon por la que el chofer habia dado aquel rodeo? Tenia que saberlo.
Hice que el taxi se detuviera. En medio de la calle y bajo aquel diluvio me dispuse a interrogar de nuevo al chofer.
– ?Adonde le dijo el senor que le llevara cuando tuvo aquel accidente con el tranvia?
– A la Myrthengaze.
– ?Fijese bien en lo que le digo! -comenza ba a impacientarme-. ?No me ha entendido?
Soy yo quien quiere ir a la Myrthengasse, al numero dieciocho, ese es mi domicilio. Pero lo que ahora le pregunto es donde le dijo el senor del otro dia que lo llevara.
– Puez ezo, a la Myrthengaze -dijo el taxista sin inmutarse.
– ?A mi casa, al numero 18?
– No, no, no a la caza de uzte, zino a la farmacia.
– ?A que farmacia? ?A la de San Miguel?
– Zolo ze de una en eza calle, puede zer que ze llame azi.
?Que significa todo esto?, me pregunte mientras el taxi proseguia su marcha. Sale de la casa del usurero y se dirige a la farmacia. ?Que extrano! Y precisamente a una farmacia que no le cae de camino. Ha de haber una razon para todo ello. Verdaderamente, para mi no habia ninguna duda de que la visita de Eugen Bischoff al prestamista estaba relacionada de un modo u otro con el hecho de desviarse de su trayecto para ir a la farmacia de la Myrthengasse. ?Vaya un tanto que me apuntaria si conseguia descubrir esta conexion! Y ademas, podia ser que no me resultara nada dificil, puesto que de todos modos ya tenia la intencion de comprar algo para poder dormir. Ahora solo tenia que aprovechar aquella excusa para entablar conversacion. Aunque es posible que esten obligados al secreto profesional. Pero no, ?que bobada! Los farmaceuticos no tienen este tipo de obligaciones. ?O si? En fin, da lo mismo. Llevare el asunto con delicadeza. Me dirigire al viejo encargado, que siempre que me ve me saluda con tanta devocion (siempre diciendo: «A sus ordenes, senor baron. Es un honor poder servirle…»), o quiza sea mejor que me dirija directamente al dueno, o…
?Santo Dios! Todo el dia devanandome inutilmente los sesos, y ahora, por una simple casualidad… ?Pero si no fue ninguna casualidad! ?Naturalmente! Es por ella que Eugen Bischoff habia ido a la farmacia de San Miguel. La